• Luke 8:19-21
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús identifica a los discípulos como Su familia. Quiero decir algo sobre el hecho de convertirnos en discípulos de Su familia. Una vez que tomamos la decisión de seguir a Jesús, todo lo demás que busque una supremacía en nuestras vidas debe quedar a un lado.
Como he mencionado muchas veces, cada uno de nosotros tiene uno o muchos valores que consideramos lo más importante. Quizás sea el dinero, las cosas materiales, el poder o la estima de los demás. Quizás sea la familia, los hijos, la esposa o el esposo.
Nada de esto es falso y ninguna de estas cosas son malas. Pero cuando las colocas, a cualquiera de ellas, en el centro absoluto de gravedad, las cosas salen mal. Cuando haces de cualquiera de ellas tu bien último o final, tu vida espiritual se descontrola. Cuando te apegas a cualquiera de ellas con absoluta tenacidad, te derrumbas.
Solo cuando hacemos de Cristo la piedra angular de nuestras vidas estamos verdaderamente preparados para la misión.
Tengamos en cuenta que cada encuentro con Dios en la Biblia conduce a la misión, a ser enviado a hacer la obra del Señor. Si intentamos hacer esta obra mientras permanecemos atados a otros apegos, fallaremos.
¡Necesitamos escucharlo! Es de hecho una cuestión de vida, como recuerda la fuerte expresión que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. La vida que nos da la Palabra de Dios. ¿Cómo podremos afrontar nuestra peregrinación terrena, con sus cansancios y sus pruebas, sin ser regularmente nutridos e iluminados por la Palabra de Dios? La Palabra de Dios hace un camino dentro de nosotros. La escuchamos con los oídos y pasa al corazón; no permanece en los oídos, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Este es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las manos. (Audiencia General, 31 enero 2018)
103 mártires de Corea, Santos
Memoria Litúrgica, 20 de septiembre
Santos Martires Coreanos
Andrés Kim Tae-Gon y Pablo Chong Ha-Sang y 101 compañeros
Martirologio Romano: Memoria de los santos Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros, mártires en Corea. Se veneran este día en común celebración todos los ciento tres mártires que en aquel país testificaron intrépidamente la fe cristiana, introducida fervientemente por algunos laicos y después alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros. Todos estos atletas de Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia en Corea (1839-1867).
Fecha de canonización: Los 103 mártires fueron canonizados por S.S. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984, en Seúl, Corea.

Andrés Kim Taegon
Integran el grupo: santos Simeón Berneux, Antonio Daveluy, Lorenzo Imbert, obispos; Justo Ranfer de Bretenières, Luis Beaulieu, Pedro Enrique Dorie, Padro Maubant, Jacobo Chastan, Pedro Aumaître, Martín Lucas Huin, presbíteros; Juan Yi Yun-il, Andrés Chong Hwa-gyong, Esteban Min Kuk-ka, Pablo Ho Hyob, Agustín Pak Chong-won, Pedro Hong Pyong-ju, Pablo Hong Yong-ju, José Chang Chu-gi, Tomás Son Cha-son, Lucas Hwang Sok-tu, Damián Nam Myong-hyog, Francisco Ch’oe Kyong-hwan, Carlos Hyon Song-mun, Lorenzo Han I-hyong, Pedro Nam Kyong-mun, Agustín Yu Chin-gil, Pedro Yi Ho-yong, Pedro Son Son-ji, Benedicta Hyon Kyongnyon, Pedro Ch’oe Ch’ang-hub, catequistas; Agueda Yi, María Yi In-dog, Bárbara Yi, María Won Kwi-im, Teresa Kim Im-i, Columba Kim Hyo-im, Magdalena Cho, Isabel Chong Chong-hye, vírgenes; Teresa Kim, Bárbara Kim, Susana U Sur-im, Agueda Yi Kan-nan, Magdalena Pak Pong-son, Perpetua Hong Kum-ju, Catalina Yi, Cecilia Yu Sosa, Bárbara Cho Chung-i, Magdalena Han Yong-i, viudas; Magdalena Son So-byog, Agueda Yi Kyong-i, Agueda Kwon Chin-i, Juan Yi Mun-u, Bárbara Ch’oe Yong-i, Pedro Yu Chong-nyul, Juan Bautista Nam Chong-sam, Juan Bautista Chon Chang-un, Pedro Ch’oe Hyong, Marcos Chong Ui-bae, Alejo U Se-yong, Antonio Kim Song-u, Protasio Chong Kuk-bo, Agustín Yi Kwang-hon, Agueda Kim A-gi, Magdalena Kim O-bi, Bárbara Han Agi, Ana Pak Ag-i, Agueda Yi So-sa, Lucía Pak Hui-sun, Pedro Kwon Tu-gin, José Chang Song-jib, Magdalena Yi Yong-hui, Teresa Yi Mae-im, Marta Kim Song-im, Lucía Kim, Rosa Kim, Ana Kim Chang-gum, Juan Bautista Yi Kwang-nyol, Juan Pak Hu-jae, María Pak Kuna- gi Hui-sun, Bárbara Kwon-hui, Bárbara Yi Chong-hui, María Yi Yon-hui, Inés Kim Hyo-ju, Catalina Chong Ch’or-yom, José Im Ch’i-baeg, Sebastián Nam I-gwan, Ignacio Kim Che-jun, Carlos Cho Shin-ch’ol, Julita Kim, Águeda Chong Kyong-hyob, Magdalena Ho Kye-im, Lucía Kim, Pedro Yu Taech’ol, Pedro Cho Hwa-so, Pedro Yi Myong-so, Bartolomé Chong Mun-ho, José Pedro Han Chae-kwon, Pedro Chong Won-ji, José Cho Yun-ho, Bárbara Ko Sun-i y Magdalena Yi Yong-dog.
Breve Semblanza

Pablo Chong Ha-Sang
París, rue du Bac. La calle está hoy compartida. Una de sus aceras la ocupan casi íntegramente los inmensos almacenes «Au bon marché». La otra acera conserva todavía un cierto aire del primitivo París. Una puerta humilde, que da a un estrecho callejón, conduce a una iglesia objeto de la veneración de todos los católicos del mundo: la capilla de las apariciones de la Virgen Milagrosa. Siguiendo por la misma acera encontramos otro edificio, también humilde en apariencia, pero de enorme significación en la historia de la Iglesia: el seminario de misiones extranjeras. Allí se forjó un nuevo estilo en la manera de concebir la tarea misional y allí, por vez primera, en forma orgánica, el clero secular forjó sus armas para salir a luchar las rudas batallas contra el paganismo.
El seminario llevaba ya muchos años funcionando cuando en 1831 se confiaba a sus alumnos un nuevo territorio de misión: la península de Corea. Territorio muy vasto, su extensión equivale prácticamente a la de Italia, y cuya evangelización habría de resultar muy penosa. Pese a estar a la misma latitud que España o Italia, el clima es duro, continental, extremado. Por otra parte, el país es pobre, y no podría resultar fácil la vida de los misioneros. En cambio iban a tener éstos una ventaja: les esperaban unas cristiandades que habían sufrido ya su bautismo de sangre y la terrible prueba de la persecución.
Corea es uno de los pocos países del mundo en donde el cristianismo no fue introducido por los misioneros. Durante el siglo dieciocho se difundieron por el país algunos libros cristianos escritos en chino, y uno de los hombres que los leyeron, se las arregló para ingresar al servicio diplomático del gobierno coreano ante el de Pekín, buscó en la capital de China al obispo Mons. de Gouvea y de sus manos recibió el bautismo y algunas instrucciones. Este intelectual coreano, bautizado en Pekín, fue quien consiguió -a partir de su retorno en 1784- introducir el cristianismo en Corea.
Pero aquella naciente cristiandad sufrió una dura persecución y estuvo a punto de ser aniquilada. Sin embargo, cuando diez años más tarde, en 1794, un sacerdote chino vino de Pekín encontró todavía cuatro mil cristianos, tan fervorosos que en poco tiempo su número se duplicó. Siete años más tarde, en 1801, se produce una nueva represión, y el sacerdote fue ejecutado con unos trescientos cristianos, entre quienes destacaba la noble figura de Juan Niou y su mujer Lutgarda, que habían contraído matrimonio sin usar nunca del mismo.
Existe una carta escrita por los coreanos para implorar al Papa Pío VII que enviase sacerdotes a aquella pequeña grey que, sin embargo, ya había dado mártires a la Iglesia.
Treinta años después, la Sagrada Congregación de Propaganda erigía un vicariato apostólico en Corea y lo confiaba, según hemos dicho, al Seminario de Misiones Extranjeras, de París. Pese a que en 1815 y en 1827 había habido nuevas oleadas de persecución, el número de cristianos sobrepujaba ya los seis millares. Al frente del nuevo vicariato iba a ser colocado un fervoroso misionero de China: Lorenzo José Mario Imbert.
Su nombre es el primero y el más destacado de la larga relación de mártires cuya fiesta se celebra hoy. Había nacido en la diócesis de Aix-en-Provence. Su familia residía en Calas, y era harto pobre. Es conmovedor saber cómo aprendió a leer: un día encontró un centimillo en la calle, con el compró un alfabeto y rogó a una vecina que le enseñara las letras. Así, a fuerza de perseverancia, consiguió la preparación suficiente para poder ingresar, en 1818, en el seminario de Misiones Extranjeras. Después de dos años de estudios se embarca en Burdeos y marcha a trabajar a China.
En plena tarea apostólica le sorprende el nombramiento de vicario apostólico de Corea y su elevación al episcopado. En mayo de 1837 es consagrado en Seu-Tchouen, y al terminar el año llega a Corea.
No era el primero en llegar. Le habían precedido ya otros dos misioneros, llamados a compartir el martirio con él. Los dos franceses: Pedro Filiberto Maubant, nacido en la diócesis de Bayeux, y Santiago Honorato Castán, nacido en la diócesis de Digne. El primero había venido directamente de Francia. El segundo había trabajado anteriormente en Siam.
Inmediatamente pusieron manos a la obra. Ante todo fue necesario aprender la lengua coreana, tributaria del chino, pero con muchas analogías con los dialectos siberianos. Después pudieron ya ponerse de lleno al trabajo apostólico.
Escuchemos a monseñor Imbert lo que era su vida:
«No permanezco mas que dos días en cada casa que reúno los cristianos, y antes de que amanezca el tercer día paso a otra casa. Me toca sufrir mucha hambre, porque después de haberme levantado a las dos y media de la madrugada, esperar hasta el mediodía y recibir entonces una comida mala y floja, bajo un clima bajo y seco, no es cosa fácil. Después de comer reposo un poco, y a continuación doy clase de teología a mis seminaristas; después oigo confesiones hasta la noche. Me acuesto a las nueve sobre la tierra cubierta de una lona y un tapiz de lana de Tartaria, porque en Corea no hay ni camas ni mantas. He tenido, siempre un cuerpo débil y enfermizo, y a pesar de todo he llevado adelante una vida laboriosa y bien ocupada; pero aquí pienso haber llegado a lo superlativo y al nec plus ultra de trabajo. Ya os imaginaréis que con una vida tan penosa no tengamos miedo al golpe de sable que debe terminarla.»
Todo esto había que hacerlo con el mayor secreto. Las quince o veinte personas a las que había atendido cada día: confesiones, bautismos, confirmaciones, matrimonios, etcétera, tenían que retirarse antes de la aurora. Aun así, aquella vida no pudo prolongarse mucho tiempo. Dos años después de su llegada, el 11 de agosto de 1839, monseñor Imbert era detenido por los perseguidores.
Comprendió bien que había llegado el final de su vida. Y creyó un deber, para evitar apostasías a los fieles seguidores, invitar a sus dos compañeros a entregarse. La tarjeta enviada por el obispo, que era una invitación al martirio, llegó primero al padre Maubant, quien la transmitió a su compañero el padre Castán. Ambos obedecieron sin vacilar. Cada uno redactó una instrucción para uso de sus fieles y luego en común unas líneas dirigidas a toda la cristiandad coreana. Escribieron una breve memoria para el Cardenal Prefecto de Propaganda Fide y una carta a sus hermanos de las Misiones Extranjeras para encomendarles a sus neófitos. En esta carta es donde alegremente, como si quisieran aliviarles la pena, dicen que «el primer ministro Ni, actualmente gran perseguidor, ha hecho fabricar tres grandes sables para cortar cabezas».
Todo esto llevaba la fecha del 6 de septiembre. Y una vez terminados los preparativos, los dos misioneros se unieron a su obispo. Los tres europeos comparecieron ante el prefecto y confesaron noblemente su fe: «Por salvar las almas de muchos, no hemos vacilado ante una distancia de diez millares de lys. Denunciar a nuestras gentes, y hacerles daño, olvidando los diez mandamientos, no lo haremos jamás, preferimos morir.» Aquel mismo día 15 de septiembre recibieron la primera paliza, con bastones. Otra nueva les esperaba, después de un interrogatorio similar, el día 16. Por fin, el día 21 tuvo lugar el suplicio final.
Les desnudaron hasta la cintura, y les asaetearon cruelmente, de arriba a abajo, a través de las orejas, les colmaron de heridas y, por fin, los rociaron de cal viva. Después de obligarles a dar por tres veces la vuelta a la plaza, mostrándose al público que se burlaba de ellos, se les hizo arrodillarse. Los soldados empezaron a correr en su derredor y al pasar les golpeaban con su sable. El padre Castán se puso instintivamente de pie al recibir el primer golpe. Después se arrodilló junto a sus dos compañeros, que estaban inmóviles. Al poco tiempo, los tres habían muerto.
Pero no eran ellos solos. Antes y después iban a perecer en aquella misma persecución otros muchos cristianos.
El primer lugar, un sacerdote nativo: el padre Andrés Kim. De acuerdo con las mejores tradiciones del seminario de Misiones Extranjeras, los misioneros se habían preocupado de ir preparando, en lo posible, un clero nativo. Cuando ellos murieron, el padre Kim se esforzó por conseguir que vinieran nuevos misioneros. En estos afanes le sorprendieron los perseguidores. Después de larga estancia en la cárcel, fue decapitado en 1846.
En la misma persecución murieron también diez catequistas y una muchedumbre de fieles. De entre ellos se escogieron unos cuantos, a quienes hoy veneramos en los altares: setenta y cinco héroes «nobles y plebeyos, jóvenes y viejos, mujeres ya maduras y jóvenes en la más florida edad, que prefirieron las cárceles, los tormentos, el fuego, el hierro, las cosas más extremas a trueque de no apartarse de la religión santísima. Para tentar su fe, los bárbaros verdugos recurrieron a los tormentos más refinados. Unos fueron ahorcados, a otros les rompieron las piernas, otros fueron azotados hasta la muerte, otros quemados con planchas ardientes, otros enterrados vivos en nichos para que murieran de hambre, y así todos cambiaron esta vida por otra inmortal y feliz. Tantos y tan crueles suplicios los sufrieron todos con invicta fortaleza». Tales son las palabras del Decreto de beatificación expedido por el papa Pío XI. Porque, como ya anteriormente se había escrito en el Decreto de tuto, aquella muchedumbre, en la que había incluso niños de quince y trece años, «mostró tanta constancia en profesar la fe, que en manera alguna pudo la rabia de los perseguidores llegar a vencerla. Ni las cárceles largas y horribles, ni los tormentos crudelísimos, ni el hambre y la sed, con la que ellos eran probados, ni otros horrendos suplicios, ni el terror y los halagos de los jueces impíos, ni la edad juvenil o provecta, ni el amor materno, ni la piedad filial, ni el dulce yugo del matrimonio, fueron capaces de superar la fortaleza y firmeza de aquellos mártires».
No es extraño que muy pronto se extendiera por todo el mundo la fama de su admirable ejemplo. Por eso, el papa Pío XI, superando las dificultades de tipo jurídico que se oponían a su beatificación, pues resultaba muy difícil recoger las pruebas exigidas con todo el rigor canónico, teniendo en cuenta que había certeza absoluta de la realidad del martirio, los beatificó solemnemente en 1925. A esa lista se sumarían luego aquellos mártires que beatificó el papa Pablo VI el 6 de octubre de 1968. Finalmente, el papa Juan Pablo II rindió homenaje a todos los mártires de Corea, canonizando a estos confesores de la fe en la ciudad de Seúl el 6 de mayo de 1984,
Su sangre, como siempre ha ocurrido, fue semilla de nuevos cristianos, y hoy Corea, al menos en su parte Sur, libre del comunismo, es una de las cristiandades más florecientes y esperanzadoras de todo el Extremo Oriente.
Escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica
Santo Evangelio según san Lucas 8, 19-21. Martes XXV del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, enciende mi corazón con el fuego de tu amor a fin de que, amándote en todo y sobre todo, pueda obtener aquellos bienes que no puedo por mí mismo ni siquiera imaginar y que has prometido Tú a los que te aman. Hoy vengo a ti con el corazón dispuesto a ser llenado de todo tu ser. Tú sabes cuantas veces te utilizo para mi provecho personal, y una vez conseguido lo que busco me olvido de ti. Concédeme el don para que no te vea como una mera herramienta sino como verdadero Camino, Verdad y Vida. Por nuestro Señor Jesucristo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amen.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 8, 19-21
En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús su madre y sus parientes, pero no podían llegar hasta donde él estaba porque había mucha gente. Entonces alguien le fue a decir: “Tu madre y tus hermanos están allá afuera y quieren verte”. Pero él respondió: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
En el texto del Evangelio de hoy, Jesús nos pone de manifiesto que hacer la voluntad de Dios significa, ante todo, escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica. Los que actúan así se convierten en la verdadera familia de Jesús. La escucha atenta de su palabra y el cumplimiento de la voluntad de Dios son los rasgos característicos de quien sigue los pasos del Señor.
«Aquí está la esclava el Señor, hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38). Con estas palabras María da ejemplo para aquellos que queremos ser auténticos seguidores del Señor. Jesús en ningún momento quiso desmerecer a María y su familia, todo lo contrario, con sus palabras: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”, quiso poner de manifiesto que María era y es, aún hoy, ejemplo a seguir para todos aquellos que queremos iniciar o continuar el camino de su seguimiento serio: Ser auténticos discípulos de Cristo. María es sin lugar a dudas el primer y más auténtico seguidor de Jesucristo y se manifiesta en su sencillez de vida, aceptación de las dificultades e incomprensiones durante toda su existencia, y fidelidad mostrada por Jesucristo incluso en el instante de su muerte y Resurrección. La contemplación de lo vivido por María en estos momentos tan duros nos muestra a una mujer que permaneció firme en la fe a pesar de la dureza del momento y que no comprendía.
El ejemplo de esta actitud de aceptación de la voluntad de Dios en nuestras vidas sólo se puede darse si tenemos un encuentro real y auténtico con Jesucristo. Nuestra vida de oración, de prácticas de piedad, de entrega al hermano, de generosidad en nuestra vida cotidiana, de aceptación de las dificultades que Dios pone en nuestras vidas… deben marcar nuestro rumbo y horizonte. Somos de Cristo y para Cristo, y sólo Él es la razón de nuestra existencia. Y todo ello se traduce en una sola palabra: Amor. Todo por amor.
Ante estas reflexiones podemos preguntarnos: ¿Cómo el ejemplo de María está actuando en mi vida ordinaria? ¿Estoy siguiendo una vida ordenada según lo que Dios y el Evangelio me orientan? ¿Actúo por amor auténtico, desinteresado por la salvación de las almas que me rodean? ¿Busco que Dios reine en mi vida o más bien intento asegurar mis gustos y caprichos?
«Un solo hombre y una sola mujer, capaces de arriesgar y de sacrificarse por un hijo de otros, y no solo por el propio, nos explican cosas del amor que muchos científicos no comprenden más. Donde están estos afectos familiares brotan estos gestos del corazón que nos hablan más fuerte que las palabras, el gesto del amor, esto hace pensar. La familia que responde a la llamada de Jesús devuelve la dirección del mundo a la alianza del hombre y de la mujer con Dios». (Homilía de S.S. Francisco, 2de septiembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Uno de los grandes peligros de la vida cristiana es vivir siempre hacia afuera. No miramos nuestro interior. Somos hipócritas, decimos creer y vivir al estilo cristiano y, sin embargo, hacemos lo contrario. Por ello hoy me voy a esforzar mucho por vivir como auténtico cristiano: realizaré un acto de amor desinteresado a alguna persona de mi entorno.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
9 sencillas formas de hacer presente a Jesús en tu vida
Aunque a muchos nos cueste, hay maneras simples de hacer presente a Jesús en distintas formas en nuestra vida diaria
¿Cómo hacer presente hoy a Jesús resucitado?
Aunque a muchos nos cueste, hay maneras simples de hacer presente a Jesús en distintas formas en nuestra vida diaria. En nuestro trabajo, en nuestro hogar y en hasta en todo lo que hagamos y expresemos.
A continuación, te presentamos 9 formas de hacerlo:
1. A través del encuentro personal con Jesús. Él está «con nosotros» de cuerpo presente en la Santísima Eucaristía, y también están «en nosotros» por medio del Espíritu, en cómo nos expresamos, en las obras buenas que hacemos.
2. Desarrollar nuestros sentidos (ver, oír, tocar, etc.) para saborear la presencia del Señor crucificado y resucitado en nosotros mismos, en la gente buena que nos rodea y en cualquier signo de esperanza y amor que nos sale al camino.
3. Presentar en la oración al Señor todos los problemas de nuestra vida, y preguntarle: «¿Qué piensas de esto? ¿Cómo harías Tú en mi lugar?»
4. Salpicar nuestra conversación con frases como «Gracias a Dios», «Gracias a Dios y a la Virgen», «Providencialmente», «¡Dios mío que bueno!». «¡Santísimo Jesús!».
5. Conservar la tradición de pedir la bendición; de decir al despedirse en la noche «Hasta mañana», respondiendo: «Si Dios lo permite». Y decir al encontrarse en la mañana «Buenos días», respondiendo: «Buenos días en Dios». Los cónyuges también deben pedirse la bendición a diario al despedirse cada uno a sus labores o cuando alguno salga por un mandado. Es muy importante la bendición de los cónyuges el uno con el otro en el Matrimonio.
6. Poner a los hijos nombres de santos/as, y contarles acerca de su vida. Esto no puede perderse.
7. Antes de las comidas al menos hacer la señal de la cruz. Pero también hacer que el más pequeño de la casa rece algún verso fácil. Por ejemplo: «El Niño Jesús nació en Belén; bendiga la mesa y a nosotros también». «Familia que reza unida, se mantiene unida».
8. Tener cuadros o símbolos religiosos en la casa, en la habitación, en el cuello o muñecas. Algunos muy valientes les he visto con un Rosario como empuñado en su mano y le van rezando a la Virgen y a Jesús.
9. Y, sobre todo, amarlo y servirlo cada día, con sencillez y esperanza, en nuestros hermanos más sencillos, más pobres, más necesitados. Sabiendo que en ellos es a Él a quien estamos amando y sirviendo. Tratar a todos con respeto y alegría
Recomendamos:
¿En dónde podemos encontrar a Cristo? En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa.
Mi encuentro con Cristo crucificado: «En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados». (1 Jn 4, 10)
Cinco claves para la vida cristiana: Con estilo samaritano, ser misioneros de la misericordia
Los Sacramentales – Las bendiciones: Las bendiciones por la intercesión de la Santa Iglesia, atraen sobre los hombres y sobre sus cosas, la ayuda de lo alto.
La fe en casa: La Bendición de la mesa. Bendecir la Mesa, una costumbre que ayuda a que vuestros hijos vivan en un ambiente cristiano.
Poner un nombre cristiano: Puede parecer un hecho insignificante pero no lo es: hace referencia a nuestros orígenes cristianos
¿Cuántos tipos de oración hay?
Las cinco formas principales de oración son la bendición, la adoración, la oración de petición y de intercesión, la oración de acción de gracias y la oración de alabanza.
Las cinco formas principales de oración son la bendición, la adoración, la oración de petición y de intercesión, la oración de acción de gracias y la oración de alabanza. Con cualquiera de ellas elevamos nuestro espíritu a Dios según nuestras necesidades.
La bendición
Una bendición es una oración que pide la bendición de Dios sobre nosotros. Toda bendición procede únicamente de Dios. Su bondad, su cercanía, su misericordia son bendición. La fórmula más breve de la bendición es “El Señor te bendiga”.
Todo cristiano debe pedir la bendición de Dios para sí mismo y para otras personas. Los padres pueden trazar sobre la frente de sus hijos la señal de la cruz. Las personas que se aman pueden bendecirse. Además el presbítero, en virtud de su ministerio, bendice expresamente en el nombre de Jesús y por encargo de la Iglesia. Su oración de bendición es especialmente eficaz por medio del sacramento del Orden y por la fuerza de la oración de toda la Iglesia.
La adoración
Toda persona que comprende que es criatura de Dios reconocerá humildemente al Todopoderoso y lo adorará. La adoración cristiana no ve únicamente la grandeza, el poder y la Santidad de Dios. También se arrodilla ante el amor divino que se ha hecho hombre en Jesucristo.
Quien adora verdaderamente a Dios se pone de rodillas ante Él o se postra en el suelo. En esto se muestra a verdad de la relación entre Dios y el hombre: él es grande y nosotros somos pequeños. Al mismo tiempo el hombre nunca es mayor que cuando se arrodilla ante Dios en una entrega libre. El no creyente que busca a Dios y comienza a orar puede de este modo encontrar a Dios.
La petición
Dios, que nos conoce completamente, sabe lo que necesitamos. Sin embargo, quiere que “pidamos”: que en las necesidades de nuestra vida nos dirijamos a Él, le gritemos, le supliquemos, nos quejemos, le llamemos, que incluso “luchemos en la oración” con él.
Ciertamente Dios no necesita nuestras peticiones para ayudarnos. La razón por la que debemos pedir es por nuestro interés. Quien no pide y no quiere pedir, se encierra en sí mismo. Sólo el hombre que pide, se abre y se dirige al origen de todo bien. Quien pide retorna a la casa de Dios. De este modo la oración de petición coloca al hombre en la relación correcta con Dios, que respeta nuestra libertad.
La intercesión petición por los demás
Del mismo modo que Abraham intercedió a favor de los habitantes de Sodoma, así como Jesús oró por sus discípulos, y como las primeras comunidades no sólo buscaban su interés “sino todos el interés de los demás” (Flp 2, 4), igualmente los cristianos piden siempre por todos; por las personas que sin importantes para ellos, por las personas que no conocen e incluso por sus enemigos.
Cuanto más aprende un hombre a rezar, tanto más profundamente experimenta que pertenece a una familia espiritual, por medio de la cual la fuerza de la oración se hace eficaz. Con toda mi preocupación por las personas a las que amo, estoy en el centro de la familia humana, puedo recibir la fuerza de la oración de otros y puedo suplicar para otros la ayuda divina.
La acción de gracias
Todo lo que somos y tenemos viene de Dios. San Pablo dice “¿Tienes algo que no hayas recibido?” (1 Cor 4,7). Dar gracias a Dios, el dador de todo bien, nos hace felices.
La mayor oración de acción de gracias es la “Eucaristía” (en griego “acción de gracias”) de Jesús, en la que toma pan y vino para ofrecer en ellos a Dios toda la Creación transformada. Toda acción de gracias de los cristianos es unión con la gran oración de acción de gracias de Jesús. Porque también nosotros somos transformados y redimidos en Jesús; así podemos estar agradecidos desde lo hondo del corazón y decírselo a Dios en muchas formas.
La alabanza
Dios no necesita de ningún aplauso. Pero nosotros necesitamos expresar espontáneamente nuestra alegría en Dios y nuestro gozo en el corazón. Alabamos a Dios porque existe y porque es bueno. Con ello nos unimos ya a la alabanza eterna de los ángeles y los santos en el cielo.
Recomendamos:
¿Para qué sirve la oración?: Vida para el espíritu y medio de comunicación con Dios.
Orar… lo que es y lo que no es: Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor
¿Cuál es la oración más perfecta?: Celebramos a Dios porque es bueno. Lo alabamos porque es grande y porque su misericordia es eterna.
Qué es la oración de ofrecimiento: El Señor todo lo recibe, también nuestros más pequeños ofrecimientos de amor que se convierten en una oración.
¿Cómo orar cuando alguien te hace sufrir?: Al rezar por quienes te hacen sufrir, te das la oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede remediar las cosas.
¿Eres capaz de cantar alabanzas al Señor? ¡La oración de alabanza es una oración cristiana para todos nosotros!
Oración de sanación por la familia: Hoy venimos a Ti, en nombre de cada una de las personas de nuestra familia.
San Andrés Kim, primer sacerdote de Corea y mártir
La Iglesia celebra su fiesta junto con otros 103 mártires católicos a los que persiguió la dinastía Joseon
Andrés Kim Taegon nació en Joseon (que posteriormente sería Corea) el 21 de agosto de 1821. Pertenecía a una familia de la clase noble. Sus padres eran conversos y su pàdre ya había sido martirizado por ser cristiano. La fe católica en aquella época de consideraba una traición a las costumbres, sobre todo al confucianismo, la religión predominante del país. Desde finales del siglo XVII, Corea había recibido la semilla de la fe a través de la llegada de laicos. Más adelante, en 1836, llegarían también los primeros misioneros.
Andrés fue bautizado a los 15 años. Estudió en el seminario de la colonia portuguesa de Macao y cuando tenía 24 años, fue ordenado sacerdote por el obispo francés Jean Joseph Ferréol.
Después volvió a Corea para ejercer allí su ministerio sacerdotal: predicaba, administraba los sacramentos y atendía a toda clase de personas.
Persecución de los cristianos en el país
Pero durante la dinastía Joseon era frecuente que los cristianos debieran practicar su fe en secreto porque eran perseguidos y condenados.
Esto mismo ocurrió con Andrés Kim Taegon, quien era plenamente consciente de lo que podía sucederle.
Andrés Kim Taegon solo pudo trabajar como sacerdote durante un año. Cuando solo tenía 25, fue torturado y decapitado cerca de Seúl, en el río Han. Era el 16 de septiembre de 1846.
Sus últimas palabras fueron:
“En esta última hora de mi vida, escúchenme atentamente: si he mantenido comunicación con extranjeros, ha sido por mi religión y mi Dios. Es por él que yo muero. Mi vida inmortal está en su punto inicial. Conviértanse al cristianismo si desean la felicidad tras la muerte, porque Dios alberga castigo eterno para aquellos que rehusaron conocerle.»
Por su parte, el padre Jean Joseph Férreol, que fue el primer obispo de Corea, manifestó desde aquel momento que deseaba ser enterrado junto a Andrés Kim. Le dedicó estas palabras:
“Nunca sabrán lo triste que fue para mí la pérdida de este joven sacerdote nativo. Amaba a su padre y le amaba a él; es un consuelo saber que ambos estarán en la felicidad eterna.”
Ferréol moriría por asfixia el 3 de febrero de 1853.

San Andrés Kim y los 103 mártires de Corea
El papa san Juan Pablo II canonizó a san Andrés Kim Taegon junto a otros 103 mártires de Corea. Entre ellos está también Pablo Chong Hasang, quien murió en una cruz cuando estaba a punto de ser ordenado sacerdote.