John 10:31-42

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos dice que: “El Padre está en Mí y Yo estoy en el Padre”.

Charles Williams ha dicho que la idea maestra del cristianismo es la “coinherencia”, un residir mutuo. Si desean ver esta idea en concreto, miren las páginas del Libro de Kells, una obra maestra de la antigua iluminación cristiana. Líneas entrelazadas, diseños girando entre sí, juegos de plantas, animales, planetas, seres humanos, ángeles y santos. Los alemanes lo llaman Ineinander (uno en el otro).

¿Cómo nos identificamos a nosotros mismos? Casi exclusivamente a través de nombrar relaciones: somos hijos, hermanos, hijas, madres, padres, miembros de organizaciones, miembros de la Iglesia, etc. Es posible desear estar solos, pero nadie ni nada es finalmente una isla. Coinherencia es de hecho el nombre del juego, en todos los niveles de la realidad.

Y Dios, que es la realidad principal, es una familia de relaciones coinherentes, cada una marcada por la capacidad de entrega de Sí mismo. Aunque Padre e Hijo son realmente distintos, están totalmente implicados entre Sí por un acto mutuo de amor.

La sorprendente buena noticia es que Jesús y el Padre nos han invitado a entrar plenamente en su divina coinherencia. Podemos participar del amor entre el Padre y el Hijo que se llama “Espíritu Santo”.

La reconciliación es, por lo tanto, la re-creación del mundo; y la misión más profunda de Jesús es la redención de todos nosotros, pecadores. Y «Jesús no hace esto con palabras, no lo hace con gestos… ¡No! Lo hace con su carne». Lo hace con su carne. Es propio Él, que se transforma en uno de nosotros, hombre, para sanarnos desde dentro. (…) Este es el milagro más grande a través el cual Jesús nos ha hecho hijos de Dios y nos ha dado la libertad de los hijos. Es por esto por lo que podemos decir: “Padre” y lo podemos decir en libertad. «Este es el gran milagro de Jesús. A nosotros, esclavos del pecado, nos hizo libres», nos curó. «Nos hará bien pensar en esto. Jesús nos abrió las puertas de casa, nosotros ahora estamos en casa. (..) Esa es la raíz de nuestra valentía: soy libre, soy hijo, el Padre me ama y yo amo al Padre. Pidamos al Señor la gracia de comprender bien esta obra suya». Lo que Dios ha hecho en Él: Dios ha reconciliado consigo al mundo en Cristo, confiándonos la palabra de la reconciliación y la gracia de seguir adelante con fuerza, con la libertad de los hijos, esta palabra de reconciliación. ¡Somos salvos en Jesucristo!

(Santa Marta, 4 de julio de 2013)

Lea, Santa

Viuda, 22 de marzo

Viuda Martirologio Romano: Conmemoración de santa Lea, viuda romana, cuyas virtudes y cuya muerte recibieron las alabanzas de san Jerónimo († c.383).

Breve Biografía

De “la santísima Lea”, como la llama san Jerónimo, sólo sabemos lo que él mismo nos dice en una especie de elogio fúnebre que incluyó en una de sus cartas. E ingresar en una comunidad religiosa de la que llegó a ser superiora, llevando siempre una vida ejemplarísima.

Estas son las palabras insustituibles de san Jerónimo:

“De un modo tan completo se convirtió a Dios, que mereció ser cabeza de su monasterio y madre de vírgenes; después de llevar blandas vestiduras, mortificó su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches en oración y enseñaba a sus compañeras más con el ejemplo que con sus palabras”.

“Fue tan grande su humildad y sumisión, que la que había sido señora de tantos criados parecía ahora criada de todos; aunque tanto más era sierva de Cristo cuanto menos era tenida por señora de hombres. Su vestido era pobre y sin ningún esmero, comía cualquier cosa, llevaba los cabellos sin peinar, pero todo eso de tal manera que huía en todo la ostentación”.

No sabemos más de esta dama penitente, cuyo recuerdo sólo pervive en las frases que hemos citado de san Jerónimo. La Roma en la que fue una rica señora de alcurnia no tardaría en desaparecer asolada por los bárbaros, y Lea, «cuya vida era tenida por todos como un desatino», llega hasta nosotros con su áspero perfume de santidad que desafía al tiempo.

Reconocer la obra de Dios

Santo Evangelio según San Juan 10, 31-42. Viernes V de Cuaresma.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, gracias por este día. Gracias porque permites que tenga este rato para estar contigo y escuchar tu voz. En estos últimos días de la Cuaresma ayúdame a redoblar mis esfuerzos para despegarme de todo aquello que me aleja de ti.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 10, 31-42

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”. Le contestaron los judíos: “No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque Tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios”. Jesús les replicó: “¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”.Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos. Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad”. Y muchos creyeron en él allí.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
“Aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y Yo en el Padre”.
Los judíos tomaron a Jesús e intentaron apedrearlo. Vieron los milagros que hacía y aun así no le creyeron. Cuántas veces nosotros también intentamos apedrear a Jesús. Lo apedreamos cuando no confiamos en Él, cuando intentamos solucionar todo por nuestra cuenta sin requerir su ayuda. “Es verdad, Señor, puedes hacerlo todo, pero esto…”.
Hay días en los que estamos agradecidos por el don de la vida, por nuestra familia, por nuestra salud; y tal vez, a través de una boda, un bautismo, o simplemente un abrazo, una caricia, hemos contemplado brevemente la sonrisa de Dios que obra en nuestras vidas. En estos momentos es fácil confiar en Dios.
Pero cuando llega el dolor a nuestra vida, la muerte de un ser querido, la herida de una traición, las dificultades económicas, no es tan claro que Dios está ahí. Sin embargo, Él sigue trabajando en nuestras vidas, ya que sabemos que “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28).

«Pidamos a Dios su gracia para abrir nuestros ojos y reconocer su obra en nuestras vidas. La Palabra de Dios disgusta siempre a ciertos corazones. La Palabra de Dios fastidia cuando tienes un corazón duro, cuando tienes un corazón de pagano. Porque la Palabra de Dios te interpela a ir adelante, buscándote y quitándote el hambre con ese pan del que hablaba Jesús. En la historia de la Revelación, tantos mártires han sido asesinados por fidelidad a la Palabra de Dios, a la Verdad de Dios».

(Homilía de S.S. Francisco, 21 de abril de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dialogar con Dios sobre aquello que me impide confiar en Él plenamente.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.