Isaías 43:16-21 / Filipenses 3:8-14 / Juan 8:1-11
El Evangelio de ayer presenta uno de los episodios más sugestivos de la vida pública de Jesús. Se ve obligado a intervenir en la condena de una mujer hallada en flagrante delito de adulterio. Los escribas y los fariseos, sintiéndose autorizados por la ley de Moisés, no piden la intervención de Jesús en nombre de la justicia; no piden su intervención para que les aclare cómo aplicar la ley en esta situación. Tampoco se interesan por el destino de la mujer, y mucho menos por enmendar cualquier error o equivocación. La mujer, en sus corazones, ya está juzgada y condenada con la peor de las sentencias: la lapidación. Así pues, la historia de esta pecadora tendrá la conclusión que merece.
Sin embargo, los escribas y fariseos ven en esta situación una nueva oportunidad. Creen haber encontrado la posibilidad de poner a Jesús en una situación difícil al preguntarle, con las piedras ya en la mano, qué hacer. Y Jesús responde adecuadamente a esta provocación.
La reacción del Maestro, ante la provocación de sus rivales, es sorprendente: no interroga a la mujer y no se bate en luto con los escribas y fariseos. Sabe muy bien que no es la mujer pecadora la que está en el centro de la acusación y que todos los ojos están puestos en Él. Ella es sólo un señuelo. Él es el verdadero acusado. Todos esperan sus palabras para saber si traicionará a Moisés o las esperanzas del pueblo. Pero Jesús calla, no tiene prisa, no parece preocupado ni por la guerrilla religiosa que le rodea, ni por la multitud de curiosos que se agolpan por no perderse el espectáculo.
Sí, Jesús calla, mantiene las distancias, no se enzarza en una escaramuza teológica para ganar a sus adversarios con citas bíblicas. El maestro evita el luto, no desafía, no provoca. Todas las miradas están puestas en Él, pero Jesús se agacha, se sienta, guarda silencio y escribe en el suelo algo que nadie podría leer.
Pero los acusadores no desisten e insisten en su pregunta. Entonces se incorpora y pronuncia unas palabras, que, sin duda, se encuentran entre las más importantes de la tradición evangélica y que todo el mundo que las ha escuchado no puede olvidar: «Aquel de vosotros que no tenga pecado, que tire la primera piedra» . Y el efecto es devastador, uno tras otro, empezando por los más ancianos hasta los más jóvenes, todos los acusadores acaban desfilando. Y quedan solos, la mujer, que se encontraba en el centro, y Jesús. Y es ahora cuando Jesús se encuentra realmente con la mujer, a la que mira frente a frente al tiempo que le pregunta: “¿Nadie te ha condenado?”.
La mujer había escapado del veredicto de sus jueces. Ahora se encuentra ante Jesús con su pobre humanidad, con su culpa y vergüenza. Pero Jesús la saca de su aprieto e inseguridad, no planteando en modo alguno el problema de la culpabilidad ni pronunciando contra la mujer palabra de acusación, sino refiriéndose únicamente a la conducta de los acusadores. En la respuesta de la mujer se percibe en cierto modo su alivio y liberación: “Nadie, Señor”. Y sigue la respuesta de Jesús que resuelve en sentido positivo toda la situación problemática de la mujer: «Yo tampoco te condeno».
¿No es fascinante este Jesús que no condena, no juzga, no reanuda? El suyo es un amor que va por delante: no espera que la mujer se humille a sus pies y le pida perdón. No, no hay necesidad. El perdón le ha precedido. Precisamente este último punto es la gran sorpresa y, al mismo tiempo, el gran escándalo de este pasaje del Evangelio: Jesús la perdona independientemente del arrepentimiento o la intención de convertirse.
El perdón de Jesús es total y escandalosamente gratuito porque es la revelación en la historia del amor del Padre. Dios no ama porque el pecador se haya arrepentido, sino porque es su Padre. No es su conversión la que Lo hace misericordioso, sino que es su amor quien hace posible la conversión del pecador. El perdón de Dios no es la consecuencia del arrepentimiento, sino la posibilidad.
Y es que la actitud de Jesús es radicalmente exigente al anunciar su mensaje, pero increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las personas. No importa cuál sea nuestro pecado, no importa lo lejos que hayamos caído, su mano siempre está extendida para cogernos y levantarnos.
Sólo quienes se descubren queridos con un amor totalmente gratuito se pueden arrepentir y cambiar de vida. El amor de Dios no se conquista, sino que se acoge. Y una vez recibido, tiene el poder de poner la vida boca abajo. Precisamente por eso Jesús le dice a la mujer: “Vete y desde ahora no peques más”.
Hermanos y hermanos, Jesús no condena a nadie: no condena a la mujer, que ya ha reconocido su culpa, y la invita a cambiar de vida. Tampoco condena a los escribas y fariseos; la puerta de la salvación no está cerrada para ellos si saben reconocer la hipocresía de sus actos. No, Jesús no condena, pero sí espera una ruptura definitiva con el pecado.
Dios, que nos invita a la conversión, nos dé fuerzas para conseguirlo.
En nuestro Evangelio de hoy Jesús nos anuncia quién es: “Yo soy la luz del mundo”. El Evangelio de Juan contiene una serie de afirmaciones diciendo “Yo soy”: “Yo soy el pan de vida”; “Yo soy el buen pastor”; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y aquí realiza otra de esas afirmaciones poderosas: “Yo soy la luz”.
El cristianismo es, ante todo, una forma de ver. Todo en la vida cristiana fluye y gira alrededor de la transformación de la visión. Los cristianos ven de manera diferente, y es por eso que su oración, adoración, acción y forma de ser en el mundo tienen un acento y sabor distintivos.
Y Jesús es la manera de ver. Cuando estamos inmersos en Él, cuando asumimos su mentalidad y actitud, cuando vivimos su vida, podemos ver el mundo tal como es, y no a través de la lente distorsionada de nuestro miedo y nuestro odio.
Isidoro de Sevilla, Santo
Obispo y Doctor de la Iglesia, 4 de abril
Martirologio Romano: Obispo y doctor de la Iglesia, que, discípulo de su hermano Leandro y sucesor suyo en la sede de Sevilla, en la Hispania Bética, escribió con erudición, convocó y presidió varios concilios, y trabajó con celo y sabiduría por la fe católica y por la observancia de la disciplina eclesiástica († 636)..
Breve Biografía
San Isidoro de Sevilla (560-636) es el último de los padres latinos, y resume en sí todo el patrimonio de adquisiciones doctrinales y culturales que la época de los padres de la Iglesia transmitió a los siglos futuros.
Isidoro fue un escritor enciclopédico, muy leído en la edad media, sobre todo por sus “Etimologías”, una “summa” muy útil de la ciencia antigua, en la que condensó los principales resultados más con celo que con espíritu crítico. Pero a pesar de poseer tan ricamente la ciencia antigua y de influir considerablemente en la cultura medieval, su principal preocupación como obispo fue lograr la madurez espiritual e intelectual del clero español. Para esto fundó un colegio eclesiástico, prototipo de los futuros seminarios, dedicando mucho de su laboriosa jornada a la instrucción de los candidatos al sacerdocio.
La santidad era algo común en la familia de san Isidoro: tres hermanos fueron obispos y santos -Leandro, Fulgencio e Isidoro-; una hermana –Florentina- fue religiosa y santa. Leandro, el hermano mayor, fue tutor y maestro de Isidoro, que quedó huérfano cuando era muy niño.
El futuro doctor de la Iglesia, autor de muchos libros que tratan de todo el saber humano: agronomía, medicina, teología, economía doméstica, etc., al principio fue un estudiante poco aplicado. Como tantos otros compañeros, dejaba de ir a la escuela para ir a vagar por los campos. Un día se acercó a un pozo para sacar agua y notó que las cuerdas habían hecho hendiduras en la dura piedra. Entonces comprendió que también la constancia y la voluntad del hombre pueden vencer las duras asperezas de la vida.
Regresó con amor a sus libros y progresó tanto en el estudio que mereció ser considerado el hombre más sabio de su tiempo -Isidoro sucedió al hermano Leandro en el gobierno de la importante diócesis de Sevilla-. Como el hermano, fue el obispo más popular y autorizado de su tiempo, y también presidió el importante concilio de Toledo, en el 633. Se formó con la lectura de san Agustín y de san Gregorio Magno, y aun sin tener el vigor de un Boecio o el sentido organizador de un Casiodoro, Isidoro compartió con ellos la gloria de ser el maestro de la Europa medieval y el primer organizador de la cultura cristiana. Isidoro fue muy sabio, pero al mismo tiempo de profunda humildad y caridad; no sólo obtuvo el título de “doctor egregius”, sino también la aureola de la santidad.
El foco de mi habitación
Santo Evangelio según san Juan 8, 12-20. Lunes V de Cueresma.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a estar contigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 8, 12-20
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida”.
Los fariseos le dijeron a Jesús: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es válido”. Jesús les respondió: “Aunque yo mismo dé testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez juzgo, mi juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha enviado, está conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio sobre mí”.
Entonces le preguntaron: “¿Dónde está tu Padre?” Jesús les contestó: “Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre”.
Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Todos nosotros nos hemos despertados, por lo menos una vez, durante la noche. La oscuridad de la habitación nos impedía ver con claridad o peor aún, absolutamente nada, y para poder ver debíamos encender una lámpara.
Con un bombillo de 30 o 60 vatios, que son los que normalmente están en las lámparas de noche, se da un ambiente como de prisión, se puede distinguir las cosas pero aún no es perfecto, todavía hay muchos lugares oscuros. Pero si el bombillo es de 120 vatios, y es la lámpara central de la habitación, todo es diferente, realmente vemos todo. ¡Qué importante es la intensidad de la luz y su ubicación!
Esta analogía nos ayuda a ver cómo está nuestra vida, ¿estamos en tinieblas?, es decir, en pecado. ¿Estamos iluminados solo por una lámpara de noche?, es decir, basando nuestra vida en lo material, ¿o hemos encendido la lámpara central de nuestra habitación y la luz está iluminando todo? Es decir, Dios está en nuestra vida.
Porque solo la luz elimina las tinieblas, solo Dios nos saca de una vida de pecado y solo de esa forma otorga sentido a nuestra vida que es Él mismo; la luz de Cristo es lo que todos necesitamos. Pero para tener la luz por lo general hay que encender la lámpara, porque Dios no violenta nuestro amor, implica de nuestra parte querer tener la luz.
Pero no basta una lámpara de noche pues un bombillo de 60 vatios jamás iluminará toda la habitación, jamás lo material le dará sentido a nuestra vida. Puede ser que podamos caminar, que podamos hacer lo «necesario» pero jamás veremos toda la habitación. Las lámparas de noche normalmente son un buen adorno, pero encender la lámpara central, colocar a Cristo en el centro de nuestra vida es lo que cambia todo, es lo que nos hace ver. Cristo es un bombillo de muchos vatios y solo Cristo ilumina toda nuestra vida.
A oscuras, con una lámpara de noche o con Cristo en el centro, la habitación es siempre la misma, lo que cambia es la intensidad con que se ve la propia vida. Tener a Cristo no contradice nuestra vida, la habitación no cambia con la luz central encendida, pero nos hace verla mejor.
La luz central siempre está, ¡utilicemos el bombillo de 120 vatios! ¡Coloquemos a Cristo en el centro de nuestras vidas! Y de seguro veremos la vida con la luz que jamás cesa, tendremos a Cristo iluminando nuestro corazón.
«La propuesta cristiana es tan sencilla como decisiva y bonita, y da mucha esperanza. ¿Yo soy luz para los otros? ¿Yo soy sal para los otros, que da sabor a la vida y la defiende de la corrupción? ¿Yo estoy agarrado a Jesucristo, que es el “sí”? ¿Yo me siento ungido, sellado? ¿Yo sé que tengo esta seguridad que será plena en el cielo, pero al menos es “fianza”, ahora, el Espíritu? En el hablar cotidiano, cuando una persona está llena de luz decimos: “esta es una persona solar”. Aquí estamos frente al reflejo del Padre en Jesús, en el cual las promesas están todas cumplidas y al reflejo de la unción del Espíritu que todos nosotros tenemos. ¿Cuál es el fin de todo esto? ¿Por qué hemos recibido esto? A través de Cristo, sube a Dios nuestro “amén” para su gloria, por tanto para glorificar a Dios. Y Jesús dice a los discípulos: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre”».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de junio de 2017, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Realizaré un examen para ver si estoy viviendo mi vida con Cristo o sin Cristo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Nuevo decálogo sobre Cuaresma y Piedad popular
La Cuaresma en el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia
1. PREPARACIÓN A LA PASCUA
La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua.
2. LAS DIMENSIONES Y ÁMBITOS DE LA CUARESMA
La Cuaresma es tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las “armas de la penitencia cristiana”: la oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).
3. LA CENIZA, SU SÍMBOLO POR EXCELENCIA
El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la liturgia del Miércoles de Ceniza.
Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido dereconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal.
Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
4. TIEMPO PARA DEJAR LO SUPERFLUO E IR A LO FUNDAMENTAL
A pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que sufren y con los necesitados.
5. TIEMPO PARA LA CONFESIÓN Y LA COMUNIÓN
También los fieles que frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año, preferentemente en el tiempo pascual.
6. EL SENTIDO DEL AYUNO CUARESMAL
La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un “ejercicio” que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma).
7. CAMINO CUARESMAL, CAMINO HACIA LA CRUZ
El camino cuaresmal termina con el comienzo del Triduo pascual, es decir, con la celebración de la Misa in Cena Domini. En el Triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia para la “Adoración de la santa Cruz”.
Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.
8. LO QUE ES Y DICE LA CRUZ DE CRISTO
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.
9. ILUMINAR EL SENTIDO DE LA ADORACIÓN DE LA CRUZ DE CRISTO
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios. En la fe cristiana, la Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de las tinieblas, y por esto se la presenta adornada con gemas y convertida en signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando se traza sobre otras personas y objetos.
10. LOS OTROS ASPECTOS DE LA PIEDAD POPULAR SOBRE EL MISTERIO DE CRISTO CRUCIFICADO
El texto evangélico, particularmente detallado en la narración de los diversos episodios de la Pasión, y la tendencia a especificar y a diferenciar, propia de la piedad popular, ha hecho que los fieles dirijan su atención, también, a aspectos particulares de la Pasión de Cristo y hayan hecho de ellos objeto de diferentes devociones: el “Ecce homo”, el Cristo vilipendiado, “con la corona de espinas y el manto de púrpura” (Jn 19,5), que Pilato muestra al pueblo; las llagas del Señor, sobre todo la herida del costado y la sangre vivificadora que brota de allí (cfr. Jn 19,34); los instrumentos de la Pasión, como la columna de la flagelación, la escalera del pretorio, la corona de espinas, los clavos, la lanza de la transfixión; la sábana santa o lienza de la deposición. Estas expresiones de piedad, promovidas en ocasiones por personas de santidad eminente, son legítimas. Sin embargo, para evitar una división excesiva en la contemplación del misterio de la Cruz, será conveniente subrayar la consideración de conjunto de todo el acontecimiento de la Pasión, conforme a la tradición bíblica y patrística.
«Sigan adelante así, recordando que la fe crece en la alegría y se fortalece en la entrega»
Ángelus del Papa Francisco, 3 de abril de 2022.
Queridos hermanos y hermanas:Agradezco las palabras que Mons. Scicluna me ha dirigido en nombre de todos ustedes. Pero soy yo el que les digo a ustedes: ¡Gracias!Quisiera expresar mi gratitud al señor Presidente de la República y a las autoridades, a mis hermanos obispos, a ustedes, queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, y a todos los ciudadanos y fieles de Malta y de Gozo por la acogida y el afecto recibidos. Esta tarde, después de haberme encontrado con varios hermanos y hermanas migrantes, será ya hora de volver a Roma, pero llevaré conmigo muchos momentos y palabras de estos días. Tantos gestos. Sobre todo, guardaré en el corazón numerosos rostros, y el rostro luminoso de Malta. También agradezco a quienes han trabajado para esta visita y quisiera saludar cordialmente a los hermanos y hermanas de diversas confesiones cristianas y religiones que encontré durante estos días.
A todos les pido que recen por mí; yo lo haré por ustedes. ¡Rezamos unos por otros! En estas islas se respira el sentido del Pueblo de Dios. Sigan adelante así, recordando que la fe crece en la alegría y se fortalece en la entrega. Continúen la cadena de santidad que ha llevado a tantos malteses a darse con entusiasmo a Dios y a los demás. Pienso en Dun ?or? Preca, que fue canonizado hace quince años. Y, por último, quisiera dirigir unas palabras a los jóvenes, que son vuestro futuro.
Queridos amigos jóvenes, comparto con ustedes lo más hermoso de la vida. ¿Saben qué es? Es la alegría de desgastarse en el amor, que nos hace libres. Pero esta alegría tiene un nombre: Jesús. Les deseo la belleza de enamorarse de Jesús, que es Dios de la misericordia —lo hemos escuchado hoy en el Evangelio—, que cree en ustedes, sueña con ustedes, ama sus vidas y no los defraudará jamás. Y para avanzar siempre con Jesús también con la familia, con el pueblo de Dios, no se olviden de las raíces. Hablar con los mayores, hablar con los abuelos, hablar con los ancianos. Que el Señor los acompañe y que la Virgen los proteja. Le pedimos ahora por la paz, pensando en la tragedia humanitaria de la martirizada Ucrania, todavía bajo los bombardeos de esta guerra sacrílega. No nos cansemos de rezar y de ayudar a los que sufren. ¡Que la paz esté con ustedes
¿Qué es lo que han hecho de malo los que no vieron a Cristo en los pobres?
Lunes primera semana de Cuaresma. Es el no haber abierto los ojos para ver a Cristo en sus hermanos.
La Cuaresma que se nos puede presentar simplemente como camino de penitencia, como un camino de dolor, como un camino negativo, realmente es todo lo contrario. Es un camino sumamente positivo, o por lo menos así deberíamos entenderlo nosotros, como un camino de crecimiento espiritual. Un camino en el cual, cada uno de nosotros va a ir encontrándose, cada vez con más profundidad con Cristo. Encontrarnos con Cristo en el interior, en lo más profundo de nosotros, es lo que acaba dando sentido a todas las cosas: las buenas que hacemos, las malas que hacemos, las buenas que dejamos de hacer y también las malas que dejamos de hacer.
En el fondo, el camino que Dios quiere para nosotros, es un camino de búsqueda de Él, a través de todas las cosas. Esto es lo que el Evangelio nos viene a decir cuando nos habla de las obras de misericordia. Quien da de comer al hambriento, quien da de beber al sediento, en el fondo no simplemente hace algo bueno o se comporta bien con los demás, sino va mucho más allá. Está hablándonos de una búsqueda interior que nosotros tenemos que hacer para encontrarnos a Cristo; una búsqueda que tenemos que tenemos que ir realizando todos los días, para que no se nos escape Cristo en ninguno de los momentos de nuestra existencia.
¿Cómo buscamos a Cristo?¿Cuánto somos capaces de abrir los ojos para ver a Cristo? ¿Hasta que punto nos atrevemos a ir descubriendo, en todo lo que nos pasa, a Cristo? La experiencia cotidiana nos viene a decir que no es así, que muchas veces preferimos cerrar nuestros ojos a Cristo y no encontrarnos con Él.
¿Por qué nos puede costar reconocer a Cristo?¿Qué es lo que han hecho de malo los que no vieron a Cristo en los pobres? ¿Realmente dónde está el mal? Cuando dice Jesús Estuvieron hambrientos y no les disteis de comer; estuvieron sedientos y no les disteis de beber, ¿qué es lo que han hecho de malo? Lo que han hecho de malo, es el no haber sido capaces de reconocer a Cristo; el no haber abierto los ojos para ver a Cristo en sus hermanos. Ahí está el mal.
Lo que nos viene a decir el Evangelio, el problema fundamental es que nosotros tengamos la valentía, la disponibilidad, la exigencia personal para reconocer a Cristo. No simplemente para hacer el bien, que eso lo podemos hacer todos, sino para reconocer a Dios. Saber poner a Cristo en todas las situaciones, en todos los momentos de nuestra vida.
Esto que nos podría parecer algo muy sencillo, sin embargo es un camino duro y exigente. Un camino en el cual podemos encontrarnos tentaciones. ¿Cuál es la principal tentación? La principal tentación en este camino, del cual nos habla el Evangelio de hoy, es precisamente la tentación de no aceptar, con nuestra libertad, que Cristo puede estar ahí, o sea la tentación del uso de la libertad.
Creo que si hay algo a lo cual nosotros estamos profundamente arraigados, es a nuestra libertad y es lo que buscamos defender en todo momento y conservar por encima de todo. Cristo dice: «¡Cuidado!, no sea que tu libertad vaya a impedirte reconocerme. ¿Cuántas veces el ayudar a alguien significa tener que dejar de ser uno mismo? ¿Cuántas veces el ayudar a alguien significa tener que renunciar a nosotros mismos? «Tuve hambre y no me diste de comer». Y tengo que ser yo quien te dé de comer de lo mío, es decir, tengo que renunciar. Tengo que ser capaz de detenerme, de acercarme a ti, de descubrir que tienes hambre y de darte de lo mío.
A veces podríamos pensar que Cristo sólo se refiere al hambre material, pero cuántas veces se acerca a nosotros corazones hambrientos espiritualmente y nosotros preferimos seguir nuestro camino; preferimos no comprometer nuestra vida, pues es más fácil, así no me meto en complicaciones, así me ahorro muchos problemas.
¿Cuántas veces podrían nuestros hermanos, los hombres, haber pasado a nuestro lado, haber tocado nuestra puerta y haber encontrado nuestro corazón, libremente, conscientemente cerrado? diciendo: «yo no me voy a comprometer con los demás, yo no me voy a meter en problemas». Cuidado, porque esta cerrazón del corazón, puede hacer que alguien muera de hambre; puede ser que alguien muera de sed. No podemos solucionar todos los problemas del mundo; no podemos arreglar todas las dificultades del mundo, pero la pregunta es: ¿cada vez que alguien llega y toca a tu corazón, le abres la puerta? ¿te comprometes cada vez que tocan tu corazón?
Este es un camino de Cuaresma, porque es un camino de encuentro con Cristo, con ese Cristo que viene una y otra vez a nuestra alma, que llega una y otra a nuestra existencia.
Todos nosotros somos de una o de otra forma, miembros comprometidos en la Iglesia, miembros que buscan la superación en la vida cristiana, que buscan ser mejores en los sacramentos, ser mejores en las virtudes, encontrarnos más con nuestro Señor. ¿Por qué no empezamos a buscarlos cuando Él llega a nuestra puerta? Cuidad con la principal de las tentaciones, que es tener el corazón cerrado.
A veces nos podría preocupar muchas tentaciones: lo mal que está el mundo de hoy, lo tremendamente horrible que está la sociedad que nos rodea. ¿Y la situación interior? ¿Y la situación de mi corazón cerrado a Cristo? ¿Y la situación de mi corazón que me hace ciego a Cristo, cómo la resuelvo? Las situaciones de la sociedad se pueden ignorar cerrando los ojos, no preocupándome de nada, metiéndome en un mundo más o menos sano. Pero la del corazón, la tentación que te impide reconocer a Cristo en tu corazón, ¿cómo la solucionas? Este es el peor de los problemas, porque de ésta es la que a la hora de la hora te van a preguntar: ¿Qué hiciste? ¿Dónde estabas? ¿Por qué no me abriste si estabas en casa?¿Por qué si yo te estaba buscando a ti, tu no me quisiste abrir la puerta? ¿Por qué si yo quería llegar a tu vida, preferiste quedarte dentro y no salir? ?¿Por qué si yo quería reunirme contigo, solucionar tus problemas, ayudarte a reconocerme, tú preferiste seguir viviendo con los ojos cerrados.
Esto es algo muy fuerte y la Cuaresma tiene que ayudarnos a preguntarnos y a planteárnos la apertura real del corazón y ver porqué nuestro corazón cerrado por nuestra libertad no quiere reconocer a Cristo en los demás. Atrevámonos a ver quiénes somos, cómo estamos viviendo nuestra existencia.
Abramos nuestro corazón de par en par. No permitamos que nuestro corazón acabe siendo el sediento y hambriento por cerrado en si mismo. Podemos acabar siendo nosotros, auténticos hambrientos y sedientos, y estar Cristo tocando a nuestras puertas y sin embargo cerramos el corazón.
Hagamos de nuestro camino de cuaresmal, un camino hacia Dios abriendo nuestro corazón. Yo estoy seguro, de que siempre que abramos nuestro corazón vamos a encontrarnos con nuestro Señor, con Cristo que nos dice por dónde tenemos que ir. Así, nuestra alma va a decir: «efectivamente, yo se que tu eres el Señor, te he reconocido y por eso abro mi vida. Te he reconocido y por eso me doy completamente y soy capaz de superar cualquier dificultad. Te he reconocido». Abramos el corazón, reconozcamos a Cristo, no permitamos que nuestra vida se encierre en sí misma. Tres condiciones para que podamos verdaderamente tener al Señor en nuestra existencia. De otra forma, quién sabe qué imagen tengamos de Dios y no se trata de hacer a Dios a nuestra imagen, sino hacernos a imagen de Dios.
Que el reclamo a la santidad, que es la Cuaresma, sea un reclamo a un corazón tan abierto, tan generoso y tan disponible que no tenga miedo de reconocer a Cristo en todas cada una de la situaciones por las que atraviesa; en todas y cada una de las exigencias, que Cristo, venga a pedir a nuestra vida cotidiana. No se trata simplemente de esperar hasta el día del Juicio Final para que nos digan: «tu a la derecha y tu a la izquierda»; es en el camino cotidiano, donde tenemos que empezar a abrir los ojos y a reconocer a Cristo.
Asistencia Espiritual y Emocional
Se unen líderes espirituales y científicos para ofrecer espiritualidad, conocimiento y salud.
Se propaga por ahí que existe una situación alarmante en la que muestra que 340 millones de personas padecen de depresión. Expertos y organizaciones conmovidos ante esta “depresiva noticia”, se unen para ofrecer la solución a tan grave problema.
¿Qué ofrecen?
Asistir emocional y espiritualmente a personas que sufren de estrés, ansiedad y depresión. Las técnicas recomendadas van orientadas a la terapia psico-espiritual e integral en la sanación de la persona humana.
Afirman que se han dado cuenta que para sanar la depresión indudablemente es importante una la atención al dinamismo biológico, psicológico, social y espiritual, pero en esta última está la sanación ya que sólo “el ser supremo” puede llegar hasta lo más profundo del alma.
Algunos de sus argumentos:
En el mundo actual ya no se descubre la presencia de Dios, esto provoca una gran falta de estabilidad existencial, sentido a la vida. Una gran Crisis del ser en donde el hombre es rebajado a su dimensión corporal y mental, limitando el espacio de libertad. Un mundo donde sólo importa el tener y no el ser, no hay tiempo de escuchar y de ser escuchado. Las personas desean mucho pero no saben dónde dirigir sus energías vitales y así hay enfermedad causada por el abuso del tiempo, del ecosistema del mundo. Una gran intolerancia reina en donde el hombre no es libre…
Consecuencias desastrosas:
Desempleo, divorcio, inseguridad, falta de auténtica educación, falta de transmisión del saber, de la cultura, de la moral, de la vida religiosa y la negligencia de las normas objetivas.
Su propuesta: Dios no, espiritualidad si…
Proponen una espiritualidad capaz de recuperar la unidad de personas y familias afectadas por el stress, una toma de conciencia para que el espíritu sea el motor de la vida
¿Realmente el mundo es tan malo o el hombre tan hueco, como para convertirse en un ser depresivo? Y una espiritualidad sin Dios ¿podrá hacer la tierra buena y llenar al hombre vacío?
Evidentemente un mundo sin Dios entristece, pero más dejar que otros depresivos nos curen sin él. No será que detrás de todo esto esta presente la gran sombra de espiritualidades baratas en donde abunda la idea errada de que todas las religiones pueden ser por igual caminos válidos para la felicidad, de una moral relativista en la que lo bueno es aquello que te hace sentir bien, en paz, en armonía… y de esta forma un hombre sin dios, pero con mucha “espiritualidad”, se convierte en una verdadera veleta que gira hacia donde el viento le lleve…
Respuestas
La verdadera depresión:
En la depresión como estado patológico se pierde la satisfacción de vivir, la capacidad de actuar y la esperanza de recuperar el bienestar. Se acompaña de manifestaciones clínicas en la esfera del estado de ánimo (tristeza, pérdida de interés, apatía, falta de sentido de esperanza), del pensamiento (capacidad de concentración disminuida, indecisión, pesimismo, deseo de muerte, etc.), de la actividad psicomotriz (inhibición, lentitud, falta de comunicación o inquietud, impaciencia e hiperactividad) y de las manifestaciones somáticas (insomnio, alteraciones del apetito y peso corporal, disminución del deseo sexual, pérdida de energía, cansancio, etc.)
Este conjunto de síntomas ponen de manifiesto que nos hallamos ante un estado patológico específico, netamente distinto de la tristeza normal y que adquiere formas e intensidades bien definidas. Y en este sentido se han establecido diversas formas clínicas de depresión internacionalmente aceptadas, que de menor a mayor intensidad son: reacción depresiva; trastorno depresivo mayor; distimia; trastorno bipolar; trastorno depresivo orgánico; depresión melancólica; y depresión psicótica. Cada una de ellas con rasgos diferenciales clínicos bien establecidos.
Por lo tanto, sentirse triste o deprimido no es suficiente para afirmar que se padece una depresión. Este término puede indicar un signo, un síntoma, un síndrome, un estado emocional, una reacción o una entidad clínica bien definida. Por ello es importante diferenciar entre la depresión como enfermedad y los sentimientos de infelicidad, abatimiento o desánimo, que son reacciones habituales ante acontecimientos o situaciones personales difíciles. Y evidentemente aunque el hombre es un ser biológico, social, intelectual y espiritual, no podemos olvidar que todo su ser integral se ordena a un fin ultimo, a su creador; Pero si se intenta “curar” por partes, hay que dar a cada parte la medicina que le corresponde…
Las técnicas orientales:
Puestas de modo por la Nueva Era, buscan que las personas experimenten estados emocionales placenteros que identifican con paz del alma. Lo que realmente crean es una atmósfera de debilidad y vulnerabilidad psíquica, en dónde ya no se actúa por principios que mueven la voluntad, sino por momentos de falsa armonía, que en el fondo sólo llevan a pintar un mundo color de rosa, en donde la responsabilidad es poco conocida.
El hombre, desde el enfoque cristiano, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios:
Somos creados a imagen y semejanza de Dios (genesis1, 27). Esta dignidad de la persona humana fue revelada en Jesucristo quien siendo Dios si hizo hombre para redimir al propio hombre. Este gesto hace que la relación con Dios sea auténtica, personal y de imitación. Esto está muy lejos de la caricatura del antropocentrismo atribuido al Cristianismo y rechazado por muchos autores y seguidores de la Nueva Era.
La verdadera espiritualidad es aquella que lleva a la Amistad con Dios:
Alcanzar la amistad con Dios significa lograr la santidad. Todos estamos llamados a la santidad desde el momento del bautismo. La santidad es cumplir con alegría la voluntad de Dios en la propia vida (Juan Pablo II). Santo es aquél que se esfuerza y lucha por superar los obstáculos que le impiden acercarse más a Dios y lograr parecerse cada vez más a Cristo. El hombre santo es el que más se parece a Dios, porque Dios es santo y su amistad lo ayuda a ser semejante a Él, santo. Le permite ser reflejo suyo, hijo de Dios, como su Hijo Jesucristo. La santidad nos lleva a alcanzar la vida eterna. Pero, ser santos supone un gran esfuerzo. Este esfuerzo lo llamamos vida espiritual, es decir, todas aquellas acciones y actividades que realizamos para alcanzar la amistad con Dios. Por tanto, nuestra vida espiritual dará frutos de eternidad, en la medida en que hagamos caso de los llamados y exhortaciones de Dios.
Siendo hombres de un ser espiritual, debemos llenarnos de espiritualidades verdaderas, conocer la propia fe y hacer una experiencia real de Cristo para no necesitar técnicas que sólo ofrecen espiritualidades baratas y que sólo confunden donde nada es bueno ni malo, todo depende de las circunstancias.
Nuestra fe Católica es capaz de llenar el alma y hacer hombres fuertes, maduros, equilibrados y sobre todo en esa constante lucha por alcanzar la felicidad eterna: el definitivo encuentro con Dios en el cielo.
Documentos de apoyo
UNITATIS REDINTEGRATIO (Decreto de los documentos del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo)
Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana
San Platón de Constantinopla, notario íntegro
Cambió su trabajo de notario por la vida religiosa y fue desterrado dos veces por decir la verdad’
Fue un monje de Asia Menor (en la actual Turquía), que vivió entre finales del siglo VIII y comienzos del siglo IX. Vivió en Constantinopla en la época del emperador Constantino Coprónimo y trabajó como notario. Era un hombre piadoso y decidió renunciar al mundo ingresando en un monasterio. Fue abad del monasterio de Sacudión y participó en el concilio de Constantinopla. Luchó contra la herejía iconoclasta, que pretendía destruir las imágenes religiosas. Se enfrentó al emperador Constantino VI acusándole de adúltero, y éste lo desterró. Al ser destronado Constantino dos años después, regresó. Pero fue también desterrado por el sucesor, Nicéforo, quien apoyaba a un patriarca excomulgado. Falleció el 4 de abril del año 813.
Oración (de la misa)
Señor, tú que has querido dejarnos en san Platón, abad,
un claro testimonio de perfección evangélica,
concédenos, por su intercesión,
abrazar de corazón las realidades del cielo en medio de las vicisitudes de este mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.