John 3:16-21

Amigos, hoy en el Evangelio Jesús nos describe la naturaleza de Su misión: “Si, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna”.

En Su pasión por arreglar un universo desarticulado, Dios abrió Su propio corazón dispuesto al amor. El Padre no solo envía un representante sino a Su propio Hijo a este mundo disfuncional, para que pueda reunir al mundo en la dicha de la vida divina. Lo central de Dios —el amor entre el Padre y el Hijo— ahora se ofrece como nuestro centro; el corazón de Dios se abre para incluir incluso a los peores y más desesperados de entre nosotros.

En muchas tradiciones espirituales el énfasis se pone en la búsqueda humana de Dios. Pero esto se invierte en el cristianismo. Los cristianos no creen que Dios esté tontamente “allá afuera”, como una montaña esperando ser escalada por exploradores religiosos. Al contrario, como el sabueso del Cielo del poema de Francis Thompson, Dios viene incansablemente a buscarnos.

Por este amor divino que nos busca y se entrega totalmente es que nos hacemos amigos de Dios, y participamos en la comunión de la Trinidad.

Y nosotros también, cuando estamos en pecado, estamos en este estado: no toleramos la luz. Es más cómodo para nosotros vivir en la oscuridad; la luz nos abofetea, nos hace ver lo que no queremos ver. Pero lo peor es que los ojos, los ojos del alma de tanto vivir en la oscuridad se acostumbran tanto a ella que terminan ignorando lo que es la luz. Perder el sentido de la luz porque me acostumbro más a la oscuridad. (…) Dejemos que el amor de Dios, que envió a Jesús para salvarnos, entre en nosotros y “la luz que trae Jesús” (cf. v. 19), la luz del Espíritu entre en nosotros y nos ayude a ver las cosas con la luz de Dios, con la verdadera luz y no con la oscuridad que nos da el señor de las tinieblas. (Santa Marta, 22 abril 2020)

Elfego de Winchester, Santo

Obispo y Mártir, 19 de abril

Martirologio Romano: En la playa junto a Greenwich, en Inglaterra, pasión de san Elfego, arzobispo de Canterbury y mártir, el cual, mientras los daneses pasaban a sangre y fuego el país, se presentó ante ellos con la intención de salvar a su grey, y al no poder ser rescatado por dinero, el sábado después de Pascua fue golpeado con huesos de oveja y finalmente decapitado ( 1012).

También conocido como: San Elfego de Canterbury
También conocido como: San Alfego de Canterbury (o de Winchester)

Breve Biografía

San Elfego ingresó muy joven en el monasterio de Deerhurst, en Gloucestershire. Más tarde se retiró a la soledad, cerca de Bath y llegó a ser abad del monasterio de Bath, fundado por segunda vez por san Dunstano. Elfego no toleraba la menor relajación de la regla, pues sabía cuán fácilmente las concesiones acaban con la observancia en los conventos. Solía decir que era mejor permanecer en el mundo que ser un monje imperfecto.

A la muerte de san Etelwoldo, el año 984, san Dunstano obligó a Elfego a aceptar el obispado de Winchester, a pesar de que no tenía más que treinta años de edad y se resistía a ello. En esa alta dignidad las excepcionales cualidades de san Elfego encontraron ancho campo de actividad. Su liberalidad con los pobres era tan grande que, durante su episcopado, no había un solo mendigo en Winchester. Como seguía practicando las mismas austeridades que en el convento, los prolongados ayunos le hicieron adelgazar tanto, que algunos testigos declararon que se podía ver a través de sus manos cuando las levantaba en la misa. Después de haber gobernado sabiamente su diócesis durante veintidós años, fue trasladado a Canterbury, donde sucedió al arzobispo AeIfrico. Fue a Roma a recibir el palio de manos del papa Juan XVIII.

En aquella época, los daneses hacían frecuentes incursiones en Inglaterra. En 1011, unidos al conde Edrico, que se había rebelado, marcharon contra Kent y pusieron sitio a Canterbury. Los principales de la ciudad rogaron al arzobispo que huyese, pero san Elfego se negó a hacerlo. La ciudad cayó, por traición, y los daneses degollaron a gran cantidad de hombres y mujeres de todas las edades. San Elfego se dirigió al lugar de la ciudad en que se estaban cometiendo los peores crímenes y, abriéndose camino entre la multitud, gritó a los daneses: «No matéis a esas víctimas inocentes. Volved vuestra espada contra mí». Inmediatamente fue atacado, maltratado y encarcelado en un oscuro calabozo.

Algunos meses más tarde, fue puesto en libertad, a raíz de una misteriosa epidemia que se había propagado entre los daneses; pero, a pesar de que san Elfego había curado a muchas víctimas con su bendición y con el pan bendito, los bárbaros exigieron todavía tres mil coronas de oro por su persona. El arzobispo declaró que la región era demasiado pobre para pagar esa suma. Así pues, los daneses le llevaron a Greenwich y le condenaron a muerte, por más que un noble danés, Thorkell el Alto, trató de salvarle. La Crónica Anglosajona narra en verso su trágico fin:

Hicieron prisionero a aquél que había sido
cabeza de Inglaterra y de la Cristiandad.
En la infeliz ciudad, antaño tan sonriente,
de la que recibimos esa herencia cristiana
que nos hizo felices ante Dios y los hombres,
todo era miseria …

El cuerpo de san Elfego fue recuperado y sepultado en San Pablo de Londres. En 1023, el rey Canuto de Dinamarca le trasladó solemnemente a Canterbury. Uno de los sucesores de san Elfego, Lanfranco, dijo a san Anselmo que su antecesor no había muerto por la fe, pero el santo le respondió que morir por la justicia era lo mismo que morir por Dios. Los ingleses siempre han considerado como mártir a san Elfego. Su nombre se halla en el Martirologio Romano y las diócesis de Westminster, Clifton, Portsmouth y Southwark, celebran todavía su fiesta.

Actitudes de amor

Santo Evangelio según san Juan 3, 16-21. Miércoles II de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que estas junto a mí, que me oyes, y es por eso que quiero hablarte desde lo más profundo de mi corazón; te pido la gracia de hacer de este rato de oración, un momento de intimidad gozosa con tu corazón misericordioso.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 3, 16-21

Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él.

El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios. La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Como podríamos comenzar nuestra meditación sin pensar en la palabra que resuena en la primera frase de este Evangelio, que es la palabra «entregó». Es el mismísimo Dios, el eterno creador que entrega a su Hijo para nuestra salvación, y es ahora Él, el que nos interpela y nos pide una entrega según nuestras posibilidades. Es hermoso ver la vida de los santos y de personas que han desgastado sus vidas por amor a Cristo, por su misión y para la salvación de las almas, en fin, para que Cristo pueda reinar en todos los corazones.

Pidamos al Señor la gracia de corresponder a ese amor; que podamos ser verdaderos apóstoles; que ese amor que experimentamos cada vez que hacemos una visita eucarística, cada vez que recibimos su preciosísimo Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, haga que nuestros corazones sean verdaderas llamas de amor, y que con ellas podamos iluminar a quienes están necesitados de una lámpara para seguir el camino o para reemprender el sendero.

Hoy, en especial, nos pide que seamos ejemplo, que con nuestras obras y con nuestro testimonio, llevemos cada vez más almas a Cristo. No nos olvidemos que nuestro trabajo de cada día es una ocasión para agradar a Dios y, de ese modo, santificarnos y santificar lo que hacemos, porque lo hacemos con amor y responsabilidad de apóstoles de Cristo.

«Cuánta alegría y consuelo nos dan las palabras de san Juan que hemos escuchado: es tal el amor que Dios nos tiene, que nos hizo sus hijos, y, cuando podamos verlo cara a cara, descubriremos aún más la grandeza de su amor. No sólo eso. El amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos. Es un amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos obstáculos que nosotros, por el contrario, solemos poner a una persona, por temor a que nos quite nuestra libertad».

(Homilía de S.S. Francisco, 9 de marzo de 2018).

Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Hacer una visita eucarística pidiendo por todas las personas que quieren pero, por diversas circunstancias, no pueden comulgar.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cómo desarrollar una actitud positiva

Tener una actitud positiva no significa ignorar lo negativo o no estar preparado para situaciones difíciles.

Ser nosotros mismos es despojarnos de las máscaras que muchas veces llevamos en el camino de la vida por el temor a mostrar o expresar lo que realmente somos y sentimos. La actitud mental positiva es el principio más importante para alcanzar el éxito. Sin emplearla en nuestras vidas, no podemos sacar el máximo beneficio de lo que nos proponemos hacer o de lo que queremos lograr.

Sabemos que el éxito es un camino no un fin. Pues bien, todo camino se disfruta más si se tiene una actitud positiva.

La actitud positiva no es sinónimo de felicidad, sino de ejecutividad, de actividad, de acción, de determinación consciente. Una persona positiva sufre momentos de malestar, pero siempre hace algo al respecto; mientras que una persona con actitud negativa se queja, se desespera, se violenta, culpa a los otros de sus desgracias personales, e insulta y blasfema las dificultades , pero al final no hace nada por remediarlo.

Por esta razón se puede afirmar con seguridad que una misma causa de malestar va a ser procesada de manera diferente por una persona positiva, que por una persona negativa, aunque ambas sufran de la misma manera, y no sientan placer alguno por el acontecimiento ocurrido, sea cual sea.

A continuación, compartiremos algunas alternativas:

1.- Descubrir dentro de nosotros mismos, que es lo que más deseamos en la vida.. ¿Cuál es la actividad que más disfrutamos realizar, ir por ello, no desviarse.

2.- Determinar que recursos se necesitan para lograr las metas y establecer los planes para alcanzarlas. Realizando un plan de acción y llevarlo a cabo.

Man thinking about a problem

3.- Si no se tiene algo positivo que decir de algo o de alguien, es mejor no decir nada. Realizar el hábito de pensar y hablar siempre en positivo, evitar el prejuzgar a las personas, abstenerse de los chismes.

4.- Mantener la mente ocupada. Puede ser algún pasatiempo que descubramos. Recordemos que una mente ociosa se convierte rápidamente en una mente negativa.

Llevando acabo de manera consciente estas estrategias por consiguiente es necesario mantener una mente abierta a todas las cosas y a todas las personas. Confianza en que podemos encontrar soluciones adecuadas para todos los problemas.

Tener una actitud positiva no significa ignorar lo negativo o no estar preparado para situaciones difíciles, sino acercarse a las situaciones de una manera constructiva y resolutiva.