La entrada a casa siempre abierta
Santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32. Domingo IV de Cuaresma
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Muéstrame, Padre, el camino hacia ti. Dame fuerzas para ponerme en camino con el corazón y con las obras, «…dirige nuestra vida y condúcenos a la luz donde habitas» (Oración de la misa del día).
María, llévame a Jesús, el rostro visible de la Misericordia. Amén.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad.
Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La parábola del hijo pródigo es, ante todo, la historia de un Padre. Cada escena de este relato habla por sí sola, pero el momento del abrazo habla de modo muy especial al corazón.
En esta oración acerquémonos a Dios y dejémonos abrazar por Él, que es un buen Padre…
Jesús no exigía a los pecadores unas condiciones para poder encontrarse con Él. Lo mismo el Padre en la parábola, no pone un letrero de «paso restringido», «casa reservada para los leales». Sólo con ser hijo ya se tienen las puertas abiertas y todos los derechos al corazón misericordioso de Dios.
Cuánta esperanza nos da, cada vez que nos alejamos de casa, recordar que las puertas siempre están abiertas. Sólo depende de nosotros tomar la decisión de volver: «Me pondré en camino adonde está mi Padre.» Ahí tenemos la puerta del confesionario, donde recuperamos el anillo de familia, la vestidura de la gracia, las sandalias para volver a caminar. ¡Y cuántas veces en nuestra vida hemos sido recibidos ya en esta puerta! Porque Cristo no se cansa nunca de perdonarnos, y nos levanta sin contar el número de caídas. ¿Cómo no agradecer una misericordia tan grande?
Quizá ya hemos aprovechado la oportunidad esta cuaresma para una buena confesión, o bien pensamos hacerlo pronto. Sea como sea, pidamos en esta oración el don de una confianza cada vez más grande en la misericordia de Dios. Pidamos a María, Madre de Misericordia, que nos guíe de vuelta a casa si nos alejamos, y que nos enseñe a vivir cada vez más unidos a su Hijo Jesucristo.
«El relato nos hace ver algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Sorprende sobre todo su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, un muchacho joven, o buscar algún abogado para no darle la herencia ya que todavía estaba vivo. Sin embargo le permite marchar, aún previendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque al crearnos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer un buen uso. ¡Este regalo de la libertad que nos da Dios, me sorprende siempre!».
(Homilía de S.S. Francisco, 6 de marzo de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Buscaré hoy cultivar la alegría y el optimismo de saberme perdonado por Dios.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Oración en torno a la parábola del hijo pródigo
Al iniciar nuestro retiro, estamos invitados a abandonarnos en Dios
Al iniciar nuestro retiro, estamos invitados a abandonarnos en Dios, como ese hijo que contemplamos en la imagen, sumergido en el seno de su Padre.
Hemos venido trayendo un mundo de experiencias personales, comunitarias y también el anhelo de poder aportar a la Pastoral familiar de nuestra Diócesis.
Pongamos todo confiadamente en las manos del Padre, con nuestra oración hecha canto:
Gracias quiero darte por amarme, gracias quiero darte yo a Ti, Señor.
Hoy soy feliz porque te conocí; gracias por amar-me a mí también.
Yo quiero ser, Señor amado, como el barro en ma-nos del alfarero.
Toma mi vida, hazla de nuevo; yo quiero ser un vaso nuevo.
Te conocí y te amé; te pedí perdón y me escuchaste.
Si te ofendí, perdóname, Señor, pues te amo y nunca te olvidaré.
La Palabra de Dios, y esta imagen que contemplamos, nos acompañará todo nuestro retiro. Al tener en nuestras manos el texto de la parábola y escuchar su lectura, permitámonos ser un protagonista más de esta historia del amor misericordioso
Lectura bíblica: Lc 15, 1-2.11-31
En unos minutos personales, volvamos sobre el texto evangélico que acabamos de pro-clamar, lo podemos leer y releer… Dejemos que resuene en nuestro corazón. Es nuestra propia historia en algún momento de nuestra vida. También nosotros formamos parte de esta familia.
(momento personal)
Se marchó, se marchó en busca de otras tierras
Se marchó, se marchó, un día se marchó
Desertó de los suyos, de sus campos y olivos, recorrió mil caminos, llegó a la gran ciudad, encontró la extrañeza de no tener amigos y comenzó a pensar: hijos pródigos somos, es nuestro Padre Dios y vamos por la vida mendigando calor.
Al caer de la tarde un día volvió su padre le esperaba con el perdón.
Le dio vestido nuevo y una cena caliente, hubo fiesta entre la gente y otra vez pensó: hijos pródigos somos, es nuestro Padre Dios y vamos por la vida mendigando calor.
Pongámonos juntos en las manos del Padre al iniciar nuestro retiro. Es El que nos ha invitado, es El que con la acción de su Espíritu irá regalándonos su presencia en nuestro corazón, en nuestra pareja, en nuestro grupo. Es El: el Padre. Digámoselo, juntos, con todo nuestro corazón de hijos.
Creo en Dios que es Padre. Que nos engendró regalándonos una vida plena que está llamada a ser más plena aún.
Creo en Dios que es Padre, porque para El todo es poco para tratar de acortar distancias con nosotros.
Creo en Dios que es Padre, que se deja tratar con confianza, que no es mezquino con su inmenso amor, que ha da-do sobradas muestras de su deseo de estar a nuestro lado.
Creo en Dios que es Padre y padre nuestro, con todo lo que significa y el desafío que nos plantea: somos hermanos entre nosotros.
Eres parte de mi historia y ahí estás; eres el recuerdo vivo y mucho más.
Esa luz que enciende en mí toda mi vida y yo ya no puedo escapar de ti, ya no puedo escapar.
Eres ese sueño que siempre esperé, como suave brisa llegaste hasta mí, para regalarme una sonrisa y luego quedarte prendido en mí, y yo ya no puedo escapar de ti, ya no puedo escapar.
Eres mi resurrección y creo en ti, eres creador de lo que ahora soy, porque descubrí la vida más allá de mis miserias al sentir que de tu amor ya no puedo escapar de ti, ya no puedo escapar.
La fe debe sustituir el miedo
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura
“No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.”
Si yo eligiera la frase que con mayor frecuencia Dios me ha introducido en el corazón es: “No tengas miedo”. Esa frase tan propia de un guadalupano me ha hecho comprender la razón de mis debilidades. Es por eso que hoy, si el lector me lo permite les comparto una reflexión acerca de la fe.
Hay ocasiones en las que tenemos dos opciones a elegir, una buena y una mala. Sabiendo que podemos elegir entre dos opciones, muchas veces elegimos esa manzana envenenada. ¿Por qué?
Por debilidad podría concluirse, pero Dios no nos pone cruces que no podamos superar. En el fondo pecamos porque el mal se nos aparece como un bien.
Pero también concluyo basado en la experiencia propia, que otra razón por la que pecamos es el miedo. El miedo a no recibir ese bien total, pleno y duradero. Obramos en el aquí y en el ahora por miedo a que ese bien no exista. Habita en nuestro corazón esa idea que la bondad no tiene trascendencia. Al fin y al cabo, nuestra “muerte” “sepulta” las cosas buenas o malas que hayamos hecho. Elegir el bien sobre el mal, es un verdadero acto de fe. Es confiar que, aunque el bien no siempre recompensa de manera inmediata, lo hará, en esta vida o en la siguiente.
El miedo consume poco a poco la fe que tienes por Dios, por ti y tus hermanos. Destruye la esperanza y sobre todo no te permite ser el fuego que ilumina.
¡Pide más fe! En la oración se encuentra la fortaleza que anhelamos. La fe es un regalo, y una gracia, y se forja en el deseo de acrecentarla en los demás.
Es nuestra falta de oración la que no nos permite ver en cada acto en la presencia de Dios en nuestra vida. El miedo es el demonio tratando de acabar con la esperanza “¡No tengan miedo! ¡Abrir las puertas a Cristo!» (SS Juan Pablo II)
Cristo no solamente nos hace mejores personas, sino que nos convierte en personas nuevas. Cristo no se limita a arreglar las paredes de tu casa, si no las tira para construir en él un palacio. No tengas miedo a que Cristo tome el control de tu vida.
¡Comparte tu fe! Cuando uno va de misiones, se da cuenta de ello, siempre se regresa con una fe más firme. Es la seguridad y paz que te permite ver a Cristo actuando a través de ti. La fe se fortalece, y sobre todo se vivifica en la extensión del Reino de Dios. No le tengas miedo a entregar todo a Cristo, Él nunca decepciona.
Cuando veas a tu hermano triste, tienes una oportunidad invaluable de acrecentar tu fe. Llenémonos de Él, para que podamos compartirlo. El demonio nos llena de miedo y nos presenta el respeto humano, acuérdate que el mundo te necesita, Dios no nos creó inmóviles.
En ocasiones el mal, es por causa nuestra. El pecado propio trae como consecuencia el mal. Es ahí cuando el demonio actúa y dejamos de confiar en la misericordia de Dios. Acerquémonos a la confesión, no tengamos miedo de reconciliarnos con Cristo. Acuérdate que Él ya murió por el pecado que cometiste. No vivas en el pasado, que por delante tienes muchas gracias que Dios te quiere colmar. No nos convirtamos en Judas, no permitamos que el demonio nos llene de miedo, la misericordia de Dios es infinita. Vivir en el pasado no nos trae felicidad.
El mal de nuestra vida, no siempre es por nuestra culpa. A veces Dios permite males (nunca los ocasiona) para acercarnos más a Él. Confiemos plenamente en la Providencia Divina. Esas cruces de la vida como lo puede ser una enfermedad, la muerte de un ser querido, la pobreza, es una oportunidad para acercarnos más Dios ¡No dejemos que el demonio nos tire, la mano de Dios actúa dando fortaleza y preparando nuestro corazón!
Cuando el mal parezca consumir nuestra vida recordemos que María nos dijo: ”Hijito mío a que vas a tenerle miedo, ¿No estoy aquí que soy tu madre?” Acerquémonos a María para que ella nos pueda enseñar a seguir el camino de Cristo. Cuando creas que el sufrimiento sobrepasa tus posibilidades, es como cuando decía San Pablo, Cristo puede actuar de manera directa:
«Pero el Señor me ha dicho: «Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad.» Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy.”
Tiempo de Cuaresma: historia y significado
¿Cómo y cuándo empieza a vivirse la cuaresma? ¿por qué 40 días? ¿por qué la imposición de la ceniza?
La celebración de la Pascua del Señor, constituye, sin duda, la fiesta primordial del año litúrgico. De aquí que, cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, advirtió la necesidad de una preparación adecuada, por medio de la oración y del ayuno, según el modo prescrito por el Señor. Surgió así la piadosa costumbre del ayuno infrapascual del viernes y sábado santos, como preparación al Domingo de Resurrección.
Los primeros pasos
Paso a paso, mediante un proceso de sedimentación, este período de preparación pascual fue consolidándose hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy conocemos como Tiempo de Cuaresma. Influyeron también, sin duda, las exigencias del catecumenado y la disciplina penitencial para la reconciliación de los penitentes.
La primitiva celebración de la Pascua del Señor conoció la praxis de un ayuno preparatorio el viernes y sábado previos a dicha conmemoración.
A esta práctica podría aludir la Traditio Apostolica, documento de comienzos del siglo III, cuando exige que los candidatos al bautismo ayunen el viernes y transcurran la noche del sábado en vela. Por otra parte, en el siglo III, la Iglesia de Alejandría, de hondas y mutuas relaciones con la sede romana, vivía una semana de ayuno previo a las fiestas pascuales.
En el siglo IV se consolida la estructura cuaresmal de cuarenta días
De todos modos, como en otros ámbitos de la vida de la Iglesia, habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar los primeros atisbos de una estructura orgánica de este tiempo litúrgico. Sin embargo, mientras en esta época aparece ya consolidada en casi todas las Iglesias la institución de la cuaresma de cuarenta días, el período de preparación pascual se circunscribía en Roma a tres semanas de ayuno diario, excepto sábados y domingos. Este ayuno prepascual de tres semanas se mantuvo poco tiempo en vigor, pues a finales del siglo IV, la Urbe conocía ya la estructura cuaresmal de cuarenta días.
El período cuaresmal de seis semanas de duración nació probablemente vinculado a la práctica penitencial: los penitentes comenzaban su preparación más intensa el sexto domingo antes de Pascua y vivían un ayuno prolongado hasta el día de la reconciliación, que acaecía durante la asamblea eucarística del Jueves Santo. Como este período de penitencia duraba cuarenta días, recibió el nombre de Quadragesima o Cuaresma.
¿Por qué inicia un miércoles?
Cuando en el siglo IV, se fijó la duración de la Cuaresma en 40 días, ésta comenzaba 6 semanas antes de la Pascua, en domingo, el llamado domingo de «cuadragésima». Pero en los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal. Y aquí surgió un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en día domingo por ser «día de fiesta», la celebración del día del Señor. Entonces, se movió el comienzo de la Cuaresma al miércoles previo al primer domingo de ese tiempo litúrgico como medio de compensar los domingos y días en los que se rompía el ayuno.
Dicho miércoles, los penitentes, por la imposición de la ceniza, ingresaban en el orden que regulaba la penitencia canónica. Cuando la institución penitencial desapareció, el rito se extendió a toda la comunidad cristiana: este es el origen del Miércoles de Ceniza o «Feria IV anerum».
¿Por qué la ceniza?
La imposición de cenizas marca el inicio de la cuaresma en la que los cristianos católicos nos preparamos para celebrar la Pascua con cuarenta días de austeridad, a semejanza de la cuarentena de Cristo en el desierto, también la de Moisés y Elías.
Las cenizas nos recuerdan:
- El origen del hombre: «Dios formó al hombre con polvo de la tierra» (Gen 2,7).
- El fin del hombre: «hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho» (Gn 3,19).
- Dice Abrahán: «Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor» (Gn 18,27).
- «todos expiran y al polvo retornan» (Sal 104,29)
La raíz de la palabra «humildad» es «humus» (tierra). La ceniza es un signo de humildad, nos recuerda lo que somos.
Las cenizas, como polvo, son un signo muy elocuente de la fragilidad, del pecado y de la mortalidad del hombre, y al recibirlas se reconoce su limitación; riqueza, ciencia, gloria, poder, títulos, dignidades, de nada nos sirven.
En el Antiguo Testamento la ceniza simboliza dolor y penitencia que era practicada para reflejar el arrepentimiento por los pecados cometidos:
- «Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.» (Job 42,6)
- «Ellos harán oír su clamor a causa de ti, y gritarán amargamente. Se cubrirán la cabeza de polvo y se revolcarán en la ceniza.» (Ez 27,30)
- «Un hombre de Benjamín escapó del frente de batalla y llegó a Silo ese mismo día, con la ropa desgarrada y la cabeza cubierta de polvo.» (1 Sam 4, 12)
- «Al tercer día, llegó un hombre del campamento de Saúl, con la ropa hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. Cuando se presentó ante David, cayó con el rostro en tierra y se postró.» (2 Sam 1, 2)
- «¡Cíñete un cilicio, hija de mi pueblo, y revuélcate en la ceniza, llora como por un hijo único, entona un lamento lleno de amargura! Porque en un instante llega sobre nosotros el devastador.» (Jer 6, 26)
- «Gemid, pastores, y clamad; revolcaos en ceniza , mayorales del rebaño; porque se han cumplido los días de vuestra matanza y de vuestra dispersión, y caeréis como vaso precioso.» (Jer 25, 34)
- «En tierra están sentados, en silencio, los ancianos de la hija de Sion. Han echado polvo sobre sus cabezas, se han ceñido de cilicio. Han inclinado a tierra sus cabezas las vírgenes de Jerusalén.» (Lam 2, 10)
- «Cuando llegó la noticia al rey de Nínive, se levantó de su trono, se despojó de su manto, se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza.» (Jonas 3, 6)
- «Cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y ceniza, y salió por la ciudad, lamentándose con grande y amargo clamor.» (Ester 4, 1)
El mismo Señor Jesús declara que si la buena nueva es proclamada, lo es para que nos arrepintamos y convirtamos al Único y Verdadero Dios, a Él que es el CAMINO, VERDAD Y VIDA:
¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron en vosotras se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido en cilicio y ceniza. (Mt 11, 21; Lc 10,13)
La costumbre de imponer la ceniza se practica en la Iglesia desde sus orígenes. En la tradición judía, el símbolo de rociarse la cabeza con cenizas manifestaba el arrepentimiento y la voluntad de convertirse: la ceniza es signo de la fragilidad del hombre y de la brevedad de la vida.
Al inicio del cristianismo se imponía la ceniza especialmente a los penitentes, pecadores públicos que se preparaban durante la cuaresma para recibir la reconciliación. Vestían hábito penitencial y ellos mismos se imponían cenizas antes de presentarse a la comunidad. En los tiempos medievales se comienza a imponer la ceniza a todos los fieles cristianos con motivo del Miércoles de Ceniza, significando así que todos somos pecadores y necesitamos conversión. La cuaresma es para todos.
Las cenizas se obtienen al quemar las palmas (en general de olivo) que se bendijeron el anterior Domingo de Ramos. Se debe aclarar que no tendría sentido recibir las cenizas si el corazón no se dispone a la humildad y la conversión que representan.
Como se imparten las cenizas
La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar en la misa, después de la homilía. En circunstancias especiales, por ejemplo, cuando no hay sacerdote, se puede hacer sin misa, pero siempre dentro de una celebración de la Palabra.
Las cenizas son impuestas en la frente del fiel, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras Bíblicas: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás», o «Conviértete y cree en el Evangelio».
Las cenizas son un sacramental. Estos no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia los sacramentales «preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella» Catecismo (1670 ss.).
¿Y por qué cuarenta días?
El significado teológico de la Cuaresma es muy rico. Su estructura de cuarentena conlleva un enfoque doctrinal peculiar.
En efecto, cuando el ayuno se limitaba a dos días -o una semana a lo sumo-, esta praxis litúrgica podía justificarse simplemente por la tristeza de la Iglesia ante la ausencia del Esposo, o por el clima de ansiosa espera; mientras que el ayuno cuaresmal supone desde el principio unas connotaciones propias, impuestas por el significado simbólico del número cuarenta.
En primer lugar, no debe pasarse por alto que toda la tradición occidental inicia la Cuaresma con la lectura del evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto: el período cuaresmal constituye, pues, una experiencia de desierto, que al igual que en el caso del Señor, se prolonga durante cuarenta días.
En la Cuaresma, la Iglesia vive un combate espiritual intenso, como tiempo de ayuno y de prueba. Así lo manifiestan también los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel por el Sinaí.
Otros simbolismos enriquecen el número cuarenta, como se advierte en el Antiguo y Nuevo Testamento. Así, la cuarentena evoca la idea de preparación: cuarenta días de Moisés y Elías previos al encuentro de Yahveh; cuarenta días empleados por Jonás para alcanzar la penitencia y el perdón; cuarenta días de ayuno de Jesús antes del comienzo de su ministerio público. La Cuaresma es un período de preparación para la celebración de las solemnidades pascuales: iniciación cristiana y reconciliación de los penitentes.
Por último, la tradición cristiana ha interpretado también el número cuarenta como expresión del tiempo de la vida presente, anticipo del mundo futuro. El Concilio Vaticano II(cfr. SC 109) ha señalado que la Cuaresma posee una doble dimensión, bautismal y penitencial, y ha subrayado su carácter de tiempo de preparación para la Pascua en un clima de atenta escucha a la Palabra de Dios y oración incesante.
El período cuaresmal concluye la mañana del Jueves Santo con la Misa Crismal -Missa Chrismalis- que el obispo concelebra con sus presbíteros. Esta Misa manifiesta la comunión del obispo y sus presbíteros en el único e idéntico sacerdocio y ministerio de Cristo. Durante la celebración se bendicen, además, los santos óleos y se consagra el crisma.
En resumen, el tiempo de Cuaresma se extiende desde el miércoles de Ceniza hasta la Misa de la cena del Señor exclusive. El miércoles de Ceniza es día de ayuno y abstinencia; los viernes de Cuaresma se observa la abstinencia de carne. El Viernes Santo también se viven el ayuno y la abstinencia.
¿Cómo se fija la fecha de la Pascua?
Para el cálculo hay que establecer unas premisas iniciales:
- La Pascua ha de caer en domingo.
- Este domingo ha de ser el siguiente al plenilunio pascual (la primera luna llena de la primavera boreal). Si esta fecha cayese en domingo, la Pascua se trasladará al domingo siguiente para evitar la coincidencia con la Pascua judía.
- La luna pascual es aquella cuyo plenilunio tiene lugar en el equinoccio de primavera (vernal) del hemisferio norte (de otoño en el sur) o inmediatamente después.
- Este equinoccio tiene lugar el 20 o 21 de marzo.
- Se llama epacta a la edad lunar. En concreto interesa para este cálculo la epacta del año, la diferencia en días que el año solar excede al año lunar. O dicho más fácilmente, el día del ciclo lunar en que está la Luna el 1 de enero del año cuya Pascua se quiere calcular. Este número -como es lógico- varía entre 0 y 29.
Es un cálculo complejo, que mejor se lo dejamos a los expertos.
Ruperto, el santo que dio nombre a Salzburgo
Este misionero de Baviera generó riqueza para todos con la explotación de la sal y evangelizó en el área del Danubio
San Ruperto de Worm (o san Ruperto de Salzburgo) procedía de una importante familia noble del medio y alto Rhin. Un antepasado suyo fue san Ruperto de Bingen.
Junto con otros misioneros, llegó a Baviera en el año 697. Se presentó al duque Teodo, que era pagano, y le pidió permiso para evangelizar.
Teodo accedió y Ruperto hizo un intenso trabajo de cristianización en el área del río Danubio. Fue obispo de Worm.
Sus sermones lograban conversiones y se produjeron curaciones milagrosas que hicieron crecer su fama.
Puso el nombre de Salzburgo a la ciudad que luego sería famosa por ser donde nació y murió Mozart. Allí hizo construir ocho edificios para obras religiosas y varios templos.
San Ruperto intuyó las posibilidades de progreso material de la gente de la zona gracias a las fuentes de agua salada que había.
Hizo que se explotaran para obtener la sal, que era una materia prima valorada, y logró generar riqueza, además de los bienes espirituales que aportaba como evangelizador.
Santo patrón
San Ruperto es patrono de Salzburgo.
Oración
Dios y Señor nuestro, que con tu amor a tus hijos quisiste que san Ruperto anunciara a los pueblos la gran riqueza que es Cristo:
Permítenos, por su intercesión, crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y vivir siempre según las enseñanzas del Evangelio, fructificando con toda clase de buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.