La paz esté con ustedes. Las lecturas para hoy son realmente magníficas, y tratan todas sobre algo central en la vida espiritual, que es el miedo. Ahora, ¿a qué me refiero? Bueno, años atrás estuve en un retiro y el director del retiro dijo, “Hay dos preguntas básicas para hacer siempre. Primero, ¿qué quieres? Bien profundo, ¿qué deseas? Segundo, ¿a qué le temes en lo profundo?”. Deseamos toda clase de cosas, pero ¿qué es lo que deseas final y definitivamente? Esa es una pregunta realmente esclarecedora. Puedo proponerles ahora a todos los que están escuchando: ¿qué están buscando? Cuando un joven se acerca a un monasterio Benedictino —es todavía cierto en la actualidad de un modo más formal— se les pregunta, “¿Qué buscas? ¿Qué deseas aquí?”. Pero la segunda pregunta esclarecedora es, “¿A qué le temes?”.
Le tememos a toda clase de cosas, pero en lo profundo, en definitiva, ¿a qué le temen? En cierto modo, responder a esas dos preguntas les dirá todo lo que necesitan saber, hablando espiritualmente, sobre ustedes mismos. Con eso en mente entonces, miremos a la primera lectura, que es del gran profeta Jeremías. ¿Habrá alguien más fascinante en el Antiguo Testamento que Jeremías, que se la ha dado esta especie de tarea terrible? Recibe el llamado para ser un profeta, y el mensaje que tiene para Israel es este mensaje espantoso. Y el Señor le dice, y resulta ser cierto, “Nadie va a escucharte, todos terminarán odiándote”. Bueno, eso es exactamente lo que sucedió con Jeremías. Escuchen ahora. Lo escuchamos decir: “Yo oía el cuchicheo de la gente que decía: ‘Denunciemos a Jeremías, denunciemos al profeta del terror’. Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que tropezara y me cayera”. Bueno, aquí está el profeta en medio de su miedo y desesperación. “Fui llamado a transmitir este mensaje, lo he hecho, y ¿cuál es el resultado? Todos me odian. Terror en todos lados. Todos me denuncian”. Bueno, muchos de nosotros experimentamos esto en nuestra vida, ¿cierto? Hay momentos cuando sientes que todo va mal. Todos nuestros temores se vuelven realidad. Todos nuestros esfuerzos fracasan. Pero escúchenlo cómo continúa: “Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo”.
En medio de sus miedos, que son grandes, experimenta una paz más honda. Sí, terror por todas partes, todos están contra mí. Pero en medio de eso, experimento esta gran paz porque Dios es mi defensor. Noten por favor, que el que Dios sea su defensor no significa que los miedos desaparezcan. “Oh, ya que Dios está de mi lado, no tendré miedo. Nadie va a denunciarme. Voy a ser un éxito total”. No, no, no. Jeremías fue un fracasado su vida entera, y murió siéndolo. Murió con gente que lo condenaba por todos lados. Pero incluso en medio de eso, a pesar de eso, sintió la paz que viene de saber que Dios es su defensor. Piensen en la conocida imagen de Teresa de Ávila del castillo interior. Bueno, la existencia misma de un castillo presupone problemas. No construirías un castillo fortificado a menos que hubiera enemigos fuera que quisieran atraparte, a menos que estuvieras rodeado de peligros por todas partes. Pero a pesar de los peligros, en medio de los peligros, está este castillo, este lugar de seguridad y paz. Ese es el lugar que encuentran los santos. Ahora, con eso en mente, pasemos al Evangelio, que nos muestra una dinámica similar. Jesús les dice a los doce, “No teman a los hombres”. Es extraordinario, ¿sí? El Señor dice, “No teman a los hombres”. Luego lo amplía, “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Ahora vemos, si quieren considerarlo de este modo, el fundamento metafísico de esta dinámica de la que he estado hablando. No teman a aquellos que son pura fachada y pueden lastimar el cuerpo pero no pueden tocar el alma. ¿Qué es el alma? Es aquella parte más profunda, central de nosotros mediante la cual tenemos contacto con Dios. Así que sí, estoy rodeado de terror por todos lados, tengo enemigos a mi alrededor.
Tengo fracasos y miedos y ansiedades a mi alrededor. Pero a nivel de mi alma, estoy conectado a ese poder que está creando el universo aquí y ahora. En mi alma, lo profundo de mi ser, estoy en contacto con aquel que trasciende espacio y tiempo, que está más allá de los caprichos de este mundo, que se burla de todos esos temores que me rodean. No teman a aquellos que solo pueden dañar el cuerpo pero que no pueden llegar al lugar más profundo en mí. “Sí, lo sé”, dice el Señor. “No les tengan miedo”. ¿Por qué? Porque no pueden llegar a esa dimensión más profunda, inmortal, espiritual de ustedes a la que llamamos alma. ¿Recuerdan la pregunta con la que comencé? ¿A qué le temen? Digamos entonces que siguen al Señor aquí y dicen, “De acuerdo, de acuerdo, no temo a estos ‘pura fachada’ que solo matan el cuerpo”. Escuchen lo que dice ahora: “Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo”. Bueno, aquí nos estamos metiendo en asuntos muy serios. No teman a aquellos que están afuera. Terror por todas partes, sí, lo sé. Solo pueden lastimar el cuerpo. Teman en verdad a aquel que puede matar cuerpo y alma. En otras palabras, tengan en ustedes el temor al Señor. Porque sus almas, resistiendo a Dios, pueden perder el contacto con Dios. Ese es su espacio natural, por supuesto; el alma está en sintonía con Dios naturalmente.
Pero a través de ese pecado que llamamos pecado mortal, un pecado que mata, puede separarse de Dios mismo. Así que témanle a ese. Teman a ese Dios que puede matar tanto al cuerpo como al alma. ¿Pueden ver ahora lo que se está discutiendo aquí?, es una especie de asignar prioridad a nuestros temores. ¿Qué es lo que les causa mayor miedo? “Oh, todas esas cosas en el mundo que pueden dañarme”. Eso no es nada, no es nada comparado con su relación con Dios. Si el alma se muere, por el pecado o por desatender a Dios o por odiar a Dios, si el alma se muere, en verdad estás en problemas. No se preocupen por los que son pura fachada que solo pueden dañar su cuerpo. Ese es el principio. Voy a darles un par de ejemplos, porque ¿Dónde ven eso? Ven esta dinámica en los santos. Piensen en el joven Karol Wojtyla, el niño que creció hasta ser el Santo Papa Juan Pablo II. Experimentó lo peor de la guerra. Siendo un chico, los Nazis invadieron su patria natal, su propia ciudad en verdad, asesinando a miles de personas, ejecutando a la intelectualidad de Polonia, siendo forzado —él y sus compañeros de seminario— a pasar a la clandestinidad. Auschwitz estaba a unas pocas millas del lugar donde Juan Pablo II iba a la escuela. Luego los sucedieron los comunistas, que fueron tal vez una pequeña mejoría, aunque no tanto, comparados con los Nazis. Otro régimen opresivo. Aquí tenemos a alguien que experimentó lo peor de la humanidad. Hablando de fuerzas que eran capaces de dañar el cuerpo, de matar el cuerpo. Sí, efectivamente, conocían todo sobre ello. Pero aun así, cuando se convierte en papa, ¿qué dice? “No tengan miedo”. Se hace eco de Jesús en este Evangelio, que dice, “No teman a los hombres”. Vio lo peor de la humanidad. No acusen nunca a Juan Pablo II de ser ingenuo sobre la maldad humana. No, no, no. La vio de muy cerca. . Aquí está José Sanchez del Río capturado por los enemigos de la Iglesia y Y finalmente, lo mataron. Pero no le tenía miedo a aquellos que pueden matar el cuerpo. Antes bien, tuvo el temor del Señor. Tenía más miedo del que puede matar cuerpo y alma. En otras palabras, mantuvo su conexión con Dios. Eso es lo que lo hace un santo. Un ejemplo más, estuve pensando en él, porque mientras grabo estas palabras, tuvimos su fiesta unos días atrás. El gran San Charles Lwanga, el gran santo de Uganda, un joven en la corte del rey. El rey le hace propuestas sexuales, que él rechaza. El rey le dice que tiene que abandonar su fe, él se resiste. Y Charles Lwanga, con sus veinticinco años, es quemado vivo en un sitio que se llama Namugongo. En ese lugar actualmente se congrega un millón de Católicos cada año en la fiesta en su honor. ¿Tenía miedo de aquellos que podían lastimar el cuerpo? No. ¿Incluso matar el cuerpo? Ajá. No les tenía miedo. Le tenía más miedo a aquel que podría matar el cuerpo y el alma. En otras palabras, mantuvo su conexión con Dios. Adoro ese detalle, mientras está muriendo —es quemado vivo— mientras está muriendo, lo único que la gente le escuchó decir fue un largo suspiro: “Oh Dios”. En otras palabras, mantuvo su conexión con Dios al nivel del alma a pesar de la peor persecución del mundo. Terror en todas partes. Seguro que sí. Desde Jeremías hasta Charles Lwanga hasta Juan Pablo II. ¿Pero, a qué le temen finalmente? ¿A qué le temen? ¿A aquellos que pueden lastimar el cuerpo? ¿O temen al Señor? ¿Mantienen un contacto con Dios al nivel de sus almas? Al final, eso es todo lo que importa. Y Dios los bendiga.
Matthew 10:26-33
Amigos, tres veces en el Evangelio de hoy Jesús nos dice que no tengamos miedo. Cuando tenemos miedo nos aferramos a lo que somos y a lo que poseemos; nos vemos como el centro que es amenazado por un universo hostil. El miedo es el “pecado original” del que hablan los Padres de la Iglesia. El miedo es un veneno inyectado en la conciencia humana y en la sociedad desde el principio.
Y el miedo es también el resultado de olvidar nuestra identidad más profunda. En el fondo de nuestro ser existe lo que el cristianismo llama “la imagen y semejanza de Dios”. Esto significa que en los cimientos de nuestra existencia somos uno con el poder divino que continuamente crea y sostiene el universo. Somos sostenidos y queridos por el infinito amor de Dios.
Cuando descansamos en ese centro y nos damos cuenta de Su poder, sabemos que estamos a salvo, o en un lenguaje religioso más clásico somos “salvados”. Y, por lo tanto, podemos dejar el miedo y comenzar a vivir con una confianza radical. Porque cuando perdemos de vista ese arraigo en Dios vivimos exclusivamente en la pequeña isla del ego, y nuestras vidas se ven dominadas por el miedo.
El miedo es uno de los enemigos peores de nuestra vida cristiana, y Jesús exhorta: “No tengáis miedo”, “no tengáis miedo”. Y Jesús describe tres situaciones concretas a las que se enfrentarán. Ante todo, la primera, la hostilidad de los que quieren silenciar la Palabra de Dios, edulcorándola, aguándola o acallando a los que la anuncian. (…) La segunda dificultad con la que se encontrarán los misioneros de Cristo es la amenaza física en su contra, o sea, la persecución directa contra ellos, incluso hasta el punto de que los maten. Esta profecía de Jesús se ha cumplido en todas las épocas: es una realidad dolorosa, pero atestigua la fidelidad de los testigos. ¡Cuántos cristianos son perseguidos aún hoy en día en todo el mundo! Sufren por el Evangelio con amor, son los mártires de nuestros días. (…) La segunda dificultad con la que se encontrarán los misioneros de Cristo es la amenaza física en su contra, o sea, la persecución directa contra ellos, incluso hasta el punto de que los maten. Esta profecía de Jesús se ha cumplido en todas las épocas: es una realidad dolorosa, pero atestigua la fidelidad de los testigos. ¡Cuántos cristianos son perseguidos aún hoy en día en todo el mundo! Sufren por el Evangelio con amor, son los mártires de nuestros días. (Ángelus, 21 junio 2020).
Guillermo de Vercelli, Santo
Abad, 25 de junio
Martirologio Romano: En Goleto, cerca de Nusco, en la Campania italiana, san Guillermo, abad, el cual, nacido en Vercelli, se hizo peregrino y pobre por amor a Cristo, y, aconsejado por san Juan de Matera, fundó el monasterio de Montevergine, en el que reunió a unos monjes a los que impartió una profunda doctrina espiritual, y también otros diversos monasterios, tanto masculinos como femeninos, en varias regiones de la Italia meridional. († 1142)
Breve Biografía
Nació por el año 1085 en Vercelli, como indica su nombre, en el norte de Italia. Pocas cosas sabemos de su nacimiento e infancia, pero sí de su juventud y mocedad como un prodigio de mortificación y de don de milagros.
El solía decir a los monjes que trataban de imitar su vida y pretendían seguirle a todas partes: «Es necesario que mediante el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para poder socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo al cuidado de la oración con la que granjeamos nuestra salvación y la de nuestros hermanos».
Ahí estaba sintetizada la vida que él llevaba y la que quería que vivieran también cuantos quisieran estar a su lado.
Cuando todavía era un joven hizo una perigrinación a Santiago de Compostela que en su tiempo era muy popular y que hacían casi todos los cristianos que podían. Pero él lo hizo de modo extraordinario: Se cargó de cadenas, que casi no podía arrastrar por su gran peso, y apenas tomaba bocado. Un día llegó a las puertas de una casa de campo y parecía desfallecer. A pesar de ello habló así al dueño de la misma que parecía ser un valiente caballero: «Señor, estas cadenas se me rompen continuamente y me hacen muchos honores porque son vistas por todos. ¿No serías tan bueno que me dieras una coraza para llevarla escondida junto a mis carnes y un casquete para mi cabeza? Dicho y hecho. Guillermo salió de la presencia de aquel caballero con gran esfuerzo, ya que apenas podía moverse con tanto hierro y con los dolores enormes que le proporcionaban. Vuelto a Palermo, el rey Rogerio que había oído ya hablar muchas maravillas de aquel raro peregrino, sintió grandes deseos de verlo.
En la corte se contaban chascarrillos a su costa y cada uno lo tomaba a chacota y decía de él las cosas más raras e inverosímiles. En aquella corte había una mujer que llamaba la atención por su vida deshonesta y ella al oír hablar de la santidad del peregrino dijo a todos los cortesanos: «Yo os prometo que le haré caer a ese pobre hombre en mis redes de lascivia». Se arregló lo mejor que pudo y se dirigió a visitarle. El santo hombre la recibió con grandes muestras de simpatía y tuvo con ella una larga conversación creyendo la dama que ya lo había conquistado para el pecado. Así volvió contenta a la corte y contó sus victorias. Pero habían quedado que volvería aquella noche para pasarla con él. El santo peregrino la invitó, la tomó el brazo y le dijo: «Ven y acuéstate conmigo en este lecho nupcial». El extendió las brasas y llamaradas de una gran hoguera que había hecho preparar y se arrojó en ellas. La pobrecilla mujer, que se llamaba Inés, cayó avergonzada y prorrumpió a llorar al ver que no le tocaba el fuego al siervo de Dios. Hizo penitencia, abrazó la vida religiosa y murió santamente.
Según una tradición, un lobo devoró su asno y él lo reprendió, convirtiéndolo.
En Montevergine fundó un célebre monasterio y purificó la corte y los palacios de tanto pecado como se cometía. Príncipes y labriegos, hombre y mujeres abandonaban su mala vida y seguían su ejemplo dejándolo todo por seguir a Jesucristo.
Desde este Monte Sacro, que ahora se llama como en tiempos de San Guillermo, Monte de la Virgen (Montevergine), nuestro Santo continuaba ejerciendo un gran influjo por medio de su oración y vida de sacrificio. Lleno de méritos, murió el 25 de junio de 1142.
¿Cuánto valgo para Dios?
Santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33. Domingo XII del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Señor Jesús, te entrego mis manos para hacer tu trabajo. Te entrego mis pies para seguir tu camino. Te entrego mis ojos para ver como Tú ves. Te entrego mi lengua para hablar tus palabras… Te entrego todo mi ser para que crezcas Tú en mí, para que seas Tú, Cristo, quien vive, trabaja y ora en mí. Amén.» (Oración de ofrecimiento a Jesús)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas. No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo. ¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo. A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”. Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
En la historia de la Iglesia no han faltado las persecuciones. Ya desde sus primeros días, en Jerusalén, Esteban muere apedreado, Pedro es crucificado en Roma y tantos otros apóstoles dan testimonio con su sangre en todo el mundo. El mártir recibe la corona más preciosa de la vocación cristiana: identificarse con Cristo mismo en la cruz.
Existe, sin embargo un tipo de martirio que no derrama sangre. Consiste en derramar la vida, día tras día, dando testimonio de mi fe con mis obras. A veces no es fácil ir en contra de la corriente por seguir las enseñanzas de Cristo. Por eso Él nos habla en el Evangelio de confiar en el Padre. ¿Cuánto valen unos pajarillos? Los vemos ir y venir, volar rodeados de peligros y de trampas, sobrevivir escasez de alimentos, aguantar duros inviernos a la intemperie. Dios les da lo necesario para vivir. Para Él valen mucho y por eso los mantiene con su Providencia. Ahora bien, para Dios, yo valgo mucho, mucho más que un pajarillo. Tal vez hay algo que nos preocupa o que nos da miedo si le somos fieles, pero ¿acaso podemos dudar de Aquél que ha dado su propia vida por nosotros? Confiémosle en esta oración en esta oración justamente eso, lo que nos preocupa, lo que nos causa inseguridad…
Nosotros podemos poner en Dios toda nuestra confianza. Por eso, la verdadera pregunta debería ser: ¿Puede Dios poner su confianza en nosotros? ¿Podrá Él hoy estar seguro de que nos encargaremos de sus cosas, es decir, del mensaje que nos ha confiado?
«También los cabellos de su cabeza son contados. ¡No tengan miedo! ¡Valen más que muchos gorriones! Delante de todos estos miedos que nos ponen aquí o allá, y que nos pone el virus, la levadura de la hipocresía farisea, Jesús nos dice: Hay un Padre. Hay un Padre que os ama. Hay un Padre que cuida de ustedes. Para no caer en esa actitud farisea que no es ni luz ni tinieblas sino que está “a mitad” de camino que nunca llegará a la luz de Dios, hay que rezar mucho».
(Homilía de S.S. Francisco, 16 de octubre de 2015, en santa Marta).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy intentaré dar testimonio de Cristo con una entrega sincera en mi trabajo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
En la oración se encuentra la fortaleza que anhelamos
La fe debe sustituir el miedo
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura
“No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.”
Si yo eligiera la frase que con mayor frecuencia Dios me ha introducido en el corazón es: “No tengas miedo”. Esa frase tan propia de un guadalupano me ha hecho comprender la razón de mis debilidades. Es por eso que hoy, si el lector me lo permite les comparto una reflexión acerca de la fe.
Hay ocasiones en las que tenemos dos opciones a elegir, una buena y una mala. Sabiendo que podemos elegir entre dos opciones, muchas veces elegimos esa manzana envenenada. ¿Por qué?
Por debilidad podría concluirse, pero Dios no nos pone cruces que no podamos superar. En el fondo pecamos porque el mal se nos aparece como un bien.
Pero también concluyo basado en la experiencia propia, que otra razón por la que pecamos es el miedo. El miedo a no recibir ese bien total, pleno y duradero. Obramos en el aquí y en el ahora por miedo a que ese bien no exista. Habita en nuestro corazón esa idea que la bondad no tiene trascendencia. Al fin y al cabo, nuestra “muerte” “sepulta” las cosas buenas o malas que hayamos hecho. Elegir el bien sobre el mal, es un verdadero acto de fe. Es confiar que, aunque el bien no siempre recompensa de manera inmediata, lo hará, en esta vida o en la siguiente.
El miedo consume poco a poco la fe que tienes por Dios, por ti y tus hermanos. Destruye la esperanza y sobre todo no te permite ser el fuego que ilumina.
¡Pide más fe! En la oración se encuentra la fortaleza que anhelamos. La fe es un regalo, y una gracia, y se forja en el deseo de acrecentarla en los demás.
Es nuestra falta de oración la que no nos permite ver en cada acto en la presencia de Dios en nuestra vida. El miedo es el demonio tratando de acabar con la esperanza “¡No tengan miedo! ¡Abrir las puertas a Cristo!» (SS Juan Pablo II)
Cristo no solamente nos hace mejores personas, sino que nos convierte en personas nuevas. Cristo no se limita a arreglar las paredes de tu casa, si no las tira para construir en él un palacio. No tengas miedo a que Cristo tome el control de tu vida.
¡Comparte tu fe! Cuando uno va de misiones, se da cuenta de ello, siempre se regresa con una fe más firme. Es la seguridad y paz que te permite ver a Cristo actuando a través de ti. La fe se fortalece, y sobre todo se vivifica en la extensión del Reino de Dios. No le tengas miedo a entregar todo a Cristo, Él nunca decepciona.
Cuando veas a tu hermano triste, tienes una oportunidad invaluable de acrecentar tu fe. Llenémonos de Él, para que podamos compartirlo. El demonio nos llena de miedo y nos presenta el respeto humano, acuérdate que el mundo te necesita, Dios no nos creó inmóviles.
En ocasiones el mal, es por causa nuestra. El pecado propio trae como consecuencia el mal. Es ahí cuando el demonio actúa y dejamos de confiar en la misericordia de Dios. Acerquémonos a la confesión, no tengamos miedo de reconciliarnos con Cristo. Acuérdate que Él ya murió por el pecado que cometiste. No vivas en el pasado, que por delante tienes muchas gracias que Dios te quiere colmar. No nos convirtamos en Judas, no permitamos que el demonio nos llene de miedo, la misericordia de Dios es infinita. Vivir en el pasado no nos trae felicidad.
El mal de nuestra vida, no siempre es por nuestra culpa. A veces Dios permite males (nunca los ocasiona) para acercarnos más a Él. Confiemos plenamente en la Providencia Divina. Esas cruces de la vida como lo puede ser una enfermedad, la muerte de un ser querido, la pobreza, es una oportunidad para acercarnos más Dios ¡No dejemos que el demonio nos tire, la mano de Dios actúa dando fortaleza y preparando nuestro corazón!
Cuando el mal parezca consumir nuestra vida recordemos que María nos dijo: ”Hijito mío a que vas a tenerle miedo, ¿No estoy aquí que soy tu madre?” Acerquémonos a María para que ella nos pueda enseñar a seguir el camino de Cristo. Cuando creas que el sufrimiento sobrepasa tus posibilidades, es como cuando decía San Pablo, Cristo puede actuar de manera directa:
«Pero el Señor me ha dicho: «Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad.» Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy.”
La fecundidad plena
En la vida deseamos la fecundidad verdadera, la que produce frutos buenos que duran y que sirven
Nos gusta la vida, sobre todo por tantas experiencias de amor que dan sentido y brillo a cada jornada.
En esa vida deseamos la fecundidad verdadera, la que produce frutos buenos que duran y que sirven para el presente y para el futuro.
La fecundidad llega a ser plena si se construye en el tiempo y salta hasta la vida eterna. Entonces todo adquiere sentido, porque tiene la fuerza del amor completo.
Esa fecundidad plena solo es posible cuando el sarmiento está unido a la vid, cuando el discípulo vive junto a su Maestro.
“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
Cuando dejamos al Señor, cuando buscamos vivir según los criterios del mundo, empezamos a ser estériles.
Entonces todo lo que hacemos, incluso lo que podría ser útil, está herido por el mal del egoísmo, la avaricia, la soberbia, la vanagloria.
En cambio, si permitimos que la Sangre de Cristo alimente nuestras almas y nos contagie con el Amor pleno, adquirimos esa fecundidad que lleva a la vida.
Cada día escojo con qué linfa alimento mis pensamientos y decisiones. Si me uno a la Vid de Dios un fuego indestructible habitará en mis actos, y llegaré a milagros insospechados.
“En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).
Nardo del 25 de Junio
!Oh Sagrado Corazón, fuente de unión!
Meditación: ¿Señor, me dejas espiar por una rendija en Tu vida…?. Te veo caminando por la pequeña Nazaret, pero no pareces un rey…tampoco un juez. Te ves esbelto, fuerte, de rostro hermoso. Tu mirada es profunda…miras los corazones de todos los hombres. Junto a Ti algunos discípulos van caminando, creo que son Pedro, Santiago y Juan…los escucho hablar de otros hermanos que han encontrado, y dicen que no tienen un corazón sano. De repente los miras y con imponente voz interrumpes su conversación. Se Te escucha decir: «no os quiero ver juzgar, sino sólo amar y predicar para cambiar lo que está mal…». Los discípulos hacen silencio, pues ha hablado el Maestro.
Y ahora me imagino, Señor, verte caminar aquí…a mi lado, y que yo también voy hablando de mis hermanos. Señor, Tú me dirías lo mismo y me recordarais Tus enseñanzas: «…así como juzguéis seréis juzgados…», o aquella otra: «…el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra…». Señor, creo que no soportaría Tu Mirada, pues cómo verías mi alma, la verías manchada. Señor, yo también voy a hacer silencio, para sacar de mi corazón todo lo que no es bueno y poder seguir así las enseñanzas de mi Maestro. Señor, no permitas que yo ponga discordia, porque conozco Tu gran Misericordia. Haz que busque la unión como símbolo de amor, para ser Uno como lo sos Vos con el Creador y el Espíritu de Santificación.
Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.
Florecilla: Oremos para que descienda el Espíritu Santo sobre nosotros, y que por Su intermedio nos sigamos purificando, conociendo todo aquello en lo que a Dios no agradamos.
Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.
Domingo Henares, el obispo que cosía ropa para los pobres
El dominico español fray Domingo Henares fue misionero en Filipinas y Vietnam. Llegó a ser obispo y murió mártir
Santo Domingo Henares nació el 19 de diciembre de 1766 en Baena (Córdoba, España). La pobreza hizo que su familia se trasladara a Granada.
La familia hizo abundantes sacrificios para que Domingo pudiera tener estudios puesto que se notaba que era muy inteligente.
En agosto de 1783 ingresó en el convento de Guadix y prestaba atención a las noticias que llegaban acerca de las misiones en América y Asia. Esto le hizo pensar en ser de la Orden de Predicadores y así fue.
A Filipinas y a Tonquín (Vietnam)
En septiembre de 1785 partió como misionero a Filipinas haciendo escala en Puerto Rico, La Habana y Veracruz. De Veracruz se trasladó a Acapulco para embarcar en un galeón filipino. Una vez allí, en Oriente, siguió sus estudios y fue ordenado sacerdote. Se dedicó a la enseñanza.
El 20 de septiembre de 1789 se trasladó a Macao, donde tuvo que esperar un año para acceder a Tonquín (antigua colonia francesa en el norte de Vietnam), que era conocida por la persecución que sufrían los cristianos.
En septiembre de 1800 el Papa lo nombró vicario apostólico y obispo. Después de hacer tres ejercicios espirituales aceptó por humildad y fue ordenado en 1803.
Su sabiduría y su bondad hizo que los mandarines lo respetaran. Aprendió la lengua y sabía especialmente de medicina y de astronomía. Al mismo tiempo, se preocupaba por los más desfavorecidos: por ejemplo, cosía y remendaba ropa para los pobres.
El Nerón de Oriente
Sin embargo, bajo orden del sanguinario rey Minh-Manh se desató una intensa persecución y los sacerdotes debían ir cambiando de residencia para huir del peligro. En 1827, en cinco meses cambió once veces de domicilio.
La persecución ya no cejaría. Para no comprometer más a las familias cristianas de Kien-Loao, trató de escapar en barco pero una tormenta lo devolvió a la costa.
El 9 de junio de 1838 Domingo Henares fue apresado. Los captores lo metieron en una jaula de cañas y lo llevaron ante un tribunal, que lo condenó a muerte el 11 de junio.
El día 19 la sentencia fue confirmada por el rey. Fue decapitado en San-Vi-Hoanh el 25 de junio.
Junto a santo Domingo Henares fue también martirizado san Francisco Do Minh Chieu, que era catequista.
La fiesta de santo Domingo Henares y de san Francisco Do Minh Chieu se celebra el 25 de junio.
Oración
Escucha, Señor, las oraciones que te dirigimos con alegría,
para que, al celebrar devotamente el día del martirio
de los santos Domingo Henares y Francisco Do Minh Chieu,
imitemos también su constancia en la fe.
Por nuestro Señor Jesucristo.