John 4:43-54
Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús sana al hijo de un funcionario real.
Sanador, esa es la razón por la que ha venido; eso es lo que Él es. La divinidad y la humanidad se encuentran en Jesús. Sus manos, boca y ojos, todo Su Cuerpo es un conducto de la energía de Dios. ¿Para qué es la energía de Dios, el propósito de Dios? Para corregir un mundo que anda mal, un mundo que sufre. A través de cada poro de Su cuerpo, Jesús expresa el amor sanador de Dios.
En la historia, el ministerio de curación de Jesús expresa la intención última de Dios para el mundo. En Jesús vemos indicios de ese mundo por venir, donde no habrá más sufrimiento, ni tristeza, ni enfermedad.
Él no está esperando que el pecador, el que sufre, el marginado venga a Él. En el amor y la humildad, Él va hacia ellos. El mismo Jesús, resucitado de la muerte, presente y vivo en la Iglesia, sigue buscándonos, entrando en nuestros hogares —no espera que vayamos gateando hacia Él, sino que nos busca con amor y humildad.
Este padre pide salud para su hijo (cf. Jn 4,43-54). El Señor reprocha un poco a todos, pero también a él: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». (cf. v. 48). El funcionario, en lugar de callar y estar en silencio, se adelanta y le dice: «Señor, baja antes que se muera mi hijo» (v. 49). Y Jesús le respondió: «Ve, tu hijo vive» (v. 50). Existen tres cosas que se necesitan para hacer una verdadera oración. La primera es la fe: “Si no tienen fe…” Y muchas veces, la oración es sólo oral, de boca, pero no viene de la fe del corazón, o es una fe débil… (…) La primera condición para la verdadera oración es la fe. La segunda condición que el mismo Jesús nos enseña es la perseverancia. Algunos piden, pero la gracia no llega: no tienen esta perseverancia, porque en el fondo no la necesitan, o no tienen fe. (…) La fe y la perseverancia van juntas, porque si tienes fe, es seguro que el Señor te dará lo que pidas. Y si el Señor te hace esperar, llama, llama, al final el Señor da la gracia. (…) Y la tercera cosa que Dios quiere en la oración es la valentía. Alguien puede pensar: ¿se necesita valor para rezar y estar ante el Señor? Se necesita. (…) Esta virtud de la valentía, es muy necesaria. No sólo para las acciones apostólicas, sino también para la oración. Fe, perseverancia y valentía. En estos días en que es necesario rezar, rezar más, pensemos si rezamos de esta manera: con fe en que el Señor puede intervenir, con perseverancia y con valor. El Señor no decepciona, no decepciona. Nos hace esperar, se toma su tiempo, pero no nos decepciona. Fe, perseverancia y valor.
(Homilía Santa Marta, 23 de marzo de 2020)
Sofronio de Jerusalén, Santo
Obispo, 11 Marzo
Por: Albam Butler | Fuente: La Vida de los Santos
Martirologio Romano: En Jerusalén, san Sofronio, obispo, que tuvo como maestro y amigo a Juan Mosco, con quien visitó diversos lugares monásticos. Fue elegido, a la muerte de Modesto, para la sede de la Ciudad Santa, y en ella, cuando cayó en manos de los sarracenos, defendió valientemente la fe y la seguridad del pueblo. († 639)
Breve Biografía
Sofronio nació en Damasco y desde pequeño estudió tan excesivamente, que estuvo a punto de quedar ciego; pero gracias a eso el santo llegó a ser tan versado en la filosofía griega, que recibió el sobrenombre de «el sofista».
Junto con su amigo, el célebre ermitaño Juan Mosco, viajó mucho por Siria, Asia Menor y Egipto, donde tomó el hábito de monje, el año 580. Los dos amigos vivieron juntos durante varios años en la «laura» de San Sabas y el monasterio de Teodosio, cerca de Jerusalén.
Su deseo de mayor mortificación los llevó a visitar a los famosos ermitaños de Egipto. Después fueron a Alejandría, donde el patriarca San Juan el Limosnero les rogó que permaneciesen dos años en su diócesis para ayudarle a reformarla y a combatir la herejía. En dicha ciudad fue donde Juan Mosco escribió el «Prado Espiritual», que dedicó a San Sofronio. Juan Mosco murió hacia el año 620, en Roma, a donde había ido en peregrinación.
San Sofronio retornó a Palestina y fue elegido patriarca de Jerusalén, por su piedad, saber y ortodoxia.
En cuanto tomó posesión de la sede, convocó a todos los obispos del patriarcado para condenar la herejía monotelita y compuso una carta sinodal, en la que exponía y defendía la doctrina católica.
Esa carta, que fue más tarde ratificada por el sexto Concilio Ecuménico, llegó a manos del Papa Honorio y del patriarca de Constantinopla, Sergio, quien había aconsejado al Papa que escribiese en términos evasivos acerca de la cuestión de las dos voluntades de Cristo.
Parece que Honorio no se pronunció nunca sobre el problema; su silencio fue muy poco oportuno, pues producía la impresión de que el Papa estaba de acuerdo con los herejes.
Sofronio, viendo que el emperador y muchos prelados del oriente atacaban la verdadera doctrina, se sintió llamado a defenderla con mayor celo que nunca.
Llevó al Monte Calvario a su sufragéneo, Esteban, obispo de Dor y ahí le conjuró, por Cristo Crucificado y por la cuenta que tendría que dar a Dios el día del juicio, «a ir a la Sede Apostólica, base de toda la doctrina revelada, e importunar al Papa hasta que se decidiese a examinar y condenar la nueva doctrina».
Esteban obedeció y permaneció en Roma diez años, hasta que el Papa San Martín I, condenó la herejía monotelita, en el Concilio de Letrán, el año 649.
Pronto tuvo San Sofronio que enfrentarse con otras dificultades. Los sarracenos habían invadido Siria y Palestina; Damasco había caído en su poder en 636; y Jerusalén en 638. El santo patriarca, había hecho cuanto estaba en su mano por ayudar y consolar a su grey, aun a riesgo de su vida.
Cuando los mahometanos sitiaban la ciudad, San Sofronio tuvo que predicar en Jerusalén el sermón de Navidad, pues era imposible ir a Belén en aquellas circunstancias.
El santo huyó después de la caída de la ciudad y, según parece, murió al poco tiempo, probablemente en Alejandría. Además de la carta sinodal, San Sofronio escribió varias biografías y homilías, así como algunos himnos y odas anacreónticas de gran mérito.
Se ha perdido la «Vida de Juan el Limosnero», que compuso en colaboración con Juan Mosco; también se perdió otra obra muy voluminosa, en la que citaba 600 pasajes de los Padres para probar que en Cristo había dos voluntades.