Un problema relacionado íntimamente es que las redes sociales son tan dominantes en las vidas de los niños que suplantan efectivamente actividades que dan alegría de un modo bastante natural. El joven promedio pasa cinco o seis horas por día en las redes sociales, y como consecuencia, dice Thompson, “comparados con sus equivalentes de los años 2000, los jóvenes de hoy son menos propensos a salir con sus amigos, sacar sus licencias de conducir o practicar deportes juveniles”. Más aun, como lo ha mostrado el sociólogo Jean Twenge, existe una correlación estrecha entre el tiempo frente a los dispositivos y la depresión, y por razones obvias. Una de las barreras más seguras contra los sentimientos de tristeza es el contacto estable con otros seres humanos, pero las redes sociales excluyen eso, encerrando a los jóvenes dentro de un mundo virtual. Sé que esto es simplificarlo un poquito, pero contrapongan la imagen de un chico jugando un animado juego de beisbol con sus amigos y la de aquel chico encorvado solo frente a su iPhone.
Precisamente porque se encuentran fuera de la experiencia privada de cada uno, los valores objetivos pueden reunir a una plétora de gente en un amor y devoción comunes.
En cuanto a mi propia explicación del fenómeno de la depresión adolescente, resaltaría un tema del que no he dejado de hablar por años: la cultura de la auto invención. En la actualidad es una ortodoxia fundamental de la cultura que los valores —epistémicos, morales y estéticos— son generados dentro de la propia subjetividad. En una palabra, cada individuo determina lo que es correcto e incorrecto, bien y mal, hermoso u horrible para él. No existe la “verdad”; sólo mi verdad y tu verdad. No existe nada que sea objetivamente bello, solo lo que yo pienso que es hermoso y lo que tú piensas que es hermoso.
Pero esta actitud es desastrosa tanto psicológica como espiritualmente, porque esencialmente encierra a la persona en los estrechos confines de su propio rango de experiencia. Impide que se desplace fuera del pequeño ámbito de lo que puede imagina o desear. Los mejores momentos en la vida, de hecho, son aquellos en que los valores objetivos —las verdades auténticas, los absolutos morales auténticos, la belleza auténtica— se abren camino a través del propio caparazón de la subjetividad y lo elevan a uno a la contemplación de algo nuevo, algo que maravillosamente se encuentra más allá de lo que uno jamás pensó posible. Más aún, los bienes objetivos nos conectan entre nosotros. En tanto y en cuanto estemos bajo la tiranía del relativismo subjetivista, estamos todos encerrados en la prisión de nuestras propias psiquis, tal vez tolerándonos con los otros desde la distancia, pero sin experimentar lazos auténticos. Sin embargo, precisamente porque se encuentran fuera de la experiencia privada de cada uno, los valores objetivos pueden reunir a una plétora de gente en un amor y devoción comunes. Una vez más, contrapongan ambas imágenes: la primera de un adolescente enojado, aislado insistiendo con que el mundo respete su concepción privada de la verdad, y un segundo grupo de adolescentes, entregándose juntos alegremente a un propósito común, a un bien común.
Para ocuparse de la plaga de la violencia armada en nuestro país, pienso que se requiere una legislación sensible. Pero existen muchos asuntos morales y culturales más profundos que tienen que atenderse, siendo el más notorio el de la depresión entre los jóvenes. Dos sugerencias simples: deberíamos establecer límites a la cantidad de tiempo que los adolescentes pasan frente a las redes sociales y deberíamos introducirlos, del modo en que nos sea posible, al mundo de los valores objetivos.
Luke 12:49-53
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús afirma su deseo de vida eterna para los seres humanos. “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”
¿Qué es ese fuego? Su precursor, Juan, nos da una pista: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo…Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”. Jesús vino a incendiar el mundo con el calor y la luz del Espíritu Divino, que no es otro que el amor compartido entre el Padre y el Hijo, la misma vida interior de Dios.
Jesús es profeta porque enseña; es rey porque ordena y dirige el rebaño; pero es sacerdote porque reparte el fuego sagrado. Cada uno de los bautizados participamos del sacerdocio de Cristo y, por tanto, estamos obligados a ser conductos de santidad, portadores de vida divina, esparcidores del fuego que enciende el mundo.
Jesús dice a los discípulos: «¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división» (Lc 12, 51). ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto.
La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios.
Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación.
Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas.
Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).
Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza, de hecho, el uso de la fuerza para difundir la fe. Es precisamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor. (Ángelus, domingo 18 agosto 2013)
Cedda (Cedd), Santo
Obispo, 26 de octubre
Martirologio Romano: En Lastingham, en Northumbria, san Ceda, hermano de san Ceada, ordenado obispo de los sajones orientales por san Finano, distinguido por asentar los cimientos de esta nueva Iglesia († 664).
Breve Biografía
Obispo del Saxons Oriental, hermano de San Ceadda; murió el 26 de Octubre de 664. Tenía otros dos hermanos también sacerdotes, Cynibill y Caelin, todos nacidos de una familia Anglo establecida en Northumbria. Con su joven hermano Ceadda, él se mudó a Lindisfarne bajo el San Aidan. En 653 fue uno de cuatro sacerdotes enviados por Oswiu, Rey de Northumbria, a evangelizar parte de su reino por solicitud de su consejero. Poco tiempo después, sin embargo, fue llamado a realizar la misma labor misionera en Essex colaborando con Sigeberht, el Rey de Saxons Oriental, a convertir a sus subditos al cristianismo. Aquí fue consagrado obispo y era muy activo fundando iglesias, y estableció monasterios en Tilbury y Ithancester. De vez en cuando volvía a visitar su Northumbria natal, y allí, por solicitud de Aethelwald, fundó el monasterio de Laestingaeu, ahora Lastingham, en Yorkshire. De esta casa él fue el primer abad, no obstante sus responsabilidades episcopales. En el Sínodo de Whitby, aunque Celta en su educación, adoptó la liturgia romana. Inmediatamente después del sínodo realizó una visita a Laestingaeu, donde ayudó a víctimas de una plaga. Florence de Worcester y William de Malmesbury en tiempos posteriores lo mencionan como el segundo Obispo de Londres, pero San Bede, casi un contemporáneo, nunca le da ese título.
Traer paz o división
Santo Evangelio según San Lucas 12, 49-53.
Jueves XXIX del Tiempo Ordinario.
Por: Cristian Gutiérrez, LC |
Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios) Señor, quiero estar contigo en este momento y decirte tantas cosas: contarte de mi vida, aunque ya la conoces, hablarte de mis proyectos, desahogarte mis problemas, platicarte mis ilusiones y mis fracasos.
Quiero escucharte, verte, experimentarte, tocarte con la fe.
Necesito de ti tanto como del agua o del aire. Cuando me alejo de ti soy tan triste, tan débil, tan frágil. Pero sé también que contigo todo lo puedo.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
El Evangelio me muestra cómo eres y en este pasaje contemplo una faceta de tu persona que pocas veces se descubre. Eres un hombre celoso por la salvación de las almas, un hombre luchador, aguerrido, lanzado. Sabes bien que tu mensaje va contra corriente y que no será bien acogido por el mundo, por ello adviertes de las consecuencias de tus actos.
Eres un apasionado, un loco de amor que quisiera que el mundo ardiera por este amor, pero se topa con la frialdad del hombre que pocas veces y con resistencia se deja encender.
Con esto me enseñas a cultivar en mi vida ese celo a hacer que más personas te conozcan y te amen, porque así sus vidas serán mejores. Esa pasión por evangelizar no sólo a unos cuantos, sino alcanzar el mundo entero.
Dame, Señor, un poco de ese celo tuyo que me mueva a ser dócil instrumento en tus manos para llevar tu mensaje por toda la tierra. Que me queme por dentro el anhelo de llevarte a los que no te conocen. Que me mueva, me motive a sudar y desgastarme consciente que de ti depende la salvación.
Evangelizar no es siempre motivo de unión, aunque debería serlo. Esto me lo dejas claro en este pasaje. Es difícil que los hombres dejemos las formas de pensar, de actuar, de ser, contrarias al Evangelio. Por ello tu mensaje no es siempre acogido con docilidad y apertura. Sin embargo esto no es motivo de desánimo. El fuego de tu amor puede consumir esas dificultades y hacer que todos seamos un solo rebaño, con un solo Pastor.
«El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Este –el fuego– es una fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar. Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón, porque sólo partiendo del corazón el incendio del amor divino podrá extenderse y hacer progresar el Reino de Dios».
(Angelus de S.S. Francisco, 14 de agosto de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy me esforzaré por vivir mis deberes con espíritu de perfección, ofreciendo al Señor este acto de amor por la salvación de quienes no han sido evangelizados.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El clericalismo es una forma de mundanidad que daña al pueblo fiel de Dios
El Santo Padre ha participado en la 18 Congregación General de la Asamblea sinodal.
Por: Redacción | Fuente: Vatican News
La tarde de este miércoles, 25 de octubre, durante la 18 Congregación General de la asamblea sinodal se ha llevado a cabo la votación para la aprobación de las modificaciones a la “Carta de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos al Pueblo de Dios” y han seguido las intervenciones con las «impresiones generales» sobre el Informe de Síntesis que se publicará el próximo sábado 28 de octubre.
Al inicio de esta 18 Congregación General, el Papa Francisco ha hecho una intervención en la cual ha señalado que, la Iglesia como pueblo de Dios es ese “pueblo sencillo y humilde que camina en la presencia del Señor”, que es “infalible”, y que transmite la fe en “dialecto femenino” y que tiene que liberarse del “clericalismo que es un látigo, es un azote, es una forma de mundanidad que ensucia y daña el rostro de la esposa del Señor; esclaviza al santo pueblo fiel de Dios”.
Publicamos integralmente la intervención del Papa Francisco:
Me gusta pensar la Iglesia como pueblo fiel de Dios, santo y pecador, pueblo convocado y llamado con la fuerza de las bienaventuranzas y de Mateo 25.
Jesús, para su Iglesia, no asumió ninguno de los esquemas políticos de su tiempo: ni fariseos, ni saduceos, ni esenios, ni zelotes. Ninguna “corporación cerrada”; simplemente retoma la tradición de Israel: “tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”.
Me gusta pensar la Iglesia como este pueblo sencillo y humilde que camina en la presencia del Señor (el pueblo fiel de Dios). Este es el sentido religioso de nuestro pueblo fiel. Y digo pueblo fiel para no caer en los tantos enfoques y esquemas ideológicos con que es “reducida” la realidad del pueblo de Dios. Sencillamente pueblo fiel, o también, “santo pueblo fiel de Dios” en camino, santo y pecador. Y la Iglesia es ésta.
Una de las características de este pueblo fiel es su infalibilidad; sí, es infalible in credendo. (In credendo falli nequit, dice LG 9) Infabilitas in credendo. Y lo explico así: “cuando quieras saber lo que cree la Santa Madre Iglesia, andá al Magisterio, porque él es encargado de enseñártelo, pero cuando quieras saber cómo cree la Iglesia, andá al pueblo fiel.
Me viene a la memoria una imagen: el pueblo fiel reunido a la entrada de la Catedral de Éfeso. Dice la historia (o la leyenda) que la gente estaba a ambos lados del camino hacia la Catedral mientras los Obispos en procesión hacían su entrada, y que a coro repetían: “Madre de Dios”, pidiendo a la Jerarquía que declarase dogma esa verdad que ya ellos poseían como pueblo de Dios. (Algunos dicen que tenían palos en las manos y se los mostraban a los Obispos). No sé si es historia o leyenda, pero la imagen es válida.
El pueblo fiel, el santo pueblo fiel de Dios, tiene alma, y porque podemos hablar del alma de un pueblo podemos hablar de una hermenéutica, de una manera de ver la realidad, de una conciencia. Nuestro pueblo fiel tiene conciencia de su dignidad, bautiza a sus hijos, entierra a sus muertos.
Los miembros de la Jerarquía venimos de ese pueblo y hemos recibido la fe de ese pueblo, generalmente de nuestras madres y abuelas, “tu madre y tu abuela” le dice Pablo a Timoteo, una fe transmitida en dialecto femenino, como la Madre de los Macabeos que les hablaba “en dialecto” a sus hijos. Y aquí me gusta subrayar que, en el santo pueblo fiel de Dios, la fe es transmitida en dialecto, y generalmente en dialecto femenino. Esto no sólo porque la Iglesia es Madre y son precisamente las mujeres quienes mejor la reflejan; (la Iglesia es mujer) sino porque son las mujeres quienes saben esperar, saben descubrir los recursos de la Iglesia, del pueblo fiel, se arriesgan más allá del límite, quizá con miedo, pero corajudas, y en el claroscuro de un día que comienza se acercan a un sepulcro con la intuición (todavía no esperanza) de que pueda haber algo de vida.
La mujer del santo pueblo fiel de Dios es reflejo de la Iglesia. La Iglesia es femenina, es esposa, es madre.
Cuando los ministros se exceden en su servicio y maltratan al pueblo de Dios, desfiguran el rostro de la Iglesia con actitudes machistas y dictatoriales (basta recordar la intervención de la Hna. Liliana Franco). Es doloroso encontrar en algunos despachos parroquiales la “lista de precios” de los servicios sacramentales al modo de supermercado. O la Iglesia es el pueblo fiel de Dios en camino, santo y pecador, o termina siendo una empresa de servicios variados. Y cuando los agentes de pastoral toman este segundo camino la Iglesia se convierte en el supermercado de la salvación y los sacerdotes meros empleados de una multinacional. Es la gran derrota a la que nos lleva el clericalismo. Y esto con mucha pena y escándalo (basta ir a sastrerías eclesiásticas en Roma para ver el escándalo de sacerdotes jóvenes probándose sotanas y sombreros o albas y roquetes con encajes).
El clericalismo es un látigo, es un azote, es una forma de mundanidad que ensucia y daña el rostro de la esposa del Señor; esclaviza al santo pueblo fiel de Dios.
Y el pueblo de Dios, el santo pueblo fiel de Dios, sigue adelante con paciencia y humildad soportando los desprecios, maltratos, marginaciones de parte del clericalismo institucionalizado. Y, ¡con cuánta naturalidad hablamos de los príncipes de la Iglesia, o de promociones episcopales como ascensos de carrera! Los horrores del mundo, la mundanidad que maltrata al santo pueblo fiel de Dios.