«Proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15), haréis maravillas. Y el Señor estará con nosotros hasta el fin del mundo. Él nos acompaña. En la transmisión de la fe, siempre está el Señor con nosotros. En la transmisión de la ideología habrá maestros, pero cuando tengo una actitud de fe que debe ser transmitida, es el Señor quien me acompaña. Nunca estoy solo en la transmisión de la fe. Es el Señor el que transmite la fe conmigo. Lo prometió: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cf. Mt 28,20). Pidamos al Señor que nos ayude a vivir nuestra fe de esta manera: fe de puertas abiertas, una fe transparente, no “proselitista”, sino que haga ver: “Yo soy así”. Y que, con esta sana curiosidad, ayude a la gente a recibir este mensaje que la salvará. (Homilía en Santa Marta del 25 de abril de 2020)

Mark 16:15-18

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús encarga a los Apóstoles que evangelicen a todas las personas: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”.

Evangelizar es anunciar a Jesucristo crucificado y resucitado de entre los muertos. Cuando este kerigma, este Misterio Pascual, no está en el corazón del proyecto, la evangelización cristiana desaparece, convirtiéndose en un llamado a una religiosidad liviana o espiritualidad genérica. Cuando no se proclama a Jesús crucificado y resucitado, emerge un catolicismo descolorido e inofensivo, un sistema de pensamiento que es, en el mejor de los casos, un eco de la cultura del ambiente.

Peter Maurin, uno de los fundadores del movimiento Trabajador Católico, dijo que la Iglesia puso su propia dinamita en recipientes herméticamente sellados y se sentó sobre la tapa. De manera similar, el teólogo protestante Stanley Hauerwas comentó que el problema con el cristianismo no es que sea socialmente conservador o políticamente liberal, ¡sino que “es demasiado aburrido”!

Tanto para Maurin como para Hauerwas, lo que lleva a esta atenuación es la negativa a predicar las peligrosas y desconcertantes noticias sobre Jesús resucitado de entre los muertos.

La conversión de San Pablo

Fiesta litúrgica, 25 de enero

Fiesta Litúrgica

Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Breve Reseña

No es segura la fecha en que Pablo se convirtió, pero está relacionada con el martirio de Esteban, cuando los testigos depositaron sus vestiduras a los pies de Saulo (Hch 7, 58; cf. 22, 20) para que las guardara. Este martirio y la subsiguiente persecución de la Iglesia, encaja bien en el cambio de Prefectos Romanos que se produjo en el año 36. Esta fecha corresponde bien a los catorce años que median entre la conversión de Pablo y su visita a Jerusalén con ocasión del “concilio” (Gál 2, 1; año 49). Sin embargo, algunos comentaristas prefieren fechar la conversión el año 33 (cf. J. Finegan, Biblical Chronology, 321).

El mismo Pablo y Lucas en los Hechos de los Apóstoles describen la experiencia vivida en el camino de Damasco y el giro que significó en la vida del Apóstol. Fue un encuentro con el Señor (Kyrios) resucitado, que obligó a Pablo a adoptar un nuevo estilo de vida; fue la experiencia que convirtió al fariseo Pablo en el apóstol Pablo.

Pablo relata el acontecimiento en Gálatas 1, 13-17 desde su propio punto de vista apologético y polémico. En Hechos (9, 3-19; 22, 6-16; 26, 12-18) hay otros tres relatos: todos subrayan el carácter arrollador e inesperado de esta experiencia, que tuvo lugar en medio de la persecución que Pablo dirigía contra los cristianos.

Si bien hay variantes en cuanto a los detalles en los tres relatos (si los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por tierra; si oyeron o no la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a Pablo “en idioma hebreo”, pero citando un proverbio griego…), el mensaje esencial transmitido a Pablo es el mismo.

Los tres relatos están de acuerdo en este punto: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, “¿Quién eres tú, Señor?”, “Yo soy Jesús (de Nazaret), a quien tú persigues”. Las variantes pueden ser debidas a las diferentes fuentes de información utilizadas por Lucas.

Pablo mismo escribió, acerca de esta experiencia, que Dios tuvo a bien revelarle a su Hijo, para que predicara a los gentiles la buena noticia referente a Jesús (Gál 1, 15-16). Fue una experiencia que nunca olvidó, a la que asociaba frecuentemente su misión apostólica. “¿Acaso no soy apóstol? ¿Es que no he visto a Jesús, Nuestro Señor?” (1 Cor 9,1; cf. 15, 8).

Esta revelación de Jesús el Señor en el camino de Damasco habría de ser el factor decisivo que dominara en adelante toda su vida. Por amor a Cristo se hizo “todo para todos” (1 Cor 9, 22). En consecuencia se convirtió en “siervo de Cristo” (Gál 1, 10; Rom 1, 1; etc.), como los grandes siervos de Dios del AT (Moisés: 2 Re 18, 12; Josué: Jue 2, 8; David: Sal 78, 70), y puede que incluso como el mismo Siervo de Yahvé (Is 49, 1; cf. Gál 1, 15).

LA REVELACIÓN DE PABLO

La teología de Pablo se vio influida, sobre todo, por la experiencia que tuvo en el camino de Damasco y por la fe en Cristo resucitado, como Hijo de Dios, que creció a partir de esa experiencia.

Los actuales investigadores del NT son menos propensos que los de las generaciones pasadas a considerar aquella experiencia como una “conversión” explicable de acuerdo con los antecedentes judíos de Pablo o con Rom 7 (entendido como relato biográfico). El mismo Pablo habla de esta experiencia como de una revelación del Hijo que le ha concedido el Padre (Gál 1, 16). En ella “vio a Jesús, el Señor” (1 Cor 9, 1; cf. 1Cor 15, 8; 2 Cor 4, 6; 9, 5).

Aquella revelación del “Señor de la gloria” crucificado (1 Cor 2, 8) fue un acontecimiento que hizo de Pablo, el fariseo, no sólo apóstol, sino también el primer teólogo cristiano.

La única diferencia entre aquella experiencia, en que Jesús se le apareció (1 Cor 15, 8), y la experiencia que tuvieron los testigos oficiales de la Resurrección (Hch 1, 22) consistía en que la de Pablo fue una aparición ocurrida después de Pentecostés. Esta visión le situó en plano de igualdad con los Doce que habían visto al Kyrios.

Más tarde Pablo hablaba, refiriéndose a esta experiencia, del momento en que había sido “tomado” por Cristo Jesús (Flp 3, 12) y una especie de “necesidad” le impulsó a predicar el evangelio (1 Cor 9, 15-18). Él comparó esa experiencia con la creación de la luz por Dios: “Porque el Dios que dijo: “De la tiniebla, brille la luz”, es el que brilló en nuestros corazones para resplandor del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Cor 4-6).

El impulso de la gracia de Dios le urgía a trabajar al servicio de Cristo; no podía “cocear” (dar coces) contra este aguijón (Hch 26, 14). Su respuesta fue la de una fe viva, con la que confesó, juntamente con la primitiva Iglesia, que “Jesús es el Señor” (1 Cor 12, 12; CF. Rom 10, 9; Flp 2, 11). Pero esta experiencia iluminó, en un acto creador, la mente de Pablo y le dio una extraordinaria penetración de lo que él llamó más tarde “el misterio de Cristo” (Ef 3, 4).

La chispa de la misión

Santo Evangelio según san Marcos 16, 15-18. Conversión de san Pablo, apóstol

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Yo creo que actúas siempre, Señor. Creo en tus milagros, pero aumenta mi fe, para poder verlos. Creo en tu presencia aquí y ahora en mi alma, y creo que Tú puedes hacer milagros en mi vida. Por eso te pido el milagro de san Pablo: conviérteme más a ti, Señor, y transfórmame en un apóstol de tu Palabra, de tu gracia y de tu Amor. Así sea.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-18

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Millones de personas no conocen a Cristo hoy mismo. ¿Quién les hablará de Él? ¿Quién moverá los corazones de los que no creen?

La Iglesia tenía, al inicio de su vida, todo un mundo por delante. Cristo había tocado la vida de unos cuantos hombres y mujeres, los primeros discípulos, y luego entre ellos había elegido un grupo de doce para ser sus Apóstoles.

Así las cosas, Cristo sube a los cielos y transmite una misión: anunciar la Buena Nueva. Al poco tiempo empieza una persecución en Jerusalén, y comunidades judías comienzan a rechazar esta nueva doctrina. Un fariseo observante toma incluso la iniciativa de encarcelar cristianos en Damasco. Pero Dios tenía otros planes: a medio camino Saulo y Jesús se encuentran. Saulo se convierte en Pablo. Pablo anuncia el Evangelio en Asia Menor, Grecia, Macedonia y llega a Roma.

Algo ardía en el corazón de Pablo. Esa caída en el camino a Damasco encendió una chispa; la chispa de una misión. A los pocos años esa chispa llegó al corazón de un imperio, y en menos de cincuenta años ya había un fuego ardiendo en todos los rincones del mundo conocido.

Esa chispa no es diferente a la que recibimos nosotros en el bautismo. Cristo nos ha salido al paso, ha tocado nuestra vida de un modo o de otro. Con el encuentro viene al mismo tiempo una misión. De nosotros depende que esta chispa se transmita hoy a nuestro alrededor.

«Aprenden así que la belleza de la unión entre los seres humanos se dirige hacia nuestra alma, busca nuestra libertad, acepta la libertad del otro, lo reconoce y lo respeta como interlocutor. Un segundo milagro, una segunda promesa: nosotros – padre y madre – ¡nos donamos a ti, para que tú te dones a ti mismo! Y esto es amor, ¡que trae una chispa de aquello de Dios! Pero ustedes, padres y madres tienen esta chispa de Dios que dan a los niños, ustedes son instrumento del amor de Dios y esto es bello, bello, bello. Solo si miramos a los niños con los ojos de Jesús, podríamos realmente entender en qué sentido, defendiendo la familia, protegemos a la humanidad».

(Homilía de S.S. Francisco, 14 de octubre de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Invitaré a un amigo o amiga a leer juntos este pasaje del Evangelio o a comentar sobre la conversión de san Pablo, para luego reflexionar juntos sobre la importancia de la misión que cada uno tiene.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Encontrando nuestra misión

Acoger la misión maravillosa que Dios tiene sobre nosotros en su plan de salvación

Jesús llama a cada uno de sus Apóstoles por su nombre. En la biblia cada nombre tiene su misión, no es al azar. Cada uno de nosotros tenemos una misión, que debemos pedir y discernir en oración. No es trabajar, comer, vivir, viajar y morir solamente, es una misión más alta de amor y paz.

A los apóstoles se les dio autoridad de exorcizar y sanar enfermos; Dios como autor de la obra utilizó estos instrumentos y les dio instrucciones precisas para ir tras las ovejas descarriadas de Israel.

“Jesús reunió a los Doce y les dio autoridad para expulsar todos los malos espíritus y poder para curar enfermedades.” (Lucas 9,1)

Saber con claridad para qué fuimos creados por Dios, no es tarea fácil. Y cuando hacemos esta pregunta muchos contestan que no lo saben, pero cuando lo sepan y coloquen sus fuerzas en cumplir esa misión serán verdaderamente felices. Otros creen que la misión que tenemos cada uno es aquella que nosotros mismos nos damos. Otros, lo tienen claro, ya sea por las circunstancias de la vida o porque han escuchado la voz del Señor mediante sus maravillosas señales. Y sólo algunos de los que tienen clara su misión, hacen la voluntad del Padre.

En lo que sí podemos converger, es que todos tenemos una misión específica en este mundo, que es dada por Dios desde antes de nacer y con la cual llegaremos a la plenitud. El Señor nos eligió desde antes de ser creados y lo hizo para que vivamos de acuerdo a su voluntad.

“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.” (Juan 15,16)

Y nos eligió con un fin específico, un propósito único, cada uno de nosotros tenemos una misión única y diferenciada, al igual como eligió a Pablo de Tarso con un propósito definido.

“El Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas.” (Hechos 9,15)

Acoger la misión maravillosa que Dios tiene sobre nosotros en su plan de salvación, es atender a su voluntad y ello nos abre las puertas del Cielo. Si recordamos la parábola del banquete de bodas veremos un ejemplo perfecto de cómo el Señor nos llama a su Reino al igual que a los convidados al banquete en el cual muchos fueron invitados, pero muy pocos en realidad asistieron. Dios abre las puertas de su Reino para todos, pero si ignoramos de esa invitación no podremos participar del banquete; al tener libre albedrío somos dueños de decidir si acoger o no a este llamado.

“Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.” (Mateo 22,14)

La mejor manera con la que podemos responder es realizando nuestra misión con espíritu alegre, confiados en que es la voluntad del Señor, así no sea la nuestra. Pero también, al igual que los Apóstoles, siendo testigos de su palabra.

“Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído.” (Hechos 4,20)

Junto con la misión que Dios nos ha encomendado de manera única, tenemos una misión universal como misioneros de Jesucristo de comunicar su verdad, amor y vida nueva, pues somos signos de la presencia y de la acción del salvador.

El único camino para descubrir cuál es nuestra misión es el mismo y omnipotente Dios. Esa voz interior nos va dando las respuestas. Debemos ser pacientes y estar atentos a esa voz y a las señales que el Señor nos va dando durante nuestro recorrido por la vida; sabemos que sus tiempos son perfectos y Él determinará el momento indicado para hacer notar su hermosa presencia y lo que espera de nosotros. Dios nos mostrará el camino, pero depende de nosotros actuar para que nuestra misión se concrete.

Y, ¿cómo podremos realizar nuestra misión? Una vez descubierta cuál es nuestra misión en la vida y de acuerdo a nuestra condición humana, puede parecer lógico preguntarnos qué recursos disponemos para cumplir aquella voluntad de Dios. Pero calma; Él se encarga de todo y no descuida ningún detalle. Nos ha dotado de Dones particulares y precisos para realizar nuestra tarea.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1830, explica que “la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo”.

Dejémonos guiar entonces por el espíritu de Dios y tengamos siempre un corazón dispuesto para responderle con un “Sí” generoso a nuestro Señor para que por medio de su hijo Jesucristo, podamos entrar al Reino de los Cielos.

“Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: Aquí estoy yo, mándame a mí. Él me dijo: Vete y dile a este pueblo: Escuchad bien, pero sin comprender; mirad, pero sin ver.” (Isaías 6,8-9)

Dios, como a Pablo, te invita a la conversión

Convertirse significa, para cada uno de nosotros, creer que Jesús se ha entregado así mismo

Por: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net

Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la «Conversión de san Pablo» (…) En el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana.

La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.

En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir.

Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor.

Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy (…) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12).

Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente.

La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: «Ut unum sint».

Fragmento de las palabras de SS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión de San Pablo 25 enero 2009

La conversión al cristianismo más famosa de la historia

Saulo era un judío que perseguía a los cristianos y se convirtió en san Pablo, el Apóstol de las Gentes

Nació en Tarso, con estatus de ciudadano romano, y su nombre judío era Saulo. Era fariseo y defendía firmemente su fe. De ahí que persiguiera a los cristianos, creyendo que hacía la voluntad de Dios.

Es posible que fuera testimonio del martirio de san Esteban, pues en la narración de los Hechos de los Apóstoles se habla de un Saulo que “aprobó la muerte de Esteban”.

Se formó en Jerusalén, en la escuela de Gamaliel. Era despierto e inteligente y eso le reafirmó en la idea de perseguir a los cristianos para servir a Dios. Dicen los Hechos:

“Saulo, por su parte, perseguía a la Iglesia; iba de casa en casa y arrastraba a hombres y mujeres, llevándolos a la cárcel”.

La conversión

Un día emprendió el camino a Damasco para llevar cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén. Su intención era encarcelar a los cristianos. La Sagrada Escritura narra así aquel momento de transformación crucial:

“Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Él preguntó: «¿Quién eres tú Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer».

Desde que Jesús aparece en su vida, Saulo pasa a ser Pablo y se convertirá en Apóstol de las Gentes, el que ha de llevar el Evangelio más allá del pueblo elegido.

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Oración

Querido apóstol san Pablo,
a quien Dios escogió para llevar su nombre a todas partes:
tú que tenías una pasión tan grande por llevar a las personas la Verdad y el Amor de Cristo,
que te identificabas con tus hermanos y llevabas sus cargas con paciencia,
y sufriste persecución, cárcel, violencia, tentaciones, naufragios y hasta el martirio.
Tú, Pablo, que te rendiste a la voz de Dios en el camino de Damasco,
pídele por todos los apóstoles, también por mí,
para que estemos atentos a la voz del Señor y podamos seguirle como tú,
luchando contra nuestros instintos y demonios, y acogerle en nuestro interior,
abrasarnos de su amor y con él incendiar el mundo.

Amén.