Asunción de la Santísima Virgen María

Semilla y primer fruto de una creación transfigurada

Conmemoracion: 15 de Agosto

 

Este 15 de agosto nuestros ojos y corazones se dirigen hacia María Santísima, celebramos una fiesta que nos invita a revalorar nuestra vida bajo una dimensión esencial de la fe cristiana: la escuela de María, modelo de cómo acoger el don de Dios en nuestras vidas. Celebramos esta gracia que ensalza a los humildes y rebaja a los poderosos: la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María.

Desde hace muchos siglos, como iglesia percibimos que en María Santísima – la mujer que en nombre de toda la creación, recibió a Dios hecho hombre y dio a luz al que resucitó de entre los muertos – se anticipó no sólo el modo sino también el final que espera a todo ser viviente: la asunción de lo que es humano, de todo lo que es humano a lo divino.

La primera criatura que ingresa en “cuerpo y alma” – es decir, con todo lo que es – en el espacio y tiempo del Creador es nadie más que Ella, María, quien dio su consentimiento para que lo divino pudiese irrumpir en lo humano: espacio vital dado al cielo por la tierra, la Virgen Madre se convierte en la semilla y el primer fruto de una creación transfigurada… De acuerdo a nuestra fe como iglesia, creemos que María está ahora más allá de la muerte y más allá del juicio, en esa otra dimensión de existencia que sólo somos capaces de llamarla “cielo”.

En este sentido, no hay oposición, sino más bien un abrazo con la tierra: en realidad, ¿quién puede decir mirando dentro y fuera de si mismo o escudriñando el lejano horizonte, dónde termina la tierra y dónde comienza el cielo? ¿No es tierra la roca impenetrable, o la corteza que endurece nuestros corazones?  Y el cielo: ¿es solamente la bóveda estrellada o es también el espíritu que la mantiene allí?

De ese modo María, asunta a Dios, permanece infinitamente humana, para siempre Madre, se vuelve hacia la tierra, atendiendo los sufrimientos de todos los hombre y mujeres de todos los tiempos y lugares. Ya nos dice Su Santidad Benedicto XVI: “Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está «dentro» de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna…Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros…”

 

Por otro lado, nos dice Enzo Bianchi, Prior del Monasterio de Bosé: “Tanto para la iglesia cristiana Oriental como para la de Occidente, a pesar de diferentes formulaciones, la Dormición – Asunción de María Santísima es una señal de las “últimas realidades”, de lo que ocurrirá en un futuro, no sólo en un sentido cronológico sino más bien en un sentido de plenitud hacia el cual aspiran nuestros límites: En María tenemos una intuición de la glorificación que aguarda a todo el universo al final de los tiempos cuando “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15:28).  María es aquella parte de la humanidad ya redimida, figura de la “tierra prometida” a la cual estamos llamados, un trozo de tierra transplantado en el cielo… “Esperanza para todos…” 

Amamos nuestra tierra, sin embargo nos sentimos obligados aquí; nos preocupamos de nuestros cuerpos, sin embargo sentimos que somos más grandes que nuestro maquillaje físico; luchamos con el tiempo y contra el tiempo, sin embargo percibimos que nuestra verdad va más allá del tiempo; disfrutamos de la amistad y del amor, sin embargo reconocemos nuestros límites y el temor de su fugacidad.

Quizás María, la humilde mujer de Nazareth que se convirtió por gracia de Dios en la madre de nuestro Señor, es aquella posibilidad de “pensar en grande” – ampliando nuestros horizontes y engrandeciendo nuestro espíritu. En tal caso, ese cuerpo transplantado en la Luz que es la fuente y destino de toda luz no tiene que ver solamente con la devoción de algunos creyentes sino con el destino final de la creación entera asumida por Dios; es el cuerpo mismo de la tierra, que, transfigurado, se convierte en Eucaristía, y dando gracias se abraza con el cielo.

Demos gracias a nuestra Madre Santísima por su constante intercesión por nosotros en el Cielo, donde no tiene otra ilusión que vernos a todos y cada uno de sus hijos glorificados junto a Ella…

Mujer guiada por Dios
Al desierto de la prueba
Donde falta a nuestra esperanza
La fuerza del apoyo
Tú nos ves inseguros
Bajo el peso de la cruz:
Tu fe inquebrantable
Sostiene nuestra debilidad
Y nos conduce…

Mujer ofrecida por Dios
A la Iglesia naciente
Que arde por acoger
El soplo del Espíritu.
Tu silencio nos ofrece
Un espacio de paz:
En Ti escuchamos
La fuente que murmura
En el fondo de los corazones…

Compartamos en la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María:

 

La mañana del día de su partida, la Madre de Dios convocó a los Apóstoles y a las santas mujeres al Cenáculo. La Virgen tuvo una emotiva despedida con cada uno de los apóstoles. Después de un rato de recogimiento, la Santísima Virgen habló a los presentes. Las palabras de despedida de la Señora causaron honda pena y ríos de lágrimas a todos los presentes y lloró también con ellos la dulcísima María, que no quiso resistir a tan amargo y justo llanto de sus hijos. Y después de algún espacio les habló otra vez y les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron.

En esa quietud sosegada descendió del Cielo el Verbo humanado en un trono de inefable gloria, y con dulces palabras invitó a su Madre a venir con El al Cielo…Quería Jesús llevarse a su Madre viva.

Pero ella, indigna criatura, no puede pasar menos que su Hijo e Hijo de Dios. Aprobó Cristo nuestro Salvador este último sacrificio y voluntad de su Madre santísima y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba.

En este momento solemne, los ángeles comenzaron a cantar algunos versos del Cantar de los Cantares y otros nuevos. Salió también una fragancia divina que con la música se percibía hasta la calle. Y la casa del Cenáculo se llenó de un resplandor admirable. La presencia del Señor fue percibida por varios de los Apóstoles; los demás sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, pero la música de los ángeles la percibieron los Apóstoles, los discípulos y muchos otros fieles que allí estaban.

Al entonar los ángeles la música, se reclinó María santísima en su lecho, puestas las manos juntas sobre su pecho y los ojos fijos en su Hijo santísimo, y toda enardecida en la llama de su divino amor. Siente la Madre de Dios un abundante influjo del Espíritu Santo que invade todo su cuerpo. Las fuerzas que se le iban eran reemplazadas por una fuerza de Amor. El Amor excedía la capacidad de su cuerpo. Y en esa entrega de Amor, sucede la Dormición  de la Madre de Dios: sin esfuerzo alguno, su alma abandona el cuerpo y María queda como dormida. Las facciones de la Virgen Santísima se transfiguran: parecía totalmente inflamada con el fuego de la caridad seráfica, en su bellísimo semblante apareció una expresión de gozo celestial, acompañada de una suave sonrisa. Los presentes no sabían si realmente se había muerto. Todo era tan hermoso y suave que no era posible asociarlo con una muerte.

 

El sagrado cuerpo de María Santísima, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí una admirable y nueva fragancia, mientras yacía rodeado de miles de Angeles de su custodia. Los Apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo por las maravillas que veían, quedaron como absortos por un tiempo y luego cantaron himnos y salmos en obsequio a su Madre. No sabían qué hacer con ella, pues continuaba el fulgor y el aroma exquisito. La cubrieron con un manto, pero sin taparle el rostro, como era la costumbre con los demás muertos. Había una barrera luminosa que impedía que se acercaran mucho menos tocarla.

 

Para los Apóstoles fue un momento de infusión del Espíritu Santo, pues se habían vuelto a sentir abandonados. Para todos los demás fue un acontecimiento de grandes gracias. La luz radiante que despedía, impedía ver el cuerpo de la Santísima Virgen. Pedro y Juan toman cada lado del manto sobre el cual estaba reclinada y levantan el cuerpo de María, dándose cuenta que era mucho más liviano de lo esperado. Así lo colocan en una especie de ataúd… era como una caja. El resplandor traspasaba la caja.

Casi todo Jerusalén acompañó el cortejo fúnebre. Los Apóstoles llevaban el sagrado cuerpo y tabernáculo de Dios, partiendo hacia las afueras de la ciudad, al sepulcro preparado en Getsemaní. Este era el cortejo visible. Pero además de éste, había otro invisible de los cortesanos del Cielo: en primer lugar iban los miles de ángeles de la Reina, continuando su música celestial, que los Apóstoles, discípulos y otros muchos podían escuchar, música que continuó durante el tiempo de la procesión y mientras el cuerpo permaneció en el sepulcro. Descendieron también de las alturas otros muchos millares o legiones de Ángeles, con los antiguos Patriarcas y Profetas, San Joaquín y Santa Ana, San José, Santa Isabel y el Bautista, que del Cielo envió  Jesucristo para que asistiesen a las exequias y entierro de Su Madre Santísima.

Llegados al sitio donde estaba preparado el privilegiado sepulcro de la Madre de Dios, los mismos dos Apóstoles, Pedro y Juan, sacaron el liviano cuerpo del féretro, y con la misma facilidad y reverencia lo colocaron en el sepulcro. Cubrieron el cuerpo con el manto y cerraron el sepulcro con una losa, conforme a la costumbre de otros entierros. Los ángeles de la Reina continuaron sus celestiales cantos y el exquisito aroma persistía, mientras se podía percibir el fulgor que salía del sepulcro. Los Apóstoles, los discípulos y las santas mujeres oraban con mucho fervor, con mucha confianza, con mucho amor. Pero la Virgen Santísima no estaba allí: estaba con Jesús, ya que, inmediatamente después de la dormición, nuestro Redentor Jesús tomó el alma purísima de su Madre para presentarla al Eterno Padre.

Fuente: Testimonios basados en revelaciones privadas hechas a Santa Isabel de Schoenau, Santa Brígida de Suecia, la Venerable Sor María de Agreda y la Beata Ana Catalina Emmerich…

Jesus te ama