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Referencias Bíblicas
• Matthew 9:14-17
Obispo Robert Barron

 

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos brinda la parábola del vino nuevo y de las odres viejas y nuevas.



El vino nuevo es la Buena Nueva, la Encarnación, la reconciliación de lo divino y lo humano. Pero este poderoso elixir no puede estar en recipientes de la vieja conciencia. Mientras el ego reine en el alma, el vino nuevo resultará demasiado extraño, desconocido, amenazante, y por ello será rechazado.



Antes de que el vino embriagante del Evangelio pueda ser asimilado, debe haber una limpieza del espíritu, una transformación de la conciencia y la actitud, una metanoia. Debemos examinar las historias de las confrontaciones de Jesús con los demonios desde esta perspectiva. El demonio dentro de nosotros se da cuenta de que la vieja odre será triturada cuando se vierta el vino nuevo, y en consecuencia reacciona con horror.Es un ejercicio espiritual útil separar esos pasajes del Nuevo Testamento, esos dichos y acciones de Jesús, aquellos que nos hacen sentir más incómodos, ya que ellos nos indicarán la manera más efectiva de cómo transfigurar nuestras almas. Ellos, mucho más que los pasajes que amamos instintivamente, nos mostrarán el camino que la metanoia debe seguir.

 

 

Antonio María Zaccaría, Santo

Memoria Litúrgica, 5 de julio

Por: José María Setién |
Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
Presbítero y Fundador

Martirologio Romano: San Antonio María Zaccaria, presbítero, fundador de la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo o Barnabitas, para la reforma de las costumbres de los fieles cristianos, y que voló al encuentro del Salvador en Cremona, ciudad de la Lombardía (1539).

Etimológicamente: Antonio = Aquel que es digno de estima, es de origen latino.

Breve Biografía


Nació en Cremona (Italia) el año 1502 y murió en la misma ciudad el 5 de julio de 1539. Basta la escueta indicación de estas fechas para comprender la trascendencia que, para la vida de la Iglesia, tuvieron los días que vivió Antonio María Zacarías. Inquietud y aspiración de reforma, ansias de renovación por caminos no siempre gratos a la jerarquía eclesiástica, miedo pusilánime en unos y excesos imprudentes en no pocos, definen el clima en el que debía germinar la semilla de un nuevo reformador santo, entre otros que, como San Cayetano de Thiene y San Ignacio de Loyola, produjo la Iglesia católica en el siglo XVI. Reformador, santo y, además añadimos, precursor del gran San Carlos Borromeo en la elevación espiritual de la diócesis de Milán.

Antonio María fue obra de la gracia, que comenzó por materializarse en el regalo de una piadosísima madre; de su seno salió a contemplar la luz de este mundo y de sus brazos tuvo la dicha indecible de volar a contemplar la claridad de Dios. La buena Antonieta Pescaroli recibió con conciencia de responsabilidad el encargo y la confianza que la Providencia en ella depositó al darle un hijo para hacer de él un buen cristiano; por fidelidad a él, y para mejor dedicarse a su formación, rehusó la joven viuda un nuevo matrimonio. Antonio María Zacarías pudo así aprender de su madre a ser pobre para poder ser caritativo, hasta tanto que, con el fin de facilitar a ésta el ejercicio de la caridad en favor de los necesitados, renunció notarialmente a los bienes que le correspondían por herencia paterna; se nos hará, pues, natural que, como un necesitado más, solicite humilde de su madre lo indispensable para su sustento, sin permitirse jamás nada que pueda parecer superfluo o lujoso; para Antonio María supondría ello privar a otros de lo necesario para vivir.


 

Quiso prepararse por el estudio de la medicina para ser un ciudadano útil a sus hermanos los hombres. Pero el Señor le quería escoger para curar dolencias de otra índole. En los años de estudiante la piedad y amor a la Santísima Virgen, a quien había consagrado su virginidad, sostuvo firme su propósito de virtud y su espíritu de caritativo servicio a los hermanos, que fue poco a poco transformándose en el deseo de ser sacerdote. Pero, a pesar de que la decadencia de las costumbres, aun en el clero, hiciera a sus contemporáneos poco respetable la dignidad sacerdotal, supo él descubrir la grandeza de la misión del sacerdote, a la vez que la profundidad de su indignidad, de manera que sólo por el prudente consejo de su director espiritual se decidiera a entrar por el camino del sacerdocio.

En una época en que la Reforma de la Iglesia aspiraba no solamente a la purificación de las costumbres, sino a la consolidación de la doctrina, no bastaba ser virtuoso para responder a las exigencias que su tiempo tenía, consciente o inconscientemente, respecto de los sacerdotes. Hacía falta doctrina sólida inspirada precisamente en las fuentes puras de la revelación, en la Sagrada Escritura. Visto desde la perspectiva del siglo XX, nos parece sumamente moderno y actual el esfuerzo puesto por Antonio María Zacarías, estudiante para el sacerdocio, de llegar a la comprensión de la doctrina católica, en la teoría y en el espíritu de San Pablo, a través de sus preciosas epístolas. Libertad y gracia, virginidad y cuerpo místico, locura por Cristo crucificado y desprecio de las realidades terrestres, son unos de los muchos temas en los cuales se fue empapando el futuro apóstol y reformador, cuya íntima preocupación no fue otra que la de reproducir la imagen del apóstol Pablo, gran enamorado de Cristo.

Once años escasamente fue Antonio María sacerdote; pero los santos saben vivir con intensidad su tiempo, y así debió vivirlo quien en tan poco tiempo mereció ser llamado por su bondad y caridad, por su prudencia y celo, el «Ángel de Cremona» y el «Padre de la Patria». Su madre le enseñó a compadecer y a aliviar el sufrimiento ajeno, y, ordenado sacerdote, no tuvo que hacer otra cosa que seguir la misma trayectoria, poniendo al servicio de sus hermanos el gran don del sacerdocio, que fue en él luz, mortificación, amor.

 

En un siglo de exaltación de la razón y de la cultura, y de optimismo desbordado por los valores humanos, Antonio María Zacarías luchó por llevar a los creyentes la ceguera de la fe y la locura de la cruz; la Eucaristía y la pasión fueron las devociones que con mayor ardor trató de inculcar en el pueblo cristiano, y aún perduran todavía ciertas prácticas que él introdujo, como son el recuerdo piadoso de la pasión y de la muerte del Señor al toque de las tres de la tarde de todos los viernes, y la práctica de las cuarenta horas de adoración al Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto sucesivamente en diversas iglesias para salvar la continuidad del culto.

Los santos no suelen ser guardianes egoístas de los tesoros que en ellos deposita la gracia; buscan la comunicación abundante y fecunda, en vistas a una mayor eficacia apostólica; por esto es frecuente que en torno a ellos surjan familias religiosas vivificadas por su espíritu y penetradas de su misma inquietud apostólica. Antonio María descubrió en el mundo en que la Providencia le situó, una gran indigencia; vio en su cristianismo una radiante luz que la colmara; y su vida personal, lo mismo que la de los clérigos de la Congregación de San Pablo, no será otra cosa que la dedicación a la obra de la salvación de los hermanos, en el sacrificio total de las apetencias puramente personales. Así nació en Milán esta asociación para la reforma del clero y del pueblo, que más tarde sería conocida con el nombre de los «barnabitas», por la sede en que se instalaron definitivamente a partir del año 1545. Clemente VII la aprobó en 1533. Un sacerdote y un seglar, Bartolomé Ferrari y Jacobo Morigia, fueron sus primeros colaboradores. Y no solamente en el espíritu y la doctrina quisieron estos hombres de Dios imitar a San Pablo; como éste en el foro, se lanzaron ellos a las calles de Milán, predicando, mucho más que por la preparación de su elocuencia, por la austeridad y la mortificación de la vida. No faltaron quienes se escandalizaron ante estas santas «excentricidades», acusándoles de hipócritas y aun heréticos. Se les promovió una causa ante el senado y la curia episcopal de Cremona, de la que la nueva asociación salió fortalecida, pues le valió la bula de Paulo III, quien el año 1539 puso a la nueva Congregación religiosa bajo la inmediata jurisdicción de la Santa Sede.

 

Con el fin de llevar el espíritu de la Reforma a las jóvenes y a las mujeres, Antonio María transformó un instituto erigido, con esta finalidad por la condesa Luisa Torrelli de Guastalla en monasterio de religiosas que tomará por nombre el de Angélicus, que fue también aprobado por Paulo III. Siguiendo fiel a su espíritu, la base de la transformación religiosa y moral la puso el fundador en la instrucción religiosa, sin la cual no puede existir una verdadera reforma. San Carlos Borromeo se sirvió de ella aun para la reforma de los monasterios, elogiándola tanto que la llamó «la joya más preciosa de su mitra».

No sería completa la reseña sobre la obra de San Antonio María Zacarías si pasáramos por alto una de sus preocupaciones que plasmó en una realización que a nosotros, hombres del siglo XX, nos parece especialmente interesante y actual. Consciente por experiencia propia de lo que la vida familiar, honradamente vivida, puede colaborar en la elevación de las costumbres privadas y públicas, creó una Congregación para los unidos en matrimonio, ordenada a la reforma de las familias.

Al echar ahora una mirada retrospectiva sobre la vida de Antonio María, canonizado el 27 de mayo de 1890 por Su Santidad el Papa León XIII, llama poderosamente la atención no sólo la abundancia de su obra, realizada en tan breve espacio de tiempo, sino también, y en mayor grado aún, la perspicacia y claridad de la visión que tuvo de los problemas, que le hizo buscar los remedios verdaderos y permanentes de todas las situaciones difíciles de la vida de la Iglesia: el estudio de la verdad, el amor de la caridad, el sacrificio por el hermano. Por esto San Antonio María Zacarías nos parece aun hoy un santo moderno, actual, capaz de iluminarnos con el resplandor de su vida y de su espíritu.

 

 

¿Para qué vienes a ver a Jesús?

Santo Evangelio según san Mateo 9, 14-17.

 

 

Sábado 13ª semana de tiempo ordinario
Por: Pedro Cadena, LC
Fuente: www.somosrc.mx

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Jesús, aquí estoy para estar contigo. Concédeme que quiera estar contigo. Concédeme tener sed de ti. Concédeme que me conozca, que conozca tu gran amor por mí, y que me arrepienta de verdad de mis pecados. María, madre de Jesús y madre mía, acompáñame en este momento de oración.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Mateo 9, 14-17



En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?” Jesús les respondió: “¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces si ayunarán.

Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura. Nadie echa el vino nuevo en odres viejos, porque los odres se rasgan, se tira el vino y se echan a perder los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan”.



Palabra del Señor.




 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



Los discípulos de Juan fueron con Él para pedir que explicara una aparente injusticia: mientras ellos ayunaban, los que seguían a Jesús comían y bebían. Tú, ¿tienes alguna pregunta que le quieras hacer a Jesús? No tiene que ser algo profundo. Sólo deja que tu corazón hable. Jesús es todo oídos para ti. ¿Hay algún por qué o un para qué que no tienes claro? Ahora es el momento de sacarlo y mostrarlo al Señor. Sólo recuerda: rezar con fe es «escuchar, caminar, dialogar hasta incluso discutir, pero siempre dispuestos a acoger la Palabra de Dios y ponerla en práctica» (Papa Francisco, Audiencia General, 3 junio 2020).



«No se trata simplemente de replantear las motivaciones para mejorar lo que ya hacéis. La conversión misionera de las estructuras de la Iglesia requiere santidad personal y creatividad espiritual. Por lo tanto, no solo renovar lo viejo, sino permitir que el Espíritu Santo cree lo nuevo. No nosotros: el Espíritu Santo. Hacer espacio al Espíritu Santo, dejarle que cree algo nuevo, que haga nuevas todas las cosas. Él es el protagonista de la misión: es él el “jefe de la oficina” de las Obras Misionales Pontificias. Es él, no nosotros. No tengáis miedo de la novedad que proviene del Señor Crucificado y Resucitado: esta novedad es hermosa. Temed otras novedades: esas no están bien. Las que no vienen de esa raíz. Sed audaces y valientes en la misión, colaborando con el Espíritu Santo en comunión con la Iglesia de Cristo. Y esta audacia significa caminar con la valentía, con el fervor de los primeros que anunciaron el Evangelio. Que vuestro libro frecuente de oración y de meditación sea los Hechos de los Apóstoles. Id allí a encontrar inspiración. Y el protagonista de este libro es el Espíritu Santo».
(Discurso de S.S. Francisco, 1 de junio de 2018).




Diálogo con Cristo



 

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Jesús, algo pasó en este tiempo de oración. ¿Qué fue? ¿Me sentí consolado, o más bien desolado? ¿Por qué? En mí se han despertado deseos o rechazos. ¿Cuáles? Los pongo en tus manos, Jesús. Concédeme querer lo que Tú quieres. María, ayúdame a decir contigo «hágase en mí según tu palabra».

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hoy, en vez de quejarme interior o exteriormente, voy a tener una actitud de servicio.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

 

 

Desde niño, León XIV sabía que Jesús era su amigo y disfrutaba de servir en Misa

El Santo Padre recordó con ternura cómo de niño sabía que Jesús era su mejor amigo, y cómo en la Misa podía estar con Él

 

 

El Papa León XIV tuvo un encuentro tierno y alegre con unos 600 niños y jóvenes el jueves 3 de julio. La mitad del grupo eran hijos de empleados del Vaticano que disfrutaban de su campamento anual de verano. La otra mitad eran jóvenes ucranianos que pasaban una temporada en Roma gracias a Cáritas Italia.

El Papa firmó numerosos autógrafos y posó para varias fotografías. Pero también respondió a las preguntas que le hicieron.

 

 

Sentado en una silla al pie del estrado y rodeado de niños con las piernas cruzadas en el suelo, respondió espontáneamente a algunas preguntas, sobre todo relatando recuerdos de su infancia.

En particular, le preguntaron si iba a Misa de niño. Respondió que, por supuesto, iba con su madre y su padre. Añadió que asistía diariamente a Misa en la escuela de su parroquia, admitiendo con su tono de voz que le hacía madrugar, ya que era una Misa a las 6:30 de la mañana. Señaló que le gustaba estar con los demás niños.

Pero aún más que eso, dijo:

«Cuando tenía seis años, más o menos, también empecé a ser monaguillo en la parroquia.

Antes de ir a clases, en la escuela, que era una escuela parroquial, había Misa a las 6:30 de la mañana. Mi madre siempre nos despertaba y nos decía: «Vamos a Misa».

 

 

Así que también servir a Misa fue siempre algo que me gustó mucho, porque ya de pequeños nos habían enseñado que Jesús está siempre cerca, que nuestro mejor amigo es siempre Jesús, y que en la Misa era una manera de encontrar, podríamos decir, a este amigo, de estar con Jesús, incluso antes de recibir la Primera Comunión».

Al dirigirse a los jóvenes ucranianos, el jefe de la Iglesia católica expresó su tristeza por su tierra «que sufre tanto a causa de la guerra».

Alternando el inglés y el italiano, León XIV apeló a «la experiencia del encuentro», que requiere «esfuerzo» para superar las diferencias. Animó a los jóvenes a «aprender desde pequeños a vivir en el respeto mutuo».

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