Génesis 3:9-15.20 / Efesios 1:3-6.11-12 / Lucas 1:26-38
En el corazón de la Palabra de Dios siempre está, lógicamente, Dios mismo. A veces esto puede ser más fácil de identificar o más difícil, pero siempre está ahí. En los primeros capítulos del Génesis, de los que hoy hemos leído un fragmento, no hace falta interpretar demasiado para darse cuenta de que Dios es quien va conduciendo el relato. Crea, completa la creación con el hombre y la mujer, les deja bien instalados y libres en el paraíso, aunque con alguna instrucción básica de comportamiento. Hasta aquí la historia sigue un hilo estable y lógico, pero cuando Dios deja de conducir activamente las cosas, comienzan los problemas: en el uso de su libertad, el hombre y la mujer no hacen caso al único mandamiento que tenían . ¿Un momento de inconsciencia? ¿De olvido? ¿Una voluntad rebelde? El caso es que Dios vuelve a aparecer, porque él no se desentiende de su creación y entonces a Adán y Eva también les devuelve la conciencia, de lo que son, de lo que han hecho, y tienen la peor de las reacciones : el miedo a uno mismo y el miedo a Dios.
La primera lectura de hoy retoma la conocidísima historia del Génesis justo aquí y reproduce como en una revisión de vida, el diálogo en el que Dios y Adán y Eva repasan todos los hechos, empezando por el final: Te has escondido. Porque? Porque iba desnudo. ¿Y cómo lo has sabido? ¿Has comido el fruto? Es que la mujer… ¡Pobre Adam!. Está hecho un lío. Busca las excusas más extrañas para justificarse, entre ellas la más típica, la de echarle la culpa a otro. Eva hace lo mismo. También se justifica y se la carga la serpiente.
Fíjense, queridos hermanos y hermanas, que la primera idea que podemos sacar de la lectura de hoy es la importancia que Dios tiene en nuestras vidas para tomar conciencia de lo que nos pasa. Lo entendió muy bien San Benito cuando puso esta idea como primer escalón de la humildad en el capítulo séptimo de la Regla: tener presente que Dios siempre nos mira. Él no se desentiende aunque parezca que no esté. Adán y Eva ya habían comido el fruto, ya se habían dado cuenta de quiénes eran y lo habían intentado disimular con unos vestidos muy primitivos, pero cuando realmente tratan de esconderse es cuando se presenta a Dios, para quienes no valen ni vestidos ni escondrijos. Nuestra realidad la conoce perfectamente. Es con Dios con quien podemos seguir nuestras vidas en todo lo bueno y en todo lo malo que tienen.
La segunda idea interesante, al menos a mí me lo parece, es el retrato tan afinado de la psicología humana que nos presenta la lectura, por la que nos cuesta asumir quienes somos y aceptar nuestras ambigüedades, nuestra posibilidad de equivocarnos . En cambio, ¡qué rapidez en justificarnos, especialmente cargando la culpa a otro! El relato de hoy nos alerta al respecto. Sobre el ridículo que podemos realizar cuando pretendemos no tener responsabilidad en nada.
Es verdad que este texto nos pone delante el problema más importante de la filosofía, de la teología, de la moral…de todo. Que sería: ¿Por qué existe una serpiente que induce los comportamientos equivocados? ¿Cómo puede ser también una criatura de Dios? En el fondo, ¿porque existe el mal y de dónde viene? Pero esto no hemos podido responder hasta ahora. Nadie. La primera lectura de hoy sólo nos dice que Dios maldice a esta serpiente como origen de la tentación y la destina a estar a enfrentada a Eva para siempre. Dios se separó de ese principio malo, a pesar de no evitar sus consecuencias, que también hicieron que la vida cambiara por Adán y Eva y por toda la humanidad. El mensaje final es hacernos conscientes de nuestra libertad. Sabemos que éramos libres para hacerlo diferente y todavía lo somos ahora, como veremos enseguida. En el fondo, la lección que sí podemos aprender hoy es la de la responsabilidad.
No sé si me han seguido hasta aquí, que hizo Adán, lo mismo que muchas veces hacemos todos. ¡Justificarnos!
¿Pero nos quedaremos aquí? ¿No hay alternativa? Os decía que somos libres. Sabemos que podemos hacer bien o mal. Hoy celebramos esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María que nos propone precisamente el ejemplo de una persona, de una mujer muy especial que no tuvo estas ambigüedades, que no se despistó en ningún momento de la mirada de Dios, que no necesitó excusas porque no la pillaron en falso, ni necesitó esconderse. Sencillamente, celebramos la solemnidad de una mujer escogida y preservada de todo esto tan humano, del pecado, para ser la madre de Cristo, la Virgen María. María nos adelanta a Jesucristo. Existe por causa de Él, el Dios hecho hombre, el que queda libre de todo pecado y el que es uno con una comunión de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y Jesucristo hace que podamos volver al punto cero, donde estaban Adán y Eva antes de comer el fruto prohibido. Hace que haya otras posibilidades distintas a la de amargarse y justificarse. Es más, hace que podamos vivir una vida plena haciendo su voluntad, con comunión, sabiendo que podremos volver un día a ese momento del paraíso, cuando todavía Adán y Eva eran inocentes y se paseaban tranquilamente.
Pero mientras estamos en el mundo, nos toca vivir sensatamente, siguiendo el Evangelio, imitando a María, que sencillamente se mostró disponible para hacer la voluntad de Dios, que parecía imposible, y ante la que tantas excusas pudo poner, pero no , sin saber nada de las consecuencias que tendría, aceptó lo que le pedían.
Ella nos enseña que existen alternativas a las actitudes de Adán y Eva. Podemos rechazar todas las tentaciones que disfrazadas de serpientes u otras formas nos saldrán al paso. Como bautizados y seguidores del Evangelio, podemos hacerlo mucho más intensamente porque también tenemos al Espíritu Santo como María, que Cristo ha puesto en nuestros corazones para asegurar su presencia en nosotros.
Después de la comunión, rezaremos una oración que dice que esta eucaristía pueda servir para curarnos de esta herida de la culpa -podemos entender: de esta manera de ser y de hacer, hipócrita, de la que María fue preservada.
Tener fe es reconocer a Dios en la Palabra, en la vida, en los hermanos y hermanas pero ser siempre conscientes de que no somos Dios. La eucaristía es el mejor momento para ponernos humildemente ante Jesucristo y reconocer que nos corresponde esperarle como don, el don de su venida a la tierra como hombre, el don de su venida en el corazón de cada uno, el don de su venida al final de la historia, tres formas de ser don de salvación, de las cuales el pan y el vino transformados en su cuerpo y su sangre, son un memorial especialmente intenso en este tiempo de adviento que estamos viviendo.
Matthew 11:16-19
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice “Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Éste es un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’”.
La Pascua judía fue decisivamente importante en la historia de la salvación. Dios ordena a su pueblo que comparta una comida para recordar su liberación de la esclavitud. Esta cena proporciona el contexto para la más profunda teologización de la comunidad Israelita. Ambos, la amargura de su esclavitud y lo más dulce de su liberación son representados en esta comida sagrada.
La vida y ministerio de Jesús pueden ser interpretados a la luz de este símbolo. Desde el mismo comienzo, fue puesto en un pesebre, para que pudiera ser alimento de un mundo hambriento. La mayor parte de la participación pública de Jesús estuvo centrada en comidas sagradas, donde todos eran invitados: ricos y pobres, santos y pecadores, los enfermos y los marginados. Pensaron que Juan el Bautista era un raro asceta, pero llamaron a Jesús un glotón y bebedor. Él encarna el deseo de Yahveh de compartir una comida placentera con su pueblo.
Y por supuesto, la vida y enseñanza de Jesús llega a una especie de clímax en la comida que llamamos la Última Cena. La Eucaristía es lo que hacemos entre la muerte del Señor y su venida gloriosa. Esta es la comida que anticipa aún ahora la perfecta comida de hermandad con Dios.
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Santo
Memoria Litúrgica, 9 de Diciembre
Por: P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Vidente de la Virgen de Guadalupe
Martirologio Romano: San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, de la estirpe indígena nativa, varón provisto de una fe purísima, de humildad y de fervor, que logró que se construyera un santuario en honor de la Bienaventurada María Virgen de Guadalupe en la colina de Tepeyac, en la ciudad de México, lugar donde se le había aparecido la Madre de Dios. († 1548)
Fecha de canonización: 31 de julio de 2002 por el Papa Juan Pablo II.
Breve Biografía
Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), un indio humilde, de la etnia indígena de los chichimecas, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que en ese tiempo pertenecía al reino de Texcoco. Juan Diego fue bautizado por los primeros franciscanos, aproximadamente en 1524. En 1531, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad; edificó a los demás con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
Juan Diego fue un hombre virtuoso, las semillas de estas virtudes habían sido inculcadas, cuidadas y protegidas por su ancestral cultura y educación, pero recibieron plenitud cuando Juan Diego tuvo el gran privilegio de encontrarse con la Madre de Dios, María Santísima de Guadalupe, siendo encomendado a portar a la cabeza de la Iglesia y al mundo entero el mensaje de unidad, de paz y de amor para todos los hombres; fue precisamente este encuentro y esta maravillosa misión lo que dio plenitud a cada una de las hermosas virtudes que estaban en el corazón de este humilde hombre y fueron convertidas en modelo de virtudes cristianas; Juan Diego fue un hombre humilde y sencillo, obediente y paciente, cimentado en la fe, de firme esperanza y de gran caridad.
Poco después de haber vivido el importante momento de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Diego se entregó plenamente al servicio de Dios y de su Madre, transmitía lo que había visto y oído, y oraba con gran devoción; aunque le apenaba mucho que su casa y pueblo quedaran distantes de la Ermita. Él quería estar cerca del Santuario para atenderlo todos los días, especialmente barriéndolo, que para los indígenas era un verdadero honor; como recordaba fray Gerónimo de Mendieta: “A los templos y a todas las cosas consagradas a Dios tienen mucha reverencia, y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las iglesias, guardando la costumbre de sus pasados en tiempos de su gentilidad, que en barrer los templos mostraban su devoción (aun los mismos señores).”
Juan Diego se acercó a suplicarle al señor Obispo que lo dejara estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes de la Ermita para poder así servir todo el tiempo posible a la Señora del Cielo. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”.
Juan Diego manifestó la gran nobleza de corazón y su ferviente caridad cuando su tío estuvo gravemente enfermo; asimismo Juan Diego manifestó su fe al estar con el corazón alegre, ante las palabras que le dirigió Santa María de Guadalupe, quien le aseguró que su tío estaba completamente sano; fue un indio de una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus casas y tierras para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres y mujeres. Juan Diego tenía “sus ratos de oración en aquel modo que sabe Dios dar a entender a los que le aman y conforme a la capacidad de cada uno, ejercitándose en obras de virtud y mortificación.” También se nos refiriere en el Nican motecpana: “A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo.”
Toda persona que se acercaba a Juan Diego tuvo la oportunidad de conocer de viva voz los pormenores del Acontecimiento Guadalupano, la manera en que había ocurrido este encuentro maravilloso y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe; como lo indicó el indio Martín de San Luis cuando rindió su testimonio en 1666: “Todo lo cual lo contó el dicho Diego de Torres Bullón a este testigo con mucha distinción y claridad, que se lo había dicho y contado el mismo Indio Juan Diego, porque lo comunicaba.” Juan Diego se constituyó en un verdadero misionero.
Cuando Juan Diego se casó con María Lucía, quien había muerto dos años antes de las Apariciones, habían escuchado un sermón a fray Toribio de Benavente en donde se exaltaba la castidad, que era agradable a Dios y a la Virgen Santísima, por lo que los dos decidieron vivirla; se nos refiere: “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada, murió su mujer, que se llamaba María Lucía. Ambos vivían castamente.” Como también lo testificó el P. Luis Becerra Tanco: “el indio Juan Diego y su mujer María Lucía, guardaron castidad desde que recibieron el agua del Bautismo Santo, por haber oído a uno de los primeros ministros evangélicos muchos encomios de la pureza y castidad y lo que ama nuestro Señor a las vírgenes, y esta fama fue constante a los que conocieron y comunicaron mucho tiempo estos dos casados”. Aunque esto no obsta de que Juan Diego haya tenido descendencia, sea antes del bautismo, sea por la línea de algún otro familiar; ya que, por fuentes históricas sabemos que Juan Diego efectivamente tuvo descendencia; sobre esto, uno de los principales documentos se conserva en el Archivo del Convento de Corpus Christi en la Ciudad de México, en el cual se declara: “Sor Gertrudis del Señor San José, sus padres caciques [indios nobles] Dn. Diego de Torres Vázquez y Da. María del la Ascención de la región di Xochiatlan […] y tenida por descendiente del dichoso Juan Diego.”
Lo importante también es el hecho de que Juan Diego inspiró la búsqueda de la santidad y de la perfección de vida, incluso en medio de los miembros de su propia familia, ya que su tío, como ya veíamos, al constatar como Juan Diego se había entregado muy bien al servicio de la Virgen María de Guadalupe y de Dios, quiso seguirlo, aunque Juan Diego le convino que era preferible que se quedara en su casa; y ahora tenemos también este ejemplo de Sor Gertrudis del Señor San José, descendiente de Juan Diego, quien ingresó a un monasterio, a consagrar su vida al servicio de Dios, buscando esa perfección de vida, buscando la Santidad.
Es un hecho que Juan Diego siempre edificó a los demás con su testimonio y su palabra; constantemente se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo; ya “que cuanto pedía y rogaba la Señora del cielo, todo se le concedía”.
El indio Gabriel Xuárez, quien tenía entre 112 y 115 años cuando dio su testimonio en las Informaciones Jurídicas de 1666; declaró cómo Juan Diego era un verdadero intercesor de su pueblo, decía: “que la dicha Santa Imagen le dijo al dicho Juan Diego la parte y lugar, donde se le había de hacer la dicha Ermita que fue donde se le apareció, que la ha visto hecha y la vio empezar este testigo, como lleva dicho donde son muchos los hombres y mujeres que van a verla y visitarla como este testigo ha ido una y muchas veces a pedirle remedio, y del dicho indio Juan para que como su pueblo, interceda por él.” El anciano indio Gabriel Xuárez también señaló detalles importantes sobre la personalidad de Juan Diego y la gran confianza que le tenía el pueblo para que intercediera en sus necesidades: “el dicho Juan Diego, –decía Gabriel Xuárez– respecto de ser natural de él y del barrio de Tlayacac, era un Indio buen cristiano, temeroso de Dios, y de su conciencia, y que siempre le vieron vivir quieta y honestamente, sin dar nota, ni escándalo de su persona, que siempre le veían ocupado en ministerios del servicio de Dios Nuestro Señor, acudiendo muy puntualmente a la doctrina y divinos oficios, ejercitándose en ello muy ordinariamente porque a todos los Indios de aquel tiempo oía este testigo, decirles era varón santo, y que le llamaban el peregrino, porque siempre lo veían andar solo y solo se iba a la doctrina de la iglesia de Tlatelulco, y después que se le apareció al dicho Juan Diego la Virgen de Guadalupe, y dejó su pueblo, casas y tierras, dejándolas a su tío suyo, porque ya su mujer era muerta; se fue a vivir a una casa Juan Diego que se le hizo pegada a la dicha Ermita, y allá iban muy de ordinario los naturales de este dicho pueblo a verlo a dicho paraje y a pedirle intercediese con la Virgen Santísima les diese buenos temporales en sus milpas, porque en dicho tiempo todos lo tenían por Varón Santo.”
La india doña Juana de la Concepción que también dio su testimonio en estas Informaciones, confirmó que Juan Diego, efectivamente, era un hombre santo, pues había visto a la Virgen: “todos los Indios e Indias –declaraba– de este dicho pueblo le iban a ver a la dicha Ermita, teniéndole siempre por un santo varón, y esta testigo no sólo lo oía decir a los dichos sus padres, sino a otras muchas personas”. Mientras que el indio Pablo Xuárez recordaba lo que había escuchado sobre el humilde indio mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe, decía que para el pueblo, Juan Diego era tan virtuoso y santo que era un verdadero modelo a seguir, declaraba el testigo que Juan Diego era “amigo de que todos viviesen bien, porque como lleva referido decía la dicha su abuela que era un varón santo, y que pluguiese a Dios, que sus hijos y nietos fuesen como él, pues fue tan venturoso que hablaba con la Virgen, por cuya causa le tuvo siempre esta opinión y todos los de este pueblo.” El indio don Martín de San Luis incluso declaró que la gente del pueblo: “le veía hacer al dicho Juan Diego grandes penitencias y que en aquel tiempo le decían varón santísimo.”
Como decíamos, Juan Diego murió en 1548, un poco después de su tío Juan Bernardino, el cual falleció el 15 de mayo de 1544; ambos fueron enterrados en el Santuario que tanto amaron. Se nos refiere en el Nican motecpana: “Después de diez y seis años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió en el año de mil y quinientos y cuarenta y ocho, a la sazón que murió el señor obispo. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuese a conseguir y gozar en el cielo, cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los setenta y cuatro años.” En el Nican motecpana se exaltó su santidad ejemplar: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!”
Consulta también:
Juan Diego, el fenómeno guadalupano
Dejarse sorprender
Santo Evangelio según san Mateo 11, 16-19. Viernes II de Adviento
Por: Cristian Gutiérrez, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Gracias Señor por este nuevo día que me das y que me permites acercarme a tu presencia. Gracias por la vida, la salud, la comida, el vestido y los miles de detalles que tienes conmigo. Te pido me des una fe firme y resistente a los ataques del enemigo, un confianza cierta en tu amor y tu misericordia y un amor desinteresado y operante. Madre mía, acompáñame en este rato de oración.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 11, 16-19
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: ‘Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: ‘Ese es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir’. Pero la sabiduría de Dios se justifica así misma por sus obras».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Creo que en este Evangelio me hablas de saber reconocer los signos con los que hablas a mi vida. Eran muchos los signos de tu amor hacia la gente de aquel tiempo, pero ellos no los descubrían. Eran demasiado exigentes al pedir signos. Querían signos poderosos, indudables, certeros… Eran gente difícil de complacer.
Eran gente que no podían recibir el don de Dios como venía, siempre le buscaban el «pero». Querían que los signos fueran a su modo, como ellos lo pensaban o anhelaban, en el tiempo que ellos creían el mejor, en las personas que consideraban las más razonables. En definitiva, era gente que se resistía a dejarse sorprender. Todo lo venido de ti lo juzgaban críticamente. Puede pasar también así en mi vida. Tú que me amas y envías miles de signos para demostrarme tu amor. Y yo que no los descubro; los dejo pasar e incluso a veces me doy el descaro de juzgarlos o exigirlos… o se han hecho rutina. Quiero que actúes según mis planes y deseos.
Dame la gracia Señor de dejarme sorprender por ti. Sorprenderme de mi vida, de mi cuerpo que trabaja sin que yo lo mande ni lo piense, del color azul o gris del cielo, del cantar de un pájaro, del crecer de una flor. Sorprenderme del lenguaje con el que me comunico, de la tecnología que poseo, del afecto de los míos, de la vida de los que me rodean.
Este período de adviento es el momento para dejarme asombrar. Por ejemplo, contemplar cómo Tú siendo un Dios poderoso decidiste bajar a esta tierra y hacerte niño. ¡Hacerte un bebé! Este sí que es un signo maravilloso, pero al que tal vez ya me he acostumbrado.
En verdad que la sabiduría de Dios se justifica por sus obras… Tú, Dios, que te haces un niño como otro. Tú que sientes frío como yo lo he sentido, que lloras como yo he llorado, que duerme, que tirita, que sueña, que necesita de cuidado, de afecto, de calor humano. ¡Este es el mayor signo de amor que me has podido dar! Dame Señor el don del asombro y la humildad necesaria para acoger tu amor.
«Los Magos: escrutaban los cielos, vieron una nueva estrella, interpretaron el signo y se pusieron en camino, desde lejos. Los pastores y los Magos nos enseñan que para encontrar a Jesús es necesario saber levantar la mirada hacia el cielo, no estar replegados sobre sí mismos, en el propio egoísmo, sino tener el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios, que siempre nos sorprende, saber acoger sus mensajes y responder con prontitud y generosidad».
(Homilía de S.S. Francisco, 6de enero de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
En este día agradeceré a Dios por los alimentos que consuma y por las personas que me ayudan a crecer en la fe y el amor.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La Sabiduría
El hombre busca razones de intelecto, y se olvida de las razones de fe.
El hombre interpreta de acuerdo a razones de ciencia y no de fe.
El depósito sagrado que es la Biblia la manipulan y esgrimen razones científicas para hacer alarde de conocimientos humanos, más no de los de Dios, que os creó de tierra estéril, no propia para el cultivo, y de esa manera demostrar al hombre la Sabiduría y Potencia de Dios.
El hombre busca razones de intelecto, y se olvida de las razones de fe, de verdadero cariño y amor propios del corazón de Dios, dispuesto siempre a cumplir voluntades ajenas a mi propia voluntad, con tal que el hombre madure y aprenda lo concerniente a las razones y el amor Omnipotente de Dios.
Has cumplido una misión muy grande al abrir los ojos de la conciencia adormilada de la gente que ve pasar ante sus ojos la grandeza y sabiduría de Dios para disfrutar de la vida propia de los hijos de Dios.
Abrigo esperanzas de que el hombre recuerde de donde procede, y del bien superior que lo aguarda si camina los senderos de la ciencia Infusa que puse en sus conciencias y corazones, para que comprendieran la grandeza operante del respeto y amor a todo lo concerniente a Dios y su hacer a favor de los hombres, de la Creación.
Comunica a mis hijos lo que has entendido y comprendido para que el hombre conozca otra razón y voluntad Superior incluso al más sabio de los hombres y que no conciben a un Dios Poderoso y Eterno, que los ama y les da testimonio de su amor, en la biblia, libro inspirado por Dios para conocimiento humano del poder Divino, que hace maravillas con un solo deseo de su corazón.
El corazón del hombre mutila mis enseñanzas y sabiduría y la pone, incluso, por debajo del más torpe de los hombres, y YO SOY DIOS.
Aumentad el Sistema
Jesús dice:
Es necesario ante una enfermedad peligrosa, antes que aumentar el sistema inmunológico del cuerpo, pensar en el sistema inmunológico del alma.
Invertís grandes sumas de dinero y esfuerzo personal en mejorar el sistema inmunológico del cuerpo por medio de dietas que los sacan de su rutina y rompen la armonía que debe reinar en los hogares, en el matrimonio, y los lanza a emprender dietas que demandan mucho esfuerzo y dinero y también mucho tiempo que estaría mejor empleado dedicándolo a Dios, a los hijos, a la esposa (o),
Esos esfuerzos mejor oriéntenlos hacia los demás, el dinero que se pudiera invertir en esas dietas costosas, mejor dedíquenlo a ayudar a los necesitados, a hacer el bien. En lugar de tristezas, llenar el hogar de alegría, de paz, de bien, teniendo a Dios siempre como el Centro de todas vuestras vidas.
Dediquen un tiempo a visitar enfermos que requieran de vuestra visita para alegrarse, a ancianos, a huérfanos. Obren el bien, y sientan la satisfacción que el bien obrado nos da. La satisfacción nos produce felicidad por el hecho mismo de hacer el bien, y esa felicidad aumenta el sistema inmunológico del alma.
Continuad vuestra vida diaria, su rutina, vivid alegres dando gracias a Dios por el Don de la Vida, que lo que tenga que ocurrir, ocurrirá, y ¿qué mejor estar en manos de Dios para cualquier evento?
Recordemos siempre el gran Amor de Dios que siempre está con los suyos y con la tranquilidad y confianza que un bebé está en los brazos de su Padre, así también pónganse en las Manos de Dios Misericordioso y Amoroso.
Que ésta enfermedad que os aflige sea motivo de santificación y esperanza en Dios Confiad en Él que nada ocurre en que Él no obre sacando de un mal un Bien Mayor.
Poned a Dios siempre en vuestro corazón para llevarlo a través de vuestros actos y obras.
Dios nunca abandona a los suyos. ¡CONFIAD!.
San Juan Diego, el indio que la Virgen de Guadalupe escogió
Se convirtió a la fe católica siendo adulto. La Virgen se le apareció y dejó milagrosamente impresa su imagen en el manto que él llevaba.
Juan Diego nació en el año 1474 en Cuauhtitlán, un pueblo perteneciente entonces al reino de Texcoco, de la etnia de los chichimecas. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significa «águila que habla» o «el que habla con un águila».
Ya siendo adulto y con hijos, este hombre conoció la fe católica a través de los misioneros franciscanos que llegaron a México en 1524, y pidió recibir el bautismo junto con su esposa María Lucía.
Se casaron por la Iglesia y vivió la castidad en el matrimonio hasta la muerte de su esposa, que ocurrió en 1529.
Juan Diego era constante en su deseo de recibir la Eucaristía y de crecer en la fe aumentando su formación doctrinal. De ahí que estudiara el catecismo.
Aparición de la Virgen en Tepeyac
El 9 de diciembre de 1531, mientras iba a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de la Virgen, quien se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios».
La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al obispo capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, que construyera una iglesia en el lugar donde se había aparecido. Juan Diego obedeció y fue a hacer la petición al obispo, pero este no le creyó.
De nuevo la Virgen le pidió que a Juan Diego que insistiera al obispo. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al prelado. Este desconfiaba de lo que le decía el indito y le hizo un examen de catecismo.
Esta vez, el prelado dijo a Juan Diego que le diera pruebas objetivas que confirmaran la aparición de la Virgen.
Flores en invierno
El 12 de diciembre, martes, mientras el beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló.
Lo invitó a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. A pesar de que se encontraban en invierno y que el lugar no suele tener vegetación, Juan Diego encontró flores muy bellas.
Las recogió en su tilma -la manta de algodón que llevaba a hombros como capa- y se las llevó a la Virgen.
Esta le dijo que las presentara al obispo como prueba de que sus apariciones eran reales.
Juan Diego fue a ver de nuevo al obispo. Abrió la tilma, dejó caer las flores y, de forma milagrosa, en el tejido apareció impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe.
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El prelado creyó entonces que todo lo que había dicho Juan Diego era verdad y mandó construir enseguida el templo donde hasta hoy se venera a la Virgen, patrona de México.
San Juan Diego decidió entonces dejar a su familia y sus bienes, y trasladarse a vivir junto al santuario de Guadalupe.
Se acomodó en una humilde casa cercana y a diario se encargaba de la limpieza del templo, al mismo tiempo que acogía a los peregrinos, que desde entonces comenzaron a aumentar.
Juan Diego siguió siendo laico. Se dedicó a la oración y la penitencia, y tres veces por semana recibía la Eucaristía (en aquel momento no estaba extendida la comunión diaria). Murió en 1548 con fama de santidad.
El 6 de mayo de 1990, en la basílica de Guadalupe, san Juan Pablo II beatificó a Juan Diego, y en 2002 lo canonizó.
De él, el papa Wojtila dijo que había sido «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac».