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Me imagino que la mayoría de los angloparlantes del mundo miraron al menos partes de la ceremonia de coronación del Rey Carlos III, la semana pasada en la Abadía de Westminster. Pesqué la transmisión diferida en YouTube y me pareció fascinante por muchas razones. Tal vez no debería, pero realmente me sorprendió cuan extraordinariamente religiosa, en verdad explícitamente Cristiana y observante fue. Estuvo presidida, por supuesto, por el arzobispo de Canterbury, y la abadía estaba repleta de la jerarquía y el clero Anglicano. Se invocó muchas veces el nombre de Jesús, se sucedieron lecturas de la Biblia, se dispuso un servicio de comunión y los nuevos rey y reina recibieron el sacramento. Aunque se realizó con recato fuera de las pantallas, Carlos fue ungido a la manera de un sacerdote u obispo en su ordenación, y posteriormente se atavió luciendo, como todo el mundo reconoce, vestiduras sacerdotales. De hecho, la combinación de roles sacerdotal y real fue notoriamente evocativa de personajes del Antiguo Testamento como Saúl, David y Salomón.

 

 

Hubo dos momentos sagrados que cautivaron particularmente mi atención. Primero, en el comienzo mismo de la ceremonia, el Rey Carlos declaró, “Imitando al Rey de Reyes, he venido no a ser servido, sino a servir”. Y en segundo lugar, a continuación de la unción y antes de la coronación, el arzobispo de Canterbury presentó a Carlos con el orbe, que tiene encima la cruz de Jesús; y comentó que simbolizaba cómo el rango de autoridad del nuevo rey está por debajo de una autoridad divina más elevada. 

 

Ahora bien, no hay duda de que nosotros los seres humanos somos seducidos por el poder y aquellos que lo ejercitan. La mayoría queremos poder en alguna forma y entonces lo buscamos con una combinación de anhelo y envidia por la gente que lo posee. Esto contribuye a explicar por qué miramos deslumbrados una ceremonia tal como la de la coronación de un rey. Pero el elemento religioso, tan evidente la semana pasada en la Abadía de Westminster, representa algo más —esto es, cuan temerosos del poder nos sentimos, con legitimidad. La experiencia larga y terrible nos ha convencido de que la concentración del poder, sin la contención del deber moral y la consideración, es una de las fuerzas más peligrosas de la tierra. Reyes, emperadores, jefes militares, príncipes y dictadores a los que se les permitió ejercitar su autoridad de un modo arbitrario, han causado estragos enormes y han sido responsables de apilar montañas de cadáveres.

Este terror al poder estuvo presente con prominencia, por supuesto, en la mentalidad de los fundadores de nuestro país, lo cual explica por qué adoptaron una red de controles y balances en nuestro gobierno, asegurando que ningún individuo o cuerpo representativo pudiera imponer caprichosamente su voluntad sobre la colectiva.   

“Imitando al Rey de Reyes, he venido no a ser servido, sino a servir”.

Pero esas restricciones internas, institucionales nunca resolverán definitivamente el problema del abuso de poder —lo que nos regresa a la coronación. La única respuesta satisfactoria y final para nuestra dificultad es situar al poder dentro de la jerarquía de los valores morales, que desembocan en el bien supremo que es Dios. Significa que comprendemos que el poder sirve a los bienes fundamentales de la vida: conocimiento, amistad, arte, juego, etc. Está destinado a fomentar esos fines y es, consecuentemente, legitimado solamente cuando se desplaza fuera del ámbito de las necesidades del ego del que lo ejercita. Y esos bienes morales, a su vez, están fundados en la naturaleza de Dios, el bien supremo. Si no reconocemos este punto de referencia trascendente, esos valores morales fundamentales pierden su integridad y llegan a ser vistos, muy pronto, como caprichos privados o el fruto del mutable consenso cultural.  

 

 

Y esta es precisamente la razón por la que todo el vocabulario utilizado durante la ceremonia de coronación del rey bajo la autoridad de Dios, no es una mera decoración piadosa ni simplemente una vaga alusión a la deteriorada religiosidad del pueblo británico. Apropiadamente entendido, es realmente serio, nacido de un temor muy auténtico, y expresivo de parte de las mejores intuiciones espirituales que tenemos los seres humanos. El poder está debajo de Dios o es una tiranía. Es tan simple como eso. Cuando Abraham Lincoln estaba preparando la versión final del Discurso de Gettysburg para publicarlo, agregó dos palabras a la conocida frase de cierre, que ahora se lee, “que esta nación, Dios mediante, vea renacer la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”. Basado en una intuición firme y profunda, Lincoln reconoció que nuestra muy preciada libertad norteamericana pierde su sentido cuando se la desancla de la verdad moral. Sea que hablemos de un rey, un gobierno representativo o el pueblo como un todo, aquellos que ejercitan la libertad sin considerar el propósito moral, se convierten en breve, en mortalmente peligrosos. 

 

 

Aunque nosotros los norteamericanos hemos desechado nuestra lealtad a la monarquía británica, permanecemos, con obstinación, fascinados por ella y su familia. Que sea una práctica saludable, mientras miramos toda la colorida pompa, el destacar que este nuevo rey inglés, como él mismo admitió, sirve bajo la autoridad del Rey de Reyes. BUENO COMO LATINOAMERICANOS VAMOS A TIENTAS Y NOS MARAVILLAMOS ANTE TANTA POMPA, PERO EXPRESO MI DESEO DE LA PAZ PARA NUESTRO POBRE MUNDO QUE ANDA POR BUSQUEDAS, PERO NO ENCUENTRA LA VERDAD DEL DIOS AMOR EN LA VERDAD DE LA IGLESIA DIRIGIDA POR EL PAPA FRANCISCO. AMEN

Permanecer en el amor de Jesús. Habitar en la corriente del amor de Dios, tomar demora estable, es la condición para hacer que nuestro amor no pierda por el camino su ardor y su audacia. También nosotros, como Jesús y en Él, debemos acoger con gratitud el amor que viene del Padre y permanecer en este amor, tratando de no separarnos con el egoísmo y el pecado. Es un programa arduo pero no imposible. Primero es importante tomar conciencia de que el amor de Cristo no es un sentimiento superficial, no, es una actitud fundamental del corazón, que se manifiesta en el vivir como Él quiere. Jesús, de hecho, afirma:

«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (v. 10).

El amor se realiza en la vida de cada día, en las actitudes, en las acciones; de otra manera es solamente algo ilusorio. Son palabras, palabras, palabras: eso no es el amor. El amor es concreto, cada día. Jesús nos pide cumplir sus mandamientos, que se resumen en esto: «que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12). (Regina Caeli, 6 mayo 2018)

 

 

Jn, 15, 9-11

Amigos, las dos palabras más importantes de nuestro Evangelio de hoy son alegría y mandamientos. Ahora, les digo que estos no son términos que podamos yuxtaponer fácilmente. Solemos asociar los mandamientos con el cumplimiento del deber y la responsabilidad, o con la rectitud moral, y eso normalmente parecería oponerse al gozo.

Encontramos gozo solo en Dios, porque nuestras almas han sido programadas para ir hacia Dios. Debemos encontrar a Dios si queremos ser gozosos. Pero aquí está el truco, y en ello se exhibe toda la vida cristiana: Dios es amor. Dios se despoja de Sí mismo en favor del otro. Esto significa, paradójicamente, que para llegar a encontrar a Dios debemos ser don y ofrecernos a los demás. Tener a Dios es ser lo que Dios es, y eso significa dar la vida. Sólo eso te hará feliz.

 

 

Ahora vemos el vínculo entre alegría y mandamientos: “Este es mi mandamiento: ámense unos a otros como yo los amo”. Cuando aceptamos este mandamiento, caminamos por el camino de la alegría. Cuando interiorizamos esta ley, nos volvemos felices.

 

 

Mayolo, Santo

Abad, 11 de mayo


Abad de Cluny

 

Martirologio Romano: En Souvigny, de Borgoña, san Mayolo, abad de Cluny, quien, firme en la fe, seguro en la esperanza y repleto de una doble caridad, renovó numerosos monasterios de Francia e Italia (994)

Etimológicamente: Mayolo = Aquel nacido en el mes de mayo, es de origen latino.

Breve Biografía


Hijo de Foquer, señor rico y poderoso en Provenza. Mayolo o también Mayeul nació en el año 906, en la pequeña villa de Valenzola. Sus padres murieron pronto, cuando Mayolo era aún muy joven. Pronto le ronda por la cabeza el pensamiento de abandonar sus muchas posesiones y retirarse a la soledad; pero antes de tomar esta determinación le obligan a salir de sus tierras los sarracenos que van haciendo incursiones desde España.

Esta es la razón de refugiarse en Mâcon donde le conociera el obispo Bernon que le da la prebenda de un canonicato al ver sus buenas cualidades y disposiciones. Termina sus estudios en la entonces célebre escuela de Lyon de donde regresa para instruir en filosofía y teología al clero local, recibir el diaconado y ser nombrado arcediano, o sea, el primero del orden de los diáconos. Como el ministerio del diaconado lleva consigo preparar la mesa a los pobres, repartiéndoles las limosnas de la iglesia, su nuevo cargo le proporciona la ocasión de ejercitar la caridad limosnera de un modo poco común; de hecho, vende sus muebles, casas y tierras para repartirlos entre los más menesterosos, incrementando así las limosnas del obispo.




 

Quieren nombrarlo obispo de Besanzon a la muerte de Guifredo; pero se resiste y, temeroso de que se presenten otras ocasiones que no pueda declinar, se retira al claustro. Cluny la abadía recientemente fundada -en el 910, bajo la advocación de san Pedro apóstol y sometido a la autoridad del papa, por Guillermo, duque de Aquitania-, será su casa desde entonces, cuando su tercer abad es Aymardo. Se observa estrictamente la Orden de San Benito de Arriano. Allí le encargan de la biblioteca y le nombran apocrisario, una especie de legado para resolver asuntos fuera del convento y, de modo especial, los que se refieren a las relaciones con los nobles o los príncipes.



Pasa a ser abad de Cluny al quedarse Aymardo imposibilitado para el gobierno por la ceguera. Con el abad Mayolo es cuando la abadía más resplandece por su rectitud, disciplina y espíritu de reforma, volviéndose hacia ella los ojos de los príncipes, emperadores y papas.

La reforma propugnada por Cluny pasa a los monasterios de Alemania a petición del emperador Otón I y de la emperatriz Adelaida.



Las abadías de Marmontier de Turena, San German de Auxerre, Moutier-San-Juan, San Benito de Dijon y San Mauro de las Fosas, en las proximidades de París, conocen la reforma cluniacense en Francia. El mismo papa Benedicto VII encomienda al abad Mayolo la reforma del monasterio de Lerins.



Fue toda una labor apasionante y pletórica realizada sólo en diez años. Claro está que nada de esto hubiera podido realizarse con un espíritu pusilánime o sin oración, sin penitencia y sin su piedad recia que incluía el tierno amor a Santa María como queda expresado en sus peregrinaciones a los santuarios de Nuestra Señora de Valay y de Loreto.



No todos los trabajos fueron ad intra propiciando la reforma de los buenos. Tuvo también escarceos apostólicos y proselitistas con los infieles sarracenos durante el tiempo en que le tuvieron preso, en Pont-Ouvrier, y de quienes fue rescatado por una fuerte suma de dinero que pudo reunirse entre los frailes y con las ayudas de amigos y ricos nobles conocidos.



El emperador Otón II quiso que fuera elegido papa, pero topó con su firme negativa.



Cansado de trabajos y pensando que su misión estaba concluida, propone se elija a su fiel discípulo Odilón para sucederle y renuncia a ser abad. Pero, aunque anciano ya, le queda todavía una última aventura reformadora; fue Hugo, el fundador de la dinastía de los Capetos, quien le pide como rey de Francia que regrese a París para introducir la reforma en la abadía de san Dionisio; no supo negarse, se puso en camino y muere en el intento generoso de mejorar ese monasterio para bien de la Iglesia; en Souvigni, el 11 de Mayo del año 994, casi nonagenario, muere el reformador Mayolo, uno de los hombres más eminentes de la cristiandad del siglo X, organizador insigne que preparó el estallido de vitalidad del siglo XI. Su figura se presenta magnífica en la escena del siglo de hierro en un mundo que estaba en construcción. Además de extender la Orden de Cluny en influencia y prestigio para reformar el mundo cristiano, su obra se extiende a otros aspectos de la vida social:

construye y restaura, favorece las letras e introduce las ideas cristianas en los gobiernos de Alemania, de Francia y de Italia y, además, es incapaz de contemplar a un necesitado sin derramar lágrimas.



La abadía de Cluny, el templo mayor del mundo hasta que en el siglo XVI se construyó en Roma la basílica de san Pedro, que llegó a ser uno de los más importantes centros religiosos, que preparó decisivamente el camino a la reforma gregoriana y que se convirtió en potente foco de radiación del románico europeo, está convertida hoy en un montón de ruinas sólo recuperadas para la posteridad en el papel y el diseño. Se cerró y arrasó en el 1790 por la Revolución francesa. Se entiende que no todas las revoluciones son respetuosas con la cultura, ni con el arte, ni con la historia o que quizá existan más interpretaciones de historia, de arte y de cultura.

 

 

Contemplar el amor de Cristo a su Padre

Santo Evangelio según san Juan 15, 9-11.

 

 

Jueves V de Pascua


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey Nuestro.

¡Venga tu Reino!



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)



Deseo con todo mi corazón dedicarme en este momento únicamente a ti, Jesús mío, mi Amigo y mi Rey. Enséñame a orar como Tú orabas a tu Padre. Muéstrame tu rostro, quiero conocerte. Mi anhelo más grande es experimentar tu amor y hoy deseo reconocerlo en la contemplación de este Evangelio. Gracias por llamarme a estar contigo. Quiero disfrutar de estos instantes como se está con un Amigo y aprender de ti como mi Maestro. Así sea.



Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Juan 15, 9-11



En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”.



Palabra del Señor.



 

 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio



Como el Padre te ama, así me amas Tú a mí. ¿Cómo te amaba el Padre, Dios mío? Quisiera contemplarlo en tu vida, mi Jesús. Tantas mañanas en oración pasabas junto a Él, nuestro Padre Dios. Tantas veladas, cuando la tarde ya había caído, en diálogo con Él. En instantes de alegría y durante momentos de profunda tristeza, tu consuelo y tu amparo siempre era el Padre.



Cuando te llenaste de gozo porque el Padre hubo revelado los secretos de tu Reino a la gente sencilla, tus discípulos. Cuando tu amigo Lázaro había muerto te dirigiste al Padre con plena confianza, dándole gracias por siempre escucharte, y con la plena seguridad de que habría de escuchar tu plegaria en aquel instante. Así también, mientras llorabas y sudabas sangre en el huerto de Getsemaní, presa del miedo tan humano durante la noche precedente a tu flagelación sangrienta, a la tortura del escarnio y la ingratitud -y ante la crucifixión en el Calvario. Nunca tuviste otro consuelo, otra fortaleza, que la del Padre que te amaba.



 

Y Él te llamaría en varias ocasiones mi Hijo amado, en quien Él hallaba su gozo. Y cuando te transfiguraste en el monte Tabor, los discípulos escucharon la voz amorosa del Padre, indicándote a ti como a quien habríamos de escuchar. Un Padre lleno de amor por su Hijo, un Padre que te acompañó en la encarnación, un Padre que estuvo a tu lado en el desierto, que te consoló con su silencio en la cruz y que lloró por tu crucifixión. Un amor misterioso, pleno, perfecto… y así me amas Tú… Ahora me detendré unos instantes para reflexionar cuánto me has amado, Jesús…



Hoy quiero permanecer y vivir, Señor Jesús, bajo tu mirada de amor perfecto y misericordioso por mí. Tengo la confianza de encontrarme en tus manos. Y, reconociendo mi pequeñez, te pido poder conocer, contemplar y anunciar cada vez mejor el misterio de este amor. Así sea.


«Un cristiano es aquel que “tiene” el Espíritu Santo y se deja guiar por él: permanecer en Dios y Dios permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Estar atento: y aquí viene el problema. Estén atentos, no se fíen de cualquier espíritu, más bien pongan a prueba a los espíritus para examinar si vienen verdaderamente de Dios. Esta es la regla cotidiana de vida que nos enseña Juan».
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de enero de 2016).



Diálogo con Cristo


Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.


Propósito


 

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.


Me propongo hacer una obra de caridad a una persona a la que me cuesta dirigirme. Quiero imitarte, Señor Jesús.


 

Despedida


Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

 

 

Flor del 11 de mayo: Virgen clemente



 

 

Meditación: María camino a Belén…fatigada y esperanzada, pues llevaba en sus entrañas al Dios que amaba; María en Belén…frío y pobreza para cobijar al Rey, pero Ella era Palacio de Pureza y Cristal para que se pudiera acurrucar. María junto a la Cruz…, “estaba junto a la Cruz de Jesús Su Madre” (Juan 19,25). ¡Cuanta soledad y miseria!. Si, la miseria de todos los hombres de todos los siglos. Mis miserias también…
María es Madre de pobreza y sacrificio, debemos imitarla si queremos ser sus verdaderos hijos.



Oración: ¡Oh Virgen clemente, oh Madre de misericordia!. Llévanos a la santidad por el camino de la Verdad, y no toleres nuestros pecados, sino que enséñanos a ser santos. Que sepamos ver lo que no hacemos bien, teniendo la clemencia del Corazón de Tu Hijo para con nuestros hermanos, porque así como perdonamos seremos perdonados. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).



Florecilla para este día: Meditar sobre las propias miserias, para no volver a juzgar las miserias de los demás.

 

 

San Francisco de Jerónimo, el inspirador patrono de Nápoles

Misionero jesuita llamado «Apóstol de Nápoles» que optó por los pobres y enfermos, y logró miles de conversiones

 

 

San Francisco de Jerónimo nació en Grottaglie (Italia) en 1642. Fue misionero jesuita y lo llamaban «el Apóstol de Nápoles», por su ansia de convertir a los pecadores y por su amor a los más desamparados.

Visitaba la cárcel, los hospitales y los barrios más pobres de la ciudad. También los lugares de pecado, y fue criticado por ello. Más de una vez recibió golpes.

Se preocupó de los condenados a galeras y de los esclavos musulmanes. Al mismo tiempo buscaba donativos para pagar el rescate de cristianos en África.

Fue predicador de la famosa iglesia del Gesú Nuovo, en Nápoles, y luego durante 22 años de la iglesia de Santa María Egipcíaca. Se dice que había más de 400 conversiones al año.

 

 

En un tiempo en que el pueblo no solía comulgar, propició la comunión el tercer domingo de cada mes. A esas misas llegaron a asistir más de 15.000 personas.

Murió a los 74 años y se le enterró en la iglesia de los jesuitas de Nápoles.

Santo patrón

San Francisco Jerónimo es el patrono principal de la ciudad de Nápoles.

 

 

Oración

«Quiero trabajar hasta el último momento.
Mientras me quede un hilo de vida,
me iré, aunque sea arrastrando, por las calles de Nápoles.
Si caigo bajo la carga, daré gracias al Señor.
Un burro de carga debe morir bajo su fardo».