La paz esté con ustedes. llegamos a esta gran fiesta de Pentecostés, la culminación del tiempo de Pascua, la fiesta que junto con Pascua y Navidad es la más importante del año en la Iglesia, y es, por excelencia, la fiesta del Espíritu Santo. Pienso que no hablamos lo suficiente sobre el Espíritu Santo. Es una crítica, ya que estamos, a la Iglesia Occidental, la Iglesia Católica, que aunque, por supuesto, mencionamos y honramos y alabamos al Espíritu Santo, no hablamos lo suficiente sobre esta tercera persona de la Trinidad. Y podría haber algo de cierto en eso. El Vaticano II, pienso, intentó considerablemente poner al Espíritu Santo en el primer plano, así que quiero continuar en ese espíritu. Las tres lecturas de hoy son maravillosas, y quiero echar un vistazo a cada una y extraer algunas características del Espíritu Santo. Escuchen esto. Nuestra primera lectura es del segundo capítulo de los Hechos de los Apóstoles, el famoso relato del primer Pentecostés. “El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar” –los discípulos y la Santísima Virgen. “De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban”.
Así que viento, viento, un gran símbolo del Espíritu Santo. ¿Misterioso? Seguro que sí. ¿De dónde viene? ¿Adónde va? Como dijo Jesús mismo, no siempre lo sabemos. El viento es extraño, misterioso, escurridizo, impredecible, y poderoso. Ese es el punto, pienso yo. Poderoso. Cuando entran en contacto con el Espíritu Santo, están entrando en contacto con el amor que conecta al Padre con el Hijo. Están entrando en contacto con el amor que Dios es y por lo tanto con la fuerza misma que dio origen al universo. A riesgo de sonar un poquito cósmico y grandilocuente, entran en contacto con la fuerza más poderosa que se puedan imaginar. ¿Dónde lo vemos? Lo vemos en las vidas de los santos. Decimos que políticos y generales y líderes culturales son poderosos, y de hecho lo son. Piensen en un Julio César o en un Napoleón. Pero no son nada, nada comparado con el poder de los santos.
Porque los gobernantes del mundo utilizarán armas y utilizarán maquinaciones políticas. Y con seguridad son fuerzas poderosas, pero no son nada comparado con el poder por el que se crea y sostiene el universo entero. Y los grandes santos, en la medida en que cooperan con el Espíritu Santo, aprovechan y desatan este poder. Los ejemplos abundan, pero siempre pienso en Juan Pablo II en Polonia.
Porque sucedió durante mi vida, del modo más extraordinario, donde este hombre que no tenía un ejército, no tenía tanques ni armas ni nada, no tenía poder político en el sentido ordinario del término, pero ¡por Dios!, tenía al Espíritu Santo. Y sacó provecho de ese Espíritu, desató un poder que ciertamente desbarató la Unión Soviética y el bloque de naciones que la rodeaban. Nadie, durante mi juventud, nadie hubiera predicho que la Unión Soviética colapsaría sin alguna guerra mundial cataclísmica. Y sin embargo sucedió porque alguien que estaba profundamente en contacto con el Espíritu Santo liberó aquel gran viento, aquel gran poder. O piensen en la Madre Teresa en un contexto en cierto modo diferente. La Madre Teresa, esta mujer diminuta, esta mujer simple sin ningún poder en absoluto en el sentido del mundo, pero tenía el Espíritu Santo. Cooperaba con el Espíritu Santo y liberó esta fuerza. En la actualidad, la comunidad que fundó, cubre el mundo entero. Es cierto en todos los santos. Así que esta es la cosa, todos los que me están escuchando hoy: ¿quieren poder? Y no me refiero a ese pequeño poder del mundo, me refiero al verdadero. ¿Quieren el verdadero, el auténtico poder? Entreguen sus vidas al Espíritu Santo. Digan, “Mira, Señor, no es lo que yo quiera. No son mis proyectos y planes. Son tus proyectos y planes. Señor, es lo que tú quieras lograr a través mío”. Encontrarán —créanme— encontrarán que sacarán provecho de esta fuente de poder para cambiar las cosas para bien, cambiar cosas para mejor en sus vidas, en sus familias, en sus lugares de trabajo. Entréguense al Espíritu mediante un acto consciente, y liberen este gran viento que impulsa. Lo mismo. Y en segundo lugar, escuchamos, “Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos”. Lenguas de fuego. El fuego es un símbolo del Espíritu, obviamente. El fuego, que destruye lo que necesita destrucción, fuego que también libera un poder extraordinario. Experimenté eso cuando estaba en California y estas grandes llamas barrían bosques y barrían comunidades. Pero lo importante aquí, pienso, no es sólo el fuego, son “lenguas como de fuego”. ¿Cuáles son los signos del Espíritu Santo? El poder, sí, pero también el discurso ardiente. El discurso ardiente es una señal del Espíritu Santo.
Ahora, esto existe desde Pablo hasta Crisóstomo y Jerónimo y Agustín y Anselmo y Aquino e Ignacio y G.K. Chesterton y Juan Pablo II y la Florecita y Teresa de Ávila. Palabras, el poder de las palabras, discurso ardiente. No me refiero a una especie de reflexión infantil o un cierto discurso inseguro o “Tengo más preguntas que repuestas”. Me aburren hasta el hartazgo con eso. Crecí con eso, una Iglesia que estaba muy preocupada con todas sus preguntas y todas sus dudas. No, no. Cuando tienes el Espíritu Santo en ti, el discurso ardiente tiende a brotar de ti. Palabras sobre el Señor, palabras sobre Jesús, palabras sobre la Iglesia que están destinadas a encender al mundo. Piensen en Fulton Sheen en el siglo XX. Sus palabras ardientes cambiaron el corazón y la vida de la gente por millones. Eso es lo que hace el Espíritu Santo —discurso ardiente. Ahora, mientras continuamos en este pasaje maravilloso, escuchamos esto: “había en Jerusalén judíos devotos, venidos de todas partes del mundo”, porque era la fiesta Judía de Pentecostés. “Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma”. Este es el famoso fenómeno del primer Pentecostés. Los discípulos salen llenos de poder, llenos de discurso ardiente, y todos estos Judíos, a pesar de que eran de todo el mundo los escuchaban hablar en su propio idioma. Es Babel desarmada, ¿cierto? La Torre de Babel, cuando se dividió el lenguaje humano; fuimos apartados el uno del otro, separados, dispersados.
En este gran acto de Pentecostés, este gran día de Pentecostés, se une el habla de todo el mundo. Ahora bien, no quiere decir, obviamente, que se eliminan todos los idiomas particulares, sino que significa algo más profundo, más importante. Significa que cuando hablan del Espíritu Santo y las cosas de Dios, se están comunicando con la parte más profunda de la persona a la que le están hablando. Pueden hablar sobre el tiempo. Pueden hablar sobre los equipos de deportes. ¿Y qué? Pero cuando hablan sobre el Espíritu Santo, cuando sus lenguas están encendidas con el poder del Espíritu, llegarán, créanme, a la parte más profunda de la persona a la que le están hablando. Lo mismo viceversa. Cuando él o ella habla desde el Espíritu Santo, resonará en lo más profundo tuyo. Bien profundo, más allá de todas las diferencias en la superficie, en verdad todos hablamos la misma lengua porque surgimos de la misma fuente, del Espíritu Santo. Ese es el punto aquí, pienso. Y miren esto: Adoro este detalle cuando el autor de Hechos, San Lucas, se molesta en decirnos de dónde son todas estas personas. Son partos, medos, elamitas, mesopotámicos. Eran de Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Egipto, Libia, cerca de Cirene, incluso viajeros de tan lejos como Roma. Ahora, si tuviera un mapa, podría mostrarles esto. Piensen en Jerusalén aquí en el medio de donde está sucediendo esto; los países y lugares que está describiendo forman una especie de elipse alrededor de Jerusalén. Si los tomaran uno por uno, como una elipse que rodea a Jerusalén.
El Espíritu Santo es un poder unificador porque el diabólico —les he dicho antes, “diabalein” en griego significa dispersar, y entonces “diabolos”, el diablo— es un poder que dispersa. Sabrán cuando el Espíritu Santo esté en ustedes, sabrán que el Espíritu Santo está alrededor, cuando la gente comience a unirse. Recuerden ahora en el profeta Isaías: En el día del Mesías, Isaías profetizó, todas las tribus de Israel subirán al Monte Sion. Pero luego, dice, incluso se unirán todas las tribus del mundo. ¿Ven lo que está diciendo Lucas? Ha sucedido. Ha sucedido. Aquí están en el Monte Sion. Aquí están en Jerusalén. Y a través del poder del Espíritu, todas estas naciones, una vez dispersas, se reúnen alrededor de este sitio central. Y los muchos idiomas, de cierto modo se eliminan porque se habla el único gran idioma del Espíritu. Si quieren una de las señales más claras de que está operando el Espíritu Santo, busquen poder que reúne y unifica. ¿Quieren al espíritu d iabólico, el oscuro? Dispersión, poder que dispersa. Eso es lo que está sucediendo en el día de Pentecostés a través del poder del Espíritu.
¿Qué tal unas breves palabras sobre la maravillosa segunda lectura de la Primera de Corintios? Qué carta maravillosa. Dice Pablo: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu [con e mayúscula] es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo”. Nuevamente, allí está la cualidad unificadora, que reúne. Adoro cómo los Padres de la Iglesia jugaron con esta imagen. A menudo compararon al Espíritu Santo con el agua de lluvia. Piensen en el agua de lluvia que cae. Es este único elemento, agua, cayendo desde el cielo. Pero miren a lo que da origen. Piensen en todas las plantas y todas las flores y todos los árboles en variedad prácticamente infinita originadas por una única lluvia. Así el único Espíritu. Sí, ciertamente, el único Espíritu, el amor que conecta al Padre con el Hijo, es exhalado al mundo. ¿A qué da origen? Piensen ahora en todos los tipos de santos diferentes. Piensen en todos los diferentes tipos de actividades en la Iglesia. Piensen a través del espacio y el tiempo todas las maneras en que la Iglesia ha expresado su vida, la variedad fecunda de santidades. Bueno, esas son las muchas flores y plantas y árboles que a los que dio origen el único Espíritu. Y luego esto, voy a cerrar con esto. Hay muchísimo más para decir. Siempre me quedo sin tiempo cuando hablo del Espíritu Santo. Hay muchísimo para decir. Escuchen: “Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu”. Regresemos al tiempo de Pablo, el primer siglo en el Mediterráneo Oriental. Estas son dos formas de divisiones fundamentales en la familia humana. A ellos se refiere como judíos y griegos o judíos y gentiles. Son dos grupos. Es uno de los modos más básicos en que se orientaban. ¿Tú que eres? ¿Eres un judío o un gentil, judío o griego? Lo que dice Pablo es que algo nuevo ha sucedido que aquellas divisiones y separaciones no interesan en verdad, porque ya seas judío o griego, tienes el único Espíritu en ti. Y entonces, tal vez más radicalmente, persona esclava o libre. De nuevo, en su tiempo y lugar, una de las divisiones más fundamentales que se podían encontrar. Había muchísimos esclavos en la época de Pablo. Millones y millones de esclavos. Existía una división damental. Pablo está diciendo, bien, pero ellos participan del único Espíritu. Y entonces lo que los une es mucho, mucho más importante incluso que esta división más básica. ¿Puedo hacer funesta acotación? Pienso que eso lo puede haber dicho N.T. Wright, o tal vez fue Tom Holland: Pablo está plantando aquí una especie de bomba de tiempo. A su tiempo, esta idea —esta idea radical— provocará movimientos de liberación, incluyendo y especialmente la abolición de la esclavitud. Pero vean, voy a sostener que en Occidente, comienza con un texto como este. El Espíritu Santo es más fundamental que cualquier cosa que nos divida. Allí está el poder unificador del Espíritu. De nuevo, podríamos decir mucho más, pero hoy paladeen esta gran fiesta de Pentecostés. Y en conclusión, en la oración de hoy, hoy mismo, ábranse al Espíritu Santo. Pienso que se sorprenderán del poder que por lo tanto liberarán. Y Dios los bendiga.
Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, longaminidad, comprensión, benignidad, servicilalidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Si vivimos por el Espíritu marcharemos tras el Espíritu.
- John 20:19-23
Amigos, el Evangelio de hoy relata la noche después de la Resurrección cuando el Señor se les aparece a los discípulos y saluda, diciéndoles: “La paz sea con ustedes”.
Según los relatos evangélicos, Jesús resucitado realiza dos cosas: muestra Sus heridas y pronuncia palabras de paz. Las heridas de Jesús son un recordatorio continuo y saludable de nuestros pecados. El autor de la vida apareció entre nosotros y lo matamos, y esto remueve cualquier intento de auto-justificación o exculpación.
Pero el Señor resucitado jamás nos deja en la culpa, sino que pronuncia la palabra “Shalom”, que quiere decir paz. Esta es la paz que el mundo no puede brindar, porque es el Shalom que viene del corazón de Dios.
En la carta a los romanos Pablo dijo: “Tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”. ¿Cómo sabe esto Pablo? Él lo sabe porque matamos a Dios, y Dios regresó con un amor que perdona. Él lo sabe porque los enemigos de Israel han sido derrotados.
Pentecostés
La Fiesta de Pentecostés
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo”.
Hechos de los Apóstoles 2, 1-5
Fiesta de Pentecostés
Originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (= cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex 34 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.
En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento, Pentecostés se convierte también en fiesta cristiana de primera categoría (Hch 20 16; 1 Cor 168).
¿Quién es el Espíritu Santo?
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la «Tercera Persona de la Santísima Trinidad». Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.
El Espíritu Santo, el don de Dios
«Dios es Amor» (Jn 4,8-16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor «Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». (Rom 5,5).
Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo, «La gracia del Señor Jesucristo, y la caridad de Dios, y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros.» 2 Co 13,13; es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. Por el Espíritu Santo nosotros podemos decir que «Jesús es el Señor «, es decir para entrar en contacto con Cisto es necesario haber sido atraído por el Espíritu Santo.
Mediante el Bautismo se nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo.
Vida de fe. El Espíritu Santo con su gracia es el «primero» que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Sin embargo, es el «último» en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Sólo en los «últimos tiempos», inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, es cuando el Espíritu se revela y se nos da, y se le reconoce y acoge como Persona.
El Paráclito. Palabra del griego «parakletos», que literalmente significa «aquel que es invocado», es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: «El Padre os dará otro Paráclito» (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado «otro paráclito» porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.
Espíritu de la Verdad: Jesús afirma de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel «discurso de despedida» con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado.
El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.
Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.
Símbolos
Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:
Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.
Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para «cubrirla con su sombra». En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el «don del Espíritu».
La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.
El Espíritu Santo y la vida cristiana
A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo. Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros.
El don del Espíritu Santo es el que:
– nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;
– nos permite conocerlo y amarlo;
– hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.
La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios.
Dones
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Estos dones son:
Don de Ciencia: es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.
Don de consejo: saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.
Don de Fortaleza: es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.
Don de Inteligencia: es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.
Don de Piedad: el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
Don de Sabiduría: es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.
Don de Temor: es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.
Por otro lado, los frutos del Espíritu Santo son:
Caridad.
Gozo.
Paz.
Paciencia.
Longanimidad.
Bondad.
Benignidad.
Mansedumbre.
Fe.
Modestia.
Continencia.
Castidad.
Los dones del Don divino
Santo Evangelio según san Juan 20, 19-23. Pentecostés
Por: Javier Castellanos, LC | Fuente: somosrc.mx
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena con tu gracia los corazones que Tú mismo has creado. Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones, y con tu auxilio da fuerza a nuestros cuerpos. Concédenos que por ti conozcamos al Padre y al Hijo, y haz que en ti creamos en todo momento. Amén. (Del himno Veni Creator Spiritus)
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Hay tres cosas que necesita todo ser humano. Tres bienes tan fundamentales como el agua, como el alimento, como el vestido. Tres tesoros tan valiosos que no se consiguen con el solo esfuerzo de la naturaleza. Cristo murió, resucitó y subió al cielo para poder obsequiarnos con estos tres dones.
Uno de ellos es la paz. «La paz esté con ustedes», Jesús nos dice hoy en el Evangelio. En un mundo donde nos rodean preocupaciones, tensiones, enfrentamientos, Él quiere ser nuestra paz. Una paz muy especial y que no se limita a la inactividad o el armisticio. Él nos anuncia su paz mostrándonos sus heridas, pues éste es el precio de la reconciliación con Dios. Sólo por medio de la cruz el hombre recibe el perdón y puede sanar las grietas que hay en su propio corazón y en su relación con Dios y con los demás.
Otro don es la alegría. También ésta consiste en algo más que humano; no es como la alegría de una fiesta o de un logro personal. Es mucho más que eso. Es la alegría que nace de ver a Cristo. Sólo en Él podemos contemplar el Rostro de Dios, y así saciar la sed más profunda de nuestra alma: ¡ver al Señor!
Por último, el don de la misión. En nuestra vida hay muchas cosas que hacer, pero sólo el que encuentra a Cristo descubre para qué ha sido creado y adónde lo envía Dios. Esta misión que Dios nos da es algo mucho mayor que cualquier otro servicio, oficio y negocio. Es un honor inmerecido, pero esencial para el alma, pues Dios nos dice de esta manera que para Él somos importantes y necesarios.
Tres dones, pero que en realidad se dan en un solo Don: el Espíritu Santo que Cristo nos envía. Pidamos la gracia de recibir con más fuerza en nuestra vida al Espíritu Santo, el Don de Dios. Pidamos también los tres dones que vienen siempre con Él: la verdadera paz, la profunda alegría, la auténtica misión.
«La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla sobre ellos su Espíritu (cf. Jn 20, 22); en la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las mentes y en los corazones de los Apóstoles. En consecuencia reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo».
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy estaré atento a mis palabras, buscando transmitir paz y alegría con lo que digo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Especial de Pentecostés
Inicio de la Iglesia Católica, fiesta que se celebra 50 días después de la Pascua.
Origen de la fiesta
Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.
En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.
🙏 Por las familias (Intenciones del Papa junio 2022)
La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.
La Promesa del Espíritu Santo
Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17).
Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (San Juan 14, 25-26).
Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,… muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,… y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).
En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.
Explicación de la fiesta:
Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.
Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.
¿Quién es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
Señales del Espíritu Santo:
El viento, el fuego, la paloma.
Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.
El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.
Nombres del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador. Misión del Espíritu Santo:
- El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.
- El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.
- El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.
- El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.
El Espíritu Santo y la Iglesia:
Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
- El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.
- El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
- El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
- El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.
Los siete dones del Espíritu Santo:
Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.
- SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.
- ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.
- CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.
- CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.
- FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.
- PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.
- TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él
Oración al Espíritu Santo
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
OH Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo.
Por Jesucristo, nuestro Señor
Amén.
Consulta los siguientes enlaces para profundizar en la Fiesta de Pentecostés:
El Espíritu Santo sobre los apóstoles Evangelio meditado por P. Sergio Cordova LC
La gloria de la Trinidad en Pentecostés Catequesis del Papa Juan Pablo II
Pentecostés, fiesta grande para la Iglesia P. Fernando Pascual L.C.
María en Pentecostés P. Antonio Rivero.
María despúes del día de Pentecostés El día de Pentecostés ¿también descendió el Espíritu Santo sobre María, igual que a los apóstoles? ¿Qué pasó después con ella?
Domingo de Pentecostés Meditación del P. Alberto Ramírez Mozqueda
Otros Especiales de Pentecostés:
Pentecostés Año litúrgico en www.vatican.va
Especial de Pentecostés www.encuentra.com
Espíritu Santo: Gracia que nos despierta en la fe www.aciprensa.com
Oraciones y Devociones del Espíritu Santo www.devocionario.com
Flor del 28 de mayo: María, Reina de los apóstoles
Meditación: “Pondré enemistad entre ti (satanás) y la Mujer (María), entre tu linaje y el suyo; y Ella te aplastará la cabeza” (Génesis 13,15). El apostolado ha de hacerse en lucha contra el diablo y los suyos, lo que origina persecuciones a toda la Iglesia, tanto en su cuerpo como en cada familia o individualmente. Somos los apóstoles que San Luis de Montfort señaló para este tiempo, que sólo dispone el Eterno. Sin embargo, la Reina y Capitana del pueblo de Dios dará la victoria a sus seguidores leales que la obedezcan y perseveren en el combate.
Oración: ¡Oh María Reina de los apóstoles!. Tú que haz enseñado, protegido y alentado a los apóstoles de todos los siglos, haz que seamos soldados leales y valientes de tu ejército, siendo apóstoles de tu Divino Hijo y propagando los mensajes del Reino, para que todos lleguemos al Cielo, con el Triunfo de tu Corazón Inmaculado y la vuelta de Cristo Resucitado. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
Florecilla para este día: Comprometerse a ser un fiel soldado de María, Capitana del ejercito de Jesús. Colocar los deseos de Dios por encima de las necesidades propias, con María como puente seguro y firme frente a las preocupaciones de cada día.
San Germán, el patrono de París
Su madre intentó abortarlo, su tía lo quiso envenenar pero Dios tenía previsto que san Germán de París hiciera muchos milagros en vida
San Germán de París nació en el año 496. Su madre había intentado abortar y su infancia no fue fácil. Una tía suya lo intentó envenenar dos veces para favorecer a un primo.
Destacó por su amor por los pobres y su piedad. Fue ordenado sacerdote y luego abad. Era tan generoso que los monjes de su monasterio se rebelaron por temor a que lo donara todo y ellos se quedaran sin nada.
En el año 555 fue consagrado obispo de París. Trabajó en favor de la paz, para que los nobles no causaran guerras, y convenció al rey para que erradicara prácticas paganas. Contuvo los excesos que se producían en las fiestas cristianas.
Pronto fue famoso por los muchos milagros que obraba.
Murió el 28 de mayo en el año 576. Sus restos se veneran en la abadía de Saint Germain-des-Prés en París.
Santo patrón
San Germán de París es patrono de París.
Oración
¿Quién no se llenará la admiración ante ti?
Tú eres firme protección, refugio seguro,
intercesión vigilante, salvación perenne, auxilio eficaz,
socorro inmutable, sólida muralla, tesoro de delicias,
paraíso irreprensible, fortaleza inexpugnable, trinchera protegida,
fuerte torre de defensa, puerto de refugio en la tempestad,
sosiego para los que están agitados, garantía de perdón para los pecadores,
confianza de los desesperados, acogida de los exiliados,
retorno de los desterrados, reconciliación de los enemistados,
ayuda para los que han sido condenados,
bendición de quienes han sufrido una maldición, rocío para la aridez del alma,
gota de agua para la hierba marchita, pues, según está escrito,
por medio de ti nuestros huesos florecerán como un prado.
Amén.