• Mark 16:9-15
• Amigos, en el Evangelio de hoy, el Señor resucitado encomienda a los once Apóstoles que proclamen a todos la Buena Nueva. Y este encargo de evangelizar a todas las personas del mundo se extiende a todos los cristianos bautizados.
Evangelizar es proclamar a Jesucristo crucificado y resucitado de entre los muertos. Cuando este kerygma, este Misterio Pascual, no está en el corazón del proyecto, la evangelización cristiana desaparece, convirtiéndose en una convocatoria a una religiosidad liviana o espiritualidad genérica. Cuando no se proclama a Jesús crucificado y resucitado, surge un Catolicismo beige y no amenazante, un sistema de pensamiento que es, en el mejor de los casos, un eco de la cultura del ambiente.
Peter Maurin, uno de los fundadores del movimiento Obrero Católico, dijo que la Iglesia tomó su propia dinamita y la colocó en contenedores herméticamente cerrados y luego se sentó sobre la tapa. En un modo similar, Stanley Hauerwas comentó que el problema del Cristianismo no es ser socialmente conservador o políticamente liberal, ¡sino “ser demasiado aburrido”!
Tanto para Maurin como para Hauerwas, lo que lleva a esta atenuación es la negativa a predicar las noticias peligrosas e inquietantes sobre Jesús resucitado de entre los muertos.
La fe o es misionera o no es fe. La fe no es una cosa sólo para mí, para que yo crezca con la fe: la fe debe ser transmitida, debe ser ofrecida, especialmente con el testimonio: “Id, que la gente vea cómo vivís” (cf. v. 15). La fe es social, es para todos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (v. 15). Y esto no significa hacer proselitismo, como si yo fuera un equipo de fútbol que hace proselitismo o fuese una sociedad de beneficencia. No, la fe es “nada de proselitismo”. Es hacer ver la revelación, para que el Espíritu Santo pueda actuar en la gente mediante el testimonio: como testigo, con el servicio. El servicio es un modo de vivir: si digo que soy cristiano y vivo como un pagano, ¡no vale! Esto no convence a nadie. Si digo que soy cristiano y vivo como tal, eso atrae. Es el testimonio. Pidamos al Señor que nos ayude a vivir nuestra fe de esta manera: fe de puertas abiertas, una fe transparente, no “proselitista”, sino que haga ver: “Yo soy así”. Y con esta sana curiosidad, ayude a la gente a recibir este mensaje que los salvará. (Santa Marta, 25 de abril de 2020)
Damián de Molokai, Santo
Sacerdote, 15 de abril
Apóstol de los leprosos
Martirologio Romano: En Kalawao, de la isla de Molokay, en Oceanía, San Damián de Veuster, presbítero de la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, quien, entregado a la asistencia de los leprosos, terminó él mismo contagiado de esta enfermedad († 1889).
Etimológicamente: Damián = Aquel que doma su cuerpo, es de origen griego.
Fecha de canonización: 11 de Octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.
Breve Biografía
El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.
De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas tierras a misionar.
De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: «Este muchacho tiene energías para emprender trabajos muy grandes».
Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande cuando notó su desaparición. Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le espera en el futuro?
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.
A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de hablar y de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.
Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más tarde).
Una gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: «Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú». Y sucedió que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó, y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba.
Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: «yo nunca me confieso. soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría». Damián le respondió: «Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados». Años mas tarde esto se cumplirá de manera formidable.
Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai. las Primeras noches las pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.
Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables: eran los leprosos.
Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.
Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se fue.
En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes de partir había dicho : «Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo».
Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados.
Trabajo y distracción. El Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos mas abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir.
Pidiendo al extranjero. Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá le llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en las costas, los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus leprosos.
Confesión a larga distancia. Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y recibió la absolución de sus faltas.
Haciendo de todo. Como esas gentes no tenían casi dedos, ni manos, el Padre Damián les hacía él mismo el ataúd a los muertos, les cavaba la sepultura y fabricaba luego como un buen carpintero la cruz para sus tumbas. Preparaba sanas diversiones para alejar el aburrimiento, y cuando llegaban los huracanes y destruían los pobres ranchos, él en persona iba a ayudar a reconstruirlos.
Leproso para siempre. El santo para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y vino a saberlo de manera inesperada.
La señal fatal. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dió cuenta de que estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: «Señor, por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo».
La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los enfermos comentaban: «Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a vivir con nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad». Pero él añadía: «No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios».
Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.
Y el 15 de abril de 1889 «el leproso voluntario», el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable caridad.
En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra.
Todos estamos llamados a dejarnos amar
Santo Evangelio según san Marcos 16, 9-15.
Sábado de la Octava de Pascua
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia las obras de sus manos» (Salmo 19). Al ver tu mano en el mundo, al ver la belleza de un atardecer, al contemplar desde lo alto la majestuosidad de las montañas y al darme cuenta del gran misterio de Dios que se hace hombre y se queda en un trozo pan, tan frágil y al mismo tiempo tan grande, caigo de rodillas a tus pies y te alabo. ¡Qué grande ha sido tu amor para con el hombre! Señor, te pido que me des la gracia de estar aquí, delante de ti, con el respeto y la veneración que le debo a mi Dios y a mi Señor. Al mismo tiempo te pido que me ayudes a abrirte las puertas de mi corazón como se le abren a un amigo, es más, al mejor amigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 16, 9-15
Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron. Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron. Por último se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
¿Quién es digno de ser discípulo de Cristo y mensajero de la Buena Nueva? ¿Quién es el predilecto de Jesús? El consentido de Jesús y su mensajero es cada uno. Todos estamos llamados a dejarnos amar por Jesús, pues Él quiere tocar nuestra miseria y nuestra debilidad para que nos demos cuenta que para Él eso no es importante. No importa el pecado que podamos llevar con nosotros, no importan las tristezas que nos puedan abatir. Lo importante es dejar que Cristo las sane, pues es Él el médico que viene a demostrarnos que no hay nada imposible para Él.
En el Evangelio de hoy vemos algo que sin duda nos puede llenar de esperanza. A la primera persona a la que Jesús se aparece resucitado es a María Magdalena de la que había sacado siete demonios. Y es a ella a quien manda en primer lugar para anunciar su resurrección, para llevar su alegría y su testimonio a los que lloraban.
Pero no le creyeron porque su tristeza era profunda y pensaban que no había salida, que todo había acabado. Y tuvo que venir otro mensajero y después otro, pero sólo hasta que Jesús se les apareció creyeron y su tristeza se convirtió en gozo.
¿Qué no dice a nosotros esto? Dos cosas. La primera es la necesidad de encontrarnos con Cristo, de dejar que entre en nuestros corazones y nos transforme porque sólo así podremos ser sus apóstoles y llevar la alegría al mundo de hoy, que tanto necesita de un mensaje de esperanza. La segunda cosa es que nosotros somos esos mensajeros que preparamos el camino, no somos los que convertimos a las personas o quienes damos alegría. Somos una chispa, en medio de la oscuridad, que prepara los corazones para el encuentro con Cristo. Somos los que dejamos desconcertados y demostramos que un cambio es posible, pero sólo Cristo, en el encuentro personal, es capaz de dar a los corazones lo que necesitan.
«Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos más oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla con los otros; cuando sabemos sonreír con quien sonríe y llorar con quien llora; cuando caminamos junto a quien está triste y corre el riesgo de perder la esperanza; cuando contamos nuestra experiencia de fe a quien está buscando el sentido y la felicidad. Con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida, decimos: ¡Jesús ha resucitado! Lo decimos con todo el alma».
(Homilía de S.S. Francisco, 7 de abril de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, Jesús, voy a llevar en el rostro una sonrisa y me esforzaré por ser amable con los demás. Además aprovechare esta semana para acercarme al sacramento de la reconciliación para hacer la experiencia personal de tu amor que supera cualquier pecado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
¿Qué idioma hablaba Jesucristo?
Un reportaje exclusivo narrando las evoluciones del lenguaje y los idiomas que se hablaban en Palestina hace dos mil años
Quien peregrina a Tierra Santa usualmente se deja llevar por una triste ilusión: pensar que Nuestro Señor Jesucristo hablaba la misma lengua que las gentes que hoy ocupan los Santos Lugares. Es más, el error se extiende incluso a quienes – por motivos que desconozco y no puedo comprender – se empeñan en fundar sociedades católicas con nombres en hebreo.
Hoy en día, el hebreo es la lengua oficial del moderno estado de Israel. Con una sabia determinación, se ha impuesto esta lengua como una forma de unificar a los habitantes del territorio y formar la unidad nacional. Sin embargo, este espectáculo se diferencia mucho del que ofrecía a la vista del peregrino de hace dos mil años.
Diremos, para comenzar, que el hebreo vivo es una lengua moderna, nacida de los esfuerzos del publicista Ben Yehuda durante el siglo pasado, pensando en la creación del «Hogar» sionista que posteriormente se constituyó sobre una porción de Palestina. Ahora bien, esto NO significa que porque el hebreo no fuera usado por el Pueblo Elegido no sea una lengua antigua, considerada por los lingüistas dentro de las lenguas semíticas (1). Todas estas lenguas son parientes entre sí, como el francés lo es de las románicas, del italiano, español o rumano.
Quienes acompañaban a Abraham hablaban un dialecto semítico análogo al babilónico de la baja Mesopotamia. Los cananeos, en cambio, hablaban uno más preciso, mejor construido. Al regresar de Egipto, los hebreos «fijaron» su idioma adoptando construcciones del cananeo. Y así como en la Francia medieval existían los de ´oil´ y de ´oc´, los de Judea pronunciaban ´ch´ la ´s´ de los efraimitas. Por esto el cántico de la profetiza Débora está basado en un vocabulario tan particular. Y como el Libro Sagrado fue redactado casi exclusivamente en Judea, el hebreo judaico prevaleció sobre el resto.
El Rey-Profeta David y Salomón hablaban este hebreo. Y así fue hasta la deportación a Babilonia. Al regreso se produjo un lento declinar de esta lengua y fue suplantada por un dialecto local. Sin embargo los sabios y escritores de las Sagradas Escrituras utilizaban este hebreo como «lengua santa» al modo que los escolásticos y la Santa Iglesia utiliza el latín como lengua sagrada. El hebreo se convirtió, por tanto, en «lengua de santidad», leshon da kodesh, o «la lengua de los sabios». Los doctores de la Ley enseñaban en hebreo como nuestros teólogos enseñaban en latín. Las plegarias y rogatorios se pronunciaban en hebreo al modo de nuestro Pater o el Ave María.
Es notable ver que poco antes de la venida del Salvador, el hebreo conoció un resurgimiento. Se cree que en la comunidad de los esenios, amigos del Señor, se hablaba en hebreo. Nuestro Señor, según nos cuenta San Lucas, enseñaba en el Templo, «desenrollando el libro del profeta Isaías y leyendo». Por tanto para Sus prédicas a los doctores, utilizaba la lengua sacra. Pero en la vida corriente, se utilizaba otro idioma: el arameo. Para Sus prédicas populares, es creíble que el Divino Redentor no utilizase el hebreo sino el arameo para expresarse.
Ahora bien, el arameo no era una lengua corrompida como muchos progresistas «expertos» propagan sin empacho, incluso en libros o documentales de televisión. Ellos dicen que el arameo es una degradación de la lengua, un dialecto degenerado que habrían traído del exilio en Babilonia.
Pero el arameo es una lengua tan original como lo es el hebreo. Era la lengua que hablaban las tribus nómades que fundaban reinos efímeros a lo largo y ancho de la Fértil Medialuna, si lograr jamás unificarse. A causa de esto los israelitas les llamaban «allegados». Por razones poco comprendidas, esta lengua no se perdió cuando el esplendor político de los arameos decayó, sino que, por el contrario, ingresó a una prodigiosa expansión. En toda el Asia anterior, del mar de Irán, de las fuentes del Éufrates al golfo Pérsico, el arameo sustituyó todas las lenguas nativas.
Tan impresionante fue esto que los Reyes de los Reyes persas la adoptaron como lengua administrativa, lo que contribuyó aún más a imponerlo. Israel no fue ajeno a esta dominación.
Aprecie el lector la magnitud del cambio: en el siglo VIII A.C. solamente los grandes hablaban arameo y el pueblo hablaba hebreo; en tiempos del Señor, el pueblo hablaba masivamente el arameo y sólo los grandes hablaban hebreo.
El arameo era una lengua más civilizada que el hebreo, mucho mas flexible, más apta para expresar los matices y circunstancias de un relato o las evoluciones del pensamiento. Además contaba con muchísimas sutilezas: los galileos no pronunciaban como la gente del Jerusalén. Recuerde el lector que la noche dolorosa del Jueves Santo, San Pedro es reconocido como galileo por una criada.
Los evangelios están poblados de numerosos vocablos arameos, utilizados incluso por el propio señor: Abba, haceldama, Gabbata, Gólgota, Mamonas, Mestriah, Pascha y hasta frases enteras como el mandamiento «thalita qumi», que Cristo da a la hija muerta de Jairo. O el célebre «Eloi, Eloi, lamma sabachtani», de la suprema angustia.
Por muestra tenemos que en ciertas partes del libro de Esdras y de Jeremías, los de Daniel y San Mateo se empleó el arameo en la primera redacción, antes de su traducción al griego.
La literatura talmúdica se sirve de las Targum (targumin), que son «traducciones» al arameo del original hebreo. En la época de Nuestro Señor en cada sinagoga habían un «targoman» o traductor al arameo de las enseñanzas y preceptos divinos, que explicaba y traducía al arameo los textos para quienes no sabían o no dominaban el hebreo.
Hoy en día subsiste el arameo oriental, o más bien «arameos» en la zona de Mesopotamia. Al sur de Damasco, en Maamula (Mamula) se habla el arameo occidental y gracias a esta preservación se ha podido transcribir el Pater en arameo.
Pero, ¿esto quiere decir que el hebreo y el arameo eran las dos únicas lenguas que se hablaban en la época del Redentor? Los relatos evangélicos nos cuentan que Pilatos ordenó clavar un letrero sobre la Cruz que estaba escrito en tres idiomas: hebreo, griego y latín.
El latín era la lengua de los invasores y tenía muy poco uso, pero era el idioma oficial del Imperio y se utilizaba para todas las comunicaciones oficiales. Flavio Josefo concuerda con esto y añade que todas las comunicaciones y decretos se acompañaban de una traducción en griego.
El griego estaba muy difundido en el Cercano Oriente y en todo el Imperio. Los rabinos levantaban una lucha cultural contra el invasor que imponía costumbres paganas: «Quien enseña griego a su hijo – decían – es maldito al igual que el que come puerco». Pero esto no impedía que sus grandes sabios, como Gamaliel, lo conocieran perfectamente. El Libro de Hechos narra cómo, por darle el gusto a la población de Jerusalén tras su detención, San Pablo habla en arameo y no en griego, ya que el griego era la lengua de la gente culta, distinguida, de los ricos, la lengua de herodes y la lengua internacional de los negocios.
Los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, casi todas las Epístolas y el Apocalipsis, fueron escritos en lengua griega, o la menos traducidos inmediatamente a ésta.
¿Hablaba griego el Mesías Esperado? En ninguno de los discursos que registran los Evangelios le escuchamos pronunciar una sola cita griega, ni siquiera una alusión, como sí lo hace San Pablo. Pero cuando es interrogado por Poncio Pilato no se sirve de ningún traductor. Y Pilatos no se tomaba la molestia de estudiar la lengua de los sometidos y esclavos. ¿Que tipo de griego se hablaba en Palestina? El que a partir de Alejandría se había impuesto a los idiomas locales: ático, jonio, dorio, eolio y se difundió en el mundo helenístico no sin sufrir deformaciones.
El griego de la Koiné se había simplificado, suprimiéndole palabras difíciles y se dejaron de lado las particularidades de las declinaciones y conjugaciones: utilizaba las construcciones analíticas con preposiciones de preferencia a las formas del griego clásico, pero ante todo había adoptado muchas palabras latinas y formas sonoras orientales. Definitivamente no era el griego de Platón, pero era cómodo y muy bien adaptado para el papel internacional que habría de desempeñar.
Esta pequeñísima introducción nos permite abrir una nueva visión del mundo que contemplaron los Divinos Ojos del Creador.
Este mundo que le recibió y no le acogió fue perfeccionándose gradualmente y depurando, gracias a las saludables influencias de la Santa Iglesia, todos los resabios de paganismo y maldad que eran costumbres incuestionadas por los hombres de aquella época. Sirva decir que fue gracias a la Iglesia y no a las bravatas masónicas de la ilustración, sino mas de diecisiete siglos antes, que se comenzó a luchar por el fin de la esclavitud y que fue la Iglesia quien consiguió abolir esa práctica infame. Sólo con el Renacimiento de los errores antiguos, hacia el fin de la Edad Media, resurge el esclavismo de manos de personas, consagradas al culto del dinero y del poder. Fue la Iglesia, recordémoslo siempre, quien creó el concepto de persona y dignidad, y no es ésta una invención moderna.
Comencemos, pues, a amar y estudiar más nuestra historia para desterrar las idear perversas que nos introducen las creaciones literarias y hollywoodenses sobre nuestro pasado y en particular del contexto histórico y de la Sagrada Persona de Nuestro Señor Jesucristo.
Hoy en día, en que se quiere hacer creer y sentir que la Iglesia erró por dos mil años y que, por tanto, debe volver a sus primeros tiempos, es momento oportuno para recordar, divulgar y defender.
¿Qué es el culto de la Divina Misericordia?
¿Es verdad que Jesús mismo lo reveló a sor Faustina Kowalska?
El culto de la Divina Misericordia consiste en dar testimonio en la propia vida del espíritu de confianza en Dios y de misericordia hacia los demás.
Y este es, de hecho, el punto fundamental del ejemplo que nos dejó sor Faustina Kowalska, la religiosa polaca que dio el empuje decisivo a esta devoción.
1. En el origen del culto de la Divina Misericordia está la monja polaca Faustina Kowalska
Sor Faustina, tercera de diez hijos, nació el 25 de agosto de 1905 en una religiosísima familia de agricultores de Glogowiec (Polonia).
Fue bautizada con el nombre de Elena y desde su infancia aspiró a la vida religiosa. A los 16 años dejó la casa paterna para ir a trabajar como doméstica. Pero tras una visión volvió a casa para pedir el permiso de entrar en el convento.
Los padres eran muy religiosos, pero no querían perder a su mejor hija. Por eso le negaron su permiso alegando falta de dinero para la dote.
Elena volvió al trabajo. Pero después en otra visión le preguntó a Jesús qué debía hacer, y él le dijo que fuese a Varsovia, donde entraría en un convento.
Antes de entrar en la Congregación de las Hermanas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia trabajó otro año para conseguir una pequeña dote. Y el 1 de agosto de 1925 atravesó la puerta de la clausura.
A continuación se dirigió a la casa de la Congregación en Cracovia para realizar el noviciado.
Durante la ceremonia de la investidura recibió el nombre de sor María Faustina. Hizo la profesión perpetua el 1 de mayo de 1933.
Exteriormente nada traicionaba la extraordinaria riqueza de la vida mística de sor Faustina.
Ella resaltaba por la total e ilimitada dedicación a Dios y el amor activo hacia el prójimo, a imitación del modelo supremo, Cristo.
Su Diario
Solo el Diario de la religiosa ha revelado la profundidad de su vida espiritual, revelada a los confesores y en parte a sus superioras.
En la base de su espiritualidad está el misterio de la Misericordia Divina, que meditaba en la palabra de Dios y contemplaba en la cotidianeidad.
Jesús la honró con gracias extraordinarias como visiones, revelaciones, estigmas ocultos, unión mística con Dios, y el don del discernimiento de los corazones y de la profecía.
La austeridad de la vida y los ayunos extenuantes a los que se sometía aún antes de entrar en la Congregación debilitaron su organismo.
Y en los últimos años de su vida se intensificaron los sufrimientos interiores de la “noche pasiva del espíritu” y los físicos.
Murió el 5 de octubre de 1938 a los 33 años, tras 13 de vida religiosa.
La devoción a la Misericordia Divina se difundió rápidamente en el mundo durante la II Guerra Mundial.
Sor Faustina, por lo demás, había escrito en su Diario: “Advierto bien que mi misión no acabará con mi muerte, sino que comenzará”.
Su cuerpo reposa en el Santuario de la Misericordia Divina de Lagiewniki, junto a Cracovia. El papa Juan Pablo II la beatificó en 1993 y la canonizó en el 2000.
2. El modelo del culto de la Divina Misericordia lo explicó el propio Jesús a sor Faustina
El modelo del culto de la Divina Misericordia se lo mostró Jesús mismo en la visión que santa Faustina tuvo el 22 de febrero de 1931 en la celda del convento de Płock.
«Por la noche, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanda – escribió en su Diario –: una mano alzada para bendecir mientras la otra tocaba sobre el pecho la túnica, que ligeramente abierta dejaba salir dos grandes rayos, uno rojo y uno pálido. (…) Tras un instante Jesús me dijo: ‘Pinta una imagen según el modelo que ves, con escrito abajo: ¡Jesús, confío en Ti!’».
El primer cuadro de la Divina Misericordia fue pintado en Vilna en 1934 por el pintor Eugenio Kazimirowski. Recibió indicaciones proporcionadas personalmente por sor Faustina.
Pero el que es famoso en todo el mundo es el cuadro de Lagiewniki, en Cracovia, pintado por Adolf Hyla.
El significado del cuadro está estrechamente ligado a la liturgia del domingo después de Pascua.
En él la Iglesia lee el Evangelio de san Juan que describe la aparición de Jesús resucitado en el Cenáculo y la institución del sacramento de la penitencia (Jn 20, 19-29).
La imagen
La imagen representa por tanto al Salvador resucitado que lleva a los hombres la paz con la remisión de sus pecados a precio de su Pasión y muerte en cruz.
Los rayos de la sangre y del agua que brotan del corazón de Jesús atravesado por la lanza. Y las cicatrices de las heridas de la crucifixión recuerdan los acontecimientos del Viernes Santo.
Jesús definió con mucha claridad tres promesas ligadas a la veneración de la imagen:
1LA SALVACIÓN ETERNA
2LA VICTORIA SOBRE LOS ENEMIGOS DE LA SALVACIÓN Y GRANDES PROGRESOS EN EL CAMINO DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA
3LA GRACIA DE UNA MUERTE FELIZ
La imagen de Jesús Misericordioso es llamada a menudo imagen de la Divina Misericordia, porque en el misterio pascual de Cristo se reveló más claramente el amor de Dios por el hombre.
La imagen, dijo Jesús, «debe recordar las exigencias de mi Misericordia, pues incluso la fe más fuerte no sirve de nada sin las obras«.
3. La fiesta de la Divina Misericordia, la más importante de todas las formas de devoción
Jesús habló por primera vez del deseo de instituir esta fiesta a sor Faustina en 1931:
«Deseo que haya una fiesta de la Misericordia. Quiero que la imagen, que pintarás con el pincel, sea bendecida en el primer domingo después de Pascua; este domingo debe ser la fiesta de la Misericordia», «el más grande atributo de Dios».
En base a los estudios de I. Rozycki, en los años siguientes Jesús volvió a hacer esta precisión en 14 apariciones.
Y definió con precisión el día de la fiesta en el calendario litúrgico de la Iglesia, la causa y el fin de su institución, el modo de prepararla y celebrarla y las gracias vinculadas a ella.
La elección del primer domingo después de Pascua tiene un profundo sentido teológico. Indica el estrecho vínculo entre el misterio pascual de la Redención y la fiesta de la Misericordia.
La propia sor Faustina, por lo demás, escribió:
«Ahora veo que la obra de la Redención está unida a la obra de la Misericordia pedida por el Señor».
Jesús explicó la razón por la que pidió la institución de la fiesta, diciendo:
«Las almas perecen, a pesar de Mi dolorosa Pasión (…). Si no adoran Mi misericordia, perecerán para siempre».
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La Coronilla
Para preparar la fiesta debe haber una novena, es decir, la recitación, comenzando desde el Viernes Santo, de la coronilla a la Divina Misericordia.
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En el día de la fiesta, dijo Jesús, «quien se acerque a la fuente de la vida conseguirá la remisión total de las culpas y de las penas».
Como subrayó Rozycki, se trata de «algo decididamente más grande que la indulgencia plenaria«, que consiste solo en el perdón de las penas temporales merecidas por los pecados cometidos.
Por las páginas de su Diario, sabemos que sor Faustina fue la primera en celebrar individualmente esta fiesta, con el permiso de su confesor.
El cardenal Franciszek Macharski introdujo la fiesta en Cracovia con la Carta Pastoral para la Cuaresma de 1985, y el ejemplo fue seguido en los años sucesivos por los obispos de otras diócesis polacas.
El culto de la Divina Misericordia en el primer domingo después de Pascua en el santuario de Cracovia – Lagiewniki estaba ya presente en 1944.
4. Juan Pablo II, el gran promotor del culto a la Divina Misericordia
En la homilía de canonización de sor Faustina, el 30 de abril de 2000, Juan Pablo II declaró que desde ese momento el segundo Domingo de Pascua sería llamado en toda la Iglesia Domingo de la Divina Misericordia.
El papa polaco fue el gran apoyo de este culto, que entre 1938 y 1959 conoció un gran desarrollo.
Pero a pesar del favor de los pontífices, e interés de muchos pastores de la Iglesia y las peticiones por parte de los obispos y las curias encontró también resistencias, sobre todo por parte del Santo Oficio, que en 1959 emanó incluso una notificación negativa.
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El culto a la Misericordia de Dios se afirmó plenamente con el papa Wojtyła, quien en la encíclica Dives in Misericordia de 1980 exaltó la Misericordia de Dios y el 7 de junio de 1997 afirmó:
«Doy gracias a la Divina Providencia porque me ha permitido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo mediante la institución de la Fiesta de la Divina Misericordia».
El 1 de septiembre de 1994, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó el texto de la Misa votiva De Dei Misericordia, que por voluntad de Juan Pablo II concedía el uso a la Iglesia universal y hoy entra obligatoriamente en todos los misales.
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