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• Luke 10:17-24

 

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús emite juicio sobre poblaciones que no han creído en Él y sus signos. “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!

Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza”.

Este Evangelio contiene palabras para nosotros. 

¿Qué es lo primero que un ministro debe realizar al entrar en una ciudad? “Curar a los que allí estén enfermos”.

Cristo es Soter, sanador de cuerpo y espíritu. Muchos de los santos eran sanadores; muchas de las apariciones de la Vírgen María llevaron a la sanación.

Otra gran tarea de la Iglesia es proclamar que “El Reino de Dios está cerca”. La Iglesia es un organismo que proclama, anuncia, evangeliza. Lo que proclamamos es que, en Cristo Jesús, ha aparecido un modo completamente nuevo de ordenar las cosas, que Dios, en Cristo, está atrayendo todas las cosas hacia Sí mismo.

Los grandes principios que ordenan el mundo—dinero, fama, poder, placer, sexo—han caído. Un nuevo rey ha llegado, un nuevo modo de organizar la vida. El nuevo modo ordenado por Dios es amor, inclusión, compasión, no-violencia, y perdón, especialmente de los enemigos.

 

En este pasaje evangélico podemos notar un contraste entre las promesas del ángel y la respuesta de María. Tal contraste se manifiesta en la dimensión y en el contenido de las expresiones de los dos protagonistas. El ángel dice a María: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin» (vv. 30-33).

Es una larga revelación, que abre perspectivas inauditas. (…) Sin embargo, la respuesta de María es una frase breve que no habla de gloria, no habla de privilegio, sino solo de disponibilidad y de servicio: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (…)  María se presenta con una actitud que corresponde perfectamente a la del Hijo de Dios cuando viene en el mundo: Él quiere convertirse en el Siervo del Señor, ponerse al servicio de la humanidad para cumplir el proyecto del Padre. (…) La actitud de María refleja plenamente esta declaración del Hijo de Dios, que se convierte también en hijo de María. (Ángelus, 24 diciembre 2017)

 

 

Nuestra Señora del Rosario

Advocación mariana, 7 de octubre


Fiesta

 

Martirologio Romano: Memoria de la santísima Virgen María del Rosario. En este día se pide la ayuda de la santa Madre de Dios por medio del Rosario o corona mariana, meditando los misterios de Cristo bajo la guía de aquélla que estuvo especialmente unida a la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios.

Breve Semblanza


Cuenta la leyenda que la Virgen se apareció en 1208 a Santo Domingo de Guzmán en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las manos, le enseñó a rezarlo y le dijo que lo predicara entre los hombres; además, le ofreció diferentes promesas referentes al rosario. El santo se lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla de Muret, cuya victoria se atribuyó a la Virgen. Por ello, Montfort erigió la primera capilla dedicada a la imagen.

En el siglo XV su devoción había decaído, por lo que nuevamente la imagen se apareció al beato Alano de la Rupe, le pidió que la reviviera, que recogiera en un libro todos los milagros llevados a cabo por el rosario y le recordó las promesas que siglos atrás dio a Santo Domingo.




El rezo del Santo Rosario es una de las devociones más firmemente arraigada en el pueblo cristiano. Popularizó y extendió esta devoción el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla de Lepanto (1571), victoria atribuída a la Madre de Dios, invocada por la oración del Rosario. Más hoy la Iglesia no nos invita tanto a rememorar un suceso lejano cuanto a descubrir la importancia de María dentro del misterio de la salvación y a saludarla como Madre de Dios, repitiendo sin cesar: Ave María. La celebración de este día es una invitación a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.

– Únete al santo rosario donde quiera que estés

 

 

¿Qué es el Santo Rosario?

 

 

Hasta ahora se ha considerado como la mejor definición del Rosario, la que dio el Sumo Pontífice San Pío V en su «Bula» de 1569: «El Rosario o salterio de la Sma. Virgen, es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor».

El Rosario constaba de 15 Padrenuestros y 150 Avemarías, en recuerdo de los 150 Salmos. Ahora son 20 Padrenuestros y 200 Avemarías, al incluir los misterios de la luz.



La palabra Rosario significa «Corona de Rosas». Nuestra Señora ha revelado a varias personas que cada vez que dicen el Ave María le están dando a Ella una hermosa rosa y que cada Rosario completo le hace una corona de rosas. La rosa es la reina de las flores, y así el Rosario es la rosa de todas las devociones, y por ello la mas importante de todas.



 

El Rosario esta compuesto de dos elementos: oración mental y oración verbal.
En el Santo Rosario la oración mental no es otra cosa que la meditación sobre los principales misterios o hechos de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre. Estos veinte misterios se han dividido en cuatro grupos: Gozosos, Luminosos, Dolorosos y Gloriosos.



La oración verbal consiste en recitar quince decenas (Rosario completo) o cinco decenas del Ave María, cada decena encabezada por un Padre Nuestro, mientras meditamos sobre los misterios del Rosario.

La Santa Iglesia recibió el Rosario en su forma actual en el año 1214 de una forma milagrosa: cuando Nuestra Señora se apareciera a Santo Domingo y se lo entregara como un arma poderosa para la conversión de los herejes y otros pecadores de esos tiempos. Desde entonces su devoción se propagó rápidamente alrededor del mundo con increíbles y milagrosos resultados.
Entre las varias formas y modos de honrar a la Madre de Dios, optando por las que son mejores en si mismas y mas agradables a Ella, es el rezo del Santo Rosario la que ocupa el lugar preeminente.

Vale la pena recordar que entre las variadas apariciones de la Santísma Virgen, siempre Ella ha insistido en el Rezo del Rosario. Es así como, por ejemplo, el 13 de Mayo de 1917 en un pueblo de Portugal llamado Cova de Iria, la Santísima Virgen insiste con vehemencia el rezo del Rosario a los tres pastorcitos, en una de sus muchas apariciones a estos tres videntes.



Siendo un sacramental, el Santo Rosario contiene los principales misterios de nuestra religión Católica, que nutre y sostiene la fe, eleva la mente hasta las verdades divinamente reveladas, nos invita a la conquista de la eterna patria, acrecienta la piedad de los fieles, promueve las virtudes y las robustece. El Rosario es alto en dignidad y eficacia, podría decirse que es la oración más fácil para los sencillos y humildes de corazón, es la oración mas especial que dirigimos a nuestra Madre para que interceda por nosotros ante el trono de Dios.



 

El Santo Rosario prolonga la vida litúrgica de la Iglesia pero no la sustituye, al contrario enriquece y da vigor a la misma liturgia. Es por ello, que el Santo Rosario se enmarca como una plegaria dentro de la religiosidad popular que contiene un gran tesoro de volares que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia.



El pueblo latinoamericano es profundamente Mariano, reconoce con una gran sabiduría popular católica, que llegamos a Jesús Salvador a través de María Santísima su Madre y desde los mismos tiempos del descubrimiento y de la conquista de América, se genero una gran devoción por la Virgen María; en Ella, nuestros pueblos siempre han mirado el rostro maternal de quien nos trajo la salvación y con la primera manifestación explicita de la Reina del Cielo en tierra americana, con rostro y figura de mujer mestiza, en México, se acrecentó aun mayor el amor y la devoción a ella en todos los países hispano parlantes, reconociéndola como nuestra propia Madre, llena de amor, de misericordia y de piedad para con sus hijos. Sentimiento que va en relación directa con el origen mismo de la Maternidad Divina:

María es Madre de Dios Redentor es también verdaderamente la Madre de todos los miembros de Cristo, porque Ella colaboro con su amor a que nacieran en la Iglesia, los creyentes, miembros de aquella cabeza que es Cristo.



El paso del tiempo, las costumbres modernas, y la innovación de formas de oración, no pueden dejar a un lado el rezo del Santa Rosario. De hecho, los Santos Padres y los Santos han tenido una profunda devoción a este sacramental, nosotros como católicos y como amantes de la Reina del Cielo hemos de ser fervientes devotos del Rosario. Es digno de recordar que la familia que reza unida permanece unida, Que la recitación piadosa y consciente del Santo Rosario nos traiga la paz al alma y nos una más estrechamente a María para vivir auténticamente nuestro cristianismo.

 

 

Mi nombre en el cielo

Santo Evangelio según san Lucas 10, 17-24.

 

 

Sábado XXVI del Tiempo Ordinario




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Jesús, te doy gracias de todo corazón por este momento que me regalas para estar en intimidad contigo. Delante de ti puedo ser como soy, sin ningún tipo de máscara ni armadura, pues Tú me amas y me miras de tal manera, que no me siento condenado por ti, sino acogido tal cual soy, con todas mis heridas, con todos mis pecados…con todas mis ganas de amar y ser amado. En tus manos, Jesús, pongo todo mi corazón con todos mis anhelos y problemas, confiando en que acoges mi súplica y me darás hoy, y siempre, aquello que más necesito.



 

 

Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 10, 17-24



En aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les contestó: «Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo». En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó: «¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron».

Palabra del Señor.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



Jesús, hoy en este evangelio, me invitas a poner la fuente de mi alegría en el hecho de que Tú me amas, más que en los éxitos que pueda alcanzar. Me mandas estar alegre porque has escrito mi nombre en el cielo. Has querido que, a donde quiera que vaya, no olvide que tu amor siempre me acompaña.

¡Tantas veces, Jesús, pierdo esta verdad en mi vida diaria!

Basta que el cielo se nuble, que pase por un momento de dificultad para que la fuente de mi alegría muchas veces se extinga. Me olvido de que si bien las nubes me impiden ver el cielo azul, eso no significa que no esté allí, y que siempre puedo tornar a verlo por medio de la oración, confiando plenamente en que su eficacia no es que me quites las dificultades, sino que me ayudes a vivir alegre en tu amor aun a pesar de ellas.



Gracias, Jesús, porque así como el cielo envuelve la tierra, así tu amor me circunda y acompaña a donde quiera que vaya. Ayúdame a nunca olvidar esta certeza y a poner la fuente de mi alegría en ti.



«Deja que Jesús te predique y deja que te cure. Así, yo también puedo predicar a los demás, enseñar las palabras de Jesús, porque dejo que Él me predique; y también puedo ayudar a curar tantas heridas, tantas heridas que hay. Pero antes tengo que hacerlo yo: dejar que Él me predique y Él me cure».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de febrero de 2015).



Diálogo con Cristo


Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.


Propósito


 

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.


Hoy buscaré poner mi alegría en Dios ofreciéndole las pequeñas dificultades y contratiempos.


Despedida


Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.



Amén.



¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Una Iglesia de «santos, no mundanos»

Francisco entrega a los miembros del Sínodo un volumen que publica hoy la Libreria Editrice Vaticana.




 

 

Por: Papa Francisco | Fuente: Vatican News

La fe cristiana es una lucha, una batalla interior para vencer la tentación de encerrarnos en nosotros mismos y dejarnos habitar por el amor de un Padre que desea nuestra felicidad. Es una lucha hermosa porque, cuando dejamos vencer al Señor, nuestro corazón exulta de plenitud y nuestra existencia se ilumina con un rayo de infinitud.

La lucha que combatimos como seguidores de Jesús es, ante todo, contra la mundanidad espiritual, que es paganismo disfrazado de ropaje eclesiástico. Aunque se camufle bajo una apariencia sagrada, es una actitud que acaba siendo idolátrica, porque no reconoce la presencia de Dios como Señor y liberador de nuestras vidas y de la historia del mundo. Mientras tanto, nos deja a merced de nuestros caprichos y antojos. 

Por eso, debemos dar la batalla. Pero la nuestra no es una lucha vana o sin esperanza, porque esa contienda ya tiene un vencedor: Jesús, el que con su muerte derrotó el poder del pecado. Y con su resurrección nos dio la posibilidad de convertirnos en personas nuevas. 

 

 

Por supuesto, la victoria de Jesús tiene un nombre, la cruz, que a primera vista crea repulsión y nos ahuyenta. Pero ella es el signo de un amor sin límites, humilde y tenaz. Jesús nos amó hasta una muerte tan ignominiosa como la de la cruz, para que no volviéramos a dudar de que sus brazos permanecen abiertos hasta para el último de los pecadores. Y este amor eterno interpela y orienta las sendas del cristiano y de la propia Iglesia. La cruz de Jesús se convierte en el criterio de toda opción de fe. 

El Beato Pierre Claverie, obispo de Orán, afirmaba esto en una de sus homilías con palabras muy bellas que quiero citar aquí: «Creo que la Iglesia muere si no está suficientemente cerca de la cruz de su Señor. Por paradójico que parezca, la fuerza, la vitalidad, la esperanza cristiana, la fecundidad de la Iglesia vienen de ahí. No de otra parte. Todo el resto no es más que ensueño, ilusión mundana. La Iglesia se engaña a sí misma, y engaña al mundo, cuando se presenta como una potencia entre otras, como una organización humanitaria o como un movimiento evangélico capaz de dar un espectáculo. Ella puede brillar, pero no arder con el fuego del amor de Dios, “fuerte como la muerte”, como dice el Cantar de los Cantares». 

Precisamente por eso he querido recoger en este pequeño volumen dos textos publicados en épocas distintas: uno, escrito en 1991 y reeditado en 2005, cuando era arzobispo de Buenos Aires, dedicado a la corrupción y al pecado; el otro, una Carta a los sacerdotes de Roma. ¿Qué los une? La preocupación, que siento como una fuerte llamada de Dios a toda la Iglesia, de permanecer vigilantes y luchar, con la fuerza de la oración, contra cualquier claudicación ante la mundanidad espiritual. 

Esta lucha tiene un nombre: se llama santidad. La santidad no es un estado de bienaventuranza alcanzado de una vez para siempre, sino el deseo incesante e inquebrantable de permanecer unidos a la cruz de Jesús, dejándonos modelar por la lógica que brota de la ofrenda de uno mismo y resistiendo al enemigo, quien nos halaga para sembrar en nosotros la convicción de nuestra autosuficiencia. En cambio, nos hará bien recordar lo que Jesús nos dijo: «Sin mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5). La santidad es, pues, permanecer abiertos al “más” que Dios nos pide y que se manifiesta en nuestra coherencia en la vida cotidiana. El padre Alfred Delp escribió: «Dios nos abraza con la realidad». Es aquí, en nuestra cotidianeidad, donde hemos de dar cabida al Señor que nos salva de nuestra autosuficiencia, y que nos pide ese magis del que habla san Ignacio de Loyola, ese “más” que nos impulsa hacia una felicidad que no es efímera, sino plena y serena.  

Ofrezco al lector estos textos como una oportunidad para reflexionar sobre la propia vida y la de la Iglesia en la convicción de que Dios nos pide que estemos abiertos a su novedad, nos pide que estemos inquietos y nunca conformes, buscando y nunca instalados en opacidades complacientes, no atrincherados en falsas seguridades, sino en camino hacia la santidad. 

Ciudad del Vaticano, 30 de septiembre de 2023

 

 

En imágenes: los cuadros más bellos de Nuestra Señora del Rosario

Con motivo de la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, celebrada el 7 de octubre, Aleteia te invita a redescubrir algunas de sus más bellas representaciones

 

 

La mayoría de las pinturas de la Virgen del Rosario vieron la luz gracias a los frailes dominicos. Fueron ellos quienes, a lo largo de los siglos, encargaron a los grandes pintores las representaciones de María ofreciendo el rosario a Santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores.

Según la leyenda, este último habría tenido una aparición de la Virgen dándole el rosario y pidiéndole que lo rezara

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Estos grandes artistas que respondieron a las órdenes de los dominicos abordaron el tema de la Virgen del Rosario de diversas formas. Así, además de los cuadros en los que aparece el monje dominico vestido de blanco y negro, también podemos ver a Santa Catalina de Siena, el Papa Julio II o María Magdalena… Pero siempre encontramos a María en la plaza central.

Descubra cómo los pintores imaginaron a la Virgen del Rosario:

Galería fotográfica