A veces asociamos la Cuaresma a un tiempo de tristeza o de mortificación. La liturgia de hoy, en cambio, nos muestra lo contrario, nos lleva a la montaña del Tabor, nos hace dar cuenta de que el verdadero sentido de la Cuaresma no se reduce a realizar una serie de pequeños esfuerzos ascéticos, sino que también nos da la posibilidad de saborear la belleza del encuentro con el Señor.

El evento de la Transfiguración es, pues, una cita obligada en este tiempo de Cuaresma para todos nosotros. Tras la experiencia del pasado domingo en el desierto de la tentación, estamos llamados a subir a la montaña con los tres discípulos elegidos por Jesús: Pedro, Jaime y Juan. Los mismos que más tarde elegirá para que le acompañen al huerto de Getsemaní y permanezcan un poco más cerca de él, mientras que el resto permanecerán más alejados del lugar donde orará a su agonía. La escena de la transfiguración y la escena del sufrimiento de Jesús en Getsemaní contrastan entre sí: una feliz esplendor y otra angustiosa sufrimiento en la que Pedro, Jaime y Juan le hacen compañía, pero al mismo tiempo están relacionadas entre sí. Porque no hay gloria sin cruz.

En el Evangelio de hoy la madre de Santiago y Juan le pide a Jesús, en nombre de ellos, que sean honrados en su reino.

Jesús atiende pacientemente el pedido y trata de aclarar y redirigir el mismo. Llega entonces la respuesta final: “En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre”.

El Padre ha preparado este lugar para alguien que reinará con Jesús cuando venga en su gloria. El Viernes Santo por la tarde el buen ladrón se dirigió al Jesús crucificado e hizo un pedido similar al de Santiago y Juan: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Y Jesús le respondió: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Este criminal crucificado estaba en la misma situación que Santiago y Juan, en lo que su ingenua ambición deseaban. El que bebió de la misma copa del sufrimiento de Jesús tuvo el privilegio de reinar con Él. Que no haya límite para tu ambición, siempre y cuando te lleve a ese lugar junto al Cristo crucificado.

El camino del servicio es el antídoto más eficaz contra la enfermedad de la búsqueda de los primeros puestos; es la medicina para los arribistas, esta búsqueda de los primeros puestos, que infecta muchos contextos humanos y no perdona tampoco a los cristianos, al pueblo de Dios, ni tampoco a la jerarquía eclesiástica. Por lo tanto, como discípulos de Cristo, acojamos este Evangelio como un llamado a la conversión, a dar testimonio con valentía y generosidad de una Iglesia que se inclina a los pies de los últimos, para servirles con amor y sencillez. (Ángelus, 21 octubre 2018)

Juan de Dios, Santo

Memoria Litúrgica, 8 de marzo

Religioso

Martirologio Romano: San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que, después de una vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció a compañeros con los que constituyó después la Orden Hospitalaria San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso. ( 1550)

Fecha de canonización: 16 de octubre de 1690 durante el pontificado de Alejandro VIII

Breve Biografía

«En el año de 1538, reinando en españa el Emperador Carlos V, y siendo Arzobispo de la Ciudad de Granada don Gaspar de Avalos… que alcanzó felicidad en sus tiempos, de florecer en su obispado hombres señalados en santidad y virtud; entre los cuales fue uno, pobre, bajo y desechado en los ojos de los hombres, pero muy conocido y estimado en los de Dios, pues mereció llamarse en apellido Juan de Dios”.

Se trata de Juan Ciudad Duarte, un hombre nacido año 1495 en el pueblo portugués de Montemor o Novo, del obispado de Évora, Portugal y que muere en Granada, España, el año 1550 a la edad de 55 años, siendo considerado uno de los tesoros de la ciudad. Para todos es conocido como «el santo». El apellido de Dios le vino impuesto por un Obispo conocedor de su obra a favor de los pobres y enfermos. No cabe mayor honor que apellidarse de Dios y nada refleja mejor el modo de hacer de este hombre.

Aparece a la edad de ocho años en el pueblo toledano de Oropesa. En las biografías de Juan de Dios, hay las grandes lagunas y muchos interrogantes, algunos todavía no resueltos, en relación a su ascendencia, pueblo, familia, vida, hasta bien entrado en años… La tradición habla que vino con un clérigo que pasó por su casa y es acogido en la de Francisco Cid Mayoral donde vivió mucho tiempo, casi la friolera de 29 años en dos ocasiones diferentes.

Siendo mancebo de veintidós años le dio voluntad de irse a la guerra» luchando en la compañía del Conde de Oropesa, al servicio del Emperador Carlos V que fue en socorro de la plaza de Fuenterrabía atacada por el Rey Francisco I de Francia. La experiencia no puede ser más desastrosa, está a punto de ser ahorcado y regresa de nuevo a Oropesa hasta que es solicitado para defender Viena, en un momento de amenaza por parte de los turcos.

Después de estas experiencias guerreras vuelve al oficio de pastor, leñador para ganarse el sustento, albañil en la construcción de las murallas de Ceuta y finalmente, inicia en Gibraltar el oficio de librero, que ejerce en Granada de forma estable en un puesto de la calle Elvira, hasta su conversión.

En Granada comienza la ve Juan de Dios, cuando más asentado y cuando al parecer, había terminado su “andadura” española y europea. Juan había caminado tanto en bucsa de una cita que por fin acontece el año 1539, fiesta de S. Sebastián en el Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. Ese día un predicador de fama, S. Juan de Ávila es el encargado del sermón. No sabemos qué munición usó el «maestro Ávila», el caso es que el corazón de Juan de Dios quedó tocado, sus palabras «se le fijaron en las entrañas» y «fueron a él eficaces», dice su biógrafo Castro. Juan parece haberse vuelto loco y grita, se revuelca clamando «misericordia». Se produce un total despojo de sus pocos haberes, hasta de sus vestidos…

El pueblo se divide: unos dicen que era loco y otros que no era sino santo y que aquella obra era de Dios. Aquello era ni más ni menos que la cita con Dios.

No es un asunto fácil. Desde ahora comienza una nueva aventura totalmente inédita en la vida de Juan. Después de la experiencia espectacular de su conversión tiene que entrar en contacto con los pobres más marginados de siempre, los enfermos mentales. “Dos hombres honrados compadecidos tomaron de la mano a Juan y lo llevaron… ¿Dónde? Al manicomio. Un ala del Hospital Real de Granada estaba ocupada por los locos. Allí, siente en sus carnes el duro tratamiento que se da a estos enfermos en su propia carne y se rebela de ver sufrir a sus hermanos. De esta experiencia surge la conversión a los hombres, que ya serán para Juan, «hermanos». «Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo».

El corazón herido, cogido por el amor desbordante de Dios no le dejará en paz hasta el último momento en que muere de rodillas. En el año 1539, de acuerdo con san Juan de Avila, es huésped en Guadalupe donde se prepara en las artes médicas, y en 1540 inicia su primera obra, un pequeño hospital en la calle de Lucena, «tanta gente acudía por la fama de Juan y por su mucha caridad que los amigos le compraron una casa para hospital en la cuesta Gomérez”.

La fama de Juan es grande en Granada: acoge a todos los pobres inválidos que encuentra, a los niños huérfanos y abandonados, visita y rehabilita a muchas mujeres prostitutas, y todo sin renta fija, salvo la limosna en la cuál es verdadero maestro, «¿quién se hace bien a si mismo dando a los pobres de Cristo?» -sería su lema cotidiano. El corazón encendido de Juan, contrasta con el fuego del Hospital Real en llamas el día 3 de julio de 1549. Allí acude como toda la ciudad, pero no para lamentarse, sino para remangarse y entrar y sacar los enfermos saliendo sano y salvo. Desde ese momento, Juan adquiere la categoría de santo y su fama llega a todos los que pudieran tener alguna duda de su pasado en la zona de los enfermos mentales. En el mes de enero de 1550, tratando de salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente.

En el lecho de muerte a Juan le queda la herencia que entrega al arzobispo y a su sucesor, Antón Martín: libro de las deudas y los enfermos asistidos. Así se continúa la obra de Juan de Dios hasta nuestros días.

Juan muere el día 8 de marzo de 1550. Su entierro es una auténtica manifestación de duelo y simpatía hacia su persona y su obra.

Quiero, Jesús, subir contigo a Jerusalén

Santo Evangelio según san Mateo 20, 17-28. Miércoles II de Cuaresma

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

En esta Cuaresma que hemos comenzado quiero comprender tu corazón, la forma en que Tú te preparas para vivir tu entrega hasta el extremo de la cruz. Estos días de preparación los quiero aprovechar con una oración más intensa, más real, personal, cercana. Quiero que te sientas acompañado por mí, consolado por mi humilde esfuerzo por orar este día.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 20, 17-28

En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará». Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Lo somos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos».

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Jesús, te contemplo hoy con un corazón tan paciente con los apóstoles. Por un lado, Tú tratas de enseñarles que se acerca tu pasión, muerte y resurrección. El subir a Jerusalén significa todo para ti, vas a ser entregado a los Sumos Sacerdotes, que te condenarán a muerte; que vas a vivir esta Pasión tan dura; burlas, azotes, crucifixión. Y también al tercer día vas a resucitar.

Me detengo y quiero intentar entender, conmoverme, contemplar tu corazón que va sintiendo que el momento se acerca, que el final está pronto. Vas meditando en lo que va a suponerte el entregarte para que te lastimen física y moralmente. ¡Cuánto me enseñas a mí con esta actitud!

Quiero comprender que mi vida también es una subida a Jerusalén para unirme a tu Pasión, Muerte y Resurrección. Para comprender que las cosas que me suceden; que las personas que me lastiman forman parte de un camino de cruz. Pero esta cruz no tendrá sentido si no la vivo contigo, si no la vivo por amor. Sería una visión negativa de mi vida.

Soy como los apóstoles que no comprenden tu mensaje y, como ellos, me desoriento; ando fuera del camino, buscando ocupar puestos, creyendo que puedo beber tu cáliz por mis propias fuerzas. Y sí voy a beber mi cáliz, como se lo dices a los apóstoles. Pero como a ellos, me enseñas que, si quiero ser grande, debo servir; para ser el primero, debo ser esclavo siguiendo tu ejemplo. Vienes a servir y a dar tu vida por todos.

«En este relato evangélico, lo que siempre sorprende es el claro contraste entre Jesús y los discípulos. Jesús lo sabe, lo conoce, y lo soporta. Pero el contraste permanece: Él en el camino, ellos fuera del camino. Dos recorridos opuestos. Sólo el Señor, en realidad, puede salvar a sus amigos desorientados y con el riesgo de perderse; sólo su cruz y su resurrección. Por ellos y por todos, Él subió a Jerusalén. Por ellos y por todos, entregó su cuerpo y derramó su sangre. Por ellos y por todos, resucitó de entre los muertos, y con el don del Espíritu los perdonó y los transformó. Finalmente, los orientó para que lo siguieran en su camino».

(S.S. Francisco, Homilía del 28 de noviembre de 2020).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Revisar en qué momentos vivo una actitud de servicio y cómo puedo crecer en el amor con que lo hago.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Carta de Dios a la mujer

Cuando creé los cielos y la tierra les hablé de existir. Cuando creé el hombre, lo formé y soplé en su ser. Pero a tí mujer, te formé después de haber soplado el aliento de vida al hombre por que tu interior es muy delicado.

Permití que un profundo sueño se apoderara de él para poder crearte paciente y perfectamente. El hombre fue puesto a dormir para que no interfiriera con la creatividad.

Te formé de un hueso. Elegí el hueso que protege la vida del hombre. Elegí la costilla que protege su corazón e interior y le da apoyo como tú debes hacer. Te formé a partir de este hueso. Te moldeé. Te formé bella y perfectamente.

Tus características son como las de la costilla, fuerte pero delicada y frágil. Provees protección para el órgano más delicado del hombre… su corazón. Su corazón es el centro de su ser, su interior contiene el aliento de vida. La caja formada por la costilla se quebrará antes de permitir que se dañe el corazón.

Sostén al hombre como la caja de costillas sostiene al cuerpo. No vienes de sus pies, para estar por debajo de él, no fuiste tomada de su cabeza para estar por encima de él. Fuiste tomada de su costado para estar a su lado y ser mantenida muy cerca de él.

Eres mi ángel perfecto, eres mi pequeña niña preciosa, has crecido para ser una espléndida mujer, y mis ojos se llenan de alegría cuando veo las virtudes de tu corazón. Tus ojos no los cambies, tus labios qué adorables cuando dicen una plegaria, tu nariz tan perfecta en forma, tus manos de tacto tan suave. He acariciado tu cara en tu sueño más profundo, he mantenido tu corazón cerca del mío. Todo lo que quise que el hombre experimentara y compartiera conmigo lo puse en ti. Mi bendición, mi fortaleza, mi pureza, mi amor, mi protección y apoyo.

Eres especial por que como él, tú también eres una extensión de mí. El hombre representa mi imagen, la mujer mis emociones; juntos ustedes representan la totalidad de Dios. Así que, hombre, trata bien a la mujer, ámala, respétala, ella es frágil. Al herirla me hieres a mí, lo que haces a ella me lo haces a mí.

Al quebrarla a ella solo dañas tu propio corazón. Mujer apoya al hombre. En humildad muéstrale el poder de la emoción que te he dado. En suave quietud, sé su luz que lo guíe a puerto seguro como ese faro que he hecho de ti y muéstrale tu fortaleza. En el amor, muéstrale que eres la costilla que protege su interior.

Pidan y se les dará

Forjemos nuestra alma a través de la oración, sacrificio y purificación interior.

La insistencia con la que Nuestro Señor pide que nos acerquemos a la oración para que se nos dé; que nosotros lleguemos a Él para encontrarlo, es una insistencia que requiere del corazón humano, una grandísima fortaleza interior, una gran tenacidad. Esa tenacidad para que pidamos y se nos dé, se ve muchas veces probada por las circunstancias, por las situaciones en las que nos encontramos.

Jesús habla de que pidan y se les dará, pero no nos dice si será pronto o tarde, cuando se nos dará. No nos dice si vamos a encontrar al primer momento en que empezamos a buscar o va a ser una búsqueda larga. No nos dice si la espera va a ser corta o se va a dilatar mucho. Simplemente nos dice que toquemos, que pidamos, que busquemos con la certeza de que vamos a recibir, vamos a encontrar y de que se nos va a abrir. Tener esta certeza, requiere en el alma una gran fortaleza interior, una gran firmeza interior. Una firmeza que Dios N. S. va probando, que poco a poco Él va viendo si es auténtica, si es verdadera.

Sin embargo, esto no es solamente una obra de Dios. Es importante el hecho de que Dios quiera que nosotros construyamos esta firmeza interior, pero también a nosotros nos toca actuar. Es obrar de Dios y obra nuestra. La Cuaresma es un período especialmente señalado para indicar esta obra nuestra en la obra de Dios. La obra nuestra en la tenacidad, en la constancia hasta conseguir que Dios N. S. nos abra, nos dé y nos encuentre.

¿Qué hay que hacer para esto? La Cuaresma nos habla de una penitencia que hay que realizar, de una oración en la que tenemos que insistir y de una generosidad particular, en la que tenemos nosotros, poco a poco que ir trabajando.

Para ello es necesaria una muy seria penitencia interior. Una penitencia que no se quede simplemente en el hecho de que no comamos carne o que ayunemos algunos días. Es una penitencia que va mucho más allá de los detalles, de los sacrificios concretos exteriores. Es una penitencia que tiene que abarcar toda nuestra vida, toda nuestra personalidad, porque precisamente es la penitencia la que forja el alma, la que construye el alma. No son las concesiones las que van a hacer de nuestra alma un alma aceptable a Dios, va a ser la penitencia la que va a hacer de nuestra alma, un alma entregada a Dios.

Hemos escuchado en el Libro de Esther, una oración que hace esta mujer a Dios, en la más total de las obscuridades, sabiendo que lo que va a hacer, es jugarse el todo por el todo, porque Esther, va a presentarse ante el rey sin su permiso, y esto estaba penado con la muerte en la corte de los persas. En el fondo, Ester lo que lleva a cabo es una auténtica penitencia del alma, una purificación de su espíritu, de su corazón para ser capaz de enfrentarse a una prueba en la que sabe que está jugándose todo.

¿Cómo es esta penitencia interior? Es una penitencia que tiene que acabar todas nuestras dimensiones, toda nuestra persona, nuestros pensamientos, nuestra inteligencia, nuestros afectos, nuestra voluntad, nuestra libertad. ¿Hasta qué punto nos hemos planteado alguna vez la autentica penitencia del alma, la auténtica exigencia interior de ir probando nuestra alma, para ver si está lista a resistir las pruebas para se fieles a Dios? Cuando llamemos y nadie nos abra; cuando pidamos y nadie nos dé; cuando busquemos y nadie nos permita encontrarlo.

Es un tema que en la Cuaresma se hace particularmente presente, pero que no solamente tendría que ser un tema cuaresmal; tendría que ser un tema de toda nuestra vida. La penitencia del alma, la purificación interior de nuestros sentimientos, de nuestra voluntad de nuestra inteligencia, de nuestros afectos, de nuestra libertad para ponerla totalmente de cara a Dios N. S. La base de la penitencia del alma, es la confianza absoluta en Dios N. S. No se basa simplemente en los actos que nosotros realizamos, de sacrificio o de renuncia interior, se realiza sobre todo, apoyada en la confianza en Dios N. S.

«Si ustedes a pesar de ser malos saben dar cosas buenas a sus hijos, con cuánta mayor razón, el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quiénes se las pidan».

La pregunta que tenemos que hacer es si estamos reconociendo las cosas que Dios nos da como cosas buenas; si tenemos nuestra alma dispuesta a aceptar todo lo que Dios pone en nuestra vida como buenas o por el contrario, somos nosotros los que discernimos si esto es bueno o esto es malo, no dependiendo de Dios, sino dependiendo de nosotros mismos: de cómo nosotros lo recibimos; de cómo a nosotros nos afecta.

¿Qué sucede cuando Dios nos da un pan, un pescado? La parábola de Cristo habla de un padre bueno, dice: «Ningún padre, cuando su hijo le pide un pescado, le da una serpiente y ningún padre cuando su hijo le pide pan le da una piedra». ¿No sentiríamos alguna vez nosotros que Dios nos da piedras antes que pan? ¿O serpientes en vez de pescado? ¿No podríamos dudar nosotros a veces, de lo que Dios nos da o de lo que Dios no nos está dando? Y aquí esta de nuevo la exigencia ineludible de la penitencia interior: «Crea en mi, Señor un corazón puro». Es decir, crea en mi, Señor, un corazón que me permita captar que Tú no me estas dando ni piedras, ni serpientes, sino pan y pescado, que lo que Tú me das es siempre bueno; que lo que Tu me ofreces, es siempre algo para realizarme en mi existencia. Esto tengo que aprenderlo a ver y únicamente se logra a base de la penitencia interior. No hay otro camino.

Que esta Cuaresma nos permita introducirnos un poco en este camino, en búsqueda interior del encuentro con Cristo; en esfuerzo interior por encontrarnos con el Señor, conscientes de que no hay otro camino sino es el de aprender a hacer de nuestra alma, un alma que busca, sabiendo que va a encontrar. Un alma que toca, sabiendo que le van a abrir.

Forjemos nuestra alma a través de la oración, del sacrificio y de la purificación interior, para encontrar siempre, en todo lo que Dios nos da, al Padre Bueno que da cosas buenas a quienes se las piden.

El Papa: La evangelización es eclesial, nunca solitaria

Francisco explica en una audiencia general cómo se anuncia el Evangelio según la fuerza del Espíritu Santo y el estilo de Jesús

«Evangelizar es siempre un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado o individualista» y «sin hacer proselitismo». Lo dijo el papa Francisco este miércoles 8 de marzo de 2023 en la audiencia general en la plaza de San Pedro del Vaticano, según Vatican News.

Antoine Mekary | ALETEIA

En una nueva catequesis del ciclo sobre la pasión por evangelizar, ofreció un «criterio de verificación del celo apostólico»: su dimensión eclesial. Y advirtió: «la tentación de proceder en solitario está siempre al acecho».

«La fe se recibe y la fe se transmite… Este dinamismo eclesial de transmisión del Mensaje es vinculante y garantiza la autenticidad del anuncio cristiano».

Pobreza, obediencia, servicio y abnegación hasta la muerte

También hizo otra advertencia, a la hora de anunciar el Evangelio: la «tentación de seguir caminos pseudoeclesiales más fáciles», de adoptar «la lógica mundana de los números y las encuestas, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras».

La evangelización que realmente proviene del Espíritu, explicó el Papa, es la que tiene el estilo de Jesús.

Es decir, la que sigue «el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la abnegación hasta la muerte«. 

¿Eres cristiano? Estás llamado a evangelizar

Otra indicación destacada de su catequesis fue que la evangelización es una tarea de todo cristiano:

«Cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción en su fe, es sujeto activo de la evangelización».

Antoine Mekary | ALETEIA

Finalmente Francisco invitó a la creatividad para llevar el mensaje liberador de Cristo a todos:

«El celo misionero del creyente se expresa también como búsqueda creativa de nuevas formas de anunciar y testimoniar, de nuevas maneras de encontrar la humanidad herida que Cristo asumió. En definitiva, de nuevas formas de prestar servicio al Evangelio y a la humanidad».

San Juan de Dios, el precursor de la beneficencia moderna

Juan Ciudad Duarte se convirtió al catolicismo a los 42 años y fundó la Orden de los Hermanos Hospitalarios

Juan Ciudad Duarte nació en 1495 en el seno de una familia pobre, en Montemayor el Nuevo (Portugal).

Siendo todavía un niño comienza a viajar con ánimo de aventura y de encontrar un medio de subsistencia.

Va primero a Oropesa (España), luego a la guerra en Fuenterrabía, y más tarde a Sevilla, Ceuta, Gibraltar y Algeciras.

A los 42 años llega a Granada, abre una librería y se interesa por los libros de espiritualidad.

El 20 de enero de 1539 conoce a san Juan de Ávila, que está predicando en la ermita de los Mártires, y se siente profundamente arrepentidopor la mala vida que ha llevado en el pasado.

De la pena a la acción

Pero el santo encauza aquella penitencia proponiéndole que haga obras de caridad.

Juan de Dios funda entonces la Orden de los Hermanos Hospitalarios. Sus cuatro primeros compañeros son pecadores públicos que se arrepienten: un traficante de prostitutas, un asesino, un espía y un usurero.

Después de una peregrinación a Guadalupe, regresa a Granada y busca a los primeros enfermos que atenderá la orden.

En su hospital, acogen a los enfermos, los alimentan, los curan, les escuchan y hacen que se sientan queridos y respetados.

En su biografía, se cuenta que un día se declaró un incendio. Juan de Dios no lo dudó: tomó sobre sus espaldas a los enfermos uno a uno, y los salvó a todos. Él quedó ileso. Esa era la actitud.

El santo falleció a los 55 años, en 1550, y se le considera el precursor de la beneficencia moderna.

Oración

Padre de misericordia,
que concediste a san Juan de Dios un gran amor y compasión
hacia los pobres y los enfermos,
haz que también nosotros sirvamos a nuestros hermanos con espíritu de caridad
y merezcamos, por ello, ser colocados a tu derecha en el día del retorno de tu Hijo,
que vive y reina contigo.

GRACIAS DIVINAS PARA EL SACERDOTE

“El Sacerdote y la Encarnación tienen entre sí mutuas y misteriosas relaciones.

En el altar, el sacerdote reproduce – en cierto sentido – el misterio de la Encarnación, que atrajo al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre.

Unidos al Dios hombre, el sacerdote opera el misterio de la transubstanciación. Entonces el Dios hecho carne, al servirse del sacerdote para la transubstanciación – como se sirvió de su propia humanidad para instituir la Eucaristía – refleja en él místicamente y en cierto grado el misterio de la Encarnación.

Lo que no debe extrañar, pues en realidad todos los misterios se reflejan en el corazón del sacerdote a la hora de la consagración. El misterio de la unidad muy especialmente, porque, al transformarse en Mí en aquella hora solemne del sacrificio, viene a ser uno Conmigo, en la unidad de la Trinidad.

También se refleja en él el misterio de la Eucaristía, porque al transformarse en Mí, participa de la unidad de la Eucaristía, cuya sustancia es una, aunque se multipliquen las especies.

Dios es misterio que la fe ilumina, que la esperanza aclara y que el amor penetra y que hace que el hombre se una con Dios, se divinice y se transforme.

Las virtudes teologales tienen su perfecto desarrollo en el sacerdote que se transforma en Mí; crecen y se agigantan en su alma, lo elevan de la tierra y sobrenaturalizan su vida. Esas virtudes teologales son como las alas que lo sostienen entre el cielo y la tierra, y no lo dejan mancharse con su contacto ni empolvarse siquiera.

¡Cuántas ventajas tiene, para el sacerdote, sobre todo, la transformación en Mí! No puede el sacerdote medir, ni criatura alguna, las riquezas y los tesoros inmortales que encierra para sí mismo y para otras almas. Porque lo de Dios se difunde. Dios no puede estar ocioso ni en Sí mismo ni en las almas a quienes se comunica; porque el Espíritu que lo mueve –que es el amor- es activo y no descansa, siempre dando a Dios, que es lo mismo que si siempre diera amor.

Y claro está que a los Obispos y a los Sacerdotes el Espíritu Santo los distingue, porque son más que él, porque le pertenecen por derecho de justicia, de elección y de donación. A ellos los ha ungido, sobre ellos ha descansado y en ellos tiene su morada y su nido.

Y si todos los cristianos desde el bautismo son su templo, los sacerdotes no solo son su templo, sino su posesión. Porque el Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque Yo – el Hijo – los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia.

Por derecho, pues, le pertenecen los sacerdotes al Espíritu Santo, que desde la eternidad le deben favores inauditos y gracias estupendas que muy pocos le agradecen.

¿Quién cuidó, si no, su vocación hasta conducirlos al altar?

¿Quién infundió en ellos ese alejamiento del mundo y ese amor a la pureza?

¿Quién le dio fortaleza y valor para dejar los lazos naturales y entregarse para siempre a Dios en cuerpo alma?

¿Quién les infundió la fortaleza para las abnegaciones futuras, para los sacrificios constantes, para las soledades del alma y del Corazón?

¿Quién les abrió caminos y les inspiró los heroicos renunciamientos que necesita un sacerdote para llegar al altar?

¿Quién los ha sostenido antes y después en sus luchas internas que solo Yo veo, y quién los ha elevado a la altura de su vocación y les ha dado la victoria?

El sacerdote ignora toda la acción salvadora, reconfortante y glorificadora que le debe al Espíritu Santo y las luchas que este Santo Espíritu ha tenido y tiene con Satanás, para cuidar sus cuerpos y sus almas expuestas a ser desgarradas por el espíritu del mal.

Y solo cuando la voluntad humana se ha rebelado contra Él, el Espíritu Santo ha tenido que ceder el campo al enemigo, con gemidos inenarrables; pero pronto a volver a tomar posesión de los suyo en el momento en que humildemente lo invoquen por el arrepentimiento.

El Espíritu Santo es tan fiel que jamás abandona a quién se le ha confiado. Es mi Espíritu. Soy Yo mismo en Él y en el Padre, en cuánto que tenemos una sola Divinidad; todos Tres tenemos somos ternura y caridad. Somos quienes nos contristamos con las rebeldías e ingratitudes de los sacerdotes que tanto amamos y que tanto le deben a la Trinidad Santísima.

Pero también nos alegramos con sus triunfos y nos gozamos en remunerar a los sacerdotes con más y más carismas de amor, con gracias, virtudes y dones para premiar sus victorias.

Nunca está solo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial, lo protege a todas horas y lo ama siempre.

Esa Trinidad inefable, eterna, e inmensa, está siempre velando sobre él y a su disposición y – ¡cosa que asombra a los ángeles! – para ser utilizado en su favor y en el de los fieles, en el cumplimiento de su santo ministerio.

¡Todo un Dios infinito a la disposición del sacerdote en la santa Misa, en los sacramentos, en el ejercicio de su ministerio!

Pues bien, para perfeccionar esa vida de intimidad con la Trinidad, vengo a pedirle su transformación en Mí, que es de justicia, y a darle un don más para él, una perla más para su corona.

Para esto he tocado el corazón del sacerdote en todas sus fibras principalmente en estas confidencias amorosas, y he ampliado su camino de santidad en la Tierra y abierto ante sus ojos horizontes de perfección que está en su deber alcanzar para llenar mis designios sobre la tierra”.