– Psalm 50 –
Mercy, my God, for your goodness;
by your immense compassion erase my guilt;
completely wash away my crime,
cleanse my sin.
Well, I admit my guilt
I always keep my sin in mind:
against you, against you alone I sinned,
I did the evil that you hate.
In the sentence you will be right,
your righteousness will shine in judgment.
Look, that in guilt I was born,
a sinner my mother conceived me.
You like a sincere heart
and inside you instill wisdom in me.
Sprinkle me with the hyssop: I will be clean;
wash me I’ll be whiter than snow.
Let me hear the joy and happiness,
let the broken bones rejoice.
Turn your sight away from my sin,
erase all guilt in me.
Oh God, create in me a pure heart,
renew me inside with a firm spirit;
don’t throw me away from your face,
don’t take your holy spirit from me.
Give me back the joy of your salvation,
secure me with a generous spirit:
I will teach the wicked your ways,
sinners will return to you.
Deliver me from the blood, oh God,
God my savior!
and my tongue will sing of your righteousness.
Lord, you will open my lips,
and my mouth will proclaim your praise.
Sacrifices don’t satisfy you;
If I offered you a burnt offering, you wouldn’t want it.
My sacrifice is a broken spirit:
a broken and humbled heart
you don’t despise it.
Lord, by your goodness, favor Zion,
he rebuilds the walls of Jerusalem:
then you will accept the ritual sacrifices,
offerings and burnt offerings,
young bulls will be sacrificed on your altar.
Glory to the Father, and to the Son, and to the Holy Spirit.
As it was in the beginning, now and forever,
forever and ever. Amen.
Ant. 1 A broken and humbled heart,
You don’t despise it, Lord.
El agua de la Epifanía es una poderosa arma contra Satán
El ritual romano proporciona una fuerte bendición del agua de la Epifanía que expulsa a todos los espíritus malignos
Mientras que la fiesta de la Epifanía en el Rito Romano se centra principalmente en la visita de los Reyes Magos, históricamente se centró más en el bautismo de Jesucristo en el río Jordán.
Por esta razón, se desarrolló una bendición especial del agua de la Epifanía en memoria de Jesús santificando las aguas del Bautismo.
Esta bendición del agua en la Epifanía fue mantenida por los católicos orientales. Pero los católicos romanos también tienen una ceremonia opcional, que fue aprobada en 1890, que rinde homenaje a esta tradición.
Limpieza espiritual con agua
Sin embargo, esta bendición pone menos énfasis en la conmemoración del bautismo de Jesús y más en la naturaleza simbólica del agua como agente de limpieza.
De esta manera, la bendición del agua de la Epifanía en el Rito Romano se usa para expulsar a Satanás y a todos sus ángeles demoníacos.
Es una bendición poderosa, una que usa un lenguaje fuerte para invocar el poder de Dios sobre el mal. Nos recuerda el poder espiritual del agua bendita y nos anima a usarla con fe, confiando en la ayuda protectora de Dios sobre nuestros enemigos espirituales.
Aquí hay un extracto de la oración, que es bastante larga.
«La eterna Palabra de Dios te manda»
En el nombre de nuestro Señor Jesús + Cristo y por su poder, te expulsamos, cada espíritu inmundo, cada poder diabólico, cada asalto del adversario infernal, cada legión, cada grupo diabólico y secta; vete y mantente alejado de la Iglesia de Dios, de todos los que están hechos a imagen de Dios y redimidos por la preciosa sangre del divino + Cordero. Nunca más te atrevas, astuta serpiente, a engañar a la raza humana, a perseguir a la Iglesia de Dios, ni a golpear a los elegidos de Dios y a tamizarlos como + trigo. Porque es el Dios Altísimo quien te ordena, + A quien hasta ahora en tu gran orgullo te considerabas igual; El que desea que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios el Padre + te lo ordena. Dios el Hijo + te lo ordena. Dios el Espíritu Santo + te lo ordena. La majestad de Cristo, la eterna Palabra de Dios hecha carne + te manda …
«Deja de engañar»
Por lo tanto, maldito dragón y toda legión diabólica, te conjuramos por el Dios vivo +, por el Dios verdadero +, por el Dios santo +, por el Dios que tanto amó al mundo que Él dio a Su Hijo unigénito, el que cree en Él no perecerá, sino que tendrá vida eterna; deja de engañar a la raza humana y de darle de beber del veneno de la condenación eterna; desiste de dañar a la Iglesia y de trabar su libertad. Vete Satanás, tú, padre y maestro de mentiras y enemigo de la humanidad. Dale lugar a Cristo en quien no encontraste ninguna de tus obras; da lugar a la Iglesia una, santa, católica y apostólica, que Cristo mismo compró con Su sangre. Que seas abatido bajo la poderosa mano de Dios. Que tiembles y huyas mientras invocamos el santo y asombroso nombre de Jesús, ante quien tiembla el infierno …
Gúdula, Santa
Patrona de Bruselas, 8 de enero
Virgen
Martirologio Romano: En Moorsel, en la región de Brabante (hoy Bélgica), santa Gúdula, virgen, que desde su casa se dedicó enteramente a practicar la caridad y la oración († c. 712).
Breve Biografía
Todos los visitantes de Bruselas conocen su catedral, dedicada a esta virgen que es también patrona de la ciudad, pero fuera de Bélgica es muy poco conocida, y a muchos su nombre les sonará a extraño y bárbaro, como la oscura y lejana época en que vivió.
Según una biografía de la santa, escrita en 1047, Santa Gúdula nació en el seno de una aristocrática familia franca: su padre era Witger, duque de Lorena, y Su madre, Santa Amalberga. La Santa vino al mundo en el año 650, en Brabante (Pagus Brachatensis), región situada en la parte central de la actual Bélgica. Su indecisa silueta aparece en medio de una constelación familiar de santos: como hemos dicho, era hija de santa Amalberga, además: ahijada de santa Gertrudis de Nivelle y hermana de san Aldeberto y santa Reinalda.
Santa Gúdula se educó en el convento de Nivelle bajo la tutela de su santa madrina. Muerta Santa Gertrudis en 659, volvióse Gúdula a la casa paterna. Según unos, vivió recluida en el oratorio de San Salvador de Moorsel, a pocas millas de su pueblo natal. Según otros, permaneció en casa de sus padres, llevando una vida extraordinaria de piedad y recogimiento.
Cuenta la leyenda que le gustaba a Santa Gúdula dirigirse todas las mañanas antes de la aurora a la capillita de madera dedicada a San Salvador, en Moorsel, y que un día el demonio, furioso de verla tan devota; le apagó la linterna que llevaba en la mano. Gúdula se puso en oración, arrodillada en el barro, y la lámpara volvió a encenderse milagrosamente. Esta leyenda ha dado lugar al distintivo iconográfico de la Santa: una linterna, a veces reemplazada por un cirio, que la Santa lleva en la mano, mientras el demonio da señales de rabia a sus pies y un ángel lateral enciende de nuevo el cirio.
Hubert, el antiguo cronista de Lobbes, nos presenta a Santa Gúdula como una mujer consagrada en cuerpo y alma al socorro del prójimo. Volviendo un día de la capilla de Moorsel, encontró a una pobre mujer que llevaba en brazos un niño de diez años paralítico de pies y manos. Gúdula lo tomó en sus manos. lo acarició y rogó fervorosamente a Aquel que dijo: «Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre os lo concederá» Inmediatamente el niño se sintió curado y comenzó a dar saltos de alegría. En otra ocasión vino a su encuentro una leprosa llamada Emenfreda. La Santa examinó sus llagas, la consoló con dulces pensamientos y después la curo. La noticia de estos prodigios se extendió rápidamente por toda la región. Y una multitud de desgraciados acudía a ella en busca de socorro.
Tras breve enfermedad Gúdula murió, probablemente el 8 de enero de 712. Hubert nos describe la desolación de las pobres gentes de la comarca que estaban acostumbradas a ver en ella una especie de hada protectora. Y nos transmite las grandes alabanzas que las gentes hicieron de la Santa con motivo de su muerte. Fue enterrada en Vilvoorde.
Después de algún tiempo fue trasladado el cuerpo de Santa Gúdula a Moorsel, donde se estableció un monasterio de religiosas que duró poco tiempo. Más tarde sus restos mortales fueron confiados a Carlos de Francia, hijo de Luis, duque de la Baja Lorena. Probablemente en 977. Durante unos sesenta años el cuerpo de Santa Gúdula reposó en la iglesia de San Géry de Bruselas, entonces simple capilla castrense, construida junto a la residencia condal. Por fin, el conde de Lovaina, Lamberto II, hizo trasladar en 1047 el precioso depósito a la iglesia de Molemberg, dedicada a San Miguel, que fue probablemente la primera parroquia de Bruselas y que después cambió su nombre por el de Santa Gúdula. Al mismo tiempo el príncipe erigió allí un capítulo. Una antigua nota, que se conserva en los Archivos Generales del Reino de Bruselas, relata la historia de esta fundación.
El martirologio romano celebra la fiesta de Santa Gúdula el 8 de enero, mientras que en la archidiócesis de Malinas y en la diócesis de Gante se celebra el 19 del mismo mes.
Una petición difícil
Santo Evangelio según Juan 3, 22-30. Sábado después de Epifanía
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Que en estos días ordinarios de mi vida pueda yo, Señor, continuar amándote con mi pequeña entrega de amor. Especialmente ahora, que me dispongo para hablar contigo, concédeme la gracia de no desear nada más que encontrarte a ti…
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según Juan 3, 22-30
En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a Judea y permaneció allí con ellos, bautizando. También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, porque ahí había agua abundante. La gente acudía y se bautizaba, pues Juan no había sido encarcelado todavía.
Surgió entonces una disputa entre algunos de los discípulos de Juan y unos judíos, acerca de la purificación. Los discípulos fueron a decirle a Juan: “Mira, maestro, aquel que estaba contigo en la otra orilla del Jordán y del que tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos acuden a él”.
Contestó Juan: “Nadie puede apropiarse nada, si no le ha sido dado del cielo. Ustedes mismos son testigos de que yo dije: ‘Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido enviado delante de él’. En una boda, el que tiene a esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que lo acompaña y lo oye hablar, se alegra mucho de oír su voz. Así también yo me lleno ahora de alegría. Es necesario que él crezca y que yo venga a menos”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Es evidente que este Evangelio nos ofrece una invitación no muy agradable a primera vista: el desprendimiento… especialmente ése que incluye la renuncia de nosotros mismos.
Cuando los discípulos de Juan se muestran sorprendidos al ver que Jesús acapara toda la «fama», el profeta les recuerda con toda verdad que los amigos no pueden hacer más que alegrarse por los bienes del otro, aunque esto signifique permitir que mi buena imagen pierda fuerza, y que ese amigo. que tanto estimo. ya no pueda compartir tantos momentos conmigo a causa de su compromiso con la novia… En esta cortísima parábola del novio, la novia y el amigo, cada uno de nosotros puede reemplazar a los protagonistas por las situaciones concretas del día a día: el trabajo, los estudios, el matrimonio, la vida social y familiar… ¡Cuántas oportunidades tenemos para imitar a Juan, permitiendo que otros crezcan y que yo disminuya! ¡Éste es el verdadero desprendimiento de nuestra inmensa soberbia!
Aunque… este Evangelio no solo nos invita a vivir situaciones difíciles, sino que nos recuerda algo tan fácil y sencillo como la gratitud, herramienta principal para alcanzar la humildad, escudo contra la espada de la soberbia: «Nadie puede tomarse algo para sí, si no se lo dan desde el cielo».
«Cuánta alegría y consuelo nos dan las palabras de san Juan que hemos escuchado: es tal el amor que Dios nos tiene, que nos hizo sus hijos, y, cuando podamos verlo cara a cara, descubriremos aún más la grandeza de su amor. No sólo eso. El amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos. Es un amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos obstáculos que nosotros, por el contrario, solemos poner a una persona, por temor a que nos quite nuestra libertad». (Homilía de S.S. Francisco, 9 de marzo de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Poner especial atención a los signos de amor de Dios en este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
La mejor oración de una esposa por su esposo y viceversa
La mejor de una oración de una esposa por su esposo y viceversa a partir de mi primera experiencia de un taller de oración para matrimonios.
Este fin de semana tuve el primer taller de oración para matrimonios. Salí lleno de gratitud. El Espíritu Santo estuvo presente y activo en todo momento, pero el sábado por la tarde lo hizo de manera especial.
Hicimos una procesión eucarística meditando en el camino de la vida como peregrinación al cielo y, de altar en altar, fuimos agradeciendo a Dios los dones que nos ha dado para alcanzarlo.
En el primer altar cada uno agradeció el don de su esposo o esposa.
En el segundo, el don de sus hijos.
En el tercero, el don de los amigos.
En el cuarto, el don de Cristo Buen Pastor.
Y en el quinto, el don de la Virgen María, en cuyos brazos nos abandonamos y ponemos nuestra confianza. No vamos solos por el camino.
Al final, las parejas renovaron sus promesas matrimoniales. Cuando vi el amor, la convicción y la emoción con que lo hacían, di muchas gracias a Dios al palpar de cerca la belleza del amor esponsal.
Misericordia: amor sin condiciones
Mientras pasaba cada matrimonio ante Cristo Eucaristía para renovar sus promesas, pensaba en la historia que había detrás de cada uno de ellos: donación mutua, hijos, alegrías, sufrimiento, virtudes, pasiones, miseria, perdón, misericordia… Cuando confirmaban el uno al otro su fidelidad y entrega sin límites hasta la muerte, pude tocar la grandeza de la misericordia. Seguramente subirían al altar cargando heridas y dolor, pero el amor era más fuerte y prevaleció el amor.
La pregunta de si el otro lo merecía, de inmediato quedaba desplazada por la misericordia: la misericordia es el amor a quien no lo merece. Es amor sin condiciones, hasta el extremo.
«Así adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor. La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial, acaba con esta frase: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano». Allí es, en efecto, en el fondo «del corazón» donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.» (Catecismo de la Iglesia Católica 2843)
Oración para las parejas casadas
Al ver los retos tan grandes que les planteaba su vocación como esposos y padres, comprendí que una gran forma de oración de las personas casadas es la oración de intercesión y les sugerí que en adelante se propusieran rezar todos los días esta oración el uno por el otro:
Señor, te lo suplico, concede a mi esposo(a) (decir en voz alta el nombre), la gracia de hacer la experiencia de tu amor, y que al final de su vida alcance la salvación eterna.
María, pongo esta intención en tus manos.
¿Se le puede desear algo mejor a la persona que más amas?
Yo creo que ésta es una oración muy poderosa. Una oración que renueva cada día el amor esponsal, que cambia la herida en compasión y que, no me cabe la menor duda, Dios escucha complacido.
No ceder a las obligaciones financieras, el bien común es la prioridad
Audiencia del Papa Francisco con empresarios procedentes de Francia.
Llamándolos “queridos amigos” el Santo Padre dio su bienvenida, después de mediodía en la Sala Clementina del Palacio Apostólico y tras pedir disculpas por su retraso, a una delegación de noventa empresarios de Francia con motivo de su peregrinación a Roma sobre el tema del “bien común”. Tras agradecer las palabras del arzobispo Dominique Rey, obispo de Fréjus-Toulon que acompaña a este grupo, el Papa dijo que le parece muy bello y valeroso que, “en el mundo actual, a menudo marcado por el individualismo, la indiferencia e incluso la marginación de las personas más vulnerables, algunos empresarios y líderes empresariales tengan en su corazón el servicio de todos y no sólo de los intereses privados o de los círculos restringidos”.
Francisco aprovechó la ocasión para compartir algunas enseñanzas del Evangelio a fin de “ayudarlos a desarrollar su papel de líderes según el corazón de Dios”.
Ideal y realidad
Tomando dos binomios, dos pares de conceptos “que parecen estar siempre en tensión, pero que el cristiano, ayudado por la gracia, puede unificar en su propia vida”, el Pontífice se refirió a los temas de: “ideal y realidad; autoridad y servicio”.
Relatando que hace unos días evocaba ese «choque” que todo cristiano experimenta a menudo “entre el ideal que sueña y la realidad que encuentra”, el Papa, refiriéndose a la Virgen María – quien se vio “obligada a dar a luz al Hijo de Dios en la pobreza de un establo” – aludió glosando su homilía del primer día del año dijo: “Esperamos que todo vaya bien y después llega un problema inesperado, como un rayo. Y se produce un choque doloroso entre las expectativas y la realidad». Por lo tanto:
“La búsqueda del bien común es para ustedes un motivo de preocupación, un ideal en el marco de sus responsabilidades profesionales. Por lo tanto, el bien común es ciertamente un elemento determinante en su discernimiento y de sus elecciones como como dirigentes, pero debe ajustarse a las obligaciones impuestas por los sistemas económicos y financieros vigentes, que a menudo no tienen en cuenta los principios evangélicos de la justicia social y de la caridad”.
De ahí que el Papa haya dicho que se imagina que su tarea les pese, y que su conciencia “entre en conflicto” cuando el ideal de justicia y de bien común que querrían alcanzar no ha podido realizarse, y que “la dura realidad” se les presente como una “falta, un retroceso, un remordimiento, un choque”. Por esta razón afirmó Francisco”
“Es importante que puedan superar esto y vivirlo con fe, para poder perseverar y no desanimarse”.
De hecho, María, prosiguió diciendo el Pontífice, ante el «escándalo del pesebre», no se desanimó ni rebeló, sino que “reaccionó custodiando y meditando en su corazón, demostrando una fe adulta, que se fortalece con la prueba”.
Autoridad y servicio
El segundo binomio al que se refirió el Obispo de Roma fue el de “autoridad y servicio”. En este punto el Papa recordó que “la misión del dirigente cristiano se asemeja, en muchos aspectos, a la del pastor, del que Jesús es el modelo, y que sabe ir delante del rebaño para indicar el camino, sabe estar en el medio para ver lo que ocurre allí, y también sabe estar detrás, para asegurarse de que nadie pierde el contacto”.
Olor a oveja
El Papa destacó que a menudo exhortpo a los sacerdotes y a los obispos a tener “el olor de las ovejas, a sumergirse en la realidad de cuantos les han sido encomendados, conocerlos, hacerse cercanos a ellos. ¡Creo que este consejo también se aplica a ustedes!”, les dijo. Y añadió:
“Por lo tanto, los animo a estar cerca de quienes colaboran con ustedes a todos los niveles: a interesarse por sus vidas, a darse cuenta de sus dificultades, de los sufrimientos, de las inquietudes, pero también de sus alegrías, de los proyectos y de las esperanzas”.
Cada parte del cuerpo es importante
«Ejercer la autoridad como un servicio requiere compartirla», subrayó el Papa. «Están invitados – les dijo – a poner en práctica la subsidiariedad con la que se valora la autonomía y la capacidad de iniciativa de todos, especialmente de los últimos», porque todas las partes de un cuerpo son necesarias, incluso las que parecen «más débiles y menos importantes». Así, «el dirigente cristiano está llamado a considerar con atención el lugar asignado a todas las personas de su empresa, incluidas aquellas cuyas funciones podrían parecer de menor importancia».
“Incluso si el ejercicio de la autoridad requiere tomar decisiones valerosas, y a veces en primera persona, la subsidiariedad permite que cada uno dar lo mejor de sí mismo, sentirse partícipe, asumir su parte de responsabilidad y contribuir así al bien del conjunto”.
De ahí la exhortación final del Pontífice a «mantener la mirada fija en Jesucristo» con «la oferta del trabajo diario» y a no dudar a «invocar al Espíritu Santo para que guíe sus decisiones». Francisco se despidió con su bendición y pidiéndoles que, por favor, no se olviden de rezar por él.
¿Servir a dos señores?
El amor a Dios, y el amor al dinero, no pueden darse juntos
Nadie puede agradar, a la vez, a dos personas con gustos distintos, con maneras distintas de ser o de ver las cosas; e, incluso con criterios distintos.
En el Evangelio escuchamos a Jesús que dice: “Nadie puede servir a dos señores: porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien, se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero”. (Mt. 6, 24)
Esos dos señores a los que no se les puede servir a la vez, según Jesús, son: Dios y el dinero. El amor a Dios, y el amor al dinero, no pueden darse juntos. Igualmente no se puede servir al mundo (entendido como lo mundanal) y a Dios. Tampoco se puede servir a nuestro propio orgullo y a Dios. Y tantas otras cosas que no son compatibles con el servicio a Dios.
Dios es uno, y no se le puede adorar juntamente con otros “dioses”. Los humanos (la mayoría) tenemos diversos dioses. A veces, nosotros mismos nos endiosamos, y quitamos parte de lo que le pertenece al único Dios. Hay muchas cosas que las convertimos en “dioses”; que las preferimos al Dios verdadero; que ocupan en nuestra vida un valor más importante; y que acaparan nuestro corazón, nuestros deseos. Y desplazamos al único Dios que debiera ocupar todo el espacio del corazón, de la inteligencia, de los sentimientos, y de toda la vida.
Cuando el tener y el poseer son prioritarios en nosotros, empezamos a tener “un señor” al cual acabamos sirviendo, porque nos recompensa materialmente. Y acaba esclavizándonos, y separándonos del Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; el Dios de Jesucristo.
Quisiéramos jugar en la vida con dos barajas, que nos asegurasen siempre el ganar. Tener varios dioses, incluso teniendo al otro Dios, de reserva, para cuando hiciese falta. Pero Dios no es un comodín, para cuando haga falta usarlo. Eso sería manipulación; y al verdadero Dios no se le puede manipular. No es intercambiable como los cromos de nuestra niñez.
La finalidad de Dios para con nosotros, y la de los dioses creados a nuestro antojo, es totalmente distinta y opuesta. Y, aunque las apariencias engañan, podemos decir que solo el verdadero y único Dios puede hacernos felices en esta vida y en la otra.
Si te dejas llevar de los caprichos, de las luces de fantasía del mundo, del placer o de la comodidad, harás acopio de muchos dioses, que van a satisfacer tus apetitos, pero no crean paz ni felicidad. Todo es pasajero, dura lo que los fuegos de artificio. Y después, tu espíritu queda en soledad, porque nada puede llenar tu corazón.
El gran santo, Agustín de Hipona, decía: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti”.
Dios es como un gran imán, que atrae todas las partículas metálicas, que somos nosotros. Y sería “contra natura”, que las partículas no se sintiesen atraídas.
Para ser libres
El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad
Por: SS Juan Pablo II | Fuente: Veritatis splendor
Capitulo III – «Para no desvirtuar la cruz de Cristo» (1 Cor 1,17)
El bien moral para la vida de la Iglesia y del mundo «Para ser libres nos libertó Cristo» (Ga 5, 1)
84. La cuestión fundamental que las teorías morales recordadas antes plantean con particular intensidad es la relación entre la libertad del hombre y la ley de Dios, es decir, la cuestión de la relación entre libertad y verdad.
Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia «solamente la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad» 136.
La confrontación entre la posición de la Iglesia y la situación social y cultural actual muestra inmediatamente la urgencia de que precisamente sobre tal cuestión fundamental se desarrolle una intensa acción pastoral por parte de la Iglesia misma: «La cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre Verdad-Bien-Libertad y, por tanto, volver a conducir al hombre a redescubrirlo es hoy una de las exigencias propias de la misión de la Iglesia, por la salvación del mundo. La pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?», emerge también hoy desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va. Y así asistimos no pocas veces al pavoroso precipitarse de la persona humana en situaciones de autodestrucción progresiva. De prestar oído a ciertas voces, parece que no se debiera ya reconocer el carácter absoluto indestructible de ningún valor moral. Está ante los ojos de todos el desprecio de la vida humana ya concebida y aún no nacida; la violación permanente de derechos fundamentales de la persona; la inicua destrucción de bienes necesarios para una vida meramente humana. Y lo que es aún más grave: el hombre ya no está convencido de que sólo en la verdad puede encontrar la salvación. La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo. Este relativismo se traduce, en el campo teológico, en desconfianza en la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral. A lo que la ley moral prescribe se contraponen las llamadas situaciones concretas, no considerando ya, en definitiva, que la ley de Dios es siempre el único verdadero bien del hombre» 137.
85. La obra de discernimiento de estas teorías éticas por parte de la Iglesia no se reduce a su denuncia o a su rechazo, sino que trata de guiar con gran amor a todos los fieles en la formación de una conciencia moral que juzgue y lleve a decisiones según verdad, como exhorta el apóstol Pablo: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12, 2). Esta obra de la Iglesia encuentra su punto de apoyo —su secreto formativo— no tanto en los enunciados doctrinales y en las exhortaciones pastorales a la vigilancia, cuanto en tener la «mirada» fija en el Señor Jesús. La Iglesia cada día mira con incansable amor a Cristo, plenamente consciente de que sólo en él está la respuesta verdadera y definitiva al problema moral.
Concretamente, en Jesús crucificado la Iglesia encuentra la respuesta al interrogante que atormenta hoy a tantos hombres: cómo puede la obediencia a las normas morales universales e inmutables respetar la unicidad e irrepetibilidad de la persona y no atentar a su libertad y dignidad. La Iglesia hace suya la conciencia que el apóstol Pablo tenía de la misión recibida: «Me envió Cristo… a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo…; nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1, 17. 23-24). Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total de sí y llama a los discípulos a tomar parte en su misma libertad.
86. La reflexión racional y la experiencia cotidiana demuestran la debilidad que marca la libertad del hombre. Es libertad real, pero contingente. No tiene su origen absoluto e incondicionado en sí misma, sino en la existencia en la que se encuentra y para la cual representa, al mismo tiempo, un límite y una posibilidad. Es la libertad de una criatura, o sea, una libertad donada, que se ha de acoger como un germen y hacer madurar con responsabilidad. Es parte constitutiva de la imagen creatural, que fundamenta la dignidad de la persona, en la cual aparece la vocación originaria con la que el Creador llama al hombre al verdadero Bien, y más aún, por la revelación de Cristo, a entrar en amistad con él, participando de su misma vida divina. Es, a la vez, inalienable autoposesión y apertura universal a cada ser existente, cuando sale de sí mismo hacia el conocimiento y el amor a los demás 138. La libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión.
La razón y la experiencia muestran no sólo la debilidad de la libertad humana, sino también su drama. El hombre descubre que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta apertura a la Verdad y al Bien, y que demasiado frecuentemente, prefiere, de hecho, escoger bienes contingentes, limitados y efímeros. Más aún, dentro de los errores y opciones negativas, el hombre descubre el origen de una rebelión radical que lo lleva a rechazar la Verdad y el Bien para erigirse en principio absoluto de sí mismo: «Seréis como dioses» (Gn 3, 5). La libertad, pues, necesita ser liberada. Cristo es su libertador: «para ser libres nos libertó» él (Ga 5, 1).
87. Cristo manifiesta, ante todo, que el reconocimiento honesto y abierto de la verdad es condición para la auténtica libertad: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32) 139. Es la verdad la que hace libres ante el poder y da la fuerza del martirio. Al respecto dice Jesús ante Pilato: «Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). Así los verdaderos adoradores de Dios deben adorarlo «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). En virtud de esta adoración llegan a ser libres. Su relación con la verdad y la adoración de Dios se manifiesta en Jesucristo como la raíz más profunda de la libertad.
Jesús manifiesta, además, con su misma vida y no sólo con palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir, en el don de uno mismo. El que dice: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13), va libremente al encuentro de la Pasión (cf. Mt 26, 46), y en su obediencia al Padre en la cruz da la vida por todos los hombres (cf. Flp 2, 6-11). De este modo, la contemplación de Jesús crucificado es la vía maestra por la que la Iglesia debe caminar cada día si quiere comprender el pleno significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a Dios y a los hermanos. La comunión con el Señor resucitado es la fuente inagotable de la que la Iglesia se alimenta incesantemente para vivir en la libertad, darse y servir. San Agustín, al comentar el versículo 2 del salmo 100, «servid al Señor con alegría», dice: «En la casa del Señor libre es la esclavitud. Libre, ya que el servicio no le impone la necesidad, sino la caridad… La caridad te convierta en esclavo, así como la verdad te ha hecho libre… Al mismo tiempo tú eres esclavo y libre: esclavo, porque llegaste a serlo; libre, porque eres amado por Dios, tu creador… Eres esclavo del Señor y eres libre del Señor. ¡No busques una liberación que te lleve lejos de la casa de tu libertador!» 140.
De este modo, la Iglesia, y cada cristiano en ella, está llamado a participar de la función real de Cristo en la cruz (cf. Jn 12, 32), de la gracia y de la responsabilidad del Hijo del hombre, que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28) 141.
Por lo tanto, Jesús es la síntesis viviente y personal de la perfecta libertad en la obediencia total a la voluntad de Dios. Su carne crucificada es la plena revelación del vínculo indisoluble entre libertad y verdad, así como su resurrección de la muerte es la exaltación suprema de la fecundidad y de la fuerza salvífica de una libertad vivida en la verdad.
Caminar en la luz (cf. 1 Jn 1, 7)
88. La contraposición, más aún, la radical separación entre libertad y verdad es consecuencia, manifestación y realización de otra dicotomía más grave y nociva: la que se produce entre fe y moral.
Esta separación constituye una de las preocupaciones pastorales más agudas de la Iglesia en el presente proceso de secularismo, en el cual muchos hombres piensan y viven como si Dios no existiera. Nos encontramos ante una mentalidad que abarca —a menudo de manera profunda, vasta y capilar— las actitudes y los comportamientos de los mismos cristianos, cuya fe se debilita y pierde la propia originalidad de nuevo criterio de interpretación y actuación para la existencia personal, familiar y social. En realidad, los criterios de juicio y de elección seguidos por los mismos creyentes se presentan frecuentemente —en el contexto de una cultura ampliamente descristianizada— como extraños e incluso contrapuestos a los del Evangelio.
Es, pues, urgente que los cristianos descubran la novedad de su fe y su fuerza de juicio ante la cultura dominante e invadiente: «En otro tiempo fuisteis tinieblas —nos recuerda el apóstol Pablo—; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas… Mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos» (Ef 5, 8-11. 15-16; cf. 1 Ts 5, 4-8).
Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida. Pero, una palabra no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Ga 2, 20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos.
89. La fe tiene también un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente de vida; comporta y perfecciona la acogida y la observancia de los mandamientos divinos. Como dice el evangelista Juan, «Dios es Luz, en él no hay tinieblas alguna. Si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad… En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él» (1 Jn 1, 5-6; 2, 3-6).
A través de la vida moral la fe llega a ser confesión, no sólo ante Dios, sino también ante los hombres: se convierte en testimonio. «Vosotros sois la luz del mundo —dice Jesús—. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 14-16). Estas obras son sobre todo las de la caridad (cf. Mt 25, 31-46) y de la auténtica libertad, que se manifiesta y vive en el don de uno mismo. Hasta el don total de uno mismo, como hizo Cristo, que en la cruz «amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 25). El testimonio de Cristo es fuente, paradigma y auxilio para el testimonio del discípulo, llamado a seguir el mismo camino: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9, 23). La caridad, según las exigencias del radicalismo evangélico, puede llevar al creyente al testimonio supremo del martirio. Siguiendo el ejemplo de Jesús que muere en cruz, escribe Pablo a los cristianos de Efeso: «Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos y vivid en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5, 1-2).
Documento completo Encíclica Veritatis splendor
136. Discurso a los participantes en el Congreso internacional de teología moral (10 abril 1986), 1: Insegnamenti IX, 1 (1986), 970. regresar
137. Ibid., 2: l.c., 970-971.
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138. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 24. regresar
139. Cf. carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 12: AAS 71 (1979), 280-281. regresar
140. Enarratio in Psalmum XCIX, 7: CCL 39, 1397. regresar
141. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 36; cf. Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 21: AAS 71 (1979), 316-317. regresar
La mancha del pecado
Después de esto vamos a tratar de la mancha del pecado
Por: Santo Tomás de Aquino | Fuente: http://www.almudi.org/Recursospredicacion/STh.zip/b/c86.asp
CUESTIÓN 86
La mancha del pecado
Después de esto vamos a tratar de la mancha del pecado (cf. q.86 introd.) . Y acerca de ella se plantean dos problemas:
¿Es efecto del pecado la mancha del alma?
¿Permanece en el alma después del acto pecaminoso?
ARTíCULO 1
¿Produce el pecado alguna mancha en el alma?
Objeciones por las que parece que el pecado no produce mancha alguna en el alma:
1. La naturaleza superior no puede mancharse por el contacto con la naturaleza inferior: de ahi que el rayo solar no se manche por el contacto con los cuerpos fétidos, como dice Agustín en el libro Contra quinqué haereses . Pero el alma humana es de una naturaleza muy superior a la de las cosas mudables, hacia las cuales se vuelve al pecar. Luego por ellas no contrae mancha alguna pecando.
2. Además, el pecado está principalmente en la voluntad, según hemos dicho más arriba (q.74 a.1 y 2). Mas la voluntad está en la razón, como se dice en el libro III De anima . Y la razón o entendimiento no se mancha por la consideración de cualesquiera cosas, sino que más bien se perfecciona. Luego tampoco se mancha la voluntad.
3. Si el pecado produce una mancha, dicha mancha o es algo positivo o es mera privación. Si es algo positivo, no puede ser más que disposición o hábito; pues no parece que un acto pueda producir otra cosa. Pero no es disposición ni hábito; pues ocurre que, quitada la disposición o el hábito, permanece aún la mancha, como se ve por aquel que peca mortalmente por prodigalidad y luego cambia al hábito del vicio contrario, pecando mortalmente. Luego la mancha no pone algo positivo en el alma. Igualmente, tampoco es mera privación. Porque todos los pecados convienen por parte de la aversión y la privación de la gracia. Por consiguiente, se seguiría que la mancha de todos los pecados fuese idéntica. Luego la mancha no es efecto del pecado.
Contra esto: está lo que se dice a Salomón en Si 47, 22: Pusiste una mancha en tu gloria; y en Ef 5, 27: Para presentarse a sí mismo una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga. En ambos lugares se habla de la mancha del pecado. Luego la mancha es efecto del pecado.
Respondo: La mancha se dice propiamente de las cosas corpóreas, cuando un cuerpo limpio pierde su esplendor por el contacto con otro cuerpo, v. gr., el vestido, el oro, la plata u otro semejante. En las cosas espirituales se debe hablar de mancha por analogía con esta mancha. Ahora bien, el alma humana posee un doble esplendor: uno por el resplandor de la luz de la razón natural, por la cual se dirige en sus actos; y otro, por el resplandor de la luz divina, esto es, de la sabiduría y de la gracia, por la cual también el hombre se perfecciona para obrar bien y decorosamente. Mas hay como un cierto contacto del alma cuando se adhiere a algunas cosas por el amor. Pero cuando peca, se adhiere a algunas cosas contra la luz de la razón y de la ley divina, como es claro por lo dicho anteriormente (q.71 a.6). De ahí que metafóricamente se llama mancha del alma el mismo menoscabo de su esplendor, proveniente de tal contacto.
A las objeciones:
1. El alma no se mancha con las cosas inferiores por la fuerza de éstas, como si obraran ellas en el alma, sino más bien al contrario: el alma se mancha por su propia acción adhiriéndose a ellas desordenadamente contra la luz de la razón y de la ley divina.
2. La acción del entendimiento se realiza en cuanto que las cosas inteligibles están en él al modo del mismo entendimiento; y por ello el entendimiento no se infecciona con ellas, sino que más bien se perfecciona. Mas el acto de la voluntad consiste en el movimiento hacia las cosas mismas, de modo que el amor une al alma con la cosa amada. Por eso el alma se mancha cuando se adhiere desordenadamente, según aquello de Os 9, 10: Se han hecho abominables, como aquellas cosas que amaron.
3. La mancha no es algo positivo en el alma, ni significa mera privación; sino que significa cierta privación del esplendor del alma con respecto a su causa, que es el pecado. Y por eso diversos pecados aportan diversas manchas. Es algo parecido a la sombra, que es privación de luz por interposición de un cuerpo y según la diversidad de cuerpos interpuestos se diversifican las sombras.
ARTíCULO 2
¿Permanece la mancha en el alma después del acto pecaminoso?
Objeciones por las que parece que la mancha no permanece en el alma después del acto pecaminoso:
1. En el alma después del acto no queda nada a no ser el hábito o la disposición. Mas la mancha no es hábito ni disposición, según se acaba de explicar (a.1 obi.3). Luego la mancha no permanece en el alma después del acto pecaminoso.
2. Además, la mancha es respecto del pecado, lo que la sombra respecto del cuerpo, comos hemos dicho (a.1 ad 3). Mas cuando ha pasado el cuerpo (interpuesto), la sombra no permanece. Luego, pasado el acto pecaminoso, no permanece la mancha.
3. Todo efecto depende de su causa. Pero la causa de la mancha es el acto pecaminoso. Luego, quitado el acto pecaminoso, no permanece la mancha en el alma.
Contra esto: está lo que se dice en Jos 22, 17: ¿Acaso es poco para vosotros el pecado que cometisteis en Beelfegor, la mancha de cuya maldad permanece en vosotros hasta el día de hoy?
Respondo: La mancha del pecado queda en el alma pasado el acto del pecado. La razón de ello es que la mancha, como hemos dicho (a.l), implica una cierta falta de esplendor por el alejamiento de la luz de la razón o de la ley divina. Y por eso, mientras el hombre permanece fuera de esta luz, permanece en él la mancha del pecado; pero, después que por la gracia vuelve a la luz divina y a la luz de la razón, entonces cesa la mancha. Mas aunque cese el acto pecaminoso, por el cual el hombre se apartó de la luz de la razón y de la ley divina, sin embargo, no vuelve el hombre inmediatamente al estado en que estaba, sino que se requiere un movimiento de la voluntad contrario al movimiento anterior. Así como si uno se distanció de otro moviéndose (localmente), no se acerca a él inmediatamente al cesar dicho movimiento, sino que debe acercarse, volviendo con un movimiento contrario.
A las objeciones:
1. Después del acto pecaminoso positivamente no queda nada en el alma a no ser la disposición o el hábito; pero queda algo privativamente, a saber: la privación de la unión con la luz divina.
2. Pasado el obstáculo del cuerpo, el cuerpo diáfano permanece a la misma distancia y relación al cuerpo iluminador: y por ello la sombra pasa inmediatamente. Mas, quitado el acto pecaminoso, el alma no permanece en la misma relación a Dios (que antes del pecado). Luego no hay paridad.
3. El acto pecaminoso distancia de Dios, del mismo modo que el movimiento local distancia localmente; y de ese alejamiento se sigue la falta de esplendor. Por consiguiente, así como por el cese del movimiento no se suprime la distancia local, así tampoco se suprime la mancha por el solo cese del acto pecaminoso.
San Apolinar, el seguidor de san Pedro convertido en obispo sanador
Mártir en la persecución de Vespasiano es famoso por obrar curaciones milagrosas.
San Apolinar se encuentra entre los primeros mártires del cristianismo. Nació en Antioquía del Orontes, en la actual Turquía.
Procedía de familia pagana, pero siendo joven escuchó la predicación de san Pedro y se convirtió al cristianismo.
Según el martirologio romano, fue ordenado obispo por el mismo san Pedro y enviado por él a la ciudad de Rávena (actual Italia).
Nada más llegar, curó a la esposa del tribuno y esto le valió la ira de las autoridades, que le obligaron a sacrificar a los dioses. San Apolinar se negó. Era la época de persecución del emperador Vespasiano.
Padeció martirio con una paliza que le propinaron cuando regresaba de una visita a una leprosería. Siete días después, el 23 de julio del año 75, falleció.
En el lugar de su martirio, en el puerto de Rávena (llamada Classe durante el imperio romano), se edificó la iglesia de San Apolinar in Classe en el siglo VI. Tres siglos más tarde fueron trasladadas sus reliquias a una nueva iglesia llamada San Apolinar Nuovo. En 1748 se trasladaron a la antigua basílica, que fue reconsagrada.
Su fiesta se celebra el 20 de julio.
Patronazgo
San Apolinar es patrono de Rávena y de Dusseldorf (Alemania).
Oración
Glorioso san Apolinar,
primer obispo de Rávena,
discípulo de san Pedro
y mártir santo de Nuestro Señor Jesucristo:
Los muchos milagros que Dios realizó
siendo tú el medio para ello
son muestra del gran favor, estima y predilección
que gozas ante Él.
Curaste a la esposa de un oficial
de manera tan milagrosa
que se convirtieron a la verdadera fe.
También lo hiciste con el sordo Bonifacio
y con todos los que a ti acudían
con verdadera fe y en busca de milagrosa curación.
Tantas persecuciones, capturas y torturas sufriste
acabando martirizado,
que Dios te ha elegido como uno de sus favoritos
para seguir realizando curaciones milagrosas
después de tu muerte y ya disfrutando de la gloria junto a Él.
A ti acudo, santo mío,
para que por tu intercesión Nuestro Señor
realice el milagro de la curación de (decir el nombre del enfermo)
que sufre de enfermedad, males y dolores
de los que quedará sanado gracias a tu poderosa intervención y mediación.
Porque sufre en ti y tú ya conoces lo mucho que ha padecido,
te ruego, santo obispo de Dios,
a ti, que en vida tanto sufriste,
que mires piadosamente a (decir el nombre)
y le concedas recuperar la salud
si es para el bien de su alma y para mayor gloria tuya. Amén.