• Matthew 20:17-28

Amigos, en el Evangelio de hoy la madre de Santiago y Juan le pide a Jesús, en nombre de ellos, que sean honrados en su reino.

Jesús atiende pacientemente el pedido y trata de aclarar y redirigir el mismo. Llega entonces la respuesta final: “En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre”.

El Padre ha preparado este lugar para alguien que reinará con Jesús cuando venga en su gloria. El Viernes Santo por la tarde el buen ladrón se dirigió al Jesús crucificado e hizo un pedido similar al de Santiago y Juan: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Y Jesús le respondió: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Este criminal crucificado estaba en la misma situación que Santiago y Juan, en lo que su ingenua ambición deseaba. El que bebió de la misma copa del sufrimiento de Jesús tuvo el privilegio de reinar con Él. Que no haya límite para tu ambición, siempre y cuando te lleve a ese lugar junto al Cristo crucificado.

«Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que sea escarnecido, azotado y crucificado» (vv. 18-19). No es sólo una sentencia de muerte: hay más. Hay humillación, hay ensañamiento. Y cuando hay ensañamiento en la persecución de un cristiano, de una persona, está el diablo. El demonio tiene dos estilos: la seducción, con las promesas del mundo, como quiso hacer con Jesús en el desierto, seducirlo y con la seducción hacerle cambiar el plan de redención; y si eso no funciona, el ensañamiento. El diablo no usa medios términos. Su soberbia es tan grande que intenta destruir, y destruye disfrutando de la destrucción con saña. (…) Que el Señor nos dé la gracia de saber discernir cuándo hay un espíritu que quiere destruirnos con ensañamiento, y cuándo el mismo espíritu quiere consolarnos con las apariencias del mundo, con la vanidad. Pero no olvidemos: cuando hay saña, hay odio, la venganza del diablo derrotado. Así es hasta hoy, en la Iglesia. Pensemos en tantos cristianos, en lo cruelmente perseguidos que son. (…) sufrimiento. Es el ensañamiento del diablo. Que el Señor nos dé la gracia de discernir el camino del Señor, que es la Cruz, del camino del mundo, que es la vanidad, la apariencia, el maquillaje. (Homilía Santa Marta, 11 de marzo de 2020)

Román de Condat, Santo

Abad, 28 de febrero

Por: Alban Butler | Fuente: Vida de los santos

Martirologio Romano: En los montes del Jura, en Francia, sepultura del abad san Román, que, siguiendo los ejemplos de los antiguos cenobitas, primeramente abrazó la vida eremítica y llegó después a ser padre de numerosos monjes († 460).

Breve Biografía

A los treinta y cinco años de edad, san Román se retiró a los bosques del Jura, en la frontera de Francia y Suiza para vivir como ermitaño. Llevó consigo las «Vidas de los Padres del desierto» de Casiano, algunos útiles de trabajo y un poco de semilla y se abrió camino hasta la confluencia del Bienne y el Aliére. En aquellas escarpadas montañas de difícil acceso, encontró la soledad que buscaba. A la sombra de un gigantesco pino, pasaba el día en la oración, la lectura espiritual y el cultivo de la tierra. Al principio, sólo las bestias y uno que otro cazador turbaban su retiro; pero pronto fueron a reunírsele su hermano, Lupicino y uno o dos compañeros más. Después llegaron otros muchos aspirantes a la vida eremítica, entre ellos una hermana de san Román y varias otras mujeres.

Los dos hermanos construyeron los monasterios de Condal y Leuconne, a tres kilómetros de distancia uno del otro y, para las mujeres, erigieron el monasterio de La Baume, donde actualmente se levanta el pueblecito de Saint-Roman-de-la-Roche. Los dos hermanos desempeñaban simultáneamente el cargo de abad, en perfecta armonía, aunque Lupicino tendía a ser más estricto. Este último habitaba generalmente en el monasterio de Leuconne; al enterarse de que los monjes de Condal empezaban a comer un poco mejor, se presentó en el monasterio y les prohibió tal innovación. Aunque el ideal de san Román y san Lupicino era imitar a los anacoretas del oriente, las diferencias de clima les obligaron a modificar ciertas austeridades. Los galos eran muy dados a los placeres de la mesa; a pesar de ello, jamás probaban los monjes la carne, y sólo comían huevos y leche cuando estaban enfermos. Pasaban gran parte del día en duros trabajos manuales, vestían pieles de animales y usaban suecos. Esto les protegía de la lluvia, pero no del cruel frío del invierno, ni de los ardientes rayos del sol en el verano, reflejados por las rocas.

San Román hizo una peregrinación al actual Saint-Maurice de Valais para visitar el sitio del martirio de la Legión Tebana. En el camino curó a dos leprosos; la fama del milagro llegó antes que él a Ginebra y, al pasar por la ciudad, el obispo, el clero y el pueblo salieron a saludarle. Su muerte ocurrió el año 460. Según su deseo, fue sepultado en la iglesia del convento gobernado por su hermano, Lupicino. Este le sobrevivió cerca de veinte años, y su fiesta se celebra por separado, el 21 de marzo. La biografía latina habla sobre todo, de las austeridades de Lupicino, pero cuenta también grandes maravillas de la bondad de Román para con los monjes y de su espíritu de fe. En una época de hambre, obtuvo con sus oraciones la multiplicación del grano que quedaba en el monasterio. Cuando sus monjes, cediendo a la tentación, empezaban a pensar en abandonar la vida religiosa o la abandonaban realmente, el santo no les trataba con dureza, sino que les alentaba a perseverar en su vocación

El cáliz de la salvación

Santo Evangelio según San Mateo 20, 17-28. Miércoles II de Cuaresma.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, aumenta mi fe para que pueda ser fiel y perseverante en todo lo que me exija tu voluntad aunque sea muy costoso. Haz que mi amor por ti y por mi prójimo sea ardiente para que pueda cumplir mis deberes en una entrega sin límites a los demás.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 20, 17-28

En aquel tiempo, mientras iba de camino a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: «Ya vamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará».

Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella respondió: «Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino». Pero Jesús replicó: «No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?». Ellos contestaron: «Sí podemos». Y él les dijo: «Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado». Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: «Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos».
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Quién entiende las palabras de Dios cuando habla de su propia muerte. Después de que Él mismo profetizó lo que iba a suceder, nos sigue sorprendiendo el calvario por el cual derramó, derrama y derramará abundantes gracias.

El hombre mucha veces no entiende la responsabilidad que contiene el beber este cáliz amargo que sólo Dios es capaz de tomar. Nos sentimos preparados para beber esta copa amarga que ha sido fruto de la respuesta rebelde del hombre.
Dios siempre hace la misma petición: que le acompañemos en el camino de la cruz. Pero ¿podremos beber de este cáliz? Sí. Pero no lo haremos como un Cristo crucificado en el madero sino como servidores del hombre. Porque la cruz que Dios pone enfrente de nosotros es la del servicio.
El servicio no es más que darse sin límites. Esto es un verdadero reto que Dios nos pone para colaborar en la instauración de Cristo en los corazones de todos los hombres santos y pecadores, ricos y pobres, fuertes y débiles.

Sí, podemos beber del cáliz amargo desde el servicio incondicional.

«El que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad. Y después de haber presentado un ejemplo de lo que hay que evitar, se ofrece a sí mismo como ideal de referencia. En la actitud del Maestro la comunidad encuentra la motivación para una nueva concepción de la vida: «Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos»».

(Homilía de S.S. Francisco, 18 de octubre de 2015).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Trataré de ser servicial en cualquier oportunidad que se presente, sin esperar ningún tipo de recompensa.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén

Don Carlo Gnocchi, el «padre de los niños mutilados»

ⒸDR

Conoce a un gran sacerdote que llevó el amor eterno a los niños marcados por el sufrimiento y fundó una obra pedagógica muy activa hoy

El beato Carlo Gnocchi fue un sacerdote que llevó el amor eterno a los niños marcados por el sufrimiento.

Su vida fue una incesante ascensión hacia Dios en compañía de los hombres, para guiar con mano compasiva de padre, a los que solos no lo habrían logrado.

Así, Don Gnocchi marcó de manera indeleble la historia social y civil italiana del siglo pasado.

Nacido en San Colombano al Lambro, en la provincia de Milán, el 25 de octubre de 1902, Carlo Gnocchi fue ordenado sacerdote en 1925.

Asistente del oratorio durante algunos años, luego fue nombrado director espiritual del Instituto Gonzaga de los Hermanos de Escuelas Cristianas. Al estallar la guerra se alistó como capellán voluntario y partió.

Las dificultades despertaron su heroicidad

En enero de 1943, durante la tragedia de la retirada del contingente italiano de Rusia, se salvó milagrosamente.

Y es precisamente en esos días dramáticos cuando madura en él la idea de realizar una gran obra de caridad, que encontrará su realización al final de la guerra con la Fundación Pro Juventud.

De vuelta en Italia, Don Carlo recoge huérfanos y mutilados: cientos y cientos de bocas que alimentar, piernas truncadas a las que dar fuerza para caminar, sufrimientos que sanar y redimir.

Asistencia y alta formación

Su intuición radica en concebir los centros ya no como puros y simples albergues, sino como lugares destinados a favorecer la maduración afectiva e intelectual, la recreación y ocupación de los asistidos, con tratamientos médicos y quirúrgicos.

La extraordinaria modernidad de Don Carlo -explica monseñor Angelo Bazzari, presidente de la Fundación y tercer sucesor de Don Gnocchi- reside precisamente en sostener la necesidad de una acción donde la caridad no se desvincule de la preparación específica al más alto nivel.

«La perfección de la caridad, ayer como hoy, implica buscar lo mejor, no tolera el amateurismo ni el descuido.

Además, la caridad no puede separarse de la profesionalidad, porque se condenaría a verse reducida a beneficencia paternalista.

En cambio, la asistencia a los necesitados no es plenamente profesional si no está relacionada con la caridad».

Credere, 9 de febrero

Una obra pedagógica muy activa hoy

Entonces su intención era dar vida a una obra pedagógica permanente, un laboratorio de investigación de métodos más válidos para recuperar y elevar la vida.

Y hoy su trabajo continúa: de hecho, 29 centros están activos en nueve regiones de Italia, con más de 3.600 camas, 5.500 agentes y diez mil personas tratadas o asistidas en promedio todos los días.

Don Gnocchi murió en Milán el 28 de febrero de 1956. Su último gesto profético es la donación de sus córneas a dos niños ciegos, cuando el trasplante en Italia aún no estaba regulado por leyes específicas.

Un último acto de amor por una sociedad muchas veces ciega, tardía y lenta ante las necesidades y sufrimientos de los más indefensos.