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Una oración por los niños enfermos a santa Clara de Asís

“Santa Clara ruega por nosotros y por todos los niños que sufren en el mundo. Que reciban tu divina bendición y protección todos los días de su vida”

 

 

Santa Clara, Dios te ha dado Tener un hijo enfermo que sufre es algo muy difícil de asimilar, y más si lo afecta una enfermedad incurable.

Es muy doloroso para un padre, para una madre, aceptar que podría dejarlos antes de la propia “partida”.

Ya desde que cada niño es acogido en el vientre de su madre, sus padres se hacen miles de ilusiones sobre su futuro.

Es por ello que notan el alma romperse a pedazos, sienten que no podrán con tanto dolor y vienen espontáneas las preguntas: ¿Por qué la vida es tan cruel? ¿Por qué a mi niño/a?

Pero cada uno tiene su propia misión en el mundo, en esta vida, una misión que nos ha encomendado Nuestro Padre.

 

 

Cuando hemos cumplido esa misión, volvemos a Él, el “Dador de Vida”, tanto terrenal como eterna.

Hoy pedimos a santa Clara de Asís por todos los niños enfermos, por los que sufren, por sus padres, hermanos, y por todos los que están a su lado:

Oh gloriosa el poder de hacer milagros continuamente y la gracia de responder a las oraciones que invocan tu ayuda en la desgracia, la ansiedad, la angustia y la enfermedad. Te suplico, obtén de Jesús, por María, su Santísima Madre, lo que te pido con tanto fervor y esperanza, para el bien de nuestras almas. Santa Clara ruega por nosotros y por todos los niños que sufren en el mundo. Que reciban tu divina bendición y protección todos los días de su vida, que su sufrimiento cese para siempre. Amén

 

 

En el Evangelio de hoy Jesús nos muestra la autoridad que posee sobre la naturaleza caminando sobre el mar. El agua es, a lo largo de las Escrituras, un símbolo de peligro y caos. Al principio de los tiempos, cuando todo carecía de forma, el Espíritu del Señor se cernía sobre la superficie de las aguas. Esto nos indica el señorío de Dios sobre los poderes de las tinieblas y el desorden. 

En el Antiguo Testamento, los israelitas escapan de Egipto y se enfrentan a las aguas del Mar Rojo. A través de la oración de Moisés, pueden caminar en medio de las olas. 

Ahora, en el Nuevo Testamento, podemos encontrar este mismo simbolismo. En los cuatro evangelios, hay una versión de esta historia donde Jesús domina las olas. El barco, con Pedro y los otros discípulos, evoca a la Iglesia, que son los seguidores de Jesús. Se mueve a través de las aguas, como la Iglesia se moverá a través del tiempo. 

Inevitablemente surgirán todo tipo de tormentas: caos, corrupción, estupidez, peligro, persecución. Pero Jesús viene caminando sobre el mar. Esto tiene como propósito afirmar su divinidad pues, así como el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas al principio de los tiempos, así Jesús se cierne sobre ellas ahora.

Durante la travesía nocturna del lago, la barca de los discípulos se queda bloqueada por una repentina tormenta de viento. Esto es habitual, en el lago. A un cierto punto, vieron a alguien que caminaba sobre las aguas que iba hacia ellos. Se turbaron pensando que era un fantasma y gritaron por el miedo. (…) En los momentos oscuros, en los momentos de tristeza, Él sabe bien que nuestra fe es pobre —todos nosotros somos gente de poca fe, todos nosotros, yo también, todos— y que nuestro camino puede ser perturbado, bloqueado por fuerzas adversas.

 

 

¡Pero Él es el Resucitado! No olvidemos esto: Él es el Señor que ha atravesado la muerte para ponernos a salvo. Incluso antes de que nosotros empecemos a buscarlo, Él está presente junto a nosotros. Y levantándonos de nuestras caídas, nos hace crecer en la fe. Quizá nosotros, en la oscuridad, gritamos: “¡Señor! ¡Señor!”, pensando que está lejos. Y Él dice: “¡Estoy aquí!”. ¡Ah, estaba conmigo! Así es el Señor. La barca a merced de la tormenta es la imagen de la Iglesia, que en todas las épocas encuentra vientos contrarios, a veces pruebas muy duras: pensemos en ciertas persecuciones largas y amargas del siglo pasado, y también hoy, en algunas partes. En esas situaciones, puede tener la tentación de pensar que Dios la ha abandonado. Pero en realidad es precisamente en esos momentos que resplandece más el testimonio de la fe, el testimonio del amor, el testimonio de la esperanza. Es la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia que dona la gracia del testimonio hasta el martirio, del que brotan nuevos cristianos y frutos de reconciliación y de paz por el mundo entero. (Ángelus, 9 de agosto de 2020)

 

 

Martín I, Santo

Papa y Mártir, 13 de abril
Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net

LXXIV Papa y Mártir

 

Martirologio Romano: San Martín I, papa y mártir, que tras condenar la herejía de los monotelitas en el Concilio de Letrán, por orden del emperador Constante II fue arrancado de su sede por el exarca Calíopa, que entró por la fuerza en la Basílica de Letrán, y lo envió a Constantinopla, donde primero quedó encerrado en una dura mazmorra bajo estrecha vigilancia y después fue desterrado al Quersoneso, lugar en el que, pasados unos dos años, concluyeron sus tribulaciones y alcanzó la corona eterna. († 656)

Breve Biografía


Oriundo de Todi y diácono de la Iglesia romana, Martín fue elegido Papa para suceder al Papa Teodoro, muerto el 13 de mayo del 649. Inmediatamente demostró mucha firmeza en la conducción de la Iglesia. En efecto, no pidió ni esperó el consentimiento para su elección por parte del emperador Constante II que un año antes había promulgado el Tipo, un documento en defensa de la tesis herética de los monotelitas. Para acabar con la difusión de esta herejía, a los tres meses de su elección, el Papa Martín convocó en la basílica lateranense un gran concilio, al que fueron invitados todos los obispos de Occidente.

La condena de todos los escritos monotelitas, decretada en las cinco solemnes sesiones conciliares, suscitó la furiosa reacción de la corte bizantina. El emperador ordenó al exarca de Rávena, Olimpio, que fuera a Roma y arrestara al Papa. Olimpio no sólo se propuso cumplir las órdenes imperiales, sino que trató de asesinar al Papa por medio de un sicario durante la celebración de la misa en Santa María Mayor.



En el momento de recibir la Hostia de manos del Pontífice, el vil sicario sacó el puñal, pero en ese momento quedó repentinamente ciego.



Probablemente este hecho convenció a Olimpio de cambiar de actitud y a reconciliarse con el santo Pontífice y a proyectar una lucha armada contra Constantinopla. En el 653, muerto Olimpio de peste, el emperador pudo llevar a cabo su venganza, haciendo arrestar al Papa por medio del nuevo exarca de Rávena, Teodoro Caliopa.



Martín, acusado de haberse apoderado ilegalmente del alto cargo pontificio y de haber tramado con Olimpio contra Constantinopla, fue llevado por mar a la ciudad del Bósforo. El largo viaje, que duró quince meses, fue el comienzo de un cruel martirio. Durante las numerosas escalas no se permitió a ninguno de los fieles que salieron a saludar al Papa que se acercaran a él. Al prisionero no se le daba ni siquiera el agua para bañarse. El 17 de septiembre del 654 llegó a Constantinopla, fue colocado en una camilla y expuesto durante todo un día a los insultos del pueblo, y después lo encerraron durante tres meses en la cárcel Prandiaria. Después comenzó un largo y extenuante proceso, durante el cual fueron tales las sedicias que le hicieron murmurar al imputado: “Hagan de mí lo que quieran; cualquier clase de muerte será un bien para mí”.



Degradado públicamente, desnudo y expuesto a los rigores del frío, encadenado, fue encerrado en la celda reservada a los condenados a muerte. El 26 de marzo del 655 lo hicieron partir secretamente para el destierro en Crimea. Sufrió el hambre y padeció en el abandono más absoluto durante cuatro meses más, hasta cuando la muerte le llegó, agotado en el cuerpo pero no en la voluntad, el 16 de septiembre del 655.



Monotelismo: Es una herejía en la que se aceptaba las dos naturalezas de Jesús, pero tan sólo una voluntad: la divina.


 

 

Juan 24

Del Evangelio de San Juan, una de las grandes apariciones de la Resurrección.

 

Y esta semana, en el tercer domingo de Pascua, tenemos un gran pasaje del magnífico capítulo veinticuatro de Lucas. Aquel que incluye el relato del camino a Emaús. Se lo ha llamado la obra maestra dentro de la obra maestra. El capítulo 24 es incomparablemente rico. Y la historia para hoy comienza con los dos discípulos, que han encontrado al Señor y lo descubren al partir el pan, ahora han emprendido el regreso a Jerusalén, y encuentran a los once, y les cuentan esta gran noticia. Y luego, escuchen:

“Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’”. Vimos esto la semana pasada, ¿cierto? El Cristo resucitado se aparece siempre a su manera. En sus términos. Tenemos que evitar la tentación de Tomás: “A menos que vea, a menos que verifique, a menos que las cosas sucedan en mis términos”. Bueno, esa no es la actitud correcta de la fe. Eso es intentar manipular la experiencia. No, no. El Cristo resucitado siempre llega como una gracia en sus términos. “Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: ‘… ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona’”. Está de nuevo el tema que vimos la semana anterior. Jesús dice, “Shalom”. Pero también muestra sus heridas. No olviden lo que ha hecho el pecado del mundo. No se olviden la resistencia a Cristo. Pero esa resistencia es superada por una shalom del Señor aún más grande.

 

Escuchen ahora como lo acentúa: “Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Ahora, lo que quiero hacer es hacer una pausa aquí porque tal como mencioné la semana pasada cuando hablé de la Resurrección, estamos refiriéndonos al tema central de la fe Cristiana, el quicio sobre el que gira toda el Cristianismo. Por lo tanto comprender de lo que estamos hablando aquí es excepcionalmente importante. Regresemos a ese tiempo y lugar. Regresemos al Mediterráneo oriental, siglo primero. Había un montón de perspectivas dando vueltas sobre lo que nos sucede cuando morimos. Permanezcamos primero en un contexto judío. Existen muchísimos textos en el Antiguo Testamento, y esto se convirtió en la perspectiva estándar para muchos judíos, que cuando morimos, morimos. Simplemente regresamos al polvo de la tierra. Polvo eres y en polvo te convertirás. Piensen en el salmista, que dice, “Señor, ¿Acaso el polvo te alabará?”.

Está diciendo, “Mira, mantenme vivo. Ahora que estoy vivo puedo alabarte, pero una vez que muera, regresaré al polvo”. En esta perspectiva está esta vida y listo. Eso es todo lo que hay. Morimos y morimos como cualquier otro animal. Otra perspectiva dentro del contexto judío, pueden verla mucho en los textos del Antiguo Testamento, es que el muerto va a un lugar sombrío llamado Sheol. Nadie quiere ir al Sheol. Nadie ansía por él. No es un lugar de plenitud y paz. Es una especie de vida media sombría. Un poco aquí, si miran las historias y mitos griegos, lean la “Ilíada” y la “Odisea”. Cuando los grandes héroes realizan su obra aquí en la tierra, bueno, eso es cuando están bajo la luz brillante del sol y la gente puede ver lo que hacen y los puede elogiar. Cuando mueren, van a un sitio similar que es una especie de sombrío inframundo.

 

Siguen estando por allí, pero no están en la brillante luz de la fama. No están viviendo la vida en su sentido pleno. Esa idea entonces estaba dando vueltas en la época de Jesús. Una tercera perspectiva, pueden verla por ejemplo en los Fariseos. Los saduceos decían, “No, no, cuando mueres, ya está. Simplemente vuelves al suelo y eso es todo”. Pero los Fariseos decían, “No, no, creemos en la resurrección de los justos al final de los tiempos”. La idea aquí es que la gente muere y luego eventualmente, al final de la era, al final de los tiempos, los muertos justos regresarán a la vida. Esa visión también era considerada en tiempos de Jesús. Y luego ampliemos el prisma. Miren al mundo griego y al romano. Al leer los textos de Platón encuentran una visión que, me resulta interesante, es muy común todavía hoy.

De hecho, pienso que incluso muchos Cristianos, si raspan la superficie de su creencia, aparecerá alguna idea del tipo griego.

Que es esta: el alma, el espíritu, está como enterrada en el cuerpo. Platón dice que está prisionera. Y el objetivo final de la vida filosófica y la vida espiritual es efectuar una especie de escape de prisión. El alma puede escapar al fin de las restricciones del cuerpo y luego puede vivir en este reino puramente espiritual. Tal como digo, pienso que mucha gente que incluso cree en la Biblia piensa en el cielo de esa manera, que de algún modo he dejado el cuerpo detrás y ahora mi alma continúa. Pueden ver eso en la mitología romana, e incluso en la vida pública romana, existía una visión en que algunos grandes héroes, como los generales y los emperadores, luego de morir, subirían al reino celestial, vivirían con los dioses del monte Olimpo. Existe una historia famosa del Emperador Vespasiano, que en su lecho de agonía siente que viene la muerte. Y le dice a una de las personas, “Bueno, pienso que me estoy convirtiendo en un dios”. Esa era entonces la perspectiva romana, similar a la griega, que luego de la muerte, el alma escapa del cuerpo. Ahora, esto es lo interesante, y quiero que escuchen atentamente porque esta es una idea clave. Si Cristo no resucitó, todavía permanecemos en nuestro pecado. Si Cristo no resucitó, somos las personas más despreciables. Esta es por tanto la idea clave del Cristianismo. Noten, por favor, que ninguna de estas cosas que he estado describiendo se muestra aquí. Así que claramente no decimos que Jesús murió y luego simplemente regresó al polvo de la tierra.

No, claramente no. Están hablando de Jesús resucitado de la muerte. No están hablando para nada del Sheol. No están diciendo “Oh, sí, Jesús murió y fue al Sheol. Y tal vez su fantasma regresó del Sheol”. Recuerden aquella historia, está en 2 Samuel, sobre la bruja de Endor que llamó al fantasma del profeta Samuel, lo llamó del Sheol. Esta es la razón exacta por la cual en la historia piensan que estaban viendo un fantasma. Están actuando bajo esa perspectiva, como si “Oh, tal vez este es un fantasma que ascendió del Sheol”. Pero eso no es lo que se describe. Ni tampoco hablamos de “Oh, sí, cuando todos los muertos justos vuelvan a la vida al final de los tiempos”. Este no es el final de los tiempos, esto es en la mitad del tiempo.

Esto les sucedió alrededor del año 30 DC. Sucedió en este lugar identificable. Claramente no se refieren al alma de Jesús escapando de su cuerpo y elevándose al cielo. No hablan de que Jesús se convirtiera en un dios como Vespasiano, el emperador romano. ¿Ven el punto? No se ofrece aquí ninguna de las formas de comprensión típicas de la vida después de la muerte. ¿Qué están diciendo? Este Jesús, que ellos conocían, este Cristo particular, a quien vieron crucificado –y como saben, existe esta vieja teoría que se remonta al siglo XIX de que tal vez no murió realmente en la cruz, solo se desvaneció. ¡Por favor! Los romanos eran expertos en ejecutar personas. Y este no es alguien que aparece tambaleante ante ellos apenas vivo. No, no. Este Jesús que vieron crucificado se les aparece vivo. ¿Un fantasma del Sheol? No. Él lo dice. ¿Acaso un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo? “‘Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos’. Y les mostró las manos y los pies”. No estamos hablando de cierta presencia fantasmagórica o allí arriba en algún lugar del cielo. No, no. Este es el Jesús que ellos conocían. Y luego adoro este detalle porque es gracioso. “Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría”, una frase hermosa, ¿cierto? Estaban tan alegres que apenas podían creerlo. Y les dice, “¿Tienen aquí algo de comer?”. Para destacar el hecho. Y luego le dieron, escuchamos, un trozo de pescado asado y se puso a comer delante de ellos. Recuerdan esa frase de los Hechos de los Apóstoles, cuando San Pedro dice, “nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos”. Esa frase siempre me conmueve por que es tan visceral, es tan real.

 

 

Nosotros que nos sentamos y comimos y bebimos con él. Este es alguien que aparece vivo nuevamente en su cuerpo. Les advierto, ¿igual que cualquier otro? Bueno, claramente no. Porque mientras estaban hablando entre ellos, Jesús aparece de repente en medio de ellos. En el camino a Emaús, allí está con ellos, y luego él desaparece. ¿Hay algo extraño y evasivo en esta aparición? Sí. Qué fascinante, también, que muy a menudo en estos relatos, no están seguros que es Jesús. ¿Lo recuerdan? Y piensan que a menos que esto les haya sucedido realmente, habrían borrado eso de su relato. No habrían hablado sobre eso. Pienso que ese es un recuerdo muy vívido el que se haya transfigurado. Incluso cuando se les aparece realmente en su cuerpo, todavía está tan transfigurado que les llevó un rato comprender.

 

Piensen en la historia de la Transfiguración. Es Jesús, sí, el Jesús que ellos conocían, pero ahora metamorfoseado, ahora elevado, ahora convirtiéndose deslumbrantemente blanco. Está en el horizonte de sucesos, si pudiera expresarlo así. Está en el horizonte de sucesos entre este mundo y el mundo por venir. Y esto nos da, creo, un sentido sagaz de lo que es nuestra esperanza. La esperanza Cristiana no es, “Ey, vivo en este mundo y eso es todo lo que tengo”. No, no, no, no, no. Anhelamos por este cumplimiento en el cielo. La esperanza Cristiana no es “Desciendo a sombrío Sheol”. No, no. Que llego a la plenitud de una vida transfigurada, sí, en mi cuerpo, pero ahora elevado y representado luminoso y perfecto. No escapando del cuerpo y ascendiendo a cierto reino espiritual. No. Esperamos, acaso no lo decimos, la resurrección de la muerte, esperamos la resurrección del cuerpo. Es el vocabulario de nuestro credo. No el escape del alma del cuerpo. No, la elevación y transfiguración del cuerpo. Piensen en esto. Regresen al comienzo de la Biblia, y tenemos a Dios creando todo el orden material con toda su belleza y su complejidad diversa. ¿Piensan que Dios solo quiere que todo esto simplemente se esfume? ¿Ha realizado todo eso y no vale nada? ¿La idea es escapar de todo eso? No, no. “Estoy creando un nuevo cielo y una nueva tierra”. Dios quiere renovar toda la creación. Quiere renovar e orden material. Todo esto implícito y contenido en esta idea de la resurrección. San Pablo habla del cuerpo espiritual. Esa es su forma de expresar simbólicamente esta realidad paradojal. Pablo, les recuerdo, que lo vio, Pablo, que era enemigo de la fe, persiguiéndola y luego toda su vida cambió porque se encontró con él. Lo encontró en el camino a Damasco. De esto estamos hablando, de este Jesús, en su cuerpo, dando testimonio de sus heridas, comiendo y bebiendo frente a ellos, y transfigurado y elevado a un estadío más elevado. Esto es lo que celebramos durante este tiempo de Pascua. Saben, cerraré con esto. Pienso que una manera de movernos espiritualmente a través del tiempo de Pascua es cultivar su capacidad de sorpresa. Lo que Dios tiene preparado para nosotros, no es nada, no es regresar al polvo de la tierra. No es el alma que deja atrás el cuerpo. No, no. “Ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman”. Cultiven su capacidad de sorprenderse. Cultiven su capacidad de imaginar un cuerpo espiritual. Eso está en el corazón de la esperanza Cristiana. Eso está en el corazón de nuestro tiempo de Pascua. Y Dios los bendiga.