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Fiesta de todos los santos

Una gran fiesta en el cielo


 

Hoy, primero de noviembre se celebra la fiesta de Todos los Santos. Para toda la Iglesia es una gran celebración porque hay gran fiesta en el cielo. Para nosotros es una gran oportunidad de agradecer todos los beneficios, todas las gracias que Dios ha derramado en personas que han vivido en esta tierra y que han sido como nosotros, con las mismas debilidades, y con las fortalezas que vienen del mismo Dios. Celebremos este día con un corazón agradecido, porque Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres.



Hoy es un buen día para reflexionar todo el bien espiritual y material que por intercesión de los santos hemos obtenido y tenemos hasta el día de hoy, pues los santos que desearon la Gloria de Dios desde aquí en la tierra lo siguen deseando en la visión beatifica, y comparten el mismo deseo de Nuestro Señor Jesucristo de que todos los hombres se salven, que todos los hombres glorifiquen a Nuestro Señor.



 

La Iglesia ha instituido la Fiesta de Todos los santos por las siguientes razones:



1.- Para alabar y agradecer al Señor la merced que hizo a sus siervos, santificándolos en la tierra y coronándolos de gloria en el cielo.



2.- Para honrar en este día aun a los Santos de que no se hace fiesta particular durante el año.



3.- Para procurarnos mayores gracias multiplicando los intercesores.



4.- Para reparar en este día las faltas que en el transcurso del año hayamos cometido en las fiestas particulares de los Santos.



5.- Para animarnos más a la virtud con los ejemplos de tantos Santos de toda edad, sexo y condición, y con la memoria de la recompensa que gozan en el cielo.



 

 

Ha de alentarnos a imitar a los Santos el considerar que ellos eran tan débiles como nosotros y sujetos a las mismas pasiones; que, fortalecidos con la divina gracia, se hicieron santos por los medios que también nosotros podemos emplear, y que por los méritos de Jesucristo se nos ha prometido la misma gloria que ellos gozan en el cielo.




Se celebra la fiesta de Todos los Santos con tanta solemnidad porque abraza todas las otras fiestas que en el año se celebran en honor de los Santos y es figura de la fiesta eterna de la gloria.



Para celebrar dignamente la fiesta de Todos los Santos debemos:



1.- Alabar y glorificar al Señor por las mercedes que hizo a sus siervos y pedirle que asimismo nos las conceda a nosotros.



2.- Honrar a todos los Santos como a amigos de Dios e invocar con más confianza su protección.



3.- Proponer imitar sus ejemplos para ser un día participantes de la misma gloria.



 

 

Es importante en este día tan importante para toda la Iglesia detenernos a pensar en todo el bien que Dios ha dado a la humanidad por medio de tantos hombres y mujeres que fieles a la voluntad de Dios, fieles a su amor fueron testigos del Reino del Señor. La cantidad de santos, santas y mártires que dejaron una huella tan profunda en su paso por esta tierra que ni el tiempo ni los cambios de generaciones han podido borrar. Y si decimos que es de todos los Santos es porque también celebramos a tantos Santos y Mártires que Dios a querido tener en el anonimato, y que nosotros no conocemos por su nombre pero sabemos por la fe que están dando gloria a Dios.



Celebremos con gozo este día, y pidámosle a Dios Nuestro Señor nos conceda disfrutar en esta tierra de la protección de sus santos y que un día nos conceda estar con ellos para glorificarlo en su eternidad.



Que Santa María Reina de los santos nos conceda la alegría de servir con humildad a Dios esta tierra para verle y gozarle en la vida eterna.


 

 

• Matthew 5:1-12a

Amigos, nuestro Evangelio de hoy es uno de los más bellos e importantes del Nuevo Testamento: el comienzo del Sermón de la Montaña, las ocho Bienaventuranzas. ¿Por qué es tan importante? Porque es el mismo Hijo de Dios quien nos dice cómo ser felices. Él no puede equivocarse al decirnos cómo lograr lo que cada uno de nosotros básicamente quiere. ¿Quién podría ser más convincente?

En el centro del programa de Jesús se encuentran las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los misericordiosos” y “Bienaventurados los pacificadores”.

Ellas nombran al mismo centro del programa espiritual, porque nombran las formas en que participamos más directamente en la vida divina.

Una de las palabras más importantes que se usan para describir a Dios en el Antiguo Testamento es jésed o chesed (tierna misericordia). La versión del Nuevo Testamento de esta palabra se encuentra en la Primera Carta de San Juan: Dios es ágape (amor). Todo lo demás que decimos acerca de Dios debe verse como un aspecto del chesed y el ágape. Chesed es compasión; ágape es querer el bien del otro. Por lo tanto, si quieres ser feliz, desea ser como Dios. Hazlo y serás feliz.

 

 

Jesús comienza con la palabra «Bienaventurados» (Mt 5, 3). Es el anuncio principal, el de una felicidad inaudita. La bienaventuranza, la santidad no es un programa de vida hecho solo de esfuerzos y renuncias, sino que es ante todo el gozoso descubrimiento de ser hijos amados por Dios. Y esto nos llena de gozo, No es una conquista humana, es un don que recibimos: somos santos porque Dios, que es el Santo, viene a habitar nuestra vida. (Ángelus, 1 noviembre 2021)

 

 
Fiesta de Todos los Santos

Solemnidad litúrgica. 1 de noviembre




Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net


 

Solemnidad de Todos los Santos que están con Cristo en la gloria. En el gozo único de esta festividad, la Iglesia Santa, todavía peregrina en la tierra, celebra la memoria de aquellos cuya compañía alegra los cielos, recibiendo así el estímulo de su ejemplo, la dicha de su patrocinio y, un día, la corona del triunfo en la visión eterna de la divina Majestad.

Este día se celebran a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros.

Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.



Comunión de los santos



La comunión de los santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.




Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.



Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el 1ro. de noviembre.



Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones.


Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:



¿Como alcanzar la santidad?



- Detectando el defecto dominante y planteando metas para combatirlo a corto y largo plazo.
- Orando humildemente, reconociendo que sin Dios no podemos hacer nada.
- Acercándonos a los sacramentos.



Un poco de historia



La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

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La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.



Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.



Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.



Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.



Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.



El Concilio Vaticano II reestructuró el calendario del santoral:



Se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas (se eliminaron algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros); se seleccionaron los santos de mayor importancia (no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc.); se recuperó la fecha adecuada de las fiestas (esta es el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir); se dio al calendario un carácter más universal (santos de todos los continentes y no sólo de algunos).



 

 

Categorías de culto católico



Los católicos distinguimos tres categorías de culto:


– Latría o Adoración: Latría viene del griego latreia, que quiere decir servicio a un amo, al señor soberano. El culto de adoración es el culto interno y externo que se rinde sólo a Dios.



– Dulía o Veneración: Dulía viene del griego doulos que quiere decir servidor, servidumbre. La veneración se tributa a los siervos de Dios, los ángeles y los bienaventurados, por razón de la gracia eminente que han recibido de Dios. Este es el culto que se tributa a los santos. Nos encomendamos a ellos porque creemos en la comunión y en la intercesión de los santos, pero jamás los adoramos como a Dios. Tratamos sus imágenes con respeto, al igual que lo haríamos con la fotografía de un ser querido. No veneramos a la imagen, sino a lo que representa.



– Hiperdulía o Veneración especial: Este culto lo reservamos para la Virgen María por ser superior respecto a los santos. Con esto, reconocemos su dignidad como Madre de Dios e intercesora nuestra. Manifestamos esta veneración con la oración e imitando sus virtudes, pero no con la adoración.



Todos llamados a ser santos


Novena de oración por nuestros difuntos

 

 


¿Qué debo hacer para ganarme el Cielo?

Jesús nos invita a ser santos, a alcanzar el Cielo, pero ¿qué debemos hacer para lograrlo?


 

Sería fantástico que todos le hiciéramos al Señor aquella pregunta que un día un joven le planteara: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (Mc. 10, 17; Mt. 19, 16) ¿cómo me puedo ganar mi entrada al Cielo?

Dejemos que sean las Escrituras las que nos muestren lo que debemos hacer.

1.- CUMPLIR LOS MANDAMIENTOS

A aquel joven Nuestro Señor Jesucristo le respondió así: «Tú conoces los mandamientos:

No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre» (Mc. 10, 19; Mt. 19, 18)… porque «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre» (Jn. 14, 21)

San Pablo nos recuerda el camino a seguir:

«Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.



En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley.



Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias» (Gal. 5, 19-24)

Y lo acentúa:

«El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna» (Gal. 6, 8)

2.- CREER, PERSEVERAR HASTA EL FINAL Y OBRAR EN CONCORDANCIA A LA FE

Ante esto surge una escusa en mi mente: las tentaciones son muchas, y soy débil, ¿cómo podré lograr semejante hazaña?, ¿acaso no está escrito que «el adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pe. 5, 8)?… sí, eso es verdad, pero también está escrito que no sufriremos «tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito (1 Cor. 10, 13)» y aunque parezca que el león nos va a devorar, si acudimos a Él buscando su auxilio, saldremos victoriosos porque

 

 

«Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?» (Rom. 8, 31)

Pero, entonces, ¿no vasta con creer?, ¿no dijo Nuestro Señor a Nicodemo «el que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Jn. 3, 36)?, sí, es verdad, lo dijo, y esto no contradice lo anterior, porque quien cree en alguien sigue todo lo que él ha enseñado, por lo tanto quien cree en Cristo Jesús sigue fielmente todas sus enseñanzas (aunque no seamos capaces de entenderlas completamente), no tan sólo las que nos sean más cómodas y fáciles, sino principalmente aquellas que nos cuesta más por nuestra propia debilidad, porque es en esa batalla, «la buena batalla», la que nos permitirá decir al final «he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe» (2 Tim. 4, 7), no me he «cansado de hacer el bien» (2 Tes. 3, 13), tendiendo siempre presente que sólo

«Aquel que persevere hasta el final se salvará» (Mt. 10, 22).

Parte de los frutos de esa batalla son nuestras obras, obras que si son realizadas por amor a Dios no serán olvidadas por Él (Heb. 6, 10), y nos dará como recompensa la deseada vida eterna (Rom. 2, 6-7) y en el día del juicio nos dirá:

«Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (Mt. 25, 34)

Probaron vuestra fe gracias a vuestras obras (Sant. 2, 18).

3.- LA EUCARISTÍA

Finalmente, no me puedo olvidar de mencionar otro requisito para lograr el cielo, último en este escrito, pero no el menos importante, veamos que nos dice el Señor:

«En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.



Discutían entre sí los judíos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?



Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.



Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». (Jn. 6, 47-58)

Jesús mismo nos indica, en la noche que fue entregado, como podemos comer su carne y beber su sangre, dones que nos darán la vida eterna, ya que

«Tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío. Asimismo tomó también la copa después de cenar diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre» (1 Cor. 11, 23-25; Mc. 14. 22-25; Lc. 22. 19-20; Mt. 26, 26-27)

Eso sí, no podemos olvidar que el comer el cuerpo y beber la sangre de Nuestro Señor es algo muy serio, y que si lo hacemos inadecuadamente, sin el debido discernimiento (1 Cor. 11, 27-29) estaríamos negándonos la posibilidad de recibir aquella vida eterna prometida y en su lugar recibiríamos el más temido de los castigos.

Estos pasos no son los únicos, pero si los principales, iniciemos con ellos, y en nuestro peregrinar hacia el cielo anhelado Dios nos irá permitiendo descubrir aquello que aquí falte, pero sin olvidar nunca que las puertas del Cielo están abiertas gracias al infinito amor de Jesús por cada uno de nosotros, amor que nos probó en la cruz (Rom. 5, 8), sin esa entrega total y amorosa ninguno de nuestros actos lograrían los méritos necesarios para ingresar al cielo.

 

 
Todos los Santos: La gloria de Dios en sus hijos

Jorge Luis Zarazúa – publicado el 31/10/13

 

 

Lo que la Iglesia católica celebra el 1 de noviembre es la llamada de todos los hombres a la santidad, aquí algunas maneras de celebrarlo

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El 1 de noviembre se celebra la fiesta de todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros.

Santo es sencillamente aquel que ha llegado a la unión plena con Dios. Algunos santos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

La gloria de Dios resplandece en cada uno de los santos

El Catecismo de la Iglesia Católica habla sobre ellos así:

«Mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven “tal cual es” (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4)».

 

 

A algunos santos, los católicos los veneran en algún día especialmente dedicado a ellos. A todos ellos, el 1 de noviembre en la Solemnidad de Todos Santos.

El Prefacio I de los Santos, titulado La Gloria de los Santos, puede ayudar a entender por qué se venera a los Santos:

En verdad es justo darte gracias y deber nuestro glorificarte, Padre santo. Porque tu gloria resplandece en cada uno de los santos, ya que, al coronar sus méritos, coronas tus propios dones.

Con su vida, nos proporcionas ejemplo, ayuda, con su intercesión, y por la comunión con ellos, nos haces participar de sus bienes, para que, alentados por testigos tan insignes, lleguemos victoriosos al fin de la carrera y alcancemos con ellos la corona inmortal de la gloria.

La Carta a los Hebreos los describe de esta forma, unidos a Jesús y en comunión con nosotros:

Innumerables son estos testigos que nos envuelven como una nube. Depongamos, pues, toda carga inútil, y en especial las amarras del pecado, para correr hasta el final la prueba que nos espera, fijos los ojos en Jesús, que organiza esta carrera de la fe y la premia al final. (Hb 12, 1-2a)

Todos llamados a ser santos

Uno de los frutos más importantes de esta solemnidad es recordar que todos estamos llamados a ser santos, como lo expone san Pablo cuando recuerda que Dios «nos ha elegido en él (Cristo), antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor» (Ef 1, 4).

Y san Pedro, la Roca sobre la cual Jesús edificó su Iglesia enseña lo siguiente:

«Si es santo el que los llamó, también ustedes han de ser santos en toda su conducta, según dice la Escritura: Sean santos, porque yo soy santo» (1Pe 1, 15-16).

Dice Benedicto XVI:

«El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que estas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo».

Propuestas para celebrar la Solemnidad de Todos Santos

He aquí unas propuestas eficaces para meternos en el maravilloso mundo de la santidad, a la que hemos sido llamados.

1.LA FIESTA DE LOS SANTOS

La Fiesta de los Santos es una iniciativa de los Apóstoles de la Palabra para recordar a todos los católicos el llamado universal a la santidad, que Dios quiere que todos seamos santos (cfr. 1 Pe 1, 16).

En este sentido, la Biblia nos presenta innumerables modelos de vida que pueden ayudar a dar pasos muy concretos para avanzar en la propia santificación.

Por otra parte, a lo largo de la historia de la Iglesia muchos discípulos de Cristo han recorrido este mismo itinerario.

Consiste en aprovechar la celebración de la fiesta de Todos Santos para organizar un concurso en el cual los participantes cumplan las siguientes bases:

Ponerte en la piel de tu santo o personaje bíblico favorito

Galería fotográfica

Narrar en primera persona y brevemente (3-5 minutos) la vida del santo favorito, resaltando la vivencia de las virtudes que le ayudaron a alcanzar la santidad.

Responder a algunas preguntas, planteadas por los integrantes del Jurado calificador y el público asistente.

¿Quiénes pueden participar?

Todos, puesto que hay varias categorías:


1) Niños.
2) Adolescentes.
3) Jóvenes.
4) Adultos.

Para darle un sabor eminentemente bíblico, puede realizarse utilizando personajes de la Sagrada Escritura, como Abraham, Moisés, Josué, Miriam, David, Rut, Noemí, Sara, Raquel, María, Pedro, Pablo, Aquila, Priscila, Marcos, etc., o haciendo resaltar en los santos su conformidad con la Palabra de Dios, subrayando algún aspecto particular.

Para otorgar el Primero, Segundo y Tercer Lugar, el Jurado calificador tiene presente no sólo el vestuario, sino ante todo la narración de los datos del personaje seleccionado por el participante.

2.LA LETANÍA DE LOS SANTOS

 

 

Otra idea para el 1 de noviembre es recitar o entonar la Letanía de los Santos:

-Señor, ten piedad de nosotros (se repite)
-Cristo, ten piedad de nosotros (se repite)
-Señor, ten piedad de nosotros (se repite)

-Santa María, Madre de Dios, Ruega por nosotros
-San Miguel, Ruega por nosotros.
-Santos Ángeles de Dios, Rueguen por nosotros.
-San José, Ruega por nosotros
-San Juan Bautista, Ruega por nosotros.
-Santos Pedro y Pablo, Rueguen por nosotros.

-San Andrés, Ruega por nosotros
-San Juan, Ruega por nosotros

-Santa María Magdalena, Ruega por nosotros
-San Esteban, Ruega por nosotros
-San Lorenzo, Ruega por nosotros

-San Ignacio de Antioquía, Ruega por nosotros
-San Lorenzo, Ruega por nosotros.
-Santas Perpetua y Felicidad, Rueguen por nosotros.
-San regorio, Ruega por nosotros
-San Agustín, Ruega por nosotros
-San Atanasio, Ruega por nosotros
-San Basilio, Ruega por nosotros

-San Martín, Ruega por nosotros
-San Benito, Ruega por nosotros.

-Santos Francisco y Domingo, Rueguen por nosotros.
-San Francisco Javier, Ruega por nosotros
-San Juan María Vianney, Ruega por nosotros
-Santa Teresa de Avila, Ruega por nosotros
-Santa Catalina de Siena, Ruega por nosotros.
-Santos y santas de Dios, Rueguen por nosotros.
-Muéstrate propicio, Líbranos, Señor.
-De todo mal, Líbranos, Señor.
-De todo pecado, Líbranos, Señor.
-De la muerte eterna, Líbranos, Señor.
-Por tu encarnación, Líbranos, Señor.
-Por tu muerte y resurrección, Líbranos, Señor.

-Por el envío del Espíritu Santo, Líbranos, Señor.
-Nosotros, que somos pecadores, Te rogamos, óyenos.
-Jesús, Hijo de Dios vivo, Te rogamos, óyenos.
-Cristo, óyenos,
-Cristo, escúchanos
-Cristo, escúchanos,
-Cristo, escúchanos