La última estrofa de un poema, el último capítulo de una novela o las últimas líneas de una obra de teatro son de una importancia extraordinaria, pero sólo si se ha leído toda la obra hasta ese punto. De modo similar, para comprender el libro del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, tenemos que ocuparnos de la gran extensión de la historia comenzando en el Génesis. La reseña de esa narrativa Bíblica —que estamos llamados a dar a Dios la alabanza correcta y de la alabanza correcta resulta el orden correcto— alcanza su culminación en Cristo, el Cordero que fue sacrificado, que hermana al universo entero en la alabanza correcta.

El pueblo de Israel es llamado pueblo sacerdotal. Que importante es eso. Pero Israel es imperfecto, hasta que venga aquel que es llamado la gloria de su Pueblo Israel. Jesús el Sumo Sacerdote, Jesús el Rey, y JESUS fue el resumen de lo mejor de Israel y que en el transcurso de su vida da la alabanza correcta a su PADRE y entonces trae a toda la Creación la alabanza correcta y vean como la Cruz yl a Resurrección es la culminación de esta gran historia que conduce al libro final de la Biblia. Las develaciones que Dios quiere. Entonces vayamos al texto del pasaje, mientras Juan mira la Corte Celestial, ve todos esos personajes alabando a Dios, ¿Qué están diciendo? ¨Digno es el Cordero degollado que fue inmolado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría y la fuerza. ¿A quién están adorando? Son los Ancianos del Cielo, son los Angeles, son las Creaturas vivientes . No adoran a un rey terrenal ni a ningún soberano terrenal. Estan adorando a un Cordero, el animal más débil, un Cordero que ha sido sacrificado, pueden imaginarse una imagen más débil. Bueno la referencia por supuesto es a JESUS CRUCIFICADO, que es llamado el Cordero de Dios, porque ofrece un scrificio al PADRE. El Cordero que fue Crucificado sobre la Cruz es de hecho aquel, alrededor del cual se congrega apropiadamente la alabanza de todo el Universo. Vean ahora como esta Iglesia Cósmica, es la Asamblea Celestial, que da la Alabanza Correcta de la tierra aquí debajo.

De nuevo este es Juan hablando de la lectura de ayer ¨Di a todas  las creaturas que hay en el Cielo, en la Tierra y en el mar -todo cuanto existe- que decían al que está sentado en el Trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. A todos los que han estado atentos a la narrativa bíblica saben porque está ubicado al final del Nuevo Testamento, que es lo que Dios quiso desde el comienzo, que toda la Creación, escuchen, las cosas debajo de la tierra y el mar, todo cuanto existe en el Universo, clamando alabanzas a Dios. Ese era el propósito desde el principio y estábamos llamados a conducir ese coro de alabanzas a Dos. Ese era el propósito de colocarnos de nuevo en línea. Sucedió a través de XTO. Crucificado. Y ahora es precisamente ese XTO. El Cordero que ha sido Crucifiado, el que reune a todo el universo en la alabanza correcta. El Cordero que luego del desastre del pecado, hizo posible esta alabanza. Ahora les digo que hay relación del Apocalipsis con la Misa y puede sostener una afirmación acertada. Porque aquí existe una relación muy clara. ¿Qué es la Misa?. Algunos dicen ¨Oh es le reunión, mediante la cual la Comunidad se celebra así misma. No, eso no es la Misa. Oh nos reunimos para animarnos entre nosotros para salir y construir el Reino de Dios. No, realmente, no exactamente.

¿Qué es le Misa? La Misa es el reflejo aquí debajo de esta gran Liturgia Celestial. Así que lo que Juan ve en su visión, ve a todas las Criaturas Celestiales vivientes y todas reunidas en Alabanza a Dios. La Misa aquí abajo es la anticipación de ese colocarnos nuestras naturalezas un poco débiles en línea con la gran Alabanza de la Corte Celestial. Y decimos algo como esto ¨Santo, Santo en la Misa, decimos algo como esto ¨unamos nuestras voces que están alabando a Dios. Sabemos que aquí abajo son diminutas, pero que se mezclen y armonicen con las suyas en el Cielo, para que la alabanza se convierta en el modelo de la alabanza aquí y que por tanto brote la Paz, aquí como existe allá. ¿Tiene sentido? Gloria a Dios en las alturas y Paz a los hombres que ama el Señor. Hay cantos religiosos que no van en sentido teológico correcto, tienen que ver con la teología eucarística, por ejemplo -el pan que eres tú- eso nos es teología católica. Porque la teología católica dice que el pan nos es más que pan. Ese Pan ha sido tocado por Dios, transubstanciado. Y lo que no sabe bien cuando se refiere a la comunidad, cuando dicen -Reunámonos- no es en la oscuridad de los límites del templo, no en cierto cielo a años luz de distancia, sino aquí en este lugar y ahora mismo que la luz está brillando, eso está totalmente mal. Primero el Cielo no está a años luz, como si estuviera a una distancia espacial, como más allá de la galaxia o algo así, esa no es la forma correcta de pensarlo. Pero lo más importante es que la Misa trata sobre el Cielo, es sobre el Cielo y como les decía ayer, el Cielo es nuestra conexión aquí abajo  con el Reino Celestial, no ponemos al Cielo entre paréntesis como si estuviéramos aquí desarrollando nuestra Comunidad no va a ser bien armada apropiadamente a menos que esté conectada a la Comunidad que alaba en el Cielo, es la conexión de estas dos lo que se revela en esa lectura del Apocalipsis – Revelatio, que es lo que está siendo revelado aquí es la adoración de XTO. RESUCITADO, que produce Paz en el Cielo y Paz en la Tierra. Adoremos a Jesús Resucitado en lustros corazones y en su Comunidad.

Los cristianos de Oriente, queridos hermanos y hermanas, siguiendo una tradición muy antigua, tienen la costumbre de felicitarse la Pascua, este tiempo que estamos celebrando, diciéndose: Cristo ha resucitado y respondiendo: Realmente ha resucitado. El tiempo pascual está totalmente centrado en la resurrección de Jesucristo, ese acontecimiento que confirmó el valor absoluto de su persona, de su vida y el sentido de su muerte. Antes de Jesucristo, en la fe de Israel estaba la percepción de que más allá de la muerte se entraba en una comunión con Dios y se iba a reunir con los seres que nos habían precedido, pero esta percepción, no exenta de dudas tal y como nos muestran los evangelios en las polémicas con los saduceos, que no creían en la resurrección, esta percepción, digo, se convierte en certeza y en el fundamento de la fe cristiana, que nace de la afirmación que Jesucristo ha resucitado. Los apóstoles y los discípulos no llegaron aquí fruto de una reflexión interna o de la necesidad de superar un fracaso que exigía una sublimación en un futuro que diera una salida válida a todo lo vivido con Jesús. No. Llegaron porque el Señor resucitó, se hizo presente en sus vidas después de muerte y entendieron que aquel hecho era lo que cambiaba todo, porque daba una respuesta a la pregunta eterna: ¿Y después qué? Contestando con sencillez: luego está la vida eterna, porque Dios no deja en medio de la muerte a los difuntos.

Jesucristo, el Hijo de Dios, habiendo querido compartir nuestra condición humana hasta la muerte, se levanta (éste es el sentido literal del verbo resucitar en griego), para continuar presente, con una forma ciertamente que no es la misma que la de antes de la muerte en cruz, pero que se nos explica como presencia real, histórica y viva entre nosotros. De este modo Dios no se traiciona a sí mismo. Hay una imagen que me gusta mucho, es de un teólogo castellano que murió bastante joven, que dice que Dios fija una cuerda en el momento de la Creación que es el hilo de la historia y la mantiene tensada hasta el final. Alguna vez la cuerda afloja pero siempre se recupera y estira todo hacia el desempeño definitivo. Todos estamos en esa cuerda mientras vivimos. Jesucristo, como hombre, también fue en la cuerda pero como Dios, también la estiraba y nosotros esperamos que después de muertos por la resurrección ayudaremos a estirar esta cuerda y a mantenerla tensada con Dios Padre, en Jesucristo, con ‘Espíritu Santo, y todos los santos y santas de Dios.

La resurrección de Jesucristo provocó una llamada universal a su seguimiento, una llamada a ser una Iglesia que se identifica como la de los cristianos, los de Él, los de Cristo. A esta Iglesia nos incorporamos por el bautismo. Por esta razón en la teología más cercana a la de la resurrección del Señor, que es la del apóstol San Pablo, tantas veces el bautismo aparece como nuestro vínculo con Jesús. Nos hace participar de su vida porque él también se bautizó y para que participemos de su vida, asumimos todas las consecuencias que esta participación tiene: que resumidas quieren decir: seguir su Evangelio hasta compartir su misma muerte. Pero también el vínculo que establecemos es el que nos permite tener la esperanza de que un día resucitaremos con él. Lo hemos leído en la carta a los Romanos, Por el bautismo hemos muerto y hemos sido sepultados con él, porque, así como Cristo, por la acción poderosa del Padre, resucitó de entre los muertos, nosotros también emprendemos una nueva vida. (Romanos 6:4).

TERCERA SEMANA DE PASCUA 

JUAN 6, 35–40 

En el Evangelio de hoy Jesús nos dice que Él es el Pan de Vida y promete vida eterna a todos los que crean en Él. 

Muchos de los Padres de la Iglesia caracterizaron la Eucaristía como una comida que inmortaliza a quienes la consumen. Entendieron que, si Cristo está realmente presente en los elementos Eucarísticos, el que come el Cuerpo y bebe la Sangre del Señor se configura con Cristo de una manera mucho más que metafórica. La Eucaristía, concluyeron, Cristifica y, por lo tanto, eterniza. 

Si la Eucaristía no fuera más que un símbolo, este tipo de lenguaje sería una tontería. Pero si la doctrina de la Presencia Real es verdadera, entonces la eternización literal del receptor de la Comunión debe ser mantenida. 

Pero ¿qué implica esta transformación en términos prácticos? Implica que toda la vida de uno —cuerpo, psiquis, emociones, espíritu— se ordena a una dimensión eterna. La persona Cristificada sabe que su vida no se trata finalmente de él sino de Dios; la persona Eucarística entiende que su tesoro se encuentra arriba y no aquí abajo. La riqueza, el placer, el poder, el honor, el éxito, los títulos, incluso las amistades y las conexiones familiares se relativizan a medida que se abre la gran aventura de la vida con Dios.

Jesús se revela como el pan, es decir lo esencial, lo necesario para la vida de cada día, sin Él no funciona. No un pan entre muchos otros, sino el pan de la vida. En otras palabras, nosotros, sin Él, más que vivir, sobrevivimos: porque solo Él nos nutre el alma, solo Él nos perdona de ese mal que solos no conseguimos superar, solo Él nos hace sentir amados aunque todos nos decepcionen, solo Él nos da la fuerza de amar, solo Él nos da la fuerza de perdonar en las dificultades, solo Él da al corazón esa paz que busca, solo Él da la vida para siempre cuando la vida aquí en la tierra se acaba. (Ángelus 8 de agosto de 2021)

“Los prófugos iban difundiendo la Buena Noticia”

Nunca la predicación del evangelio y su difusión ha sido fácil. Para empezar, a Jesús por predicar su buena noticia algunos le rechazaron y acabaron clavándolo en una cruz. La lectura de ayer no relataba el rechazo y la muerte de Esteban, uno de sus primeros predicadores. La lectura de hoy nos dice que “en aquel día, se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén”. Uno de los protagonistas principales de esta persecución era Saulo, “que penetraba en las casas y arrastraba a la cárcel a hombres y mujeres”. Ante esta persecución, podemos recordar el dicho popular “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. Esta persecución obligó a huir de Jerusalén a muchos seguidores de Jesús y de este modo difundieron el evangelio por los lugares donde llegaban. La lectura hace mención especial de Felipe, que llegó hasta Samaría donde fue acogido el evangelio. Y por este motivo “la ciudad se llenó de alegría”.

Qué podemos decir de nuestra sociedad actual y su postura ante el evangelio de Jesús? Sigue habiendo muchas personas que lo acogen y llenan sus vidas de alegría y de sentido. Pero también vemos como es rechazado por otros. Quizás el gran rechazo sea su indiferencia. No le rechaza frontalmente, sino que lo oyen como quien oye llover. No traspasa ni la primera capa de sus personas. Volvemos al principio. Tampoco en nuestra época le aceptación del evangelio es fácil. 

“Yo lo resucitaré en el último día”

Bien sabemos que el amor pide presencia. El que ama siempre quiere disfrutar de la presencia de la persona amada. Jesús, que nos conoce a fondo y sabe bien este deseo nuestro, quiere que gocemos siempre de su presencia. Como es Dios y tiene mucho más poder que nosotros, inventa la eucaristía justamente para que podamos gozar de su presencia. “Yo soy el pan de vida”. En esta misma línea nos asegura que “Al que venga a mí no lo echaré fuera”, porque esa es la voluntad de su Padre.

Y su amor apasionado por nosotros, no se queda ahí, no se queda en nuestra etapa terrena. Quiere que gocemos de su presencia amorosa después de nuestra muerte, sin las limitaciones terrenales, porque está dispuesto que al que crea en Él, “yo lo resucitaré en el último día”, a una vida de total felicidad y para siempre.

Vivamos con profundo agradecimiento a Jesús por estos regalos que nos hace y disfrutemos de ellos.

Es mi puerta

Santo Evangelio según san Juan 6, 35-40. Miércoles III de Pascua

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, ayúdame a estar contigo.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero como ya les he dicho: me han visto y no creen. Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.
Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Cristo es el pan de la vida y todos nosotros lo sabemos; sabemos que es Él a quién necesitamos para tener una verdadera vida, pero la pregunta es, ¿cómo tengo al pan de vida? La respuesta nos la da el mismo Señor, «el que viene a mí».

Para estar cerca del Señor solo debo ir, solo debo avanzar paso a paso para obtener el pan de la vida. No es algo que se me impone, es alguien a quién busco, no porque debo, sino porque lo necesito, está en mí tenerlo. Sin este pan tendré siempre hambre, sin Cristo no tendré una vida plena.

¿Pero cómo son estos pasos? Acercarme a Cristo es en cierto modo difícil porque no son pasos físicos sino pasos espirituales; el poseer el pan de la vida es un recorrer un sendero espiritual personal. Y los pasos no son ir a misa, rezar el rosario, leer la Biblia, ayudar al prójimo, ¡no! Los pasos consisten en hacer todo eso con amor; el alma que está amando es el alma que está caminando hacia Cristo.

El cristiano debe amar a Dios en todo lo que hace, vivir la Santa Misa con la consciencia de que ama y es amado, rezar a Dios con la certeza de que está amando y está siendo amado, ayudar al prójimo para estar con Dios.

¡Amemos hoy a Dios! Caminemos hacia el pan de la vida y no pasaremos hambre y sed, porque tendremos todo, tendremos a Dios.

«Este pan de vida, sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, viene a nosotros donado gratuitamente en la mesa de la eucaristía. En torno al altar encontramos lo que nos alimenta y nos sacia la sed espiritualmente hoy y para la eternidad. Cada vez que participamos en la santa misa, en un cierto sentido, anticipamos el cielo en la tierra, porque del alimento eucarístico, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, aprendemos qué es la vida eterna. Esta es vivir por el Señor: «el que me coma vivirá por mí» (v. 57), dice el Señor. La eucaristía nos moldea para que no vivamos solo por nosotros mismos, sino por el Señor y por los hermanos. La felicidad y la eternidad de la vida dependen de nuestra capacidad de hacer fecundo el amor evangélico que recibimos en la eucaristía».

(Ángelus de S.S. Francisco, 19 de agosto de 2018).

Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Dar hoy un paso hacia Dios, vivir la misa o mi oración con la consciencia que estoy amando a Dios.

Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Cristo, Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!
irgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

La vida temporal y la vida eterna

La muerte es una separación del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. Durante la vida temporal, el hombre debe prepararse para la eterna.

Por: Arbil | Fuente: Catholic.net

El cristianismo, una religión de milagros y de misterios.

Hay dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.

Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

El milagro prueba el señorío de Dios sobre el orden de la naturaleza por El creado, que rompe o interrumpe.

El misterio prueba el señorío de Dios sobre la Verdad, que, sin dejar de serlo, el hombre, por sí solo, no puede ver en muchas de sus parcelas, necesitando que El se las revele.

Centrando nuestra atención en lo mistérico, para percibir y percatarse de la Verdad que oculta, hace falta, con la Revelación, una fuente de conocimiento más alto que la de los sentidos, y aún más alto que la que nos proporciona la razón. Esa fuente más elevada de conocimiento se llama la fe.

Si la luz de Dios -Lumen Dei- permite al bienaventurado contemplar intuitivamente, hacienda innecesaria la luz de los sentidos, la luz de la razón y la luz de la fe el hombre, en tanto esa bienaventuranza no llegue, aquí, en el tiempo y en el espacio, necesita para su andadura correcta, para no tropezar o para rehacerse del tropiezo, alumbrarse con la llama triple de los sentidos, de la razón y de la fe.

También el cristianismo, por ser mistérico, aunque parezca contradictorio no lo es, porque lo contradictorio no puede concordarse, mientras que lo paradójico explica y concuerda en su contexto lo que, en principio, es decir, a primera vista, se presenta como discordante, inconciliable y antinómico.

Hay , así , paradoja y no contradicción en frases conocidas como éstas: «los últimos serán los primeros», «el que se humilla será ensalzado»·, «mi paz os dejo, pero he venido a traer la guerra», «dichosos los que padecen», «el que quiera salvar su vida la perderá,….»

La suprema paradoja -y no contradicción, como veremos- no está en unas palabras, sino en un hecho clave. Cristo, Maestro de la Verdad, dice de Si mismo: «Yo soy la Vida»; y sin embargo, la Vida encarnada muere en la Cruz.

A este hecho clave hemos de llegar si con la luz de los sentidos, de la razón y de la fe, nos acercamos a la vida y a la muerte, como problema esencial de todo hombre; y, como un derivado, al derecho a vivir de coda hombre en su etapa histórica en la que vosotros y yo nos encontramos.

La muerte, como destrucción orgánica, es un fenómeno psicosomático, que transforma el cuerpo animado en cadáver, al estar desprovisto de animación. Un cadáver, durante algunas horas, como por inercia, mantiene la configuración corporal; y hay cadáveres que, artificialmente -embalsamamiento y momificación- o sobrenaturalmente -cadáveres incorruptos de algunos santos-, la conservan por tiempo indefinido. Pero, en cualquiera de los casos, allí no hay cuerpos, sino cadáveres.

Pero la muerte, en el hombre, es algo más que un fenómeno psicosomático, que puede homologarse con la muerte de otros seres vivos creados. la muerte en el hombre es un fenómeno metafísico, sobrevenido porque el hombre, siendo naturaleza creada, es sobrenaturaleza. El hombre, enmarcado en, y fruto de la tarea creadora genesíaca, aparece como un ser sobrenatural en un doble sentido: por una parte, se le proclama rey de la creación, destinado a dominarla -por lo que está sobre ella-, y por otra, el aliento de vida que le da el ser es un aliento divino eternizante y, por ello cualitativamente distinto e infinitamente superior al del resto de todo lo creado.

El hombre, criatura-eternizada, no fue, ni siquiera originariamente, criatura glorificada, pero el aliento divino de vida, que al espiritualizarle lo eternizó, hizo tránsito a su envoltura corporal, que de suyo, de por sí, hubiera estado sujeta a la muerte. El hombre del paraíso era un hombre inmortalizado. la muerte en el hombre es un acontecimiento metafísico sobrevenido. la muerte de la carne es el fruto de la desobediencia de su espíritu libre, el Haftuag que dirían los alemanes, la responsabilidad hecha castigo por la Schuld, es decir, por la culpa.

Por eso, yo acojo con ironía el esfuerzo de algunos defensores, incluso en el campo católico, de la teoría de la evolución, con su lista más o menos imaginaria de los antropoides intermedios. Para mí, lo que teológica e históricamente se ha producido en la humanidad es, en cierto modo, una involución, una degradación, un retroceso. No es que el antropoide, en un momento y en un lugar indeterminados, se haya convertido en hombre, con la posición erecta -bípedo implume- y el ensanchamiento de su ángulo facial, sino que el hombre inmortalizado, con inteligencia diáfana y voluntad firme, al rebelar libremente su espíritu contra Dios, privó a su alma, no de su eternización -porque el espíritu no perece-, pero Si de su glorificación, y a la carne de su inmortalidad. Reducida la carne a sí misma, inutilizada por el pecado la fuerza inmortalizante del espíritu, el cuerpo del hombre quedó aprisionado por el deterioro y el desfallecimiento de la naturaleza creada que, en principio, iba a dominar.

Por el pecado, la naturaleza le dominó y sometió la carne -sólo naturaleza de por sí- a su propia ley de finitud.

A luz de la fe proyectada sobre la muerte del hombre, sobre su reencuentro con la tierra, de cuyo barro se formó su carne, sobre la reconversión en polvo de lo que no era más que polvo, nos conduce desde la promesa del Paraíso que se perdió al cumplimiento histórico y metahistórico de la misma promesa. El vástago de José anunciado en el Génesis, próximo para Isaías, recordado en el Adviento que acaba de comenzar, vine a destruir el pecado y con el pecado su fruto, que es la muerte.

Esa victoria la consigue la Vida encarnada muriendo, y muriendo en la Cruz. A partir de ese instante, la muerte cobra, con significado distinto, otra valencia sobrenatural. No deja de ser un fenómeno psicosomático, no deja de ser salario del pecado, no deja de ser guadaña segadora, pero es, al mismo tiempo, para el hombre en gracia, que ha escondido su vida en Cristo y muere en El y con El, llave del Paraíso y janua coeli, puerta del cielo. Pero hay algo más. En el Símbolo de la Fe decimos que «creemos en la resurrección de los muertos»,. la conversión de la guadaña en llave del muro que cierra en pórtico que se abre, es una realidad esperanzada para el cuerpo, que recobrará su incorruptibilidad y será inmortalizado y glorificado. Cuando se consume la victoria sobre la muerte, victoria que tuvo su principio y tiene su garantía en Cristo resucitado, con los ojos del cuerpo, que ahora no pueden ver a Dios, traspasados por el lumen gloriae, se podrá contemplar en Dios lo que El ha preparado para el gozo del hombre.

Todo esto nos lleva a lo que podríamos llamar una nueva visión de la muerte, de la vida y del status viatoris que discurre desde que la vida temporal se inicia hasta que la vida temporal concluye.

Nueva visión de la muerte: Aunque la muerte en el hombre no deje de ser la obra del Maligno, que por odio a la vida la introdujo en la humanidad; aunque la muerte vaya despertando como vivencia acosadora conforme transcurren los años y se advierta su cercanía; aunque la vivencia de la muerte produzca pánico, por lo que pueda implicar de dolorosa y de tránsito a lo desconocido, repugnancia por instinto de conservación, rebeldía ante lo que puede interpretarse como inhumano, tristeza amarga como frustración del ser, resignación estoica ante la imposibilidad de evitarla, todo ello en el cristianismo es superable, porque su visión de la muerte, sin ignorar esas reacciones, las supera.

© Bettina SalomonPara el cristiano, que mira la muerte no sólo con la luz de los sentidos y de la razón, sino con la luz de la fe, la muerte no aniquila el ser. La muerte es una separación, una despedida del cuerpo y del espíritu por desfallecimiento de aquél. La despedida no es para siempre. No es un adiós, sino un hasta luego. Lo tremendo del hombre no es que muera de verdad, sino que, aun deteriorándose y pulverizándose el cuerpo, el hombre -su yo personal identificante- no muere nunca.

Nueva visión de la vida: la vida del hombre es lineal, pero ascendente. En ella hay, no uno, sino dos alumbramientos; y ambos son dolorosos, porque la redención del hombre y la vida histórica del hombre están signadas por el dolor. El primer alumbramiento es el parto. Por el parto, el hombre ve la luz del mundo. Por el parto se da a luz en el tiempo; y la separación del claustro materno es dolorosa para la madre y para el hijo; y dolorosa hasta el derramamiento de sangre. Por el segundo alumbramiento, se pasa a la luz de la eternidad. Este nuevo dar a luz es también separación dolorosa, porque hay dolor en el cuerpo, que siente su desanimación progresiva, y en el alma, que, al irse desprendiendo de la nebulosa de los sentidos, con todas sus potencias en vigor, tiene conciencia nítida del desgarro. El dolor de este alumbramiento es más profundo que el del primero, porque incide en la más íntima radicalidad del ser. De alguna manera podría recordarlo la separación de la uña de la carne, a que se refería doña Jimena al separarse del Cid, o la frase de Antonio Rivera, nuestro «Angel del Alcázar»: «¡Me estoy muriendo!»

Ahora bien; si la muerte es otro alumbramiento, como el del trigo que se pudre para hacerse espiga, o el gusano de seda que, luego de hacer su capullo, lo rompe y, alado, se hace mariposa, o el del hierro que, en la fragua, incandescente y cincelado y forjado, se convierte en obra de arte, la muerte no es una pérdida, sino una ganancia, como dice San Pablo, y todas aquellas reacciones, pánico, repugnancia, rebeldía resignación, se hacen deseo. Nadie como Teresa de Jesús manifiesta ese deseo, no de morir como huida, como olvido o como descanso, sino como anhelo de usar la llave y de abrir la puerta de la Vida, de morir precisamente para vivir. El desasosiego de morir por no morir florece en los versos famosos: «Y en tal alto Vida espero, que muero porque no muero.»

Nueva visión del status viatoris: En el aquí y ahora de la primera etapa vital, el hombre, a la luz de la fe, no contempla lo que ha de sucederle como una prolongación sino dio de aquélla; como un estirón sin final del tiempo; como un tiempo con prórroga interminable. El tiempo de la eternidad ya no es tiempo. Y el parto segundo de la muerte no es una prolongación longitudinal, sino una ascensión cualitativa.

En el itinere histórico el hombre transcurre en él ahora-tiempo, y, como señala Zubiri, desde un instante hacia un algo. El «ahora temporal» navega sobre el «siempre eterno»; y ese ahora comprende para el hombre desde su concepción hacia y hasta su muerte corporal. En ese ahora, el hombre se va configurando, conformando, definiendo y haciéndose definitivo, de tal forma que configurado, conformado y definido, es decir, consumado definitivamente, llega con su alma, al morir el cuerpo, a la eternidad.

La Parusía, que es la exaltación jubilosa, del triunfo final de Cristo, supone la absorción del tiempo por la eternidad, la inmortalidad gloriosa del cuerpo humane y la transformación de la naturaleza en una tierra y en un cielo nuevos.

Siendo esto así, para un cristiano la etapa histórica de su vida es una preparación y una provisionalidad. Durante ella ha de procurar ir definiéndose, es decir, preparándose y equipándose para la eterna. El ahora ha de estar en función del siempre, y el camino y el quehacer del camino han de concebirse en función de la meta.

Caben aquí, sin embargo, dos errores gravísimos: el de instalarse cómodamente en la vida del tiempo, haciendo del camino fin y de lo provisional definitivo, comprometiendo así gravemente la vida en la eternidad; y el obsesionarse hasta la obnubilación con la vida eterna, de tal modo que, en un quietismo antivitalista, olvidemos que es aquí, en la vida temporal, donde hemos de definirnos para aquélla.

Es en el tiempo donde nos definimos para la salvación o la condenación eternas. Y es al fin del tiempo cuando ha de producirse el examen individual sobre el amor, es decir, sobre las obras, porque obras son amores y no buenas razones.

Con esta perspectiva, debemos asomarnos a la cuestión actualísima como ninguna de la muerte y de la vida temporales. Una y otra se contemplan desde la luz de los sentidos y de la razón, pero, sobre todo, a la luz de la Verdad revelada y, por tanto, de la fe: la fe objetiva, como haz de verdades, y la fe subjetiva, como virtud teologal.

La vida y la muerte temporales, en función de la Vida o de la muerte eternas, se contorsionan en la ley, en las costumbres y en la conciencia individual y colectiva. Ahí donde la vida está amenazada, allí el cristiano ha de comparecer para dar testimonio de la verdad, aunque el testimonio conlleve persecución y sacrificio.

Treinta días de oración a la Reina del Cielo. Flores del 1 al 5 de mayo

Devoción a la Virgen con audio

La Iglesia ha dedicado el mes de mayo a María, a la dulce Reina de nuestras vidas, es por eso que comenzando con una simple oración le regalamos nuestro corazón:

Oh María, oh dulcísima, oh dueña mía!. Vengo a entregarte lo poco que poseo yo, pues sólo tuyo soy para que lo pongas en oblación ante el Trono de nuestro Señor. Te doy mi voluntad, para que no exista más y sea siempre la Voluntad del Padre Celestial.

Cada día del mes de mayo tiene que ser una flor para María. Por eso le regalaremos en cada jornada de su mes una meditación, una oración, una decena del Santo Rosario y una florecilla. De este modo iremos formando un ramo de flores para nuestra Reina del Cielo que nuestros ángeles custodios le llevarán en actitud de veneración.

Flor del 1 de mayo: Santa María
Fiesta de San José Obrero, su casticismo esposo.

Meditación: “El nombre de la Virgen era María” (Lucas 1,27). Según la tradición cristiana a la Santísima Virgen le impusieron ese nombre por especial designio de Dios, significando en arameo Señora, en hebreo Hermosa y en egipcio Amada de Dios.

Oración: ¡Oh hermosa Señora, nos alegramos en tu Hijo Resucitado ya que Dios te ha amado tanto para hacerte Hija del Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de Su Hijo!. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Hacer un especial examen de conciencia por la noche, antes de ir a dormir.

Flor del 2 de mayo: Lirio Perfecto de Dios

Meditación: “Hágase en mi según Tu Palabra”. “El que haga la Voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3,35). María cumplió como nadie la Voluntad de Dios. Esto vale más que todos los demás dones suyos, sean cualidades humanas o gracias espirituales. Del mismo modo, por cumplir la Voluntad del Padre, Jesús sufre Su Pasión y Muerte, alcanzándonos la Redención.

Oración: ¡Oh María, Preciosísima, Cáliz de Amor!. Te ofrecemos nuestro corazón para que lo guardes junto a vos, uniéndolo al de tu Hijo Dios, como entrega de amor. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Prontitud y alegría para el trabajo, empezando por levantarme sin pereza y agradeciendo a Dios por un nuevo día.

Flor del 3 de mayo: Madre de Dios
Fiesta de nuestra Señora del Valle.

Meditación: “Por ser su Hijo Dios, María es Madre de Dios” (Lucas 1,3-5). Dios nos amó tanto que no sólo nos entregó a Su Hijo sino que nos dio a Su Madre. “Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo nacido de Mujer…para que recibiésemos la adopción de Hijos de Dios” (Gálatas 4,5). Este es el maravilloso final del Plan del Padre y el sublime oficio de María, hacernos hijos de Dios, uno en Dios.

Oración: ¡Oh María, te agradecemos el regalo que nos ha hecho nuestro Dios amado, ponernos en tus hermosas manos para hacernos santos. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Examinar mi devoción a la Virgen y cómo la practico.

Flor del 4 de mayo: Madre de Cristo

Meditación: “De Ella nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1,16). Jesús significa Salvador, y es el Cristo, es decir el Ungido, el Mesías enviado por Dios para la Salvación de Su pueblo. Y Su Madre, Madre de Cristo, del Ungido, ha sido asociada a Su Empresa Redentora.

Ella es Corredentora con su amor y su dolor. También Cristo nos llama a cada uno a participar en Su grandiosa Empresa de salvar a todos los hombres.

Oración: ¡Oh Madre de Dios, oh Madre del dolor!. Como Corredentora que sos, imprime en nuestro corazón las Llagas del Señor, para participar de la Fiesta de la Salvación. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día:Examinar y renovar mi consagración a Cristo y a Su Sagrado Corazón.

Flor del 5 de mayo: Madre de la Divina Gracia
Fiesta de Nuestra Señora de la Gracia

Meditación: “Mujer, ahí tienes a tu hijo, después dijo al discípulo, he ahí a tu Madre” (Juan 19,26-27). Madre no sólo adoptiva sino que nos da la Vida, nos da a Cristo, más exactamente nos da la gracia santificante, la vida sobrenatural, algo físico y real que consiste en la unión con Cristo.

Oración: ¡Oh Madre de la Divina Gracia, que nos llevas a la Vida!. Muéstranos como Manantial de Gracia el camino hacia la verdadera Patria. Tu, llena de Gracia, sed la Salvación de nuestras pobres almas. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Poner los medios para estar en gracia de Dios.

Encontrarse con Cristo Resucitado desde el corazón de María

¿Qué sentía María en esos momentos? ¿qué pensaba? ¿qué recuerdos le venían a la memoria? ¿qué le decía a Jesús? ¿cuál era su experiencia interior?

Los seres humanos tenemos capacidad de sintonizar con los sentimientos de otra persona, penetrarlos y hasta cierto punto apropiarlos. Podemos ponernos en el lugar del otro, comprender sus emociones y sentimientos y sentir juntamente con él.
Es posible conectar con el otro y participar de su experiencia interior. Esto abre un mundo maravilloso en la vida de oración. Con la ayuda de la gracia, es un modo de hacer oración contemplativa.
Ciertamente la empatía tiene sus límites, pues la experiencia personal será siempre personal; las vivencias de cada uno serán siempre propias y únicas.

¿En qué consiste esta «oración por empatía»?
Por ejemplo, en este tiempo litúrgico, consiste en centrar nuestra atención en la Virgen María y tratar de sintonizar con los sentimientos de María durante la pasión, muerte y resurrección de Jesús. He empleado esta modalidad de oración durante el triduo pascual y lo sigo aplicando ahora en la pascua. Me está ayudando mucho.

Tratar de meterse al corazón de la Madre de Jesús y Madre nuestra mientras en silencio y soledad acompaña a su Hijo en cada momento de su pasión y en su resurrección. Algunas preguntas que ayudan: ¿qué sentía María en esos momentos? ¿qué pensaba? ¿qué recuerdos le venían a la memoria? ¿qué le decía a Jesús? ¿qué escuchaba? ¿cuáles eran sus actitudes? ¿cuál era su experiencia interior?

Detenerse en cada paso, sin prisa. Un día se puede tomar una escena, otro día otra. O permanecer durante varios días en la que más ayude a cada uno. Este modo de orar supone un fuerte cultivo de la capacidad de escucha.

Se trata de contemplar y sentir profundo
No hacen falta muchos pensamientos, se trata de contemplar y sentir profundo, identificándose con la oración de María: durante la última cena, durante la oración en el huerto, cuando fue apresado, cuando estaba en la cárcel, cuando fue condenado a muerte, cuando subía el Calvario con la cruz a cuestas, cuando fue crucificado, durante su agonía, cuando expiró, cuando resucitó, cuando encontró a María en el huerto, cuando se apareció a los suyos…

Gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de María
Desde el Sábado Santo me ha ayudado mucho gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de su Madre.
En la resurrección de Jesús confluyen: 

  1. El amor del Padre que lleno de conmoción vio morir a su Hijo diciendo: «Todo está cumplido» (Jn 19,30), «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,45). Con la Resurrección, el Padre respondió a la súplica de Jesús en el huerto: ¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mi este cáliz (Mc 14,36).
  2. El poder del Espíritu de amor que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5)

La pasión de amor de Cristo por el hombre que quiere permanecer siempre a su lado: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos.» (Mt 28,20)
Y María participa en la Resurrección de Cristo con su dolor y su esperanza
Con la muerte de Jesús parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Aquella fe nunca dejó de faltar completamente, sobre todo en el corazón de la Virgen María, la Madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad de la noche.(Benedicto XVI, 8 de abril de 2012) y a través de la experiencia transformante de la Pascua de su Hijo, se convierte en Madre de la Iglesia, o sea, de cada uno de los creyentes y de toda la comunidad.(Benedicto XVI, Regina Coeli, 9 de abril 2012)
¡Qué fácil es gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de su Madre mientras le contempla vivo y glorioso!

Oración
Madre:
Mientras el sábado santo se libraba el combate entre la Luz y las tinieblas,
el Espíritu Consolador invadía tu corazón, aliviando tu dolor,
el Padre terminaba su obra maestra: Cristo Resucitado,
y tú en silenciosa espera…

¡Cuánto aprendo de tu silencio sonoro!
Gracias, Madre, por permitirme entrar en el jardín de tu alma y acompañarte en tu dolor.
No me cabe la menor duda de que fuiste tú la primera a quien buscó Jesús resucitado.

¿Qué pasó en tu corazón cuando al tercer día brilló el Sol Naciente con toda su gloria?
¿Cómo celebraron juntos aquél momento? Me imagino lo que sentiste.
Déjame ver con tu mirada el rostro de tu Hijo Resucitado,
alegrarme y regocijarme en Él como tú lo hiciste.
A ti te constituyó en Madre de la Iglesia,
que a mí me conceda resucitar con Él;
que me haga un hombre nuevo,
que piense en las cosas de arriba,
y las busque por encima de todo
Amen

Padre Rubio, el apóstol de Madrid

San José María Rubio tenía un lema: “Hacer lo que Dios quiere, querer lo que Dios hace”

José María Rubio, conocido como “el padre Rubio” o “el apóstol de Madrid”, nació en Dalías (Almería) en 1864.

Era de carácter sencillo y callado. Fue ordenado sacerdote en Madrid y desempeñó su ministerio como coadjutor en Chinchón y como párrocoen Estremera. Más tarde, a los 42 años, se haría jesuita.

Siempre quiso obedecer a sus superiores, con el lema “hacer lo que Dios quiere, querer lo que Dios hace”.

Destacó por su predicación y por la atención a los penitentes en la confesión y a los pobres. Era muy generoso.

Desarrolló gran parte de su labor pastoral en los barrios más necesitados de Madrid: Cuatro Caminos, Puente de Vallecas, el Matadero…

Organizó escuelas dominicales en Mesón de Paredes. Atendió a las Madres Bernardas y participó en la fundación de las Damas Apostólicas.

Falleció en Aranjuez en 1929.

Sus restos se veneran en la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano de Madrid.

Oración en la soledad

Señor, hemos creado un mundo global, una ciudad intercomunicada,
un laberinto de solitarios.
Te confieso que muchas veces me encuentro solo y perdido
en medio de esta tupida red.

Tú que diste a José María Rubio la capacidad de consolar a los solitarios y a los tristes, mostrando en Jesús el amor que nunca falla y el amigo que siempre espera,
te ruego por su intercesión que me acompañes en el camino,
me concedas la alegría de vivir y me señales mi auténtico fin,
orientándome entre tantos reclamos y solicitudes. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.