John 6:51-58

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús promete la vida eterna a todos aquellos que coman de su Carne y beban su Sangre. Muchos de los Padres de la Iglesia caracterizaron la Eucaristía como un alimento que efectivamente inmortaliza a quienes la consumen.

Ellos entendieron que, si Cristo está realmente presente en la Eucaristía, el que come y bebe el Cuerpo y la Sangre del Señor se configura con Cristo de un modo mucho más que metafórico. La Eucaristía Cristifica y por lo tanto eterniza.

Si la Eucaristía no fuera más que un símbolo, este tipo de lenguaje sería una tontería. Pero si la doctrina de la Presencia Real es verdadera, entonces se debe mantener esta literal eternización del receptor de la Comunión.

Pero ¿qué implica prácticamente esta transformación? Implica que toda la vida de uno: cuerpo, psique, emociones y espíritu se ordenan al reino de Dios. Significa que las energías e intereses de uno, los propósitos y planes, todos ellos son sacados del contexto puramente temporal y se les da un valor espiritual completamente nuevo.

La persona Cristificada sabe que su vida no se trata finalmente de ella misma sino de Dios; la persona Eucarística entiende que su tesoro se encuentra arriba y no aquí abajo.

Elena, Santa

Reina, 18 de agosto

Fuente: Archidiócesis de Madrid

Martirologio Romano: En Roma, en la vía Labicana, santa Elena, madre del emperador Constantino, que tuvo un interés singular en ayudar a los pobres y acudía a la iglesia piadosamente confundida entre los fieles. Habiendo peregrinado a Jerusalén para descubrir los lugares del Nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración ( c. 329).

Breve Biografía

En un mesón propiedad de sus padres en Daprasano (Nicomedia) nació pobre en el seno de una familia pagana. Allí pudo, en su juventud, contemplar los efectos de las persecuciones mandadas desde Roma: vió a los cristianos que eran tomados presos y metidos en las cárceles de donde salían para ser atormentados cruelmente, quemados vivos o arrojados a las fieras. Nunca lo entendió; ella conocía a algunos de ellos y alguna de las cristianas muertas fueron de sus amigas ¿qué mal hacían para merecer la muerte? A su entender, sólo podía asegurar que eran personas excelentes.

San Ambrosio, que vivió en época inmediatamente posterior, la describe como una mujer privilegiada en dones naturales y en nobleza de corazón. Y así debía ser cuando se enamoró de ella Constancio, el que lleva el sobrenombre de Cloro por el color pálido de su tez, general valeroso y prefecto del pretorio durante Maximiano.

Tenía Elena 23 años al contraer matrimonio. En Naïsus (Dardania) les nació, el 27 de febrero del 274, el hijo que llegaría a ser César de Maximiano como Galerio lo fue de Diocleciano.

Pero no todo fueron alegrías. Elena fue repudiada por motivos políticos en el 292 para poder casarse Constancio con la hijastra de Maximiano y llegar a establecer así el parentesco imprescindible entre los miembros de la tetrarquía. Le costó mucho saberse pospuesta al deseo de poder de su marido, pero esto lo aceptó mejor que el hecho de verse separada de su hijo Constantino que pasó a educarse en el palacio junto a su padre y donde se reveló como un fantástico organizador y estratega.

Muerto Constancio Cloro en el 306, Constantino decide llevarse a su madre a vivir con él a la corte de Tréveris. En esta época aún no hay certeza histórica de que su madre fuera cristiana. Sí, cuando -por testimonio de Eusebio de Cesarea- aparezca sobre el sol el signo de la cruz con motivo de la batalla de Saxa Rubra y la leyenda «con este signo vencerás» que dio el triunfo a Constantino y lo hizo único Emperador de Roma, en el 312.

Aunque el emperador retrasará su bautismo hasta la misma muerte, es complaciente con la condición de cristiana que tiene su madre que daba sonados ejemplos de humildad y caridad. Incluso parece descubrirse la influencia materna tras el Edicto de Milán que prohibía la persecución de los cristianos y los edictos posteriores que terminan vetando el culto a los dioses lares. Agasaja a su madre haciéndola Augusta, acuña monedas con su efigie y le facilita levantar iglesias.

En el 326 Elena está con su hijo en Bizancio, a orillas del Bósforo. Aunque se aproxima ya a los setenta años alienta en su espíritu un deseo altamente repensado y nunca confesado, pero que cada día crece y toma fuerza en su alma; anhela ver, tocar, palpar y venerar el sagrado leño donde Cristo entregó su vida por todos los hombres. Organiza un viaje a los Santos Lugares en cuyo relato se mezclan todos los elementos imaginables pertenecientes al mundo de la fábula por tratarse del desplazamiento de la primera dama del Imperio a los humildes a lejanos lugares donde nació, vivió, sufrió y resucitó el Redentor. Pero aparte de todo lo que de fantástico pueda haber en los relatos, fuentes suficientemente atendibles como Crisóstomo, Ambrosio, Paulino de Nola y Sulpicio Severo refieren que se dedicó a una afanosa búsqueda de la Santa Cruz con resultados negativos entre los cristianos que no saben dar respuesta satisfactoria a sus pesquisas. Sintiéndose frustrada, pasa a indagar entre los judíos hasta encontrar a un tal Judas que le revela el secreto rigurosamente guardado entre una facción de ellos que, para privar a los cristianos de su símbolo, decidieron arrojar a un pozo las tres cruces del Calvario y lo cegaron luego con tierra.

Las excavaciones resultaron con éxito. Aparecieron las tres cruces con gran júbilo de Elena. Sacadas a la luz, sólo resta ahora la grave dificultad de llegar a determinar aquella en la que estuvo clavado Jesús. Relatan que el obispo Demetrio tuvo la idea de organizar una procesión solemne, con toda la veneración que el asunto requería, rezando plegarias y cantando salmodias, para poner sobre las cruces descubiertas el cuerpo de una cristiana moribunda por si Dios quisiera mostrar la Vera Cruz. El milagro se produjo al ser colocada en sus parihuelas sobre la tercera de las cruces la pobre enferma que recuperó milagrosamente la salud.

Tres partes mandó hacer Elena de la Cruz. Una se trasladó a Constantinopla, otra quedó en Jerusalén y la tercera llegó a Roma donde se conserva y venera en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén.

No han faltado autores que atribuyan a la fábula el hecho de la invención por Elena basándose principalmente en que no hay noticia expresa de tamaño acontecimiento hasta un siglo después. Ciertamente es así, pero lo resuelven otros estudiosos afirmando que la fuente histórica que relata los acontecimientos es el historiador contemporáneo Eusebio de Cesarea al que en su Vita Constantini sólo le interesan los acontecimientos realizados por Constantino, bien porque sigue los cánones de la historia contemporánea, o quizá porque sólo le interesa adular a su anfitrión.

Murió Elena sin que sepamos el sitio ni la fecha. Su hijo Constantino dispuso trasladar sus restos con gran solemnidad a la Ciudad Eterna y parte de ellos se conservan en la iglesia Ara Coeli, dedicada a Santa Elena, la mujer que dejó testimonio tangible y visible en unos maderos del paso salvador por la tierra de Jesús, el Hijo de Dios encarnado.

Un pan muy especial

Santo Evangelio según san Juan 6, 51-58. Domingo XX del Tiempo Ordinario.

Por: Redacción | Fuente: Catholic.net

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Jesús, ayúdame a valorar la Eucaristía. El poder vivir para siempre, por Ti, es mi gran anhelo. Quiero hablar contigo y escuchar tu Palabra para recibirte con el amor que te mereces; sin ningún interés personal, sólo la ilusión de que me llenes de Ti y me hagas experimentar tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.

Palabra del Señor

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

San Justino, de familia «pagana», convertido luego al cristianismo, murió mártir el año 165 d.C. Enseñó filosofía en Roma y escribió abundantes obras sobre la fe y la religión cristiana. En sus «apologías» explica lo fundamental de la fe católica, del credo y de los sacramentos, y refuta las falsas acusaciones que ya desde entonces comenzaban a circular en contra de la Iglesia. Entre otras cosas -¡para que veamos cuán absurda y atrevida es la ignorancia!- se acusaba a los primeros cristianos de antropofagia y de convites truculentos e idolátricos porque pensaban que comían carne y bebían sangre humana. Habían oído, en efecto, que el que presidía las asambleas decía: «Tomad y comed: éste es mi cuerpo. Tomad y bebed: ésta es mi sangre».

Así fue como lo interpretaron los judíos que escuchaban a nuestro Señor. Y era lógico que no lo aceptaran, que lo criticaran e, incluso, que se escandalizaran de El. El rechazo hacia Jesús se iba pronunciando cada vez más, a medida que nuestro Señor hablaba, hasta abrirse un abismo y convertirse en un camino sin retorno…

Pero nuestro Señor continúa su discurso: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». Estas palabras de Jesús, tan claras como misteriosas, sólo podían ser acogidas en un clima de fe. Y es una evidente anticipación de lo que sucedería el Jueves Santo, en aquella hora solemne y de intimidad con sus apóstoles, cuando instituía la Eucaristía: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Esta es mi Sangre, derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados». Ahora, en este momento, estaba cumpliendo su promesa. Y les invitaba a los Doce a repetir este mismo gesto, de generación en generación: «Haced esto en memoria mía».

Cada santa Misa, cuando el sacerdote pronuncia estas palabras de nuestro Señor, está perpetuando su sacramento. Y no se trata de un simple recuerdo, sino de un «memorial». Es decir, de una celebración que «revive» y actualiza en el hoy de nuestra historia el misterio de la Eucaristía y del Calvario, por nuestra salvación. En cada santa Misa, Jesucristo renueva su Pasión, muerte y resurrección, y vuelve a inmolarse al Padre sobre el altar de la cruz por la redención de todo el género humano. De modo incruento, pero real. ¡Por eso cada Misa tiene un valor redentor infinito, que sólo con la fe podemos apreciar!

El beato Titus Brandsman, sacerdote carmelita holandés, pasó varios años en los campos de concentración alemanes durante la persecución nazi. Tenía prohibida la celebración de la Eucaristía, pero él se ponía junto con los otros prisioneros y recitaba de memoria las oraciones de la Misa, el Evangelio y les predicaba a sus compañeros de prisión; luego hacían la comunión espiritual: él fijaba los ojos en cada uno de los presos y les decía: «el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna». Al poco tiempo fue transferido a láger de Dachau. Allí los sacerdotes alemanes sí podían celebrar y clandestinamente pasaban la hostia santa a los otros sacerdotes que no eran alemanes, como Tito. El comulgaba, daba la comunión a los otros prisioneros y se guardaba un pedacito en el estuche de sus lentes para la adoración nocturna. De ese «pan» del todo especial sacaba fuerzas para soportar las torturas y ofrecer sus sufrimientos. Un día fue duramente golpeado por la guardia nazi del campo de concentración y aguantó la paliza sin odios ni maldiciones. Después confesó: «¡Ah, yo sabía quién estaba conmigo!». En 1942 murió mártir en Dachau.

Además del santo Sacrificio, podemos gozar de la presencia real de Jesucristo nuestro Señor en el Sagrario durante las veinticuatro horas del día. Se cuenta que el santo cura de Ars se dejaba embargar particularmente por la presencia real de Cristo Eucaristía. Ante el Tabernáculo solía pasar largas horas de adoración, durante la noche o antes del amanecer; y durante sus homilías, solía señalar al Sagrario diciendo con emoción: «El está ahí». Por ello, él, que tan pobremente vivía en su casa rectoral, no dudaba en gastar cuanto fuere necesario para embellecer la iglesia. Pronto pudo ver el buen resultado: los fieles tomaron por costumbre ir a rezar ante el Santísimo Sacramento, descubriendo, a través de la actitud de su párroco, el gran misterio de la fe.

«Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todos a los más pobres. La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que nos viene al encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la Salvación, que no tiene fe.  Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso. La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo ya no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy sabemos es un problema cada vez más grave».

(S.S. Francisco, Angelus 7 de junio de 2013).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Ojalá que también nosotros aprendamos a valorar y a vivir con inmensa fe y amor, como los santos, el misterio sacrosanto de la Eucaristía: que cada santa Misa y Comunión sea como la primera y la última de nuestra vida. Y que acudamos con frecuencia al Santísimo para amar, agradecer, adorar a nuestro Señor, y para pedirle por las necesidades de todo el género humano. Él allí nos escucha.

Despedida

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Santa Elena, la emperatriz patrona de los arqueólogos

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Hallazgo de la Cruz, en Jerusalén

Sandra Ferrer – publicado el 18/08/22 – actualizado el 03/05/23

Está considerada la primera mujer que dirigió una excavación arqueológica

Alo largo de la historia, el afán por descubrir y desenterrar los misterios del pasado, ha sido una constante.

Apasionados por los hechos acontecidos siglos atrás, por personalidades clave en nuestro devenir como civilización, se han dedicado en cuerpo y alma a la arqueología.

Muchos lo han hecho por interés científico. Otros por fe. Entre estos últimos, una mujer, una emperatriz que no solo impulsó el cristianismo en un tiempo convulso para los seguidores de Jesús, sino que se trasladó hasta los lugares más importantes de su vida y muerte para descubrir una de las reliquias más veneradas de la cristiandad, la Vera Cruz.

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Se llamaba Flavia Iulia Helena y sus orígenes no auguraban una vida de esplendor como la que el destino le deparaba.

Según San Ambrosio, habría nacido en Drepanum, Bitinia, en la actual Turquía, hacia el año 250.

Otras fuentes la sitúan en Sicilia pero en cualquier caso, su propio hijo mandaría renombrar la ciudad de Drepanum como Helenópolis en su honor.

De orígenes humildes, san Ambrosio nos dice que era stabularia, moza de cuadra, Helena terminó convirtiéndose en Augusta gracias al ascenso de su propio hijo a emperador como Constantino I el Grande.

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Madre del primer emperador cristiano

Convertida en la madre del primer emperador cristiano, Elena siguió los pasos de su hijo y abrazó la fe de Cristo con sincera devoción.

Una fe que la llevó a utilizar las riquezas con las que Constantino la colmó para realizar obras de caridad e impulsar la búsqueda de los vestigios materiales de la pasión de Cristo.

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Elena entra en la historia de la arqueología cuando era ya una anciana de más de setenta años.

Dispuesta a viajar a Tierra Santa, acompañada en todo momento por el obispo de Jerusalén, Macario I.

Elena inició un exhaustivo estudio de la zona hasta que dio con el lugar exacto de la crucifixión de Jesús, el Gólgota.

Allí se encontraba entonces un templo dedicado a Venus donde mandó excavar.

Santa Elena en Jerusalén.

DALIBRI-CC BY-SA 4.0

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Es así como nos la describen algunas fuentes antiguas. Y es así como en la actualidad se la considera como la primera mujer que dirigió unas excavaciones arqueológicas, probablemente unas de las primeras que se llevaron a cabo en la historia.

El trabajo de Elena y quienes la acompañaron dio sus frutos.

Las reliquias de los Reyes Magos, la Escalera Santa, la Vera Cruz y los clavos de la misma son las principales reliquias que la Augusta Elena descubrió en Tierra Santa donde, además, mandó construir varios templos: en la Gruta de la Natividad de Belén, en el Monte de los Olivos y en el Calvario. Elena estuvo atenta a la intensa actividad arqueológica, a pesar de su edad, en los enclaves más importantes de la vida y pasión de Cristo, convirtiéndose así en un ejemplo para la arqueología futura.

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Santa Elena supuso una figura clave en el mundo del cristianismo al ser una de las primeras figuras de la historia que impulsó su expansión. Y lo hizo con su propio ejemplo, con su devoción pública y privada, erigiendo templos y peregrinando a Tierra Santa en busca de unas reliquias que afianzarían aún más el papel del cristianismo como religión oficial del imperio. Elena impulsaría también una de las tradiciones más populares de los tiempos medievales, las peregrinaciones a Tierra Santa.

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Muchos siglos después, en el siglo XVII, el Papa Urbano VIII encargó al escultor Andrea Bolgi que erigiera una estatua de Santa Elena que se situaría en un lugar privilegiado en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Estatua de santa Elena en la basílica de San Pedro del Vaticano.

Lui, Tat Mun | Shutterstock

Bolgi esculpió a la santa acompañada de una imponente cruz. En su mano izquierda colocó los clavos utilizados durante la crucifixión, clavos que ella misma habría ayudado a descubrir.

Inspirado en los textos de san Ambrosio y Rufino de Aquilea, el escultor de Carrara creó una hermosa estatua que ponía el foco en el papel descubridor de la santa. La santa patrona de la arqueología, cuya festividad se celebra cada 18 de agosto.