En el contacto salvífico con las llagas del Resucitado, Tomás manifiesta las propias heridas, las propias llagas, las propias laceraciones, la propia humillación; en la marca de los clavos encuentra la prueba decisiva de que era amado, esperado, entendido. Se encuentra frente a un Mesías lleno de dulzura, de misericordia, de ternura. Era ése el Señor que buscaba, él, en las profundidades secretas del propio ser, porque siempre había sabido que era así. ¡Cuántos de nosotros buscamos en lo profundo del corazón encontrar a Jesús, así como es: dulce, misericordioso, tierno! Porque nosotros sabemos, en lo más hondo, que Él es así. Reencontrado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de su Resurrección e, íntimamente trasformado, declara su fe plena y total en Él exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). ¡Bonita, bonita expresión, esta de Tomás! (Regina Coeli, 12 de abril de 2015) 

Tenemos esta lectura maravillosa, inagotable del capítulo 20 de Juan. Es uno de los relatos de las apariciones de Jesús resucitado, y he estado predicando sobre este asunto por 38 años, y sólo encuentro que al regresar año tras año algo fresco emerge. Estos son de muchas maneras los textos centrales de nuestra fe Cristiana. Pablo dice, si Cristo no resucitó, nuestra fe es en vano. Todo gira alrededor de la resurrección. Entonces es necesario que ocupemos cierto tiempo revisando cuidadosamente estos textos. Escuchamos entonces “estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos”. Este es el día de la resurrección. Pero tengan presente que su amigo, su maestro ha sido ejecutado. Estaban en peligro. Me refiero a un peligro serio. Estoy seguro que muchas autoridades, tanto las romanas como los judías pensaron, “Vayamos tras estos tipos. Busquemos y ubiquemos a sus seguidores”. Por supuesto que entonces estaban aterrorizados. Pero a pesar de eso, Jesús, que había muerto en la cruz y ellos lo sabían, Jesús llegó y se presentó en medio de ellos y les dijo, “La paz esté con ustedes”. Este es el momento que ningún filósofo podría haber adivinado. No podríamos deducir esta verdad a partir de cosas que conocemos de otras fuentes. Esto vino como gracia pura. Me refiero a que a pesar de que las puertas estaban trabadas, no estaban listos para esto. De cierto modo estaban intentando aislarse del mundo. Pero sin embargo, Jesús como gracia, el Cristo resucitado llega y les dice, “Shalom”. Ahora, a nadie se le escaparía esto, si estuvieran leyendo esto en el siglo primero, esto es lo que Israel deseaba a lo largo de toda la narrativa bíblica. Cuando Israel clamaba a Dios, “Señor, ¿cuánto tiempo? ¿cuánto tiempo? ¿Cuándo vendrás? Señor, ¿cuándo enviarás al ungido? Señor, ¿cuándo actuarás?”. Lo que estaban anhelando era shalom, era paz. Y el Cristo resucitado les dice eso precisamente, “Shalom”. Y luego este detalle, que es tremendamente importante. “Dicho esto, les mostró las manos y el costado”. El Jesús resucitado, aparición tras aparición, muestra siempre sus heridas. Uno de los signos, ya que estamos, de que no estuvieran tratando con el verdadero Señor resucitado, es si no hubiera tenido heridas. Las heridas de Jesús son un recordatorio de la oposición del mundo hacia Él. San Pedro entonces dice eso en uno de sus primeros sermones kerigmáticos, “Vino el autor de la vida y ustedes lo mataron”. Es por eso que las heridas de Jesús en sus manos y sus pies y su costado son un recordatorio claro de nuestro pecado. Cada vez que estamos tentados de decir todo está bien con nosotros, no, no, la Iglesia afirma al Jesús herido. Es una acción tan beneficiosa porque todos adoramos hacerlo, todos nosotros pecadores, huir de nuestro pecado para negarlo. No, no. El autor de la vida vino, y seamos honestos, si viniera hoy en esta forma física, haríamos lo mismo con él. Lean a Dostoyevski y El Gran Inquisidor para los detalles sobre eso.

En las heridas de Jesús, comprendemos que somos pecadores. ¿Y luego qué? Escuchen. “Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: ‘La paz esté con ustedes’”. Sí, son pecadores y ven su pecado en las heridas de Cristo. Nadie juega aquí a esconderse. Pero a pesar de su pecado, el Señor resucitado dice, de nuevo, “Shalom”. De esta manera, en verdad nace la fe Cristiana. Nada puede separarnos del amor de Cristo. Pablo dijo eso, ¿cierto? “Ni los ángeles no los principados, ni las alturas ni las profundidades”, nada en el mundo creado podría separarnos del amor de Dios porque matamos a Dios. Matamos a Dios. Vemos nuestros propios pecados en sus heridas y sin embargo, él regresa con amor misericordioso ofreciéndonos Shalom. Cada vez que se sientan tentados de decir, “He hecho cosas pasadas de la raya, Dios nunca podría perdonarme eso”, eso es sencillamente falso porque matamos a Dios y Dios regresó con amor misericordioso. Vean, y esa es la razón por la que puede soplar sobre ellos y decir, “Reciban el Espíritu Santo”. ¿Quién es el Espíritu Santo? El amor compartido por el Padre y el Hijo. En ese amor, el Padre envía al Hijo. En ese amor, el hijo acepta su misión. Y entonces habiendo mostrado sus heridas y dicho, “Shalom”, ahora el amor que conecta el Padre y el Hijo puede soplarse sobre ellos. Este es el momento en que nace la Iglesia. Eso es lo que significa ser un miembro bautizado de la Iglesia de Cristo, es que Él sopló sobre nosotros el Espíritu Santo. Y entonces podemos convertirnos, escuchen ahora, nosotros mismos, en una fuente de Shalom y perdón. Hermoso, hermoso. Ahora, luego de ver esto, la segunda parte tiene que ver con Tomás. En todos mis años de predicación he encontrado que la gente adora la historia de Santo Tomás. Tomás el dubitativo, Tomás el que ha tenido dificultades para aceptar esto. Podría decirse que vivimos en un tiempo escéptico. Pienso que a lo largo y ancho de los siglos Cristianos, ha habido una corriente subterránea de escepticismo. Es por eso que la gente se ha identificado siempre con Santo Tomás.  Bueno, ¿qué tiene esta historia que es tan atrayente? Bueno, escuchen, “Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús”. En esta primera aparición Tomás no estaba allí. Los otros discípulos le dijeron, “Ey, ey, hemos visto al Señor. Queremos compartirte la mejor noticia posible”.

Él dice, “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. Ahora, esta es la actitud, como digo, de mucha gente a través de los tiempos, incluyendo la actualidad, escépticos que encuentran un poco difícil de asimilar la afirmación Cristiana. “¿Cómo puedes aceptar esto? No voy a creerlo a menos que pueda verificarlo”. Bueno, una semana más tarde, Jesús aparece de nuevo, esta vez Tomás está con ellos, y él dice, “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Quiero hablar un poquito sobre el juego de fe y razón porque ese es un gran tema que respalda esta historia, el juego entre fe y razón. Primero esto. Por favor no les crean a los nuevos ateístas que florecieron hace 25 años, que tristemente convencieron a una generación entera de jóvenes de que la fe significa credulidad, significa superstición, significa aceptar cosas en base a ninguna evidencia. “Creeré en cualquier cosa, cualquier afirmación loca que se haga”. Eso no es lo que significa fe para la Iglesia. Todo eso, podría decirse, está en el lado cercano de la razón. ¿Entienden a lo que me refiero? Son cosas que son aceptadas sin análisis crítica, no se involucra a la razón. Y simplemente acepto cosas sobre ninguna base. Bueno, eso es credulidad. Eso es ingenuidad, eso es superstición. Y escuchen, la Iglesia no está interesada en eso. La Iglesia no tiene interés en atraer gente en una credulidad ingenua. La fe a la que se refiere la Iglesia es una confianza en el lado lejano de la razón. Permítanme decirlo de nuevo. La fe auténtica no es infraracional, no está antes de la razón. Es supraracional, está más allá de lo racional. Cuando la razón ha realizado su trabajo, la fe acepta ahora en confianza. Voy a darles un ejemplo, que creo que es muy apropiado, una comparación. Piensen en la forma que llegamos a conocer a otro ser humano.

Tal vez estés interesando en alguien y has escuchado sobre él o ella, y podrías decir, “Bueno, voy a buscar a esa persona en Google”. Y Google puede decirte mucho ahora, y pueden descubrir cuando nació esa persona, dónde creció, a qué escuela asistió, cuáles son sus opiniones, tal vez controversias en las que participó. Pueden descubrir muchísimo. Y luego tal vez puedan observar a la persona por sí mismos en TV o lo que sea, videos. Y luego digamos que tienen la oportunidad de encontrarse con esa persona. Bueno, muy bien, entonces la razón puede continuar trabajando y pueden aprender más y más cosas sobre esa persona. ¡Fabuloso! Quiero todo eso. Eso es muy bueno. Nunca queremos adormecer la razón cuando estamos conociendo a alguien. No, lo deberían pensar detenidamente. Pero ahora, imagínense que llega un momento en que se genera una comunión con esa persona. Han aprendido mucho por sí mismos mediante la razón. Pero ahora la persona decide revelar algo que nunca podrías haber conocido de otra manera, que no podrías haber conocido a través de observar el comportamiento de la persona. Nunca podrían haberlo conocido por escucharlo de otros. Algo cercano al corazón de esa persona que sólo él o ella podría revelar. Cuando dices, “De acuerdo, Confío en ti. Creo en lo que me has contado”. Eso es lo que la Iglesia llama fe. ¿Podemos aprender muchas cosas de Dios y de Cristo utilizando la razón? Sí. Nada malo en ello.

Nada realmente malo en el deseo de Tomás de ver, en su deseo de conocer por sus propios términos. No hay nada malo en ello mismo. ¿Cuál es el problema? De nuevo, escúchenlo a él. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. ¿Cuál es el problema con Tomás? No es el que esté ejercitando la razón, sino que está intentando agresivamente dominar la situación en sus propios términos. Continúen con mi analogía. Están tratando de conocer a alguien y han aprendido mucho a través de la razón. Estupendo. Ahora comienzan a ametrallar a esa persona con toda clase de preguntas indiscretas. “Ey, hay mucho más que quiero saber de ti. Cuéntame sobre esto”. “Ey, me estás ocultando algo. Quiero saberlo en mis términos y en mis tiempos”. ¿Qué hará esa persona? Seguramente replegarse. Yo lo haría. Correría hacia el otro lado. Nunca llegarán a conocer el corazón de la persona si están en esa postura agresiva. Antes bien, deben entrar en la postura de la confianza.

Jesús se aparece a los discípulos, no en sus términos, sino en los de Él. No en sus tiempos, sino en los suyos. No a la manera que ellos quieren, sino en la que Él quiere. Esa es la fe auténtica. No se opone a la razón. Sino que va más allá y entonces complementa a la razón. Sólo una última idea. Siempre he encontrado a esto muy fascinante. Tomás no está cuando el Señor viene por primera vez. Eso significa que no está con la Iglesia. La segunda vez que Tomás está allí, está con los 11, está con la Iglesia. ¿Cómo llegamos a ver a Jesús? “Bueno, haciéndole un montón de preguntas inquisitorias en mis propios términos”. No, no. No llegarás a Él así. Antes bien llegarás a verlo. Serás invitado a la fe precisamente en la Iglesia. ¿Tiene sentido? En la liturgia, en las lecturas, en la comunidad de creyentes, que los conecta a la Iglesia a lo largo de los tiempos, en el pensamiento de los grandes teólogos y filósofos, en las obras de arte de los grandes genios de nuestra tradición, es cuando estamos dentro de la Iglesia que Jesús se nos revela más completamente. Y luego, esto es lo último que quiero que vean. Y aquellos que tal vez se sientan como Tomás y sientan que tienen dificultades para creer y que tienen muchas preguntas, habiendo visto al Señor resucitado, dice Tomás, “¡Señor mío y Dios mío!”. No hay nadie en el Nuevo Testamento que dé un testimonio más absoluto y elevado de Jesús que este. Nadie. Todo tipo de personas se equivocan sobre Él. Todo tipo de personas ven un poquito aquí otro por allá. Es Tomás el incrédulo el que fue conducido finalmente por medio de la razón y de la fe hacia la mayor confesión en el Nuevo Testamento. Así que pasen un poco de tiempo, tal vez especialmente los que luchan con el escepticismo, muévanse a la situación de Santo Tomás, este hombre que testimonió la divinidad del Señor y llevó la fe hasta los confines del mundo. Y Dios los bendiga.

El costado de Cristo

Santo Evangelio según San Juan 20, 19-31. Domingo II de Pascua.

Por: José Romero, LC | Fuente: somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, concédeme hacer la experiencia de tu amor.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.

Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo.

Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”. Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cuando tenía un año en la Legión de Cristo, un joven me preguntó: ¿Por qué Jesús se dejó las llagas? ¿Acaso Cristo tiene resentimiento? Mi respuesta solamente fue que sin las llagas de Cristo santo Tomás apóstol jamás hubiera creído.

Todo lo que hace Cristo lo hace para nuestro bien, y el bien de santo Tomás fue meter los dedos en la mano de Cristo, fue meter la mano en el costado de Cristo para poder decir: ¡Señor mío, Dios mío! Sólo así Tomás se convirtió en creyente.

Yo soy otro Tomás; en este día Cristo me regala su costado abierto para que meta mi mano y pueda reconocerlo como mi Señor y mi Dios. No debo de tener miedo a tocarlo; no debo tener miedo de experimentar los frutos del amor de Dios, porque las llagas de Cristo solamente son el resultado del amor infinito de Dios que me tiene. No debo temer hacer la experiencia del amor de Cristo y confesar el amor que me tiene y el amor que le tengo.

¿Qué espero para meter mi mano en su costado? ¿Qué espero para hacer la experiencia del amor de Cristo y gritar que Éles mi Señor, que Éles mi Dios? Doy gracias a Dios por todo lo que hace por mí, porque todos los días se me aparece con su costado abierto y me dice, “Ven aquí”; porque todos los días puedo hacer la experiencia de su amor.

«Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso».

(Homilía de S.S. Francisco, 12 de abril de 2015).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Acercarme a Cristo hoy para experimentar el inmenso amor que me tiene.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cómo se difundió la Divina Misericordia en el mundo

materiały prasowe

Ewa K. Czaczkowska – publicado el 15/07/16 – actualizado el 07/04/24

La misión de santa Faustina era transmitir el mensaje de la misericordia de Dios, pero fue el papa Karol Wojtyla quien la introdujo en la vida de la IglesiaEl desarrollo del culto de la Divina Misericordia que estamos viviendo en el mundo de hoy no se produciría sin Juan Pablo II.El primero que se dio cuenta de ello fue el Papa Benedicto XVI. En 2007 llamó a Juan Pablo II «el apóstol de la misericordia divina».La misión de santa Faustina era transmitir el mensaje de la misericordia de Dios a la Iglesia. Pero fue el papa Karol Wojtyla quien introdujo en la vida de la Iglesia la verdad de la misericordia de Dios y su culto en las formas previstas por la santa.

«Desde el inicio de mi ministerio en Roma, he pensado queel anuncio del mensaje de [la misericordia de Dios – n.d.e.] sería mi tarea esencial. La Providencia me ha designado para esta tarea en la situación actual del hombre, la Iglesia y el mundo. Se podría decir que se me ha nombrado para su proclamación como mi tarea frente a Dios» .

Palabras pronunciadas por Juan Pablo II en noviembre de 1981, justo al comienzo de su pontificado.

Un mensaje de parte de Cristo

Shutterstock | Prasad K B

El mensaje de la Misericordia de Dios acompañó a Karol Wojtyla durante toda su vida adulta. Fue informado por primera vez acerca de la figura de la mística de Lagiewniki en 1942 por un amigo. Era el sacerdote, y más tarde cardenal, Andrzej Deskur.

Él le permitió conocer de forma aún incompleta el mensaje de la misericordia de Dios transmitido a la santa por Cristo.

Wojtyla no tenía dudas

Karol Wojtyla, dotado de una clase especial de sensibilidad espiritual y sensible a los signos de la santidad, desde el principio no tuvo dudas sobre la veracidad de las apariciones de santa Faustina, ni de su santidad, ni de su mensaje particular de la misericordia de Dios.

En 1957, el entonces Metropolita de Cracovia, el arzobispo Eugeniusz Baziak, pidió al Padre Wojtyla que escribiera una opinión sobre el culto de la Divina Misericordia encargada por el Vaticano.

Vale la pena señalar que se trataba de una opinión totalmente positiva.

Constancia, determinación y diplomacia

En cambio,la mayoría de los obispos polacos emitió un dictamen negativo, lo que contribuyó a la publicación en 1959 por el Santo Oficio de una notificación con la prohibición del culto de la Divina Misericordia en las formas propuestas por santa Faustina Kowalska.

Es significativo que dos semanas después del anuncio de la notificación, el obispo Wojtyla viajara a Lagiewniki para celebrar la devoción a… la Misericordia Divina en la capilla del convento ante la imagen de Jesús Misericordioso.

La notificación fue abolida en abril de 1978 gracias al total mérito de Karol Wojtyla, metropolitano de Cracovia.

Lo consiguió siendo constante, con determinación y diplomacia.

DERRICK CEYRAC | AFP

Tenía que superar muchas resistencias al mismo tiempo y actuar con mucha precaución, tanto en Polonia como en el Vaticano.

Fue ayudado en este proceso desde 1952 por el sacerdote Andrzej Deskur, quien le allanaba el camino en las oficinas del Vaticano.

Este sacerdote fue empleado de la curia vaticana y devoto de la santa Faustina y de la Divina Misericordia.

En los años 60 ambos llegaron a la conclusión de que la acción más apropiada sería no insistir en que el Santo Oficio retirara su notificación, sino en demostrar la santidad de santa Faustina.

Proceso de beatificación de santa Faustina

En 1964, el arzobispo Wojtyla recibió del entonces del jefe del Santo Oficio, el cardenal Alfredo Ottaviani, el permiso extra oficial para iniciar el proceso de la investigación de la persona de santa Faustina en la arquidiócesis de Cracovia.

El proceso de Cracovia comenzó en 1965 y terminó después de dos años. Junto con el inicio del proceso de beatificación, en el Vaticano se realizaba el estudio del Diario de santa Faustina por los teólogos censores.

Después de que los censores dictaminaran que el Diario es el resultado de las revelaciones divinas y su contenido es coherente con el Evangelio, el cardenal Karol Wojtyla podía comenzar los esfuerzos para la retirada de la notificación.

También era una condición para la continuación del proceso de beatificación de santa Faustina en el Vaticano, cuyo observador designado por el cardenal Wojtyla fue el obispo Deskur.

La Providencia guió la historia

Para poder negociar la retirada de la notificación, el metropolita de Cracovia habló con los funcionarios de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el sucesor del Santo Oficio).

Negoció también con el papa Pablo VI la retirada de las restricciones asociadas con el culto de la Divina Misericordia.

La notificación fue finalmente cancelada en abril de 1978. Seis meses después Karol Wojtyla se convirtió en Papa.

Tal cronología de sucesos fue sin duda obra de la Divina Providencia.

De Polonia al Vaticano

Si la cancelación de la notificación se hubiera producido ya durante el pontificado de Juan Pablo II, algunos podrían dudar de que todos los aspectos del caso se explicaran en profundidad, o tal vez influyeron los sentimientos o las presiones del Papa de Cracovia.

Una vez completada la información del proceso de Cracovia sobre santa Faustina, la misión de Karol Wojtyla en la obra del apostolado de la misericordia de Dios en la arquidiócesis de Cracovia había terminado.

Para que el culto de la Divina Misericordia pudiera entrar en una nueva etapa de desarrollo y para poder realizarse plenamente en la Iglesia universal, se necesitaba de una persona adecuada en el Vaticano.

Una persona como Karol Wojtyla de Cracovia, con la espiritualidad apropiada, sensibilidad, experiencia y capacidad de entendimiento de los signos de los tiempos.

El enorme impulso de Juan Pablo II

Sin Juan Pablo II el culto a la Divina Misericordia no experimentaría tal desarrollo al día de hoy.

El Papa Wojtyla ya en el segundo año de su pontificado, en 1980, publicó como su segunda, la encíclica sobre Dios rico en misericordia, Dives in Misericordia.

Y continuó con la enseñanza de la misericordia de Dios hasta el final de sus días.

Por Ewa K. Czaczkowska, profesora Adjunta de la UKSW, periodista y autora de los libros.