Texto del Libro – El diario de Santa Faustina:

Jesús mío, ahora veo que he pasado por todas las etapas de la vida Contigo: la infancia, la juventud, la vocación, la labor apostólica, el Tabor, el Huerto de los Olivos y ahora ya estoy contigo en el Calvario.  Me he sometido espontáneamente a la crucifixión y ya esto crucificada aunque camino todavía un poco, pero estoy tendida en la cruz y siento claramente que la fuerza de Tu cruz fluye sobre mí y que Tu eres mi perseverancia.  Aunque he oído, más de una vez, la voz de la tentación que me grita ¡baja de la cruz!, la potencia de Dios me fortalece.  Aunque los abandonos, las tinieblas y diversos sufrimientos golpean mi corazón, no obstante, una misteriosa fuerza divina me sostiene y fortifica.  Deseo beber el cáliz hasta la última gota.  Confío firmemente en que Tu gracia, que me sostuvo en los momentos cuando estaba en el Huerto de los Olivos, también me sostendrá ahora cuando estoy en el Calvario.

Reflexión: La cruz

Me he sometido espontáneamente a la crucifixión y ya estoy crucificada, aunque camino todavía un poco, pero estoy tendida en la cruz y siento claramente que la fuerza de tu cruz fluye sobre mí y que tú eres mi perseverancia.

La cruz nos lleva a Jesús, nos une con Jesús y nos hace vivir de su amor. No hay equivocación sobre la cima del calvario: existe tan solo una senda que conduce directamente hasta Jesús. Aprendamos a encontrar a Jesús sobre su cruz, y mejor aún a quedarse a sus pies. La cruz de Jesús es nuestra herencia, pero su amor es nuestra fuerza.

El camino del justo está bordeando, tiene un doble cerco: el de la gracia, como el de la cruz, a medida que uno avanza son más numerosas las cruces, pero también están coronadas de diademas, que nos anuncian la proximidad del paraíso. Nunca ha habido felicidad en la tierra desde que Dios dejó a Adán, “Comerás el pan con el sudor de tu frente”.

El divino maestro nos visita a veces con la gracia del calvario; pero también con la fuerza del amor. La cruz no es un castigo, sino un trozo de la cruz de nuestro Señor. Cuando nos venga alguna cruz no debemos despreciar su divino origen, sino recibirlo como a hija del calvario como a una gota de la sangre del salvador.

No miremos el dolor natural de sufrimiento; miremos la cruz en nuestro Señor, que así será otro su aspecto. El camino del cielo es para quienes llevan de buena gana la cruz de Jesús. El camino es corto y la recompensa eterna. La cruz es el alimento, la prueba del amor divino, la regla de la perfección.

La cruz es fuego que purifica, que templa fuertemente a un alma en la virtud, la cruz es la espada con que conquistamos nuestra libertad. La cruz es el campo de batalla del amor divino, el altar del sacrificio, la mayor gloria de Dios.

Dios te bendiga y proteja.

Amén.

Dr. Victor Arce.