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Referencias Bíblicas
• Luke 24:35-48
• Obispo Robert Barron

 

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús se les aparece nuevamente a sus seguidores. Al verlo, “estaban sorprendidos y aterrorizados”. Están aterrorizados porque a quien ellos abandonaron, traicionaron y dieron por muerto, ahora ha regresado —¡sin duda alguna para vengarse! —.



El Jesús resucitado del Evangelio de Lucas hace dos cosas en presencia de los sorprendidos seguidores. Lo primero es mostrarles las heridas. Esto es una reiteración del juicio de la cruz: no olviden, les dice, lo que el mundo le hizo cuando apareció el Autor de la vida. Pero hace algo más; les dice: “Shalom” —“la paz sea contigo”—. Y con esto abre un nuevo mundo espiritual y se convierte en nuestro Salvador. Desde los antiguos mitos de la creación hasta las películas de Rambo y Harry el Sucio, el principio es el mismo: el orden, destruido por la violencia, se restaura a través de un ejercicio justo de mayor violencia. Pero luego está Jesús. El terrible desorden de la cruz (el asesinato del Hijo de Dios) se aborda no a través de una explosión de venganza divina sino a través de una radiación de amor divino. Cuando Cristo confronta a quienes contribuyeron a su muerte no pronuncia palabras de retribución sino de reconciliación y compasión.

 

 

Fidel de Sigmaringen, Santo

Memoria Litúrgica, 24 de abril

Por: n/a | Fuente: EWTN
Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano: San Fidel de Sigmaringen, presbítero y mártir, el cual, siendo abogado, decidió entrar en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, llevando una vida observante de vigilias y oraciones. Asiduo en la predicación de la Palabra de Dios, fue enviado a la región de Recia para consolidar la verdadera doctrina, y en Sevis, de Suiza, fue martirizado por los herejes a causa de la fe católica († 1622).

Etimológicamente: Fidel = Aquel que es digno de confianza, es de origen latino.

Braeve Biografía


Nació en Sigmaringen, Alemania, en 1577.

Tenía una inteligencia muy vivaz y fue enviado a estudiar a la Universidad de Friburgo, donde obtuvo doctorado en ambos derechos, y luego llegó a ser profesor muy estimado de filosofía y letras. Durante seis años fue encargado de la educación de varios jóvenes de las familias principales de Suabia (Alemania), a los cuales llevó por varios países de Europa para que conocieran la cultura y el modo de ser de las diversas naciones. Sus alumnos se quedaban admirados del continuo buen ejemplo de su profesor en el cual no podían encontrar ni una palabra ni un acto que no fueran de buen ejemplo. Lo que los otros gastaban en cucherías él lo gastaba en dar limosnas.

Como abogado, Fidel se dedicó a defender gratuitamente a los pobres que no tenían con qué costearse un defensor. Su generosidad era tan grande que la gente lo llamaba «El abogado de los pobres». Ya desde muy joven renunciaba a conseguir y estrenar trajes nuevos y el dinero que con eso ahorraba lo repartía entre las gentes más necesitadas. Jamás en su vida de estudiante ni en sus años de profesional tomó licor, ni nadie lo vio en reuniones mundanas o que ofrecieran peligro para la virtud. Sus compañeros de abogacía se admiraban de que este sabio doctor nunca empleaba palabras ofensivas en los pleitos que sostenía (y sus contrarios sí las usaban y muy terribles).


 

Un día el abogado contrario a un pleito, le ofreció en secreto una gran cantidad de dinero, con tal de que arreglaran los dos en privado y se le diera la victoria al rico que había cometido la injusticia. Fidel se quedó aterrado al constatar lo fácil que es para un abogado el prestarse a trampas y vender su alma a Satanás por unas monedas como lo hizo Judas. Y dispuso dejar la abogacía y entrar de religioso capuchino. Tenía 35 años.

Dividió sus importantes riquezas en dos partes: la mitad la repartió a los pobres, y la otra mitad la dio al Sr. Obispo para que hiciera un fondo para costear los estudios a seminaristas pobres.

Con razón le pusieron después esta leyenda debajo de su retrato:

¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino.
Mucho le costó ser capuchino
y morir después martirizado.

Habiendo sido tan rico y tan lleno de comodidades se fue a vivir como el más humilde y pobre fraile capuchino. Le pedía constantemente a Dios que lo librara de la tibieza (ese vicio que lo hace a uno vivir sin fervor, ni frío ni caliente, descuidado en sus deberes religiosos y flojo para hacer obras buenas) y le suplicaba a Nuestro Señor que no lo dejara perder el tiempo en inutilidades y que lo empleara hasta lo máximo en propagar el Reino de Dios. Le gustaba repetir la famosa frase de San Bernardo: «Sería una vergüenza que habiendo sido coronado de espinas mi Capitán Jesucristo, en cambio yo que soy su soldado, viviera entre comodidades y sin hacer sacrificios».

En Friburgo consiguió la conversión de muchos protestantes. Y la gente se quedó admirada cuando llegó la peste del cólera, pues se dedicaba de día y de noche a asistir gratuitamente a todos los enfermos que podía. Su austeridad o dominio de sí mismo, era impresionante. Su fervor en la oración y en la Santa Misa conmovían a los que lo acompañaban. Las gentes veían en su persona a una superioridad interior que les impresionaba. Su predicación conseguía grandes frutos porque era sencilla, clara, fácil, práctica, suave y amable, pero acompañada por la unción o fuerza de conmover que proviene de quien antes de predicar reza mucho por sus oyentes y después de la predicación sigue orando por ellos. Era tal el atractivo de sus sermones que hasta los mismos herejes iban a escucharlo. Pero este atractivo fue el que llenó de envidia y rabia a sus opositores y los llevó a escogerlo a él, entre todos los compañeros de misión, para martirizarlo.

 

 

Hay algo que a los santos les falla de manera impresionante, es la «prudencia simplemente humana», ese andar haciendo cálculos para no excederse en desgastarse por el Reino de Dios. Los santos no se miden. Ellos se enamoran de Cristo y de su religión y no andan dedicándose a darse a cuenta gotas, sino que se entregan totalmente a la misión que Dios les ha confiado. Y esto le sucedió a Fidel. Cada poco le llegaban tarjetas como esta: «Recuerde que está predicando en tierras donde hay muchos protestantes, evangélicos, calvinistas y demás herejes. No hable tan claro en favor de la religión católica, si es que quiere seguir comiendo tranquilamente su sopa entre nosotros».

Pero él seguía incansable enseñando el Catecismo Católico y previniendo a sus oyentes contra el peligro de las sectas de evangélicos y demás protestantes. Tenía que prevenir a sus ovejas contra los lobos que acaban con las devociones católicas.

Al saber en Roma los grandes éxitos del padre Fidel que con sus predicaciones convertía a tantos protestantes, lo nombraron jefe de un grupo de misioneros que tenían que ir a predicar en Suiza, nido terrible de protestantes calvinistas. Lo enviaba la Sagrada Congregación para la Propagación de la fe.

 

En la ceremonia con la cual lo despedían solemnemente al empezar su viaje hacia Suiza, Fidel dijo en un sermón: «Presiento que voy a ser asesinado, pero si me matan, aceptaré con alegría la muerte por amor a Jesucristo y la consideraré como una enorme gracia y una preferencia de Nuestro Señor.

Pocos días antes de ser martirizado, al escribir una carta a su lejano superior, terminaba así su escrito: «Su amigo Fidel que muy pronto será pasto de gusanos».

Al llegar a Suiza empezó a oír rumores de que se planeaba asesinarlo porque los protestantes tenían gran temor de que muchos de sus adeptos se pasaran al catolicismo al oírlo predicar. Al escuchar estas noticias se preparó para la muerte pasando varias noches en oración ante el Santísimo Sacramento, y dedicando varias horas del día a orar, arrodillado ante un crucifijo. La santidad de su vida lo tenía ya bien preparado para ser martirizado.

El domingo 24 de abril, se levantó muy temprano, se confesó y después de rezar varios salmos se fue al templo de Seewis, donde un numeroso grupo de protestantes se había reunido con el pretexto de que querían escucharlo, pero con el fin de acabar con él. Al subir al sitio del predicador, encontró allí un papel que decía: «Este será su último sermón. Hoy predicará por última vez». Se armó de valor y empezó entusiasta su predicación. El tema de su sermón fue esta frase de San Pablo: «Una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo» (EF. 4,5) y explicó brillantemente cómo la verdadera fe es la que enseñan los católicos, y el único Señor es Jesucristo y que no hay varios bautismos como enseñan los protestantes que mandan rebautizar a la gente. Aquellos herejes temblaban de furia en su interior, y uno de los oyentes le disparó un tiro, pero equivocó la puntería. Fidel bajó del sitio desde donde predicaba y sintiendo que le llegaba el fin, se arrodilló por unos momentos ante una imagen de la Sma. Virgen. Quedó como en éxtasis por unos minutos, y luego salió por una pequeña puerta por la sacristía detrás del templo.

Los herejes lo siguieron a través del pueblo gritándole: «Renuncie a lo que dijo hoy en el sermón o lo matamos». El les respondió valientemente: «He venido para predicar la verdadera fe, y no para aceptar falsas creencias. Jamás renunciaré a la fe de mis antepasados católicos.» Aquel grupo de herejes, dirigidos por un pastor protestante, le gritaba: «O acepta nuestras ideas o lo matamos». El les contestó: «Ustedes verán lo que hacen. Yo me pongo en manos de Dios y bajo la protección de la Virgen Santísima. Pero piensen bien lo que van a hacer, no sea que después tengan que arrepentirse muy amargamente». Entonces lo atacaron con palos y machetes y lo derribaron por el suelo, entre un charco de sangre. Poco antes de morir alcanzó a decir: «Padre, perdónalos».

 

 

Era el 24 de abril del año 1622.

Dios demostró la santidad de su mártir, obrando maravillosos milagros junto a su sepulcro. Y el primer milagro fue que aquel pastor protestante que acompañaba a los asaltantes, se convirtió al catolicismo y dejó sus errores.

El Papa Benedicto XIV lo declaró santo en 1746.

San Fidel mártir: te encomendamos nuestros países tan plagados de ideas ajenas al Evangelio que le van quitando la devoción a nuestra gente y la van llevando al indiferentismo y a la herejía. Haz que a ejemplo tuyo se levanten por todas partes apóstoles Católicos valerosos y santos que prevengan al pueblo y no lo dejen caer en las garras de lobos que asaltan al verdadero rebaño del Señor.

Si el grano de trigo cae a tierra y muere, produce mucho fruto. (Jesucristo).

 

 

¡Es real!

Santo Evangelio según San Lucas 24, 35-48.

 

 

Jueves de la octava de Pascua.
Por: Javier Castellanos, LC
Fuente: Somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Señor Jesús, abre nuestro entendimiento y explícanos las Escrituras. Haz que nuestro corazón arda mientras nos hablas.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48



Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: «No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo». Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?». Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos. Después les dijo: «Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos». Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: «Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto».



Palabra del Señor



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



¿Qué haríamos si en este mismo instante viéramos a Jesús delante de nosotros? Imaginémonos escuchar unos pasos cerca y, al levantar la cabeza, nos encontramos con el rostro que tanto ansiamos ver… Ésta fue la experiencia de los apóstoles en el cenáculo.



En esta oración tenemos a Cristo junto a nosotros. ¡Realmente! Hoy nos dirige las mismas palabras del Evangelio: «No teman, soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Soy yo en persona». No le vemos, porque quiere que le conozcamos por la fe: «¡Dichosos los que creen sin haber visto!» (Jn 20, 29).



 

 

Cristo trae la paz, pero antes tuvo que pasar por la cruz. Y, precisamente, gracias a la cruz lo tenemos más cerca que nunca. Porque la cruz que Él tomó era la nuestra, ese peso y ese sufrimiento que sentimos cada día; el trabajo y las pruebas de hoy mismo, esto es lo que Cristo lleva en sus llagas. Cada vez que tocamos nuestra cruz tocamos a Cristo. ¡Así de real es su compañía!



Más aún, Cristo está dentro de nosotros, y dentro de cada hermano y hermana a nuestro lado. La presencia de Jesús es tan real como la cara del prójimo, porque si alguien»no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20). Y nos pide encontrarlo ahí, en el amor auténtico hacia los demás y en la predicación de su Evangelio por medio de nuestro estilo de vida… Así de real tiene que ser nuestro amor a Él.



«A Dios no lo ha visto nadie jamás; pero si nos amamos unos a otros, Dios está entre nosotros y su amor ha llegado a su plenitud en nosotros» (1 Jn 4, 12).



 

«Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz. Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz».
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de abril de 2017).



Diálogo con Cristo



Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.



Propósito



Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.



Hoy buscaré amar con palabras y comentarios positivos hacia los demás.



 

 

Despedida



¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

¿Por qué la Iglesia católica tiene su centro en Roma?

La razón para que Roma sea el centro de la Iglesia católica tiene raíces históricas muy profundas que expondremos puntualmente para entenderlo con el corazón

 

 

Hay certeza de que, en la segunda mitad del siglo I d.c., ya había en Roma cristianos y judíos (Hch 28, 15. 17; Rm 1, 7) y lógicamente también en muchas partes del resto del imperio Romano.

Para dar un solo ejemplo, uno de los cristianos (y además judío) que vivía en Roma era Aquila (Rm 16,5) quien, con su mujer Priscila, salió expulsado de Roma y llegó a Corinto (Hch 18, 2).

Y a pesar de que había en Roma una fuerte hostilidad contra los cristianos, allí existía una comunidad muy viva aun en la clandestinidad.

Los apóstoles llegaron a Roma

El número de cristianos se incrementó en Roma gracias a la llegada de los apóstoles. La Biblia habla del hecho de que san Pablo fue enviado en misión a Roma por el mismísimo Jesús.

«A la noche siguiente se le apareció el Señor y le dijo: ‘¡Animo! Pues como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma'». (Hch 23,11).

Y san Pablo llegó a Roma en su cuarto viaje (Hch 28, 14), muy posiblemente entre los años 61-62.

En cuanto a la presencia de san Pedro en Roma hay, como en el caso de san Pablo, entre otras fuentes, fuentes bíblicas y patrísticas.

Hacia la década de los años 60, envían preso a san Pablo a Roma, desde donde escribe la carta a los Colosenses.

En esta carta, san Pablo menciona que san Marcos estaba con él (en Roma) (Col 4, 10). San Pedro escribe su carta desde el lugar donde estaba san Marcos (1 P 5, 13), y sobre su ubicación, él se refiere a la llamada “Babilonia” (los cristianos primitivos se referían a la Roma pagana simbólicamente como Babilonia).

«Os saluda la (Iglesia) que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos»
(1 Pe 5, 13)

Otros testimonios escritos

Además de los textos bíblicos hay también testimonios escritos que dejaron aquellos cristianos que estuvieron en contacto directo o indirecto con los apóstoles; son testigos indiscutibles de la época.

Si alguien puede saber de la actividad apostólica posterior a la resurrección de Cristo, son ellos, los padres de la Iglesia: entre otros san Clemente romano, san Ignacio de Antioquía, san Ireneo de Lyon, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Eusebio de Cesarea.

Y son precisamente ellos quienes unánimemente dan testimonio del ministerio de san Pedro en Roma y de su posterior muerte junto con san Pablo en la persecución de Nerón. Ellos murieron entre los años 65 y 67.

El primado y Roma

 

 

La presencia de san Pedro en Roma consolidó, pues, la fe de los demás cristianos, gracias al primado que le había otorgado Cristo (Lc 22, 31-32; Jn 21, 15-19; Mt 16, 18).

¿Qué quiere decir el primado? Que los otros obispos tienen que estar en comunión con el Obispo de Roma, el Papa.

Y en torno a él se fue consolidando la Iglesia en Roma, capital del impero romano, y en consecuencia “capital” del mundo conocido allí.

No es de extrañar por tanto que Roma también se convirtiera en la “capital” de la Iglesia. Desde allí se fue expandiendo a través de la historia por el resto del mundo, hasta hoy.

Vayan por todo el mundo

Y ello obedeciendo a la invitación de Cristo a sus seguidores de ir por todo el mundo a predicar la buena nueva (Mt 28, 19; Mc 16,15). Y es por esto que, después de Pentecostés, los apóstoles parten a «conquistar» el mundo.

Y los apóstoles saliendo a misión, ¿con qué se encuentran? Se encuentran con una sociedad bien estructurada y unificada; un imperio compacto y organizado.

Y es en ese imperio donde se establece el cristianismo; y es de él que la Iglesia adopta su “forma” o “fisonomía” terrenal: la organización, la estructura, el derecho, la lengua, etc..

Si el mundo occidental, en el origen del cristianismo, hubiera sido una multiplicidad de pueblos y gobiernos totalmente divergentes, autónomos y hasta antagónicos, la difusión del mensaje de Jesús a través de su Iglesia hubiera tenido más de un obstáculo.

La sangre de los mártires

 

 

Desde Pentecostés la sede de la Iglesia naciente empieza a desplazarse de Jerusalén a Roma.

Según la tradición, san Pedro apóstol fue siete años obispo de Antioquía. Luego viajó a Jerusalén, donde fue preso. Y al ser luego liberado de la cárcel, en el año 42, se dirigió a la capital del imperio romano, y se puso al frente de aquella comunidad cristiana.

Y Roma es también la misma capital o cuna de la Iglesia porque, como ya se ha dicho anteriormente, también es la ciudad en la cual murieron mártires san Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia; ciudad que fue fecundada con la sangre de tantos mártires.

Y recordemos que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano), y de nuevos santos. Los santos que desde Roma se fueron expandiendo y haciendo más numerosos.

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El deseo de Dios

Es pues claro el deseo de Dios que el mensaje del Evangelio llegara a la capital del imperio Romano, poniendo allí las bases de su Iglesia universal.

Una de las mejores expresiones que hablan de la relación tan estrecha entre san Pedro y la Iglesia es la que nos legó san Ambrosio, Doctor de la Iglesia y obispo de Milán: «Ubi Petrus ibi ecclesia; ubi ecclesiaibi nulla mors sed vita aeterna»; dicho de otra manera: «Donde está Pedro, está la Iglesia; donde está la Iglesia, allí no hay muerte alguna sino vida eterna».

San Ignacio de Antioquía lo confirma en su carta escrita en el año 110 a los cristianos de Esmirna, donde dice: «Donde está el obispo está la comunidad, así como donde está Cristo Jesús está la Iglesia católica». Esto nos indica además, que la Iglesia está unida como cuerpo místico de Cristo a su cabeza.
Por consiguiente tanto en vida como en la muerte san Pedro es la piedra donde Cristo ha querido edificar, consolidar y fortalecer su Iglesia.

La Santa Sede romana

 

 

Es por esto que sobre su tumba el emperador Constantino construyó, en el siglo IV y en la colina Vaticana, una basílica en su honor, lugar que posteriormente da origen a la sede de la Iglesia, la Santa Sede.

Y por esto Roma es considerada como la sede episcopal de san Pedro; por consiguiente el Papa es el obispo de Roma.

Desde entonces Roma ha sido la cuna de la Iglesia. Y a esta Iglesia se le dice “romana” porque Pedro eligió la ciudad de Roma como sede apostólica; y los católicos que viven en cualquier rincón del mundo están directamente ligados a ella.

La Iglesia primitiva fue muy perseguida. Y, particularmente bajo el emperador Diocleciano (245-316), se intensificó la persecución cristiana.

Pero la política anticristiana de Diocleciano fracasó. Esa política fue sustituida por la de su sucesor, el emperador Constantino (285-337), quien participó en el concilio de Nicea del año 325.

Madre y cabeza

Cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo edificó o regaló a la Iglesia varias edificaciones, entre ellas la Basílica de San Juan de Letrán -la catedral de Roma- y el palacio de Letrán que luego será la sede de la diócesis de Roma, cuyo obispo es el Papa.

Quienes visitan la basílica de San Juan de Letrán verán, en la fachada de la misma, la inscripción: “Omnium Urbis et Orbis Ecclesiarum Mater et Caput”; es decir: “De todas las Iglesias de la Ciudad y del Orbe es Madre y Cabeza”.

La Iglesia (la diócesis) de Roma es pues la madre y la cabeza (eje y fundamento) de todas las diócesis sufragáneas y de las demás diócesis del mundo entero.

Cristianismo, religión del Imperio Romano

Y a principios del año 380, el cristianismo se convirtió en la religión exclusiva del Imperio Romano por un decreto del emperador Teodosio, lo que tuvo trascendentales consecuencias a favor de la Iglesia.

Tras la caída del Imperio Romano, lo que quedaba del Imperio de Occidente fue llevado a Ravena, y la capital del Imperio de Oriente fue trasladada a Constantinopla.

Roma perdió su poder quedando como única autoridad el Papa, que consolidó su influencia no solo sobre la Iglesia sino también sobre el mundo.

Por tanto la presencia de los sucesores de San Pedro (los papas) fue, desde Roma, ganando espacio, fuerza y autoridad.

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