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JUAN 6, 16-21

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos muestra la autoridad que posee sobre la naturaleza cuando camina sobre el mar. El agua es, a lo largo de las Escrituras, un símbolo de peligro y caos. Al principio de los tiempos, cuando todo carecía de forma, el Espíritu del Señor se cernía sobre la superficie de las aguas. Esto nos indica el señorío de Dios sobre los poderes de las tinieblas y el desorden.

En el Antiguo Testamento, los israelitas escaparon de Egipto y se enfrentaron a las aguas del Mar Rojo. A través de la oración de Moisés, pueden caminar en medio de las olas.

Ahora, en el Nuevo Testamento, podemos encontrar este mismo simbolismo. En los cuatro evangelios, hay una versión de esta historia donde Jesús domina las olas. El barco, con Pedro y los otros discípulos, evoca a la Iglesia, que son los seguidores de Jesús. Se mueve a través de las aguas, como la Iglesia se moverá a través de los tiempos.

Inevitablemente surgirán todo tipo de tormentas: caos, corrupción, estupidez, peligro, persecución. Pero Jesús viene caminando sobre el mar. Esto tiene como propósito afirmar Su divinidad pues, así como el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas al principio de los tiempos, así Jesús se cierne sobre ellas ahora.

Guiados por el Espíritu. Comenta el libro de los HECHOS: “Al crecer el número de los discípulos…”. La comunidad en su desarrollo, congregó discípulos de distintas nacionalidades y lenguas y los Apóstoles no daban abasto para atender a todos. Ante la falta de atención a los más necesitados, se hace necesario convocar la asamblea y, puestos en oración, determinaron una distribución de tareas para atender adecuadamente a todos.

En todo el libro de los “Hechos” encontramos testimonios concretos de sinodalidad. en la Iglesia de los tiempos apostólicos. De ahí que el Papa en estos días nos haga una llamada urgente: “Escuchen al Espíritu Santo escuchándose unos a otros… No tengan miedo de entrar en diálogo y déjense convencer por el diálogo”. Y dice: “Será bueno para toda la Iglesia…”.

El proceso sinodal arranca del descontento de parte de la comunidad que los Doce atienden. Tenemos que caminar juntos. La Palabra de Dios camina con nosotros. Todos somos protagonistas, nadie puede considerarse mero espectador. Los ministerios en la Iglesia han de ser, como al principio, auténticos servicios. Y la autoridad, hoy como entonces, ha de surgir de escuchar la voz de Dios y la de todos creyentes.

Soy yo, no temáis

Tras la multiplicación de los panes y la “huida” de Jesús cuando le querían hacer rey porque lo quieren hacer rey, Jesús se retiró a la montaña, Él solo. Solo, sin ningún apoyo en el poder, como vive la totalidad de las personas.

Mientras tanto, los discípulos atraviesan el lago. Están en medio de la oscuridad de una noche tempestuosa y en medio de las olas. Ellos también se encuentran solos. Eso es lo que ellos se imaginan. Porque, durante la travesía, el Señor se acerca a la barca. Soy yo, no temáis.También la escena del evangelio se reflejará alguna vez, no solo en nuestra vida personal, sino en la de la comunidad: la barca puede ser símbolo de nuestra vida o también de la comunidad eclesial.

Como Jesús, tampoco sus discípulos podrán apoyarse en ningún poder político. Su Mesías no se lo ha enseñado ni con sus palabras ni con su ejemplo. En cambio sí le ha dejado una promesa que vale mucho más que cualquier poder temporal: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.Es el mensaje que nos quiere recordar este pasaje que acabamos de leer, leído en este tiempo de Pascua. Al empezar cada día, en la calma o en medio de la tempestad, recordemos siempre que el Señor resucitado está con nosotros. Éste es el sentido profundo de la Eucaristía a la que asistimos.

 

 

El Evangelio de hoy nos recuerda que la fe en el Señor y en su palabra no abre un camino en el que todo es fácil y tranquilo; no nos rescata de las tormentas de la vida. La fe nos da la seguridad de una Presencia, la presencia de Jesús que nos impulsa a superar las tormentas existenciales, la certeza de una mano que nos agarra para ayudarnos a afrontar las dificultades, mostrándonos el camino incluso cuando está oscuro. La fe, en definitiva, no es una vía de escape a los problemas de la vida, sino que nos apoya en nuestro camino y le da sentido. Este episodio es una estupenda imagen de la realidad de la Iglesia de todos los tiempos: una barca que, a lo largo de la travesía, debe enfrentarse también a los vientos en contra y a las tormentas que amenazan con arrollarla. Lo que la salva no es el valor ni las cualidades de sus hombres: la garantía contra el naufragio es la fe en Cristo y en su palabra. (Ángelus, 13 de agosto de 2017)

 

 

Pío V, Santo

Memoria Litúrgica, 30 de abril

CCXXV Papa

Martirologio Romano:

San Pío V, papa, de la Orden de Predicadores, que, elevado a la sede de Pedro, se esforzó con gran piedad y tesón apostólico en poner en práctica los decretos del Concilio de Trento acerca del culto divino, la doctrina cristiana y la disciplina eclesiástica, promoviendo también la propagación de la fe. Se durmió en el Señor en Roma, el día primero del mes de mayo (1572).

Etimológicamente: Pío = Aquel que es piadoso, es de origen latino.

Breve Biografía

Se le recuerda principalmente como “el Papa de la victoria de Lepanto”, no porque fuera un hombre belicoso, sino porque con su autoridad y con su prestigio personal logró imponer una tregua en las discordias caseras de los Estados europeos y llevarlos a una “santa alianza” para detener la amenazadora avanzada de los turcos. El 7 de octubre la armada Cristiana obtuvo en las aguas de Lepanto una definitiva victoria contra la flota turca. Ese mismo día Pío V, que no disponía de los rápidos medios de comunicación de hoy, ordenó que tocaran todas las campanas de Roma, invitando a los fieles a darle gracias a Dios por la victoria obtenida.

Michele Ghisleri elegido Papa en 1566 con el nombre de Pío V, nació en Bosco Marengo, Provincia de Alessandria (Italia) en 1504. A los 14 años entró a la Orden de los dominicos. Una vez ordenado sacerdote, atravesó todas las etapas de una carrera excepcional: profesor, prior del convento, superior provincial, inquisidor en Como y en Bérgamo, obispo de Sutri y Nepi, cardenal, grande inquisidor, obispo de Mondoví, y Papa.

Pío V fue sobre todo un gran reformador. Entre las reformas que promovió, siguiendo el concilio de Trento, recordamos la obligación de residencia para los obispos, la clausura de los religiosos, el celibato y la santidad de vida de los sacerdotes, las visitas pastorales de los obispos, el impulso a las misiones, la corrección de los libros litúrgicos, la censura de las publicaciones. La rígida disciplina que el santo Pontífice impuso a la Iglesia fue también norma constante de su vida. Vivía el ideal ascético del fraile mendicante.

Condescendiente con los humildes, paterno con la gente sencilla, pero sumamente severo con cuantos comprometían la unidad de la Iglesia, no dudó en excomulgar y decretar la destitución de la reina de Inglaterra, Isabel I, a sabiendas de las consecuencias trágicas que esto acarrearía a los católicos ingleses.

Pío V murió el 1 de mayo de 1572, a los 68 años de edad. Fue canonizado 22 de mayo de 1712 por el Papa Clemente XI.

 

 

Una pequeña barca en la tormenta

Santo Evangelio según san Juan 6, 16-21. Sábado II de Pascua

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

«Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava (…) porque ha hecho en mi favor cosas grandes el poderoso». Con María quiero alabarte, Señor. Todo lo que tengo y todo lo que soy te lo debo a ti y por eso vengo a agradecerte y te bendigo con todo mi corazón en este rato de oración.

 

 

Evangelio del día (para orientar tu meditación)

Del santo Evangelio según san Juan 6, 16-21

Al atardecer del día de la multiplicación de los panes, los discípulos de Jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm. Ya había caído la noche y Jesús todavía no los había alcanzado. Soplaba un viento fuerte y las aguas del lago se iban encrespando.

Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron. Pero él les dijo: “Soy yo, no tengan miedo”. Ellos quisieron recogerlo a bordo y rápidamente la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Pensemos en una pequeña barca, en la noche, en medio de una tormenta, con pescadores que remaban con todas sus fuerza, aun estando el viento en su contra. Y pensemos que vamos nosotros dentro. En ello va nuestra vida, en dejarnos llevar o en luchar. ¡Qué impotencia! Qué ganas tendríamos de hacer las cosas rápido y llegar al otro lado sin problemas y con un sol primaveral. Pero no, la vida del cristiano se caracteriza por dos cosas, la lucha y el dejarse llevar. Tal vez contradictorias pero no del todo.

Veamos a María. Su vida fue una muestra de estas dos actitudes. Por un lado la lucha. No me puedo imaginar a la Virgen indiferente, a una mujer que ante los problemas quedaba inmóvil. Más bien pienso que María ponía todo su esfuerzo en cumplir la voluntad de Dios, aunque a veces fuese difícil, e incluso el viento y la tormenta fuesen contrarias. Pienso, por ejemplo, en María yendo a Egipto, en la madrugada, con un pequeño entre sus brazos y sin comprender nada ¡Qué fortaleza! O al pie de la cruz, cuando todo era oscuro y no veía nada ¡Qué fidelidad y perseverancia!

Por otro lado, María se sabía pequeña y reconocía que era débil. Conocía su pequeña barca y por eso sabía ser dócil a la Voluntad de Dios. Sabía que no podía sola y que necesitaba del auxilio divino. Y Dios era su fortaleza, fue Él quien la sostuvo al pie de la cruz y quien la condujo en medio de la oscuridad. Fue Él quien la llevó a puerto y la sostuvo.

El cristiano no va solo. A veces puede pensar que rema a contra corriente y que, por más que luche, el mantenerse en el camino parece un reto imposible. Pero no es así. Si por un lado tenemos que poner todo lo que está de nuestra parte, tenemos que aprender a dejarnos llevar por Espíritu Santo que nos indica el camino que hay que seguir en medio de la noche. Si bien somos débiles, pequeños y frágiles es justo eso el testimonio del poder de Dios. Porque llevamos un «tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2 Corintios 4, 7).

«El gran anuncio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una íntima alegría y una esperanza invencibles. ¡Cristo ha verdaderamente resucitado! También hoy la Iglesia sigue haciendo resonar este anuncio gozoso: la alegría y la esperanza siguen reflejándose en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a quienes encontramos, especialmente a quien sufre, a quien está solo, a quien se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, los refugiados, los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de la luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso». (Homilía de S.S. Francisco, 10 de abril de 2016).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy, Señor, voy rezar un rosario con mi familia para agradecer tu ayuda a lo largo de este mes.

 

 

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

Sobre lo posible

Lo importante, entonces, es optar correctamente.

Lo imposible queda fuera del alcance de las opciones humanas. Lo posible, en cambio, aparece ante nosotros como algo realizable.

¿Cómo explicar lo posible? Como aquello que puede empezar a existir (si todavía no existe) o a ser de otra manera (si ya existe).

Es posible, por ejemplo, ahorrar dinero y mejorar el tráfico en una ciudad si uno usa menos el coche y más el autobús o el metro.

Es posible tener la habitación limpia si se dedica menos tiempo a internet y se ponen los medios para quitar polvo, manchas y telarañas.

Es posible mejorar las relaciones con un familiar o un compañero de trabajo si reflexionamos antes de hablar para escoger palabras adecuadas y acompañadas con cariño.

Es posible morir en paz con Dios y con los demás, si superamos actitudes negativas de odio, de egoísmo, de maldad. Un posible que puede llevar a un resultado maravilloso: el cielo.

Desde luego, en la lista de ejemplos aparecen también los negativos: es posible decir una tontería hiriente a una persona que genere un proceso de desconfianza y de tensiones.

La lista de acciones y resultados posibles es larguísima. Tanto que, a veces, al constatar que existen muchas posibilidades, no sabemos cuáles escoger primero, cuáles posponer, y cuáles excluir con firmeza.

La vida sigue su marcha, inexorable. El tiempo no se detiene. En cada momento escogemos, entre tantos posibles, unos. Según las opciones, queda menos tiempo para otras posibilidades.

Lo importante, entonces, es optar correctamente. No según gustos, ni presiones malsanas, ni miedos, ni intereses turbios. Solo tiene valor lo que se escoge desde el amor y para el amor.

Vuelvo a mirar ese futuro cercano o lejano que depende, en buena parte, de mis elecciones. Pido ayuda a Dios y consejo a personas prudentes para que escoja posibles valiosos.

Así el mundo (cercano o lejano: algunas opciones llegan a donde ni siquiera podemos imaginar) mejorará un poco y se abrirá al encuentro, definitivo, con el Dios que espera a sus hijos tras la frontera de la muerte.

 

Presentación en la Universidad Lumsa del libro «Contra la guerra»

Un texto que recoge palabras del Papa Francisco contra conflictos bélicos y a favor del diálogo.

 

“Hoy es necesaria una nueva Conferencia de Helsinki”. Las palabras del cardenal Pietro Parolin recordaron el histórico acontecimiento que en 1975 marcó un paso fundamental para detener la Guerra Fría, y lo planteó como forma de poner fin al horror del presente, es decir, al conflicto de Ucrania, que calificó como un verdadero «sacrilegio» que sigue perpetrándose en su recrudecimiento. La mañana de este viernes, en la Universidad Lumsa de Roma, el Secretario de Estado de la Santa Sede presentó el libro «Contra la guerra», publicado por las ediciones Solferino y LEV, que recoge los discursos y llamamientos del Papa contra la guerra y a favor del desarme y el diálogo. Junto al cardenal – en el encuentro moderado por Fiorenza Sarzanini, vicepresidenta del periódico Corriere della Sera – estuvieron el ex primer ministro Romano Prodi y el rector de la Lumsa, Francesco Bonini.

La tragedia de Ucrania

 

 

A partir de las páginas del libro -“leídas de un tirón”-, que subrayan la radicalidad del “no a la guerra” expresado por el Papa desde el inicio de su pontificado y aún más desde el pasado 24 de febrero, Parolin habló de un “esquema de paz” que se contrapone a la “espada de la guerra”. “Ante la tragedia que vemos que está ocurriendo en Ucrania, ante los miles de muertos, los civiles asesinados, las ciudades destruidas, los millones de refugiados -mujeres, ancianos y niños- obligados a abandonar sus hogares, no podemos reaccionar según lo que el Papa ha llamado el modelo de la guerra», aseveró.

El “espíritu” de Aldo Moro

En su discurso, que incluyó citas del Catecismo y de la Constitución italiana, el cardenal habló de un “espíritu” a recuperar, el de Aldo Moro, el Primer Ministro italiano que hace cuarenta y siete años impulsó a 35 países a firmar acuerdos en la capital finlandesa para ir “más allá de la lógica de los bloques”. “Durante aquella Conferencia, la seguridad y la cooperación en Europa del Este y del Oeste se unieron en el camino de la distensión”, expresó el Secretario de Estado, recordando “el papel desempeñado entonces por la Santa Sede y la delegación dirigida por el futuro cardenal Agostino Casaroli”. Siguiendo la huella de esa memoria histórica, además, pronunció unas palabras de acuciante actualidad: “La paz está en el interés de los pueblos, la seguridad internacional es de interés de todos”.

Mayor capacidad de iniciativa europea

Así, el cardenal pidió “reforzar la participación de los organismos internacionales y también una mayor capacidad de iniciativa europea”. Según él es Europa, la “Europa cristiana”, la que de hecho se ve afectada por la “tremenda guerra” en curso en Ucrania, y añadió: “No entro en el mérito de las decisiones que los distintos países han tomado para enviar armas a Ucrania, que como nación tiene derecho a defenderse de la invasión que ha sufrido”.

Armas, una respuesta débil

 

 

“Limitarse a las armas es una respuesta débil. Sí, las armas son una respuesta débil, no una respuesta fuerte», sostuvo el cardenal. “Una respuesta contundente es una respuesta que emprende -tratando de involucrar a todos- iniciativas según el esquema de la paz, es decir, iniciativas para detener los combates, para llegar a una solución negociada, para pensar en cuál será el futuro posible de convivencia en nuestro Viejo Continente”.

Hacer más por la paz

Parolin prosiguió diciendo que la comunidad internacional “tiene la obligación de no continuar la guerra, sino de poner en práctica todas las iniciativas políticas y diplomáticas posibles para lograr un alto el fuego y una paz justa”. Una paz justa y, sobre todo, “duradera” que “no puede confiarse solo a las deliberaciones del agresor y del agredido”. “Tenemos el deber de hacer más por la paz”, insistió el cardenal.

 

 

Un nuevo Helsinki

El Secretario de Estado formuló un llamamiento al diálogo para crear un nuevo equilibrio de paz y seguridad: “Hoy es necesaria una nueva Conferencia de Helsinki”. Es una propuesta que también presentó hace tres días el presidente italiano, Sergio Mattarella, ante la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, y que se hace eco de la llamada del Papa a superar el espíritu “cainista” que nos impide trabajar juntos como hermanos.

Los llamamientos del Papa Francisco

El cardenal se detuvo en los llamamientos del Pontífice en su discurso, destacando el riesgo de considerarlos “como algo ‘que tenía que hacerse’, como la expresión de una posición de principio, desencarnada, a la que se puede conceder como mucho el adjetivo de ‘profética’ con el subtexto de ‘utópica’”. Es “una forma desencantada de mirar el magisterio del Papa”, cavando “un abismo cada vez más grande entre sus palabras y la realidad de los hechos” y perdiendo de vista que el mensaje de paz y no violencia del Papa reside en el Evangelio, donde Cristo crucificado, indefenso en el patíbulo, “se enfrentó a la muerte injusta sin reaccionar”, sentenció Parolin.

 

 

El derecho a la autodefensa

El cardenal se preguntó si todo esto significa que el derecho a la autodefensa ya no existe. “Por supuesto que no. No se puede esperar que alguien, injustamente atacado, no defienda a sus seres queridos, su casa, su patria”, esgrimió Parolin, citando el Catecismo, en particular el párrafo 2309, que dice: “El empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición”. Según el cardenal, se trata de consideraciones y condiciones imprescindibles, sobre todo hoy en día, a la luz del gran cambio provocado por los “medios modernos de destrucción”. “Ya no podemos hablar de ‘guerras justas’ sin tener en cuenta que hoy, mucho más que en el pasado, las primeras víctimas de la guerra son civiles inocentes, a causa de armas destructivas que solo son inteligentes en apariencia», afirmó.

La clarividencia de los Pontífices

La encíclica Fratelli tutti apareció reiteradas veces en el discurso del Secretario de Estado, pero también la Pacem in Terris de Juan XXIII y la “desatendida” Nota para la Paz de Benedicto XV. Es una riqueza de magisterio a la que se suma la clarividencia de Pontífices como Juan Pablo II que “imploró a las fuerzas de Occidente que no hicieran la guerra contra Irak”, un conflicto cuyas consecuencias, después de veinte años, siguen estando ante los ojos de todos: “La matanza de cientos de miles de personas, la destrucción de casas, de infraestructuras, la destrucción de la convivencia y las heridas que aún sangran en el corazón de las personas de un país que sigue siendo víctima de atentados» evidenció el prelado.

No olvidar el pasado y las guerras en curso

Por tanto, el cardenal invitó a no olvidar el pasado. “Abrumados por lo cotidiano y lo contemporáneo, llenos de información de todo tipo, no exenta de fake news y propaganda”, subrayó Parolin, se corre el riesgo de dejar de lado la memoria histórica, incluso la reciente, provocando que las guerras en curso en el mundo caigan en el olvido, alimentadas por el comercio de armas, con consecuencias “devastadoras” para las poblaciones civiles, especialmente para los niños, las “primeras víctimas”. Su mirada se focalizó en Siria, Yemen y Tigray, a las que consideró piezas de un gran rompecabezas que el Papa Francisco ha definido como “la Tercera Guerra Mundial en pedazos”. El Papa “no ha dejado de llamar la atención, pidiendo que no nos acostumbremos” y, sobre todo, de estimular la conciencia de los gobernantes para que “desistan de continuar este infierno de destrucción y busquen soluciones negociadas, incluso a costa de sacrificios”, agregó el cardenal.

¿Cómo llegó a finalizar el período de paz?

Pero, en concreto, ¿qué hay que hacer?, se planteó Parolin, respondiendo que no hay una respuesta sencilla, ni tiene sentido llorar sobre la leche derramada o buscar responsabilidades y omisiones “para excusar el comportamiento actual de alguien con justificaciones absurdas”. En cambio, hay que intentar “comprender cómo se ha llegado a este punto, escribiendo la palabra ‘fin’ al periodo de paz inaugurado tras el final de la Segunda Guerra Mundial y a las muchas esperanzas nacidas del final de la Guerra Fría y tras la caída del Muro de Berlín”.

“Que la paz sea inevitable”

“Hemos seguido construyendo un mundo basado en alianzas militares y en la colonización económica”, expresó, además, el Secretario de Estado. “Mirar lo que ha ocurrido en las últimas décadas debería convencernos de la necesidad de confiar más en los organismos internacionales y en su construcción, intentando que sean más una ‘casa común’, donde todos se sientan representados”. Al mismo tiempo, la prioridad es “construir un nuevo sistema de relaciones internacionales, ya no basado en la disuasión y la fuerza militar”. Es una ‘prioridad’ evitar “correr hacia el abismo de la guerra total”. La lógica que hay que buscar es aquella propuesta por el renombrado político italiano Giorgio La Pira: “Que la guerra no sea inevitable, sino que la paz sea inevitable”.

Negociar sin “condiciones previas”

Tras su discurso, respondiendo a la pregunta sobre si todavía existen condiciones para volver a la mesa de negociaciones, el cardenal se mostró pesimista, porque en los últimos meses “ha habido intentos, iniciados o propuestos, que no han tenido continuidad”. Al mismo tiempo, Parolin aseguró que “no hay otras alternativas: tendremos que seguir proponiendo que, en primer lugar, se detengan los combates y las acciones bélicas y que se vuelva a las negociaciones”. Sin embargo, según él, es importante “negociar sin ‘precondiciones’”, de modo que “se pongan las condiciones sobre la mesa y se intente encontrar soluciones compartidas. Debemos insistir en ello. No hay otros caminos, de lo contrario la guerra seguirá devorando a los hijos de Ucrania y la paz que se construya no será una paz justa y duradera, sino solo una imposición de ciertas condiciones, una premisa para otros conflictos, otras tensiones y otras guerras”. Por tanto, se espera una “paz justa, resistente y sólida”, pero también que se pueda mostrar “flexibilidad”, superando las “posiciones rígidas”. “Las negociaciones, dijo el Secretario de Estado, siempre implican un acuerdo mutuo. Las posiciones rígidas no conducen a soluciones. Espero que todavía exista la voluntad de llegar a una conclusión juntos”.

Erosión del multilateralismo

 

 

Siempre sobre la propuesta de un “Nuevo Helsinki”, Parolin hizo hincapié en que “lo importante es volver al espíritu” de aquella conferencia que se “perdió demasiado pronto”. “Tal vez nadie pensó que esta guerra estallaría, que se encontraría algún tipo de salida. Pero tengo la impresión de que esta guerra ha sido la consecuencia evidente de un proceso de las últimas décadas. La Santa Sede ha hablado de la erosión del multilateralismo, estaba claro que las naciones y los responsables ya no creían en una solución común de los problemas. Era lógico que se avanzara en esta dirección, y se seguirá yendo a conclusiones similares si no se detiene esta tendencia”, finalizó el Secretario de Estado.

 

 

¿Cómo alcanzar la paz interior?

Es una de las preguntas que escucho con más frecuencia

 

A veces nos sentimos insatisfechos con nosotros mismos. Tenemos la sensación de que no encajan las piezas del rompecabezas; que no están bien ensambladas mi identidad, mi vida íntima y mi comportamiento. La conciencia reclama y dice que algo anda mal.

Esto puede tener diversas causas. Entre otras, sucede cuando una persona se comporta de una manera que no corresponde a la propia verdad, sea por incoherencia, sea para dar una apariencia falsa de sí mismo.

Para tener armonía, el ser y el obrar deben encajar

Para ser una persona en armonía, de una sola pieza, es necesario que encajen el ser y el obrar. Una persona madura es aquella que se comporta conforme a lo que es. Y cuando hablo de ser y de identidad me refiero a lo básico, a lo más profundo de nosotros mismos: nuestra condición de creaturas, de hijos de Dios, de cristianos.

Conversando sobre este tema con un hermano sacerdote, el P. John Hopkins, L.C., me hizo un dibujo que me gustó y al que luego hice ciertas adaptaciones:

* La fachada es aquello que queremos que los demás vean y piensen de nosotros.
* La puses aquello que si bien es verdad, preferimos esconderlo, pues reconocemos que estamos mal.
* El corazón es nuestra identidad, nuestra verdad más profunda. Lo que somos a los ojos de Dios.

Leí hace tiempo un cuento:

Un viejo indio Cherokee le habló a su nieto sobre una batalla que se libra en el interior de las personas. Le dijo: «Hijo mío, la batalla es entre dos lobos que llevamos dentro. Un lobo es el pecado: la rabia, la impaciencia, la decepción, el rencor, el resentimiento, el odio, el orgullo, el deseo de venganza, el ego, el orgullo. El otro lobo es el bien: es el perdón, la misericordia, la paz, el respeto, la esperanza, la bondad, la compasión, la confianza, la humildad, el amor…» El niño se quedó pensando y luego le preguntó a su abuelo: «Abuelo, ¿cuál lobo gana la batalla?» El anciano le respondió: «Aquél al que tú alimentas.»

Si queremos vivir en armonía, ser personas de profunda paz interior y que irradien paz a su alrededor, debemos alimentar el corazón.

¿Con qué? Con los sacramentos y la oración. Cuidar la vida de gracia para que sea la presencia de Dios en nosotros la fuente de paz interior. Y cuidarla significa buscarla y dejarla actuar. Dejar actuar a Dios dentro del corazón, dar espacio a la labor silenciosa de la gracia divina, que vence nuestras resistencias y cura nuestras llagas.

«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel». (Mt 13, 44)

Así es la gracia en nuestra vida. Un tesoro escondido por el que valdría la pena venderlo todo, porque todo nos lo da. La semana pasada celebramos la fiesta de la conversión de San Pablo. El recuerdo de Saulo de Tarso nos anima a confiar en el poder de la gracia acogida, consentida y correspondida por nuestra voluntad libre. En las vísperas celebradas por S.S. Benedicto XVI en la basílica de San Pablo Extramuros, el Santo Padre decía:

«Tras el evento extraordinario que sucedió en el camino de Damasco, Saulo, quien se distinguía por el celo con que perseguía a la Iglesia naciente, fue transformado en un apóstol incansable del evangelio de Jesucristo. En la historia de este extraordinario evangelizador, es claro que tal transformación no es el resultado de una larga reflexión interior y menos el resultado de un esfuerzo personal. Es, ante todo, obra de la gracia de Dios que ha actuado conforme a sus inescrutables caminos. Por esto Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto unos años después de su conversión, dice, como hemos escuchado en la primera lectura de estas Vísperas: «Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí.» (I Corintios 15:10). Por otra parte, examinando cuidadosamente la historia de san Pablo, se comprende cómo la transformación que ha experimentado en su vida no se limita al plano ético –como una conversión de la inmoralidad a la moralidad–, ni al nivel intelectual –como cambio del propio modo de entender la realidad–, sino más bien se trata de una renovación radical de su ser, similar en muchos aspectos a un renacimiento. Tal transformación tiene su base en la participación en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, y se presenta como un proceso gradual de configuración con Él. A la luz de esta conciencia, san Pablo, cuando luego sea llamado a defender la legitimidad de su vocación apostólica y del evangelio por él anunciado, dirá: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20).»

Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos confirma que:

«Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: «Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Flp 2,13). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque «sin el Creador la criatura se diluye»; menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia». (CIC, 308)

Como escribía al inicio del artículo, las causas de nuestro desasosiego interior pueden ser muchas. Sabemos que existen asimismo elementos humanos que contribuyen a la paz interior y que si Dios quiere podremos tratar más adelante. Quedémonos hoy con el gusto de haber reflexionado en lo que Dios puede hacer con nosotros, por medio de su gracia, si sabemos alimentarnos de ella.

 

 

¿En qué consiste el ser niño frente a Dios?

¿Qué actitudes implica la filialidad? confianza, obediencia y entrega filiales

 

¿Qué actitudes implica la filialidad? Me parece que son, fundamentalmente, tres actitudes frente al Padre Dios: confianza, obediencia y entrega filiales.

1. La confianza filial. Dios es un Padre todopoderoso. Esta afirmación teológica despierta en mí la actitud de confianza. Es la experiencia del niño que sabe confiar ciegamente en sus padres. Y lo hace instintivamente, sin demasiada reflexión; es su experiencia original. Por eso se siente tan seguro y cobijado y vive tranquilo y feliz su vida.

Lo que en el niño es espontáneo, nosotros los adultos hemos de reconquistarlo si queremos tener alma de niño. Lo que el niño presupone de sus padres naturales, el hombre filial lo reconoce en el Padre celestial. Por eso, el Padre José Kentenich, Fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, procura conducirnos a la confianza filial: “Mi esfuerzo personal, respecto a toda la Familia, es que lleguemos a ser héroes de la confianza”.

Él suele ilustrar esta confianza heroica con la imagen del hijo del marinero. Este, aun teniendo conciencia del peligro en alta mar, no desespera sino que permanece tranquilo, porque sabe que su padre está al timón. Es esta convicción la que hemos de reconquistar: “El Padre tiene en sus manos el timón, aunque yo no sepa el destino ni la ruta” (Hacia el Padre, 399). Cuando así le entregamos al Padre Dios la conducción de nuestra vida, entonces renace la seguridad existencial. Es la “seguridad del péndulo” que permanece firmemente agarrado desde arriba.

El Padre es la roca inconmovible, la tranquilidad del hijo, en medio de los vaivenes de la vida. “El niño todo lo vence mediante la confianza” (Dios mi Padre, 223), afirma el Padre José kentencih.

La infancia espiritual consiste, en este contexto, en una fe sencilla en la Divina Providencia que nos hace ver presente, detrás de todos los acontecimientos de la vida, una mano paternal y bondadosa. Filialidad no es evasión de responsabilidades, sino protagonismo histórico y creador. Es compartir responsabilidades con el Padre, luchar por un mundo digno de Él.

2. La obediencia filial. La verdadera filialidad es, en segundo lugar, docilidad, sumisión a la voluntad de Dios, obediencia al Padre. A partir de Jesús y siguiendo sus huellas, “el hombre filial sabe que su obra es grande sólo en la medida en que corresponde al deseo del Padre” (Dios mi Padre, 319).

Es preguntarle, en cada caso: Padre, ¿qué te agrada más? La obediencia le confiere a la infancia espiritual, vitalidad y heroísmo; la hace exigente y educadora. Porque la verdadera imagen del Padre encierra no sólo bondad, sino también fuerza. Dios Padre puede causarnos dolor, para asemejarnos más a su Hijo Unigénito. Pero es siempre el amor que lo impulsa a imponernos severas exigencias.

3. El amor filial. “Los santos afirma el Padre Kentenich se hicieron santos a partir del momento en que comenzaron a amar, y comenzaron a amar sólo cuando se creyeron, se supieron y se sintieron amados por Dios” (Dios mi Padre, 248. J. Kentenich).

Nuestro amor ha de volver a ser como el amor de los niños. Debemos dejar de lado nuestros enredos y complicaciones de adultos y aprender a amar con sencillez. Debemos sacarnos nuestras máscaras de falsa grandeza y autosuficiencia y entregarnos con humildad sincera. Debemos pasar de un amor racional y calculador a un amor espontáneo y cálido. Esta simplicidad, autenticidad y espontaneidad en la entrega, cautiva el amor del Padre y lo atrae irresistiblemente.

Por eso ha de crecer y purificarse nuestro amor. El amor primitivo gira en torno al propio yo y sus intereses. En cambio, el amor filial maduro gira en torno al Padre y su voluntad. Y eso requiere de una permanente autoeducación, de una lucha diaria constante, de renuncias y entregas heroicas. Pero sabemos que es el único camino para cambiar y hacernos como los niños, y así poder entrar al Reino del Padre eterno.

 

 

Jesús y los niños

Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia

 

¿Quién no recuerda los años de la infancia? En general, fueron años vividos en la alegría e inocencia. Es bueno adentrarnos en los Evangelios para ver cómo se comportaba Jesús con los niños. Viviendo en una época que ponía la perfección en la ancianidad y despreciaba la infancia, Jesús era un apasionado de los niños, se atrevió a poner a los pequeños como modelos. Él que no quiso tener hijos de la carne, disponía de infinitos ríos de ternura interior; y repartió su amor simultáneamente entre los pecadores y los niños [1].

Jesús siente una gran predilección por los niños, y los pone como ejemplo de inocencia, sencillez y pureza de alma. Es más, Él mismo se identifica con ellos al decir que quien reciba a uno de este pequeños a Él recibe. Para entrar en el cielo hay que hacerse como niño.

Los niños eran en ese tiempo “tolerados” por la simple esperanza de que llegarían a mayores. No eran contados como personas. Su presencia nada significaba en las sinagogas, ni en parte alguna. Parecía que el llegar a viejo era la cima de los méritos. Conversar con un niño era tirar y desperdiciar las palabras. Cuando veamos a los apóstoles apartando de su Maestro a los críos entenderemos que no hacían sino lo que hubiera hecho cualquier otro judío de la época.

Pero Jesús, una vez más, rompería con su época. Donde prevalecía la astucia, entronizaría la sencillez; donde mandaba la fuerza, ensalzaría la debilidad; en un mundo de viejos, pediría a los suyos que volvieran a ser niños.

1. Postura de Jesús frente a los niños

Jesús conoce a los niños: Sabe cuáles son sus juegos y sus gracias. Y habla de ellos con alegría. En Mateo 11, 16 nos cuenta la parábola de los chiquillos que tocan la flauta a sus amigos y que juegan a imaginarios llantos. En cada pupila de los niños vería su propio rostro y su propia alma. Jesús conoce la ilusión de los niños de correr, hacer sanas travesuras, gritar.

Jesús valora a los niños: Dice que de la boca de los niños sale la alabanza que agrada a Dios (cf. Mt 21, 16). Los pone como modelos de pureza e inocencia. Son ellos, los niños, los que saben, los inteligentes, porque es a ellos a quienes Dios ha entregado su palabra y lo profundo de sus misterios (cf. Mt 11, 25). ¡Cuántos niños nos sorprenden con sus preguntas y respuestas! Un niño vale no porque sea lindo o feo, rico o pobre, listo o menos dotado. Vale por el tesoro de gracia e inocencia que porta dentro de su alma.

Jesús les quiere: Sólo dos veces encontraremos en los Evangelios la palabra “caricias” aplicada a Jesús. Y las dos veces serán caricias dirigidas a los niños (cf. Mc 9, 35-36; Mt 18, 1-5). Les abrazaba, dice uno de los evangelistas, describiendo una efusión que nunca vimos en Jesús ni referida a su madre siquiera. Será una caricia limpia, sin dobles intenciones. Será un abrazo lleno de ternura divina. Al abrazar a un niño, Jesús abrazaba lo mejor de la humanidad.

 

 

Jesús se preocupa por ellos: Reprende a quienes les mirasen con desprecio (cf Mt 18, 10); señala, sobre todo, los más duros castigos para quien escandalizare a un niño (cf. Mt 18, 6). Y hasta nos ofrece una misteriosa razón de esta especial preocupación de Dios por ellos: “Porque sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10). Como que los ángeles custodios de los niños están en primera fila en el cielo, recreándole y contándole a Dios las travesuras de esos niños, a ellos encomendados.

Jesús los cura: Cura a esa niña de doce años (cf. Mc 5, 39), a quien llama con dulzura Talitha, es decir, “niña mía”; y la aprieta contra su corazón. Detrás de esta niña se encuentra toda niña de ayer, de hoy y de siempre. Y pide a sus padres que le den de comer. Sí, comida abundante, no sólo para su cuerpo, sino también para su alma.

 

 

Cura a la hija endemoniada de una mujer pagana (cf. Mt 15, 21-28). Pagana porque no creía en el Dios verdadero; creía en Baal, el dios engañador, el dios cruel, el dios fornicario, el dios vengativo. Baal es el símbolo del demonio, y los baales equivale a decir, demonios. Pues uno de esos demonios poseía el cuerpecito de esta niña pagana. La fe y la humildad de la madre arrancaron el milagro de Jesús.

Cura al hijo único de una viuda (cf. Lc 7, 11-15). Esta viuda no le pide nada a Jesús, ni por su hijo adolescente ni por ella. Era tan grande su pena y tantas sus lágrimas que no se entera de nada de lo que le rodea. Fue Jesús quien se fijó en el tamaño de la cruz que llevaba aquella mujer. “Joven, a ti te lo digo: levántate”. Levántate y crece, por dentro y por fuera.

Cura al hijo de un oficial real (cf. Jn 4, 46-54). El padre creyó en la palabra de Jesús. Y con la curación creyó también toda su familia. ¿Qué tienen los niños que arrancan de Jesús el milagro?

¿Cómo respondían los niños a Jesús? Los niños, por su parte, quieren a Jesús, también. Corrían hacia Él. Y es misterioso que este Jesús, un tanto frío y adusto ante los lazos familiares, al que encontramos un tanto tenso ante sus apóstoles, sea tan querido por los niños. Los niños tienen un sexto sentido, y jamás correrían hacia alguien en quien no percibieran esa misteriosa electricidad que es el amor.

2. La llamada de Jesús a la infancia espiritual

Jesús no sólo ama a los niños, sino que les presenta como parte suya, como otros Él mismo: “El que por Mí recibiere a un niño como éste, a Mí me recibe” (Mt 18, 5). Esta frase se ahonda más con otra: “Quien recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a Mí me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).

Hay en Jesús como una eterna infancia, porque vive en permanente pureza, limpieza de alma, ausencia de ambición y egoísmo. Estas son las cosas que van manchando mi infancia espiritual. Por eso, Jesús se atreverá a pedir a todos el supremo disparate de permanecer fieles a su infancia, de seguir siendo niños, de volver a ser como niños (cf. Mt 18, 2-5).

¿Qué le pedía a Nicodemo? Renacer del agua y del Espíritu (Jn 3, 3). ¿Qué condición les puso a los apóstoles para entrar en el cielo? Hacerse como niños.

La infancia que Jesús propone no es el infantilismo, que es sinónimo de inmadurez, egoísmo, capricho. Es, más bien, la reconquista de la inocencia, de la limpieza interior, de la mirada limpia de las cosas y de las personas, de esa sonrisa sincera y cristalina, de ese compartir generosamente mis cosas y mi tiempo. Infancia significa sencillez espiritual, ese no complicarme, no ser retorcido, no buscar segundas intenciones. Infancia espiritual significa confianza ilimitada en Dios, mi Padre, fe serena y amor sin límites. Infancia espiritual es no dejar envejecer el corazón, conservarlo joven, tierno, dulce y amable. Infancia espiritual es no pedir cuentas ni garantías a Dios.

Ahora bien, la infancia espiritual no significa ignorancia de las cosas, sino el saber esas cosas, el mirarlas, el pensarlas, el juzgarlas como Dios lo haría. La tergiversación de las cosas, la manipulación de las cosas, los prejuicios y las reservas, ya traen consigo la malicia de quien se cree inteligente y aprovechado. Y esta malicia da muerte a la infancia espiritual.

La infancia espiritual no significa vivir sin cruz, de espaldas a la cruz; no significa escoger el lado dulzón de la vida, ni tampoco escondernos y vendar nuestros ojos para que no veamos el mal que pulula en nuestro mundo. No. La infancia espiritual, lo comprendió muy bien santa Teresita del Niño Jesús, supone ver mucho más profundo los males y tratar de solucionarlos con la oración y el sacrificio. Y ante la cruz, poner un rostro sereno, confiado e incluso sonriente. Casi nadie de sus hermanas del Carmelo se daba cuenta de lo mucho que sufría santa Teresita. Ella vivía abandonada en las manos de su Padre Dios. Y eso le bastaba.

Cuatro son las características de la infancia espiritual: apertura de espíritu, sencillez, primacía del amor y sentimiento filial de la vida. Apertura, no cerrazón. Sencillez, no soberbia. Primacía del amor, no de la cabeza. Sentimiento filial, no miedo ni desconfianza.

¿No será el purgatorio probablemente la gran tarea de los ángeles de quitarnos emplastos, capas, láminas que hemos ido acumulando durante la vida…para que vuelva de nuevo a emerger de nosotros ese niño que tenemos dentro y que Dios nos dio el día de nuestro bautismo?

CONCLUSIÓN

Gran tarea: hacernos como niños. Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez. Dios nos dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el cielo. En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños, únicamente niños. Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un chiquillo…Pero quiso empezar siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que lo sabía Dios!, son los niños. Ellos son nuestro tesoro, la perla que aún puede salvarnos, la sal que hace que el universo resulte soportable. Por eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera hecho la humanidad solamente de adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso la va renovando con oleadas de niños, generaciones de infantes que hacen que aún parezca fresca y recién hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador. Por eso huelen a pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No maniatemos a ese niño que llevamos dentro con nuestras importancias, no lo envenenemos con nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el mismo corazón del gran Dios.
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[1] Así lo expresaba Papini, con cruel paradoja: “Jesús, a quien nadie llamó padre, sintióse especialmente atraído por los niños y los pecadores. La inocencia y la caída eran, para él, prendas de salvación: la inocencia, porque no ha menester limpieza alguna; la abyección, porque siente más agudamente la necesidad de limpiarse. La gente de en medio está más en peligro: está medio corrompida y medio intacta; los hombres que están infectos por dentro y quieren parecer cándidos y justos; los que han perdido en la niñez la limpieza nativa y no son capaces de sentir el hedor de la putrefacción interna”.

 

 

Pío V, el Papa al que debemos el Breviario y el Misal Romano

Este santo dominico propició la unión de España y Venecia y la famosa victoria en la batalla de Lepanto

 

 

Antonio Ghislieri nació el 17 de enero de 1504 en Alessandria (Italia). A los 17 años ingresó en la Orden de Predicadores.

A los 47 años, en 1551, el papa Julio III lo nombró comisario general del Santo Oficio.

Seis años después fue designado cardenal. Como obispo se le encarga Mondovi, en el Piamonte, donde mostró una preocupación sincera por evangelizar. Era ejemplo de pobreza, humildad y laboriosidad.

Su talento es descubierto por san Carlos Borromeo y en 1566 es elegido Papa, cuando tiene 62 años. Se hace llamar Pío V.

Gracias a él aparecen el Breviario y el Misal Romano, así como el Catecismo del Concilio de Trento, que se llamará Catecismo Romano.

Estimuló la formación teológica de los clérigos en los seminarios. Para ello, entre otras medidas, introdujo la enseñanza de la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino.

Las dos amenazas para la Iglesia católica eran entonces el imperio otomano y el protestantismo.

Pío V pone en marcha dos congregaciones que serán la base de la sagrada Congregación “De Propaganda Fide”.

Para contrarrestar la fuerza otomana, propicia la unión de España y Venecia, que logrará vencer al turco en la batalla de Lepanto.

El 7 de octubre de 1571, mientras el Papa reza el rosario, se produce la victoria. De ahí que instituya esa fiesta como la de Nuestra Señora de la Victoria, que en 1573 pasará a llamarse Nuestra Señora del Rosario.

San Pío V murió en Roma el 1 de mayo de 1572.

Su cuerpo se venera en la capilla del Santísimo Sacramento de la basílica deSanta María la Mayor, en Roma.

Santo patrón

San Pío V es patrón de Pietrelcina (Italia).

Oración de san Pío V a Jesús Crucificado

Jesucristo, mi Señor crucificado, Hijo de la Bienaventurada Virgen María, abre tus oídos y escúchame, así como escuchaste al Padre en el Monte Tabor.
Jesucristo, mi Señor crucificado, Hijo de la Bienaventurada Virgen María, abre tus ojos y mírame, así como miraste desde lo alto de la Cruz a tu Madre querida, afligida por el dolor.
Jesucristo, mi Señor crucificado, Hijo de la Bienaventurada Virgen María, abre tu boca y háblame, así como le hablaste a san Juan cuando le diste por hijo a tu Madre.
Jesucristo, mi Señor crucificado, Hijo de la Bienaventurada Virgen María, abre tus brazos sagrados y abrázame, así como los abriste sobre el árbol de la Cruz para abrazar al género humano. Jesucristo, mi Señor crucificado, Hijo de la Bienaventurada Virgen María, abre tu corazón, recibe el mío y concédeme lo que te pido, si tal es tu Voluntad. Amén.