- St. Francis de Sales
Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos cuenta la parábola del sembrador.
En esta famosa historia del sembrador, a menudo nos centramos en los diferentes tipos de suelo y los aplicamos simbólicamente a nosotros mismos. Ahora, no hay nada de malo en esta interpretación, pero creo que pasa por alto lo que estaba en el corazón de la parábola de Jesús.
Centremos nuestra atención en este sembrador absolutamente loco. Imagínense una multitud de campesinos escuchando esta parábola: un hombre sale a sembrar y arroja semillas por el camino, en suelo pedregoso, en suelo espinoso y finalmente en buen suelo. Los que primero escucharon esta historia habrían intercambiado miradas con ojos incrédulos ante la ridícula actitud de este granjero.
Esa fue precisamente la reacción que Jesús buscaba. Porque Dios es como este granjero loco, que siembra la semilla de su Palabra y su Amor, no solo en un suelo receptivo, no solo para quienes responderán, sino también en el camino, en las rocas y entre las espinas, derramando generosamente su Amor en aquellos que tienen menos posibilidades de responder. El amor de Dios es irracional, extravagante, vergonzoso, completamente exagerado.
Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro: a dar las gracias por nuestro terreno bueno y a seguir trabajando sobre los terrenos que todavía no son buenos. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras piedras de la pereza son todavía numerosas y grandes; individuemos y llamemos por nombre a las zarzas de los vicios. Encontremos el valor de hacer una buena recuperación del suelo, una bonita recuperación de nuestro corazón, llevando al Señor en la Confesión y en la oración nuestras piedras y nuestras zarzas. Haciendo así, Jesús, buen sembrador, estará feliz de cumplir un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y espinas que asfixian la Palabra. (Ángelus, 16 de julio de 2017)
Oración
Glorioso San Francisco de Sales,
vuestro nombre porta la dulzura del corazón mas afligido;
vuestras obras destilan la selecta miel de la piedad;
vuestra vida fue un continuo holocausto de amor perfecto
lleno del verdadero gusto por las cosas espirituales,
y del generoso abandono en la amorosa divina voluntad.
Enséñame la humildad interior,
la dulzura de nuestro exterior,
y la imitación de todas las virtudes que has sabido copiar
de los Corazones de Jesús y de María.
Amén
Cómo la Virgen salvó a san Francisco de Sales de la desesperación
Preso de una aterradora duda espiritual, el joven Francisco de Sales encontró la paz interior frente a una representación de María. Una vez más una imagen transformó a un santo
¿Sabías que en su temprana juventud, el doctor del amor divino estuvo muy cerca de ser abrumado hasta el punto de la desesperación por el sentimiento de su indignidad?
Una de las imágenes parisinas más famosas de la Virgen lo libró de esta tentación.
Noble desde la cuna
San Francisco de Sales nació en Thorens el 21 de agosto de 1567 en esa Saboya a caballo entre los Alpes de habla francesa cuyos soberanos también reinaban en el Piamonte italiano. Pertenecía a una familia de la nobleza.
Siendo muy joven, mientras su padre elaboraba para él ambiciosos planes de futuro, soñaba con entregarse a Dios.
A los 11 años, Francisco fue tonsurado. Esa ceremonia, aunque estaba ligada al clero, no le obligaba a abrazar el sacerdocio.
Solo le otorgaba el título de abad y la posibilidad, muy ventajosa, de recibir beneficios eclesiásticos.
No era esta la idea de Francisco que, a partir de entonces, se sintió Iglesia y pensaba solo en el servicio a Dios.
Poco después, sus padres lo enviaron a continuar sus estudios a París, al colegio de Clermont, el actual Lycée Louis-le-Grand. Allí los jesuitas formaban a la élite católica francesa.
Rápidamente se dieron cuenta de que el estudiante era brillante y de una virtud superior a su edad que hacía que sus compañeros lo apodaran «el Ángel«.
Sin embargo, fue precisamente esa virtud y esa inteligencia las que fueron, al amanecer de su 18º cumpleaños, violentamente puestas a prueba en una crisis espiritual de rara violencia.
La cuestión de la gracia y la predestinación
La Iglesia emergió, no sin dificultades, especialmente en Francia, de las terribles perturbaciones nacidas de la Reforma y de las guerras de religión.
La recuperación deseada por el Concilio de Trento, clausurado en 1563, se hizo paulatinamente a través de la catolicidad.
Pero, a pesar de todo ello, un punto de teología planeaba sobre la mente de la gente. Era una cuestión nacida de una mala interpretación de san Agustín que ya había nutrido el pensamiento protestante, como alimentó el jansenismo: el tema de la gracia y la predestinación.
¿Están algunos, a pesar de sus esfuerzos y de una vida edificante, destinados igualmente a ser condenados mientras otros que habrán «pecado fuertemente», en palabras de Lutero, se salvarán porque Dios habría destinado antes a algunas de sus criaturas al infierno?
Esto parece absurdo e indignante. Pero apoyado en la inmensa autoridad agustiniana, estaba en el centro de los debates sobre la salvación. Y provocaba respuestas contradictorias y disputas infinitas, hasta el punto de que Roma acabó por prohibir discutir.
Una duda abominable lo atormenta: ¿y si fuera verdad que algunos, hagan lo que hagan, están condenados a la perdición eterna?
Francisco de Sales, estudiante brillante, seguía esos debates, conocía las tesis y las antítesis de los mismos. Las defendían personas de tanto valor, que en ese año 1586 ya no sabía dónde estaba, ni lo que debía pensar, ni qué creer…
Una duda abominable- de la que ya no somos capaces, porque la gravedad del asunto se nos escapa hoy- lo atormentaba: ¿Y si fuera verdad que algunos, hagan lo que hagan, están condenados a la perdición eterna ? ¿Y si, por alguna desgracia irremediable, él fuera uno de ellos? ¿Qué hay que hacer ? ¿Por qué pelear? ¿Por qué creer?
Nuestra Señora de la Buena Liberación
Francisco ya no dormía, no comía, tan obsesionado y desesperado estaba por esa posibilidad.
Primero, como buen intelectual, buscó respuestas en los libros, pero solo lo confundieron más. Y su desesperación no hizo más que crecer.
Las peores ideas empezaron a obsesionarlo cuando, casi por casualidad, empujó la puerta de una iglesia (luego demolida durante el Terror) cerca de su casa.
Era la iglesia de Saint-Étienne-des-Grès. La tradición afirma que fue fundada por san Dionisio, primer obispo de París.
Lo que la hacía famosa era que en ella se veneraba a una antigua Virgen negra: Nuestra Señora de la Buena Liberación.
Ella es conocida por asegurar a las mujeres embarazadas un parto feliz, su supervivencia y la de su hijo.
La verdad es que la imagen es casi inquietante por lo poco agraciada que es. Pero los parisinos no se fijan en este detalle y se agolpan a sus pies, confiando en su milagrosa intercesión.
El joven señor de Sales ciertamente no se veía afectado por estos poderes taumatúrgicos, pero eso no le impedía ir a menudo a orar frente a Nuestra Señora de la Buena Liberación.
Fue frente a ella donde, unos meses antes, hizo un voto perpetuo de castidad y virginidad.
Una oración maravillosa
Eso fue antes de esa horrible crisis que lo dejaron jadeando.
¿Por qué se arrastró como un moribundo, en sentido espiritual, hasta su altar? Porque en el fondo de su ser, una voz le susurraba que María era la única, lejos de todos los discursos secantes de los intelectuales, capaz de iluminarlo y arrancarlo de sus tormentos íntimos.
Desplomado ante ella, llorando, el joven murmuró una oración admirable, un grito de un alma abrumada de amor a Cristo que trataba, en un último esfuerzo, de arrancarse la duda:
«Oh Señor, si no debo llegar a verte, no permitas, al menos, que jamás te maldiga ni te blasfeme! ¡Y si no puedo amarte en la otra vida, porque nadie te alaba en el infierno, que al menos aproveche para amarte todos los momentos de mi corta existencia aquí abajo!».
En ese momento, el manto de angustia que oprimía su alma desapareció de repente. Nuestra Señora de la Buena Liberación había liberado a Francisco de Sales.
Desde entonces, pudo, hasta su último suspiro, dedicarse a su servicio y al de su Hijo.
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Abrir el corazón para poder escuchar
Santo Evangelio según San Marcos 4, 1-20. Miércoles III del Tiempo Ordinario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
¿Me cansa la vida?, ¿busco descanso y no lo encuentro? A ti vengo, Señor, para detenerme en ti. Quiero disponer de aquello más alto de que todo hombre puede disponer: tiempo contigo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 4, 1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago, y se reunió una muchedumbre tan grande, que Jesús tuvo que subir en una barca; ahí se sentó, mientras la gente estaba en tierra, junto a la orilla. Les estuvo enseñando muchas cosas con parábolas y les decía: «Escuchen. Salió el sembrador a sembrar. Cuando iba sembrando, unos granos cayeron en la vereda; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, donde apenas había tierra; como la tierra no era profunda, las plantas brotaron enseguida; pero cuando salió el sol, se quemaron, y por falta de raíz, se secaron. Otros granos cayeron entre espinas; las espinas crecieron, ahogaron las plantas y no las dejaron madurar. Finalmente, los otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno». Y añadió Jesús: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Cuando se quedaron solos, sus acompañantes y los Doce le preguntaron qué quería decir la parábola. Entonces Jesús les dijo: «A ustedes se les ha confiado el secreto del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera, todo les queda oscuro; así, por más que miren, no verán; por más que oigan, no entenderán; a menos que se conviertan y sean perdonados».
Y les dijo a continuación: «Si no entienden esta parábola, ¿cómo van a comprender todas las demás? ‘El sembrador’ siembra la palabra. ‘Los granos de la vereda’ son aquellos en quienes se siembra la palabra, pero cuando la acaban de escuchar, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. ‘Los que reciben la semilla en terreno pedregoso’, son los que, al escuchar la palabra, de momento la reciben con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes, y en cuanto surge un problema o una contrariedad por causa de la palabra, se dan por vencidos. ‘Los que reciben la semilla entre espinas’ son los que escuchan la palabra; pero por las preocupaciones de esta vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás, que los invade, ahogan la palabra y la hacen estéril. Por fin, ‘los que reciben la semilla en tierra buena’ son aquellos que escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha: unos, de treinta; otros, de sesenta; y otros, de ciento por uno».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¿Alguna vez has escuchado, con atención, hablar a una persona?, ¿alguna vez has asistido a una plática, conferencia, charla? No vayamos lejos, ¿alguna vez has escuchado una homilía o un sermón? Cuando percibes las palabras y las ideas que se presentan, ¿cómo las recibes?, ¿cómo las escuchas?
Existen dos modos de escuchar. Solo uno de ellos es verdadero. Solo uno de ellos es propio del hombre. Antes de referirnos a ellos encontramos primero lo que es tan solo «oír». Consiste en nada menos que en recibir sonidos. Después encontramos el primer modo de escucha. Éste sabe decodificar informaciones. Recibe las ideas y las organiza. Comprende el mensaje mismo. Al final encontramos, sin embargo, el único modo real: es aquél que recibe todo lo que escucha no solo como simples sonidos, pero tampoco ni siquiera como meras informaciones, sino sobre todo como aquello que podría llamarse la palabra de un corazón.
Aquél que sabe reconocer las palabras del corazón de quien escucha, ése sabe verdaderamente escuchar. Aquél que sabe reconocer las palabras del corazón, puede identificar al que tan solo emite solo ideas, pero también al que transmite todo su ser por la palabra.
Quizás si el gentío hubiese buscado mirar más allá de las ideas, quizá si los apóstoles hubiesen mirado más allá de las doctrinas, quizá si yo mismo buscara mirar más allá de las palabras para tocar el corazón, entonces quizás la parábola cesaría de ser parábola para pasar a ser vida.
«Tenemos que acostumbrarnos a esto: oír la palabra de Jesús, escuchar la palabra de Jesús en el Evangelio. Leer un pasaje, pensar un poco en qué dice, en qué me dice a mí. Si no oigo que me habla, paso a otro. Pero tener este contacto diario con el Evangelio, rezar con el Evangelio; porque así Jesús me predica, me dice con el Evangelio lo que quiere decirme. Conozco a gente que siempre lo lleva, y cuando tiene un poco de tiempo, lo abre, y así encuentra siempre la palabra justa para el momento que está viviendo. Esta es la primera cosa que quiero deciros: dejad que el Señor os predique. Escuchar al Señor».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de febrero de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Al momento de escuchar, buscaré reconocer las palabras del corazón de quien me habla. Haré lo mismo sea con mis amigos, mis compañeros, mi familia y con Dios mismo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.