El argumento de la carta a los romanos es simple: «Si no creen, ¿cómo podrían invocarlo? Y si no han oído hablar de ello, ¿cómo podrían creer? Y si nadie les predica, ¿cómo podrían oír hablar de ello? Y si no los envía, ¿quién les predicará?»

A nosotros, a mí, ¿quién me ha anunciado, quién me ha hablado de él, quién me ha señalado las puertas de la fe? Éste ha sido mi apóstol. Pero, ¿somos conscientes de que somos apóstoles de alguien? ¿De quién?

Señor, como los apóstoles, que la mía te anuncie.

Jb 19, 1.23-27a

Hoy la Iglesia nos invita a hacer memoria de los fallecidos. Seguro que en tu propia experiencia personal has conocido muy de cerca a personas que han muerto y que confiamos en que conozcan lo que nos ha dicho Job: «Contemplaré a Dios que me traerá una buena nueva. Yo mismo lo contemplaré, le verán mis ojos». Nosotros oramos por ellos, para que la misericordia de Dios, los acoja en su seno de amor.

Señor, acuérdate de todos aquellos que has hecho tus criaturas.

Eloy, Santo

Obispo, 1 de diciembre

Martirologio Romano: En Noyon, de Neustria, san Eloy, obispo, que siendo orfebre y consejero del rey Dagoberto, edificó monasterios y construyó monumentos a los santos con gran arte y elegancia, y más tarde fue elevado a las sedes de Noyon y Tournai, donde se dedicó con gran celo al trabajo apostólico († 660) .

Breve Biografía

El hijo de Euquerio y de Terrigia parece que desde el comienzo de su existencia estuvo bajo el signo de la predilección divina. Así lo asegura la leyenda de su vida. Despierto de inteligencia y hábil en el empleo de sus manos. Aprendiz de platero de los de antes, es decir, de los que tienen que martillear el metal para sacarle de las entrañas la figura que el artista tiene en su mente. Tanta destreza adquirió que el rey Clotario II, su hijo Dagoberto luego y su nieto Clovis II después, lo tuvieron como propio en la corte para los trabajos que en metales preciosos naturalmente necesitan los de sangre azul que viven en palacios y tienen que solventar compromisos sociales, políticos y hasta militares con sus iguales.

Pero lo que llamó poderosamente la atención de estos principales del país galo no fue sólo su arte. Eso fue el punto de arranque. Luego fue el descubrimiento de su entera personalidad profundamente honrada. Un hombre cabal. De espíritu recto. Cristiano más de obras que de nombre. Piadoso en su soledad y coherente en la vida. Prudente en las palabras y ponderado en los juicios. Un sujeto poco frecuente en sus tiempos atiborrados de violencia.

El rey Dagoberto, considerando los pros y contras, pensó que era el hombre ideal para solucionar el antiguo contencioso que tenía con el vecino conde de Bretaña, lo envió como legado y acertó en la elección por el resultado favorable que obtuvo. No es extraño que Eloy o Eligio pasara a ser solicitado como consejero de la Corona.

Aparte de sus sinceros rezos privados y del reconocimiento de su indignidad ante Dios —cosa que le dignificaban como hombre—, supo compartir con los necesitados los dineros que recibía por su trabajo. Patrocinó la abadía de Solignac, a sus expensas nacieron otros en el Lemosin y, en París, la iglesia de San Pablo.
No es sorprendente que al morir el obispo de Noyon y de Tournay, el pueblo tuviera sensibilidad para desear el desempeño de esa misión a Eloy y, menos sorprendente aún, que el rey Clovis pusiera toda su influencia al servicio de esa causa. Casi hubo que forzarle a aceptar. Ordenado sacerdote y a continuación consagrado obispo, se dedicó a su misión pastoral con el mejor de los empeños en los diecinueve años que aún el Señor le concedió de vida. Fueron frecuentes las visitas pastorales, se mostró diligente en el trato con los sacerdotes, se tiene por ejemplar su disciplina de gobierno y esforzado en la superación de las dificultades para extender el Evangelio allí donde rebrotaba la idolatría pagana o echaban raíces los vicios de los creyentes. Hasta estuvo presente en el concilio de Chalons-sur-Seine, del 644.

Este artífice de los metales nobles y de las gemas preciosas que no se dejó atrapar por la idolatría a las cosas perecederas ha sido adoptado como patrono de los orfebres, plateros, joyeros, metalúrgicos y herradores. Ojalá los que asiduamente tienen entre sus manos las joyas que tanto ambicionan los hombres sepan sentirse atraídos por los bienes que no perecen.

Los milagros de Jesús

¿Qué son? ¿dónde se encuentran en el evangelio?

Por: Enrique Cases |

El milagro es un hecho producido por una intervención especial de Dios, que escapa al orden de las causas naturales por Él establecidas y destinado a un fin espiritual

Jesucristo hizo abundantes milagros

La vida de Jesucristo la resume el Apóstol San Pedro diciendo: «Pasó haciendo el bien» (Hch. 10, 38) Este bien no se limitó a la predicación de una doctrina sublime y llena de luz, ni a la salvación de las almas, sino que hizo abundantes milagros curando enfermos, resucitando muertos, multiplicando panes, procurando pesca abundante, convirtiendo el agua en vino, etc. Aunque Cristo no vino a quitar el dolor y la muerte del mundo; sin embargo, estas curaciones prodigiosas y los milagros sobre la naturaleza los realizó como muestra de su inmenso amor a los hombres y con un significado más alto que debemos estudiar.

En efecto, los milagros de Jesús son, ante todo, signos, señales, tanto de Quién es El, como de cuál es la misión que ha recibido de Dios.

Los Milagros son signos o señales

No son hechos solamente portentosos de un ser superior: Son manifestaciones de una realidad salvadera sobrenatural. Son las señales de que ha llegado el Reino de los Cielos y de que Dios está con el que los hace. Son también señales de la transformación interior que se va a obrar en los espíritus; de la conversión y del cambio de mente. A la vez, son señales del amor misericordioso de Dios por los hombres.

¿Qué es un milagro?

El milagro es «un hecho producido por una intervención especial de Dios, que escapa al orden de las causas naturales por El establecidas y destinado a un fin espiritual» Es lógico que el Creador pueda actuar por encima de las leyes naturales creadas por El mismo, cuando esa actuación no sea contradictoria. Dios no puede hacer que un círculo sea cuadrado o que lo frío sea a la vez caliente. Pero puede hacer que lo frío se haga repentinamente caliente o que se suspenda por un tiempo la ley de la gravedad. Ahora bien, para realizar esa acción extraordinaria, y tan poco habitual, debe existir un motivo.

El milagro pasa así a ser signo de algo que Dios quiere manifestar a los hombres. Los motivos por los que Dios otorga el poder de hacer milagros al hombre son dos:

1º Para confirmar la verdad de lo que uno enseña, pues las cosas que exceden a la capacidad humana no pueden ser probadas con razones humanas y necesitan serio con argumentos del poder divino.

2º Para mostrar la especial elección que Dios hace de un hombre. Así, viendo que ese hombre hace obras de Dios, se creerá que Dios está con él.

Historicidad de los milagros

Los milagros son hechos históricos que tienen la misma historicidad que los propios evangelios. Es más, son una parte importante de la Buena Nueva anunciada por los evangelistas.

Ha habido quienes negaron la autenticidad de los milagros basándose en que es imposible que puedan realizarse hechos en contra o por encima de las leyes naturales. Esta afirmación parte de un prejuicio cerrado, que impide toda objetividad, y que consiste en negar o bien que Dios existe, o bien que pueda actuar en la tierra. Es claro que el Creador puede actuar por encima de las leyes naturales que El ha hecho cuando tiene un motivo importante. Este es el caso de los milagros evangélicos, que pretenden mostrar la divinidad de Cristo, y mover a la fe y a la confianza.

Los relatos de los milagros son de una gran sencillez, lo cual no parece propio de unas historias inventadas. Tienen, en la mayoría de los casos, una gran precisión de datos en cuanto a tiempo, lugar, etc. Algunos relatos son largos y detallados, pero otros muchos cuentan escuetamente lo ocurrido, sin mostrar el menor interés por adornar los hechos.

Además, es sabido que los Apóstoles dieron su vida y abandonaron todo por ser fieles a la predicación del Evangelio. Sería incomprensible que mintiesen o que se dejaran llevar por imaginaciones subjetivas, que hubieran sido rechazadas por los demás testigos de los hechos.

Otro dato de gran valor es que ninguno de los enemigos de Jesús dijo que no hacía milagros, sino al contrario, es uno de los motivos por los que le persiguen: «los mismos sacerdotes y los fariseos decían: ¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales (milagros) Si le dejamos que siga así, todos creerán en él» (Jn. 11, 47-48)

San Juan, en el capítulo 9, narra la curación de un ciego de nacimiento. Como todos los actos de Cristo, en éste se encierra un simbolismo, además de que haga el bien a alguien que sufre. Devolver la vista a un ciego, además de un acto de amor, en este caso es también símbolo de que Jesús es la luz, que vence a las tinieblas.

Los fariseos se cierran a la luz, pero como no pueden negar el hecho de la curación, reaccionan con insultos y echan de la sinagoga al ciego de nacimiento curado por el milagro del Señor. Ellos eran los principales interesados en que no constase que Jesús realizaba hechos extraordinarios, pero no podían negar la evidencia constatada, en algunos casos, por multitudes. La actitud de escribas y fariseos pone de relieve también, que no basta con presenciar milagros para creer.

Ellos no aceptaron a Jesús, no reconocieron que los milagros son, ante, todo, las obras del Mesías. «Revelan quién es y descubren la misión que viene a cumplir y que es: establecer entre los hombres el Reino de los Cielos» (B.p.1.i.c., t. 2, p. 39)

Pero, a pesar de todo eso, los fariseos no niegan la realidad de los milagros. Una prueba de esto la encontramos también en que le acusan de que no observa el descanso sabático, por curar a un endemoniado, una mujer encorvado, etc., en sábado.

Quizá una de las manifestaciones más claras de que reconocen los hechos es que le acusan de que su poder de hacer prodigios no viene de Dios, sino de Satanás. Jesús les contestará que eso es imposible porque: «si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo: ¿cómo pues va a subsistir su reino?» (Mt. 12, 26)

Los apóstoles escucharon las enseñanzas de Jesús y presenciaron sus milagros. Luego les envía a hacer lo mismo que El: predicar la conversión y confirmar la predicación con señales.

En efecto, los evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestran que Jesús comunicó a sus discípulos el poder de hacer milagros. Los Apóstoles fueron elegidos, dice San Marcos, -para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios- (3, 14-15) San Mateo, por su parte, dice que los Doce recorrieron los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

Esto se pone de manifiesto en diversas ocasiones, pero quizá tiene un especial relieve aquella en la que uno le trae a su hijo endemoniado y dice que los discípulos no han podido curarte. Jesús curó al niño, haciendo salir de él el demonio. Los discípulos le preguntaron al Señor aparte: «¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojarle? Díjoles: Por vuestra poca fe» (Mt. 17, 16)

Los discípulos realizan las misma obras que Jesús con el poder y la autoridad misma del Hijo de Dios. Este poder de los discípulos se reforzará después de Pentecostés (cfr. Hechos de los Apóstoles) «Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca: Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt. 10, 7-8).

Los milagros son el lenguaje de Dios

La naturaleza habla de la gloria de Dios. Para los ojos despiertos, que no están nublados por la rutina, toda la creación es un canto de alabanza al Creador que pregona: Él nos ha hecho. La belleza del mundo es palabra hermosa que habla de Dios. Todo habla de Dios y de su esplendor de gloria. Pero el milagro tiene un lenguaje especial. Es el lenguaje privado de Dios. Sólo Él puede emitir una palabra que vaya más allá de los límites que ha querido establecer en la naturaleza. Los milagros hablan del amor omnipotente del eterno. Y Dios habla en Jesús con tantos milagros que, al cabo de los tres años, casi se acostumbran a esa grandeza. Todos los milagros de Jesús son para el bien; nunca realiza ningún milagro para castigar o hacer caer fuego del cielo sobre los injustos o los malhechores. Los que los observan, ven el dedo de Dios que señala: mirad a mi Hijo. Los beneficiados se gozan. Los ciegos se llenan de alegría, al ver; los paralíticos saltan de gozo, y los leprosos estrenan nueva convivencia al quedar limpios.

Es significativa la cantidad de milagros destinada a sanar las enfermedades. El dolor es un efecto del pecado de origen. Cristo, al vencer al dolor, quiere demostrar que viene a vencer a su causa que es el pecado. No sana todas las enfermedades, sólo unas pocas, aunque sean cientos. Porque el dolor se va a convertir en instrumento del amor más grande. Gran misterio el del dolor; pero mayor aún el del amor que, en el dolor, no deja de querer. Jesús dará a conocer su mesianidad por medio de los milagros, pero cada milagro será un signo elocuente de lo que viene a traer al mundo: una felicidad nueva, traída por un amor generoso y fuerte, que llega de lo Alto.

Conozcamos los milagros que Jesús realizó:

La boda de Caná. (Jn 2, 1-11)
En Caná y Cafarnaúm realiza algunos milagros. (Jn 4, 43-54)
La primera pesca milagrosa. (Lucas 5, 1-11)
El endemoniado en la sinagoga. (Mc 1, 21-28)
La suegra de Pedro. (Marcos 1, 29-39)
La curación del paralítico.  (Mateo 9, 1-8)
Curación de dos ciegos y un endemoniado mudo.  (Mateo 9, 27-31)
La curación del leproso.  (Marcos 1, 40-45)
La resurrección del hijo de la viuda de Naím.  (Lucas 7, 11-17)
La curación del paralítico de la piscina de Siloé. (San Juan 5, 1-3.5-16)
La tempestad calmada. (Marcos 4, 35-40)
El endemoniado de Gerasa (Marcos 5, 1-20)
La hija de Jairo y la hemorroísa.  (Mc 5,21-43)
Primera multiplicación de los panes. (Juan 6, 5-13)
Otros milagros en la región de Tiro y Sidón.  (Mateo 15, 21-28)
El demonio mudo y la fe.  (Mc 9,14-29)
La curación del ciego de nacimiento.  (Juan 9, 1- 41)
Jesús cura a una mujer en sábado.  (Lucas 13, 10-17)
El ciego Bartimeo.  (Marcos 10, 49 – 52)
La resurrección de Lázaro. (Jn 11, 1- 45)

Trabajar juntos es un imperativo

El Santo Padre a Bartolomé I.

La unidad es un don: que el «Señor nos ayude a abrazarla con la oración, la conversión interior, la apertura al conocimiento y la oferta del perdón». Lo escribe el Papa Francisco en el Mensaje que lleva su firma en Roma, en San Juan de Letrán, este 30 de noviembre, dirigido a Su Santidad Bartolomé I, su «amado hermano en Cristo», en el día de la conmemoración litúrgica de San Andrés Apóstol, Patrón del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla.

El Mensaje manuscrito fue entregado al Patriarca Ecuménico – y antes leído por el cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los cristianos – al final de la solemne Divina Liturgia presidida esta mañana por Bartolomé I en la Iglesia Patriarcal de San Jorge al Fanar.

Tradicional intercambio de visita

Tal como informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el cardenal Koch, acompañado por monseñor Brian Farrell, secretario del mencionado Dicasterio, y por el subsecretario, monseñor Andrea Palmieri, encabezó la delegación de la Sede Apostólica que estuvo presente en esta solemne Divina Liturgia.

Se trata de un evento anual en el marco del tradicional intercambio de visitas con motivo de las respectivas fiestas patronales, el 29 de junio en Roma, para la celebración de los santos Pedro y Pablo, y el 30 de noviembre en el Fanar para la celebración de San Andrés.

Signos seguros de la cercanía espiritual de Francisco

Tanto el Mensaje pontificio como la presencia de la delegación vaticana con motivo de la fiesta de hoy son signos seguros de la «cercanía espiritual» del Santo Padre al Patriarca y a la Iglesia que le ha sido confiada.

El Papa escribe:

Fraternal amistad entre Roma y Constantinopla

“Lo hago no sólo en consideración de nuestra fraternal amistad, sino también por el antiguo y profundo vínculo de fe y caridad entre la Iglesia de Roma y la de Constantinopla. Con la certeza de mi cercanía espiritual, he enviado una delegación para transmitirle mis deseos de alegría y paz a usted, a sus hermanos obispos, al clero, a los monjes y a los fieles laicos reunidos en la Iglesia Patriarcal de San Jorge para la Divina Liturgia en memoria del Apóstol Andrés”.

Los compromisos comunes refuerzan la unidad

Este es el modo – explica el Papa – de reforzar, como Pastores y como Iglesias, el «profundo vínculo que ya nos une», ya que el compromiso y la «responsabilidad común» tienen sus raíces precisamente en la «fe común en Dios», Creador del cielo y de la tierra, en el único Señor Jesucristo, su Hijo, y «en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que armoniza las diferencias sin abolirlas».

Imperativo el diálogo

La esperanza que sella el mensaje de Francisco es fuerte: hacer visible la comunión que ya existe, seguir trabajando precisamente allí donde no sólo es posible sino imperativo hacerlo, a pesar de que todavía haya cuestiones abiertas:

“Aun reconociendo que siguen existiendo cuestiones teológicas y eclesiológicas en el centro de la labor de nuestro constante diálogo teológico, espero que católicos y ortodoxos puedan trabajar juntos cada vez más en aquellos ámbitos en los que no sólo es posible, sino incluso imperativo que lo hagamos”.

La unidad también es fruto del perdón pedido y ofrecido

El Papa concluye su mensaje bajo la protección y con la intercesión invocada de los santos hermanos Pedro y Andrés en el camino hacia la plena comunión entre ambas Iglesias:

“La plena unidad que anhelamos es, por supuesto, un don de Dios, por la gracia del Espíritu Santo. Que el Señor nos ayude a estar dispuestos a acoger este don a través de la oración, la conversión interior y la apertura para buscar y ofrecer el perdón”.

La Iglesia y el SIDA

El SIDA sigue siendo un reto para la comunidad internacional y para la Iglesia.

El SIDA (en inglés, AIDS) es una de las enfermedades que más estragos ocasiona en el mundo, especialmente en África.
Los datos publicados por la Organización mundial de la salud relativos al año 2007 muestran la gravedad de la situación: la epidemia sigue cobrándose millones de vidas.
El número de contagiados gira alrededor de los 33 millones de personas. El virus HIV penetra en la vida de innumerables niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, en todos los continentes, pero especialmente en África. El número de muertos por SIDA hasta el año 2008 alcanzaría un número aproximado de 38 millones de personas (la cifra podría ser mayor).

¿Qué hace y propone la Iglesia para paliar el dolor de millones de personas y para prevenir nuevos contagios?
Un punto central consiste en la atención y el respeto hacia el enfermo. Hay que evitar cualquier tipo de marginación o de condena. Mirar a un enfermo de SIDA como si fuese un “castigado por Dios” no es ni cristiano ni justo desde una perspectiva simplemente humana. Es cierto que algunos contraen la enfermedad por comportamientos peligrosos (por ejemplo, una excesiva promiscuidad sexual o por el uso de ciertas drogas), pero ello no quita el respeto que merece todo enfermo, ni destruye su dignidad de ser humano. A la vez, resulta injusto excluir o marginar a las personas seropositivas de la vida social, cuando podrían desarrollar con normalidad y sin riesgos muchas actividades laborales.

Sobre este punto, podemos hacer presente lo mucho que está haciendo la Iglesia. Se calcula que un 25% de enfermos de SIDA reciben tratamiento en organizaciones de la Iglesia o promovidas por católicos, lo cual es una ayuda enorme. Y eso que la Iglesia no siempre recibe fondos de organismos filantrópicos que promueven campañas contra el SIDA, sino que tiene que financiarse muchas veces con la generosidad de millones de católicos que se sienten invitados a hacer algo por quienes viven situaciones tan dramáticas como esta.

Junto a la atención a los enfermos, la Iglesia invita a promover medidas de prevención, como se hace respecto de cualquier enfermedad contagiosa. La prevención debe aplicarse a los distintos niveles en los que es posible contraer el SIDA, es decir: en las relaciones madre-hijo (antes, durante o después del parto); en las transfusiones de sangre o a través del contacto con heridas; a través de relaciones sexuales; en ciertos modos de drogarse.

Respecto al contagio madre-hijo, se puede hacer mucho con una buena inversión en medicinas para África, como ya se hace en los países ricos. Por egoísmo o por otros motivos no claros, el mundo desarrollado no está ayudando como debería en este punto. Hoy es posible reducir el contagio materno-filial a porcentajes muy bajos con un buen seguimiento médico del embarazo y del parto, y con ayudas para evitar una lactancia peligrosa.

Respecto a la transmisión sexual, es claro que el método preventivo más seguro es la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad conyugal. Estos dos consejos coinciden con la doctrina de la Iglesia sobre la moral matrimonial, y tienen un valor antropológico muy rico, válido también para los no creyentes.

Si uno ha sido contagiado por el virus del SIDA, tiene una responsabilidad muy grave de evitar relaciones de cualquier tipo, incluso con preservativo (condón). Algunos critican fuertemente la posición de la Iglesia sobre este punto, pero tal posición tiene a su favor razones de peso. Cuando se trata de una enfermedad contagiosa y que implica peligro de muerte, no basta con reducir el riesgo de contagio como se puede hacer con el preservativo (dicen que resulta eficaz en un 90% de los casos). Lo que hay que hacer, entonces, es optar por el medio más seguro (con una seguridad del 100%): abstenerse de relaciones sexuales o de comportamientos peligrosos (compartir jeringas para drogarse, etc.).

Algunos, sin embargo, preguntan: si una persona contagiada (seropositiva) quiere tener relaciones “peligrosas”, ¿no sería bueno aconsejarle el uso del preservativo? La pregunta es un poco parecida a la de aquel que preguntaba: si alguien está decidido a matar a un enemigo, ¿le invitamos al menos a usar un narcótico para que la víctima no sufra? ¿Podemos proponerle un curso de puntería para que sus disparos no hieran a otros que pasen por el lugar donde está la víctima?

Notamos en seguida que hay un vicio en el planteamiento de estas preguntas, pues ya estamos en una actitud equivocada de base. Siempre es bueno reducir daños, pero en temas de vida o muerte (ese es el caso del SIDA), no basta con una opción a favor de “reducir daños”, sino que hay que ir a fondo.

Podemos añadir, además, un dato estadístico a favor de la abstinencia. Las campañas basadas solamente en la promoción del uso de los preservativos han logrado pocos resultados en evitar nuevos contagios de SIDA. En cambio, las campañas que han defendido con claridad el valor y la eficacia de la abstinencia, como las promovidas en Uganda, ya están viendo sus frutos. Los datos hablan por sí solos: con programas implementados desde 1992 a favor de la abstinencia y de la fidelidad conyugal, se ha reducido la tasa de contagios en Uganda en un 50%. El número de infectados ha pasado de un 12-15% (1991) a un 4-5% (2003) de la población.

A esta luz se comprenden las palabras del Papa Benedicto XVI en la rueda de prensa que tuvo al iniciar su viaje a Camerún y Angola (el 17 de marzo de 2009), y que han sido malinterpretadas y leídas fuera de contexto, incluso con tergiversaciones que rayan en lo absurdo. Ante la pregunta de la postura de la Iglesia ante el SIDA, considerada por algunos como poco realista y eficaz, el Papa respondió:
“Yo diría lo contrario: pienso que la realidad más eficiente, más presente en el frente de la lucha contra el SIDA es precisamente la Iglesia católica, con sus movimientos, con sus diversas realidades. Pienso en la comunidad de San Egidio que hace tanto, visible e invisiblemente, en la lucha contra el SIDA, en los Camilos, en todas las monjas que están a disposición de los enfermos… Diría que no se puede superar el problema del SIDA sólo con eslóganes publicitarios. Si no está el alma, si no se ayuda a los africanos, no se puede solucionar este flagelo sólo distribuyendo preservativos: al contrario, existe el riesgo de aumentar el problema”.

¿Cuál sería, entonces, la manera correcta de afrontar el problema? Benedicto XVI continuaba así en su respuesta:
“La solución puede encontrarse sólo en un doble empeño: el primero, una humanización de la sexualidad, es decir, una renovación espiritual y humana que traiga consigo una nueva forma de comportarse uno con el otro; y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo hacia las personas que sufren, la disponibilidad incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por tanto, diría, esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fuerza espiritual y humana para un comportamiento justo hacia el propio cuerpo y hacia el prójimo, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer en los momentos de prueba. Me parece que ésta es la respuesta correcta, y que la Iglesia hace esto y ofrece así una contribución grandísima e importante. Agradecemos a todos los que lo hacen”.

En conclusión, el SIDA sigue siendo un reto para la comunidad internacional, llamada a ayudar a los países más afectados. A la vez, es una invitación a evitar comportamientos discriminatorios contra los enfermos o los seropositivos, y a omitir aquellos actos que puedan ser causa de nuevos contagios.

La postura de la Iglesia católica a favor de la abstinencia y la fidelidad, y el esfuerzo por atender a los millones de enfermos de SIDA son, en este sentido, una contribución muy valiosa para defender la vida y la salud de tantos seres humanos necesitados de un apoyo fraterno, que es siempre la base de cualquier justicia social.

Esto es la Biblia: Episodio 5 – Génesis 4. Caín y Abel

Diciembre mes para compartir

A veces un abrazo puede ser el mejor de los regalos…. ¡no lo olvidemos ! Y nada será más hermosos si lo que damos, lo damos con alegría y amor

Entramos ya en el mes de diciembre.

Es el último mes del año. Diciembre es un mes con alegría de fiestas, de música navideña, de campanitas y cascabeles, regalos y vacaciones. Pero también es un mes que llega, para los que ya somos adultos, con un agridulce sabor, no tanto en la boca como en el corazón.

Es un mes familiar y de hogar, pero no siempre están todos en la familia ni en el hogar. También es un mes en que los días se nos escapan como viento con prisa y aligerado. Empezamos a sentir como una inquietad, como una urgencia, porque hay muchas cosas por hacer, por preparar, por adquirir : regalos y comprar navideñas, algún detalle para la casa con motivos a esta festividad, la cena, los turrones… etcétara, etcétera…. Total que perdemos la calma y la tranquilidad. Malo es eso, porque nos embarullamos y al final todo son prisas y apuros…

Preparemos las cosas con tiempo y orden para que esto no suceda. Es muy importante, que aunque todo a nuestro alrededor sea y se sienta un tanto alocado : la música, el tráfico, las compras, la agitación de las personas en su ir y venir por las calles y tiendas, …nosotros sepamos conservar una calma interior, una paz que no logre alterarla todos estos signos exteriores.

Si perdemos la tranquilidad, el nerviosismo aumentará y si querer ni darnos cuenta se lo transmitiremos a los que nos rodean. Y precisamente este tiempo es para compartir, pero compartir alegría, serenidad y paz.

Damos lo que tenemos adentro, hablamos lo que pensamos y reaccionamos ante esta o aquella situación según el dictamen de nuestro corazón unido a nuestro temperamento. Es por eso que debemos procurar que en nuestro interior haya calma y sosiego.

Preparémonos con el ánimo sereno para que este mes no nos arrastre y nos atrape el consumismo. Busquemos más amor y la armonía familiar que los regalos costosos y muchas veces superfluos.

Preparemos nuestro corazón para abrir las puertas de nuestra casa y de nuestra existencia al Dios que viene a la Tierra haciéndose el más pequeño y humilde de los hombres..

Vivamos todo este mes de diciembre haciendo conciencia por los que nada tienen, por los que careen hasta de lo más necesario y seamos generosos ampliamente y sentiremos el gozo auténtico y verdadero que nos da el saber y poder compartir

A veces un abrazo puede ser el mejor de los regalos…. ¡no lo olvidemos ! Y nada será más hermosos si lo que damos, lo damos con alegría y amor.

El “tuareg universal”: Carlos de Foucauld y su rica herencia

MichelPu-(CC BY-SA 4.0)-modified

«Dios mío, si existes, haz que te conozca», repetía, ¡y parece que lo logró!

El 1 de diciembre se conmemora el aniversario de la muerte violenta de Carlos de Foucauld en Tamanrasset (Argelia) donde vivía en medio del pueblo tuareg.

Si tuviéramos que referirnos en pocas palabras a la relevancia de Foucauld, diríamos que ha sido un hombre que siguiendo a su querido Señor Jesús, se ha enraizado en el corazón de la misión de la Iglesia, ha sabido captar la paciencia de Dios en la realización de sus planes, y, en medio de un mundo que no conoce a Jesús, ha querido ser un Evangelio viviente, encarnándose plenamente en su ambiente, interesándose por el progreso humano y practicando el apostolado de la bondad.

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Carlos de Foucauld va descubriendo el plan de Dios en el hoy concreto de su existencia y nos ofrece a todos nosotros una llamada “misionera”, ya en tierras de otras creencias, ya en tierra de total increencia.

No tanto al estilo de Francisco de Asís, que gritaba el Evangelio por las calles y plazas, o como Jesús en Palestina, sino al estilo de Jesús en Nazaret, siendo Evangelios vivientes, practicando el apostolado de la bondad y colaborando en el desarrollo integral de las personas con las que compartimos comunidad de destino.

Así lo hizo Foucauld con su trabajo científico al realizar el diccionario tuareg-francés y recoger las las tradiciones del pueblo con el que se identificó, a sabiendas de que ahora vamos abriendo caminos nuevos, en medio de terrenos inhóspitos, con la confianza y la esperanza de que “quizás tras siglos” nazca la Iglesia allí dónde estamos encarnados, al estilo de Jesús de Nazaret.

¿Quien era Carlos de Foucauld?

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Carlos de Foucauld nació el 15 de septiembre de 1858 y murió asesinado el 1 de diciembre de 1916 cuando tenía poco más de cincuenta y ocho años. Se puede decir que estaba en la etapa de madurez de su vida.

Ya a los cuarenta y tres había iniciado su opción fundamental instalándose en Beni-Abbés, en el corazón del Sáhara argelino, donde se da cuenta de que hay una multitud de personas por evangelizar y un ministerio muy importante que realizar.

Pero durante los años que pasa en este oasis del desierto va experimentando una nueva transformación. Sale de su clausura.

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Acepta con sencillez los acontecimientos que van contra lo que siempre había creído que era la voluntad de Dios y se deja llevar por las circunstancias, que son manifestación de la voluntad divina.

Así, esta obediencia al momento presente le conduce a los tuareg, “los hombres azules del desierto”, instalándose en medio de ellos el año 1905 en Tamanrasset.

Once años convivirá con ellos, siendo uno de tantos, aprendiendo su lengua, sus costumbres, etcétera con ánimo evangelizador, aunque apenas sea realizando gestos de bondad.

Foucauld se decidió pronto por el léxico, reuniendo los elementos para realizar una gramática y un diccionario.

Recogió textos en prosa, poesías, y preparó un gran diccionario, una verdadera enciclopedia del Hoggar y de los tuareg.

Tuvo una gran alegría haciendo este trabajo, pero su móvil profundo era su amor al mundo tuareg y el deseo de favorecer la comunicación entre estos y los franceses.

Su vida no ha sido, cono algunos han dicho “una sucesión de movimientos dispersos”, sino un movimiento siempre más profundo que le hace ir adaptándose e inventar.

No hay diferentes carismas de Foucauld. Su carisma es uno, y muchos lo viven acentuando más el Evangelio, la Eucaristía o la Evangelización pero todos a la manera de “Nazaret”.

El principio

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Carlos de Foucauld nace en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858 en el seno de una familia rica y cristiana. Desde los seis años conoce lo que es ser huérfano de padre y madre.

Como consecuencia de esto ha de ir a vivir con su abuelo, el coronel Morlet, que lo quiere con ternura.

De él recibirá los dones de la simpatía y de la generosidad, el amor por la familia, el país y también el amor al estudio, el silencio y la naturaleza.

Conoce el padecimiento de la guerra de 1870 y la invasión de su ciudad. Con su familia se refugia en Nancy, donde prosigue sus estudios y donde, con gran fervor, realiza su primera comunión.

Le sostiene la fe de su familia, sobre todo de su abuelo y su prima María, a quien admira mucho.

En 1874 se matricula en Santa Genoveva de París para sus estudios, viviendo en régimen de pensionado en los Jesuitas. Como quiere ser militar, entra en la escuela de Saint Cyr.

Son años de despreocupación. No trabaja, trae una vida solitaria, pierde el tiempo, anda vagando, se entretiene con obras literarias y no encuentra sentido a la vida.

Con gran pesar, a los diecinueve años pierde su abuelo, a quien admiraba mucho por su inteligencia y su ternura. Algo se rompe en él y su vida va a la deriva.

De desesperación se abandona, se deja estar, va de fiesta en fiesta, malgastando la herencia de su abuelo. Su familia está muy triste.

A pesar de todo, acaba sus estudios en la escuela de Caballería de Saumur. Tiene veinte años y hace una carrera corta en el ejército, porque a los veinticuatro años renuncia a éste para ir a explorar Marruecos.

Para este viaje se prepara estudiando el árabe en Argel (Argelia) y aprende todo lo que ha de utilizar para este proyecto. Se pone en contacto con el rabí Mardoqueo, que acepta guiarlo disfrazado de judío.

Realiza una verdadera expedición científica, de tres mil kilómetros de recorrido, con mucho éxito, y la Sociedad de Geografía de Francia le concede la medalla de oro.

El gran giro de su vida

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El viaje a Marruecos lo conquista. Le conmueve la hospitalidad de la gente, su fe en Dios manifestada públicamente y su oración. Pero interiormente no se siente satisfecho.

De vuelta en París, empieza a entrar a la iglesia, donde pasa largas horas repitiendo esta oración: «Dios mío, si existes, haz que te conozca«.

Su prima le aconseja ir a visitar al padre Huvelin, vicario de la parroquia de san Agustín, que resultará un encuentro decisivo en la vida de Foucauld.

Este le pedía lecciones de religión y Huvelin le hizo arrodillarse y confesarse, para después darle la comunión.

Unas palabras del padre Huvelin, pronunciadas durante uno de sus sermones, le impactaron: «Nuestro Señor tomó de tal manera el último lugar, que nadie se lo puede arrebatar».

A partir de entonces tan sólo piensa en seguir a Jesús pobre.

Huvelin le aconseja una peregrinación a Tierra Santa, que le ayude a descubrir el rostro concreto de Jesús.

Lo encuentra en Jerusalén y en el Calvario. Pero en Nazaret toma conciencia de la importancia de la vida oculta de Jesús que vivió la mayor parte de su vida como un pobre artesano de pueblo.

A partir de entonces Nazaret permanecerá como una búsqueda constante de la imitación de Jesús que lo irá llevando cada vez más lejos. En una carta a su amigo Henry de Castries afirma:

«Tan pronto creí que había un Dios, entendí que no podía hacer otra cosa que vivir en Él: mi vocación religiosa nace en el mismo momento que mi fe: Dios es tan grande. Hay tanta diferencia entre Dios y todo el que no es Él…».

El 15 de enero de 1890 entró a la Trapa de la Virgen de las Nieves en Francia, tomando el nombre de Mará-Alberico. Meses más tarde, fue enviado a la Trapa de Akbés, en Siria.

Allí se encuentra muy bien, apreciando el trabajo manual que le acercaba a Jesús de Nazaret.

Pero empujado por la búsqueda apasionada por imitar Jesús de Nazaret, dejó la Trapa en febrero de 1897.

De Nazaret al Sáhara

Animado por el padre Huvelin, marcha a Tierra Santa al lugar dónde Jesús vivió, por llevar una vida escondida.

Durante tres años fue servidor del Monasterio de las Clarisas de Nazaret, viviendo pobremente en una cabaña.

Allí pasó muchas horas de adoración silenciosa meditando las Escrituras. Hasta ahora no había querido ser sacerdote, porque temía alejarse de la pobreza y del último lugar.

Pero acepta ser ordenado a los cuarenta y tres años, por llevar a Jesús a los más abandonados.

En una carta escrita a Henry de Castries, le dice:

«No se trata, por ahora, de convento; mucho menos de predicación, ni de idas y venidas, sino de establecerme en un lugar francés del Sáhara sin sacerdote, vivir allí sin título oficial de ninguna clase, como sacerdote libre, yendo cada día a la enfermería a consolar los enfermos, traerles los sacramentos, velarlos y enterrarlos cristianamente si mueren”.

Va al Sáhara y se instala en Beni Abbés (Argelia), cerca de la frontera en Marruecos, país en el que pensaba residir cuando las circunstancias fueran propicias.

En una carta a Monseñor Guerin cuenta como transcurren allí sus días:

«Los pobres soldados vienen siempre a mí. Los esclavos llenan la casa que se les ha construido. Los viajeros vienen derechos a la ‘Fraternidad’. Los pobres abundan… Todos los días hay huéspedes para comer y dormir, etc.».

Durante el año 1902 no cesa de denunciar ante las autoridades la injusticia de la esclavitud. En una carta al padre Martin afirma:

«Hace falta querer la justicia y odiar la iniquidad, y cuando el gobierno comete una gran injusticia contra aquellos que tenemos a nuestro cargo, hace falta decírselo… no tenemos derecho a ser centinelas dormidos o perros mudos o pastores indiferentes”.

En junio de 1903, su amigo el coronel Laperrine, le cuenta el bello testimonio de una mujer tuareg que, tras una batalla, se opuso a que mataran a los soldados heridos, cuidándolos ella misma, y haciendo que los repatriaran a Trípoli.

Carlos de Foucauld, sorprendido por este gesto y pese a que le cuesta dejar Beni-Abbés, siente la llamada hacia los tuareg, que para él son los más abandonados.

Al país tuareg del Hoggar en el sur de Argelia

Atento a los acontecimientos, parte hacia el Hoggar el 13 de enero de 1904.

Después de un largo viaje por el desierto, descubre a los tuareg y es aceptado por Moussa Ag Amastane, jefe de la tribu del Hoggar, instalándose en Tamanrasset, donde crecerá la amistad entre ambos a lo largo de los años.

Hace grandes recorridos conociendo a la gente en su vida y participando en ella. Aprende su idioma e inicia un gran trabajo lingüístico por respeto y amor a su cultura.

El hermano Carlos transcribe los poemas que se cantan durante la noche alrededor del fuego, y en donde se transmite el alma del pueblo tuareg.

Mira a todos como hermanos, conviviendo con ellos y formando parte de su familia. De todas partes vienen a pedirle consejo.

Comprende que sus amigos aspiren a tener mejores condiciones de vida y trata de ayudarlos.

Durante el hambre de 1906/1907, comparte todo lo que tiene y cae muy enfermo. Los tuaregs lo cuidan ofreciéndole algo de leche de cabra, que han de ir a buscar muy lejos.

A partir de este cambio de situación, la amistad entre los tuaregs y el hermano Carlos se profundiza.

Hacía mucho tiempo que quería fundar una familia religiosa, pero está solo. En su diario de 1909 encontramos este texto:

“Mi apostolado tiene que ser el apostolado de la bondad. Viéndome tienen que decirse: Puesto que este hombre es tan bueno, su religión debe ser buena. Y si me preguntan por qué soy manso y bueno, debo decir: porque soy el servidor de alguien que es más bueno que yo. ¡Si supieran qué bueno es mi maestro Jesús!…

Yo querría ser lo suficiente bueno para que se diga: si así es el servidor, ¿cómo tiene que ser el Maestro?”.

El hermano Carlos va a Francia tres veces. Ve su familia y constituye una asociación denominada Unión de hermanos y hermanas del Sagrado Corazón, que tenía los siguientes objetivos, tal y como se puede ver en el texto que Foucauld dejó con el nombre de Consejos Evangélicos o Directorio: 1. Vida evangélica imitando al “Modelo Único”; 2. Vida Eucarística, desarrollando el sentido del sacramento del amor; 3. Vida apostólica, por la vía de la bondad en medio de los más necesitados.

Si el grano de trigo no cae en tierra…

Las repercusiones de la primera guerra mundial llegan hasta el Hoggar. La violencia y la inseguridad dominan estas regiones. Durante la mañana del 1º de diciembre de 1916 escribe a su prima:

“Nuestra abyección es el hecho más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas”.

Al atardecer del mismo día, durante una operación de los rebeldes sinusitas, se deja coger sin resistencia y lo matan al ver llegar a dos soldados franceses que traían el correo.

En contra de su propia voluntad, ya que quería ser enterrado donde muriera, algunos años después, el 18 de abril de 1929, los restos del “tuareg universal”, excepto el corazón depositado en un cofre que quedó a Tamanrasset, fueron trasladados a El Golea, a los pies de la primera iglesia de los Padres Blancos en el  Sáhara.

A más de mil kilómetros de distancia, hacia el norte, y a 950 kilómetros de Argel.

El domingo 13 de noviembre de 2005 fue beatificado en Roma por el papa Benedito XVI, quien dio gracias a Dios por el testimonio del padre de Foucauld con estas palabras:

«A través de su vida contemplativa escondida en Nazaret encontró la verdad de la humanidad de Jesús, invitándonos a contemplar el misterio de la Encarnación. Descubrió que Jesús, vino para unirse a nosotros en nuestra humanidad, invitándonos a la fraternidad universal, que vivió mas tarde en el Sáhara, dándonos ejemplo del amor a Cristo».

«Como sacerdote -continuó diciendo- puso a la Eucaristía y el Evangelio en el centro de su existencia».

El nacimiento de las Fraternidades

Luis Massignon, amigo de Carlos de Foucauld, hace que René Bazin publique la biografía de Foucauld, que será un texto clave, cargado de fuego, aunque imperfecto por su estilo y visión de la época.

Además Massignon publica Los Consejos Evangélicos o Directorio de Carlos de Foucauld y sigue sus consejos casi al pie de la letra, de una manera eremítica, si se puede decir, como solitario en el mundo.

Aquellos y aquellas que se reúnen de una manera secreta y callada alrededor del Directorio tendrán la misma actitud.

Durante diez años se dirigen a Massignon numerosos lectores de Bazin que se interesan por los diversos proyectos de Foucauld.

Sorprende que el primer grupo que surge del padre Foucauld bajo la guía de Suzanne Garde, el Grupo Carlos de Foucauld, sea una fundación que es estrictamente laica, cosa que en aquel momento, 1923, era revolucionario.

La primera congregación religiosa que nace del padre Foucauld fue la de las Hermanitas del Sagrado Corazón.

Fue fundada gracias a una viuda de cuarenta y tres años, Macoir-Capart, que habiendo leído a René Bazin y tras la muerte de su marido en 1928, quiere poner en práctica la regla indicada por Foucauld en una congregación femenina.

El 8 de septiembre de 1937, el padre René Voillaume, que también se había encontrado con Massignon, tomó el hábito, con otros cuatro compañeros, en la basílica de Montmartre.

Dejan París hacia La Abiodh Sidi Cheikh, en el Sur argelino, donde establecen su fraternidad. Al principio se denominan Hermanitos de la Soledad y pronto se llamarán…

Hermanitos de Jesús

El 7 de mayo de 1947 René Voillaume fundó con tres hermanos la primera fraternidad obrera en Aix-en-Provence.

Cuatro años más tarde se publicó el libro En el corazón de las masas, que sobrepasó los 100.000 ejemplares.

Las Hermanitas de Jesús nacieron el 1939, gracias a la hermana Magdaleine de Jesús, y hoy en día están repartidas por todo el mundo en trescientas veintiuna fraternidades, manifestando el amor gratuito de Dios a través de la amistad y la solidaridad.

El año 1956, René Voillaume fundó también los Hermanitos del Evangelio extendidos por todo el mundo.

La gran familia del hermano Carlos de Foucauld

Hoy en día la Asociación Carlos de Foucauld reúne a un numeroso número de grupos que se llaman y son discípulos del hermano Carlos de Foucauld.

Además de los ya mencionados hace falta citar a las Hermanitas de Nazaret, fundadas en Bélgica, los Hermanitos de la Cruz (Canadá), los Hermanitos de la Encarnación (Haití), las Hermanitas del Corazón de Jesús (República Centro Africana), la Fraternidad Jesús Caritas, (Instituto Secular Femenino), Fraternidad Sacerdotal Jesús Caritas, la Fraternidad Secular Carlos de Foucauld, la Comunidad de Jesús, nacida en Barcelona gracias a Pere Vilaplana Puntí, la Comunità Jesus Caritas (Italia), la Fraternidad Carlos de Foucauld (Asociación de fieles: laicas con celibato), el Grupo Charles de Foucauld, otro en Vietnam, etcétera.

La Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld es una unión espiritual, más allá de espacio y tiempo, entre hermanos y hermanas seguidores de Jesús de Nazaret, que, en el carisma del hermano Carlos, vivimos de un modo especial la llamada al desierto, al “silencio interior”, ya sea en la ciudad o en lugares apartados con el ecumenismo, el diálogo interreligioso y el compromiso por la paz como misión.

Esta llamada especial no impide que vivamos en plenitud nuestro propio Nazaret (vida de familia, trabajo, compromisos sociales, políticos, sindicales y eclesiales) en favor de la justicia y de la solidaridad, o nuestra propia Palestina, predicando que el mundo que Jesús nos propone es posible, gracias al testimonio amical de la propia vida.

Por José Luis Vázquez Borau, fundador de la Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld.