El día de Pascua es un día de correderas, según dicen los evangelios. Por la mañana, corre María Magdalena, al ver que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro donde habían puesto a Jesús había sido sacada, y se va a encontrar Simón Pedro y el otro discípulo, aquel que Jesús amaba para decirle aunque ella no había mirado dentro, que se habían llevado al Señor. Corren Pedro y ese otro discípulo hacia el sepulcro para ver qué había pasado. Corrían ambos juntos. Pero el otro discípulo, que era más joven, se adelantó, llegó al sepulcro, miró adentro, pero no entró. Por respeto a Pedro le esperó y entraron ambos. Y podemos imaginar, hermanos y hermanas, que después también correrían para ir a decir a los demás discípulos lo que habían visto y cómo habían entendido que, según las Escrituras, Jesús debía resucitado de entre los muertos. Por la noche, todavía, corren también los dos discípulos que habían ido a Emaús y por el camino se habían encontrado con Jesús resucitado que primero les había explicado cómo la Escritura anunciaba que el Mesías debía sufrir antes de entrar en su gloria y después les había partido el pan parecido a cómo había hecho en la cena antes de la pasión (cf. Lc 24, 23-35).
Corren porque les mueve el amor a Jesús, la sorpresa de la tumba vacía con la sábana de amortajar allanada y el pañuelo dejados allí. Corren porque les mueve el gozo de saber que Jesús está vivo; que, como decían las Escrituras, se habían cumplido las palabras proféticas del salmo: no abandonará mi vida entre los muertos ni dejará caer en la fosa a quien ama (Ps 15, 9). O aquellas otras que hemos cantado: La derecha del Señor hace proezas, la derecha del Señor me glorifica. no moriré, viviré para contar las proezas del Señor (Ps 117, 16-17).
Pero fijémonos un poco más en lo que el evangelio nos decía de los dos discípulos que fueron al sepulcro. Pedro entra el primero porque, como he dicho, el otro discípulo le deja pasar por respeto a su lugar entre los apóstoles. Ve, pero parece que esto no le lleva enseguida a la fe.
Podía deducir, que si se hubieran llevado el cuerpo de Jesús no se habrían entretenido en quitarle la sábana de amortajar y en dejarlo bien allanado. Fue el primero en llegar al sepulcro. Pero, sin embargo, por lo que dice el evangelista, no parece que de los dos discípulos, fuera el primero en llegar a la fe pascual. Entra, a continuación, el otro discípulo. Con los ojos ve lo mismo que Pedro. Pero se deja conducir por la luz de la fe en las Escrituras y por el amor que tiene a Jesús, y esto le hace descubrir la realidad de lo que ve con una dimensión profunda que va más allá de lo que captan los sentidos. Y cree que Jesús ha resucitado. Pedro llega también a continuación a la fe al comprender que las Escrituras ya decían que Jesús debía resucitar de entre los muertos. Hemos oído su testimonio en la primera lectura.
Jesús resucitado transforma a los discípulos. De tímidos y miedosos como eran antes del día de Pascua, los hace valientes y valientes para anunciar que él vive para siempre. Ya no tienen miedo a las consecuencias en forma de crítica, prisión, castigos corporales, muerte, que esto les pueda llevar. Se entregan totalmente a su misión de ser testigos de Jesucristo, el Viviente, y de su Evangelio, para liberar a las personas, para hacerles comprender el amor con el que Dios las ama, para anunciar el camino del bien y de la fraternidad y la vida que supera a la muerte. La alegría de los discípulos al ver el rostro deseado del Señor después de la tristeza por la muerte cruel, debe ser también la nuestra (cf. Himno “Tristas erant Apostóleo”), que guiados por su testimonio descubrimos la presencia del Resucitado en las nuestras vidas que nos impulsa a hacer el bien a los demás con amor ya ser testigos de alegría y esperanza.
La fe en Cristo resucitado nos transforma, a los cristianos, en criaturas nuevas. Nos enseña a ver la realidad con ojos nuevos, desde la fe y el amor, guiados por las Escrituras. Porque desde la victoria de Jesucristo sobre la muerte, la dureza de la vida, los sufrimientos que comporta, las enfermedades, la desesperanza, la muerte pueden transformarse en semillas de vida nueva. Sabemos, como venía a decir recientemente el Papa, que no se perderá ni una de las lágrimas derramadas en tantos Calvarios como hay en el mundo actual (cf. Audiencia general, 31.03.2021). Porque el Resucitado las recoge en su amor y las transformará en vida y alegría.
Mientras celebrábamos la pasión y la sepultura del Señor, ese altar estaba desnudo. Representaba a Jesucristo en su despojamiento total, en el don de su vida sin reservarse nada de nada. Pero hoy, en la Pascua, el altar es revestido festivamente como símbolo de Cristo resucitado que sigue dándose en el sacramento eucarístico. Después de la invocación del Espíritu Santo y de haber pronunciado las palabras de la institución de la Eucaristía, bajo las especies de pan y vino estará Cristo resucitado para darse a nosotros.
Las lecturas de la eucaristía de esta solemnidad de Cristo Rey, nos hablan de Jesús, como Pastor solícito, Rey misericordioso y Juez justo. Jesús es el Gran Pastor del Pueblo de Dios porque ha dado la vida por sus ovejas, es verdaderamente Rey universal porque ha sido el único hombre que ha hecho incomparablemente mejor el oficio de ser persona. Dios ya había hecho «el hombre rey de lo que había creado» pero la historia nos dice que éste ha hecho de sí mismo un tirano y se ha comportado con la naturaleza de idéntica manera.
Pero la imagen que hoy sobresale más en esta escena del juicio final es la de Jesús como Juez justo. El Padre ha dado a él el juicio porque él, abrazando la condición humana, ha vivido todos sus límites, ha sufrido sus tentaciones pero no ha caído en ningún momento en la maldad del pecado porque ha confiado siempre en Dios y se ha mantenido humilde y respetuoso frente a él. Jesucristo ha demostrado al género humano que ser persona, de acuerdo con el plan amoroso de Dios, es posible, no es fácil pero tampoco difícil, es ponerle; y en su providencia, conociendo nuestra debilidad, nos ha dejado como remedio a ese mal radical del egoísmo que nos domina, el don de la misericordia. ¿Por qué la misericordia y no otro don? Porque la misericordia nos hace humildes, más personas. Ejerciendo la misericordia tenemos una oportunidad muy personal de experimentar, de algún modo, el amor viviente que es Dios mismo. Y ese amor es el que puede ir transformando nuestro ego pagado de sí mismo en un yo liberado y liberador, en un yo en comunión fraterna con todos los demás.
La misericordia nos lleva a compartir más que a acumular, a cuidar más que a devorar, con lo que la naturaleza sale beneficiada y de rebote nosotros mismos. La misericordia nos empuja más a ser creativos que a ser consumistas sin freno; nos hace más portadores de paz que generadores de violencia.
Hablar de misericordia no es hablar de conmiseración paternalista, sino de empatía y autenticidad humana, de gozo por el valor útil y eficaz de la propia existencia. La capacidad de ser misericordiosos es el gran don que la Providencia ha puesto en nuestras entrañas. Ser misericordiosos, empático, comprometido con el bien, es lo que nos hace tontos de Dios, la falta de todo esto o su contrario es lo que arruina la propia vida y la convivencia que se deriva. Misericordia no es ir en lirio en la mano, es más bien tener el coraje de renunciar a toda violencia para apretar con fuerza las manos solidariamente con todo otro, tanto con los de cerca como los de lejos y ponerse juntos a abrir camino.
Las palabras de Jesús nos invitan a estar atentos a nuestras decisiones para no acabar condenando nuestra vida y nuestra historia, ya ahora, en un suplicio eterno a causa del egoísmo cegado o el amor inactivo. Los condenados que están a la izquierda y los salvados que están a la derecha del Señor, no estando por haber ignorado o conocido a Jesús y su evangelio, no se cuestiona aquí su religiosidad, la cuestión esencial que se debate es el ejercicio o no de la misericordia con quienes les son iguales en humanidad.
La argumentación de Jesús sopla sobre el incienso de piedad que podría ocultar los problemas que nos afectan a todos y que está en nuestras manos resolverse: el hambre, la falta de agua, la miseria, la inmigración, problemas todos ellos que mal resueltos o resueltos sólo para unos pocos acaban generando para todos violencia, lágrimas y resentimientos.
Jesús no nos pide un imposible, él mismo no hizo más que lo que estaba a su alcance natural; pero no quiere que, por desidia o por miedo, acabemos mirando a otro lado cuando Cristo necesitado lo tenemos delante; su evangelio nos hace mirar con la empatía de Dios la realidad humana que tenemos a nuestro alcance para así contribuir, entre todos, eficazmente, en el todo inalcanzable del mundo. Joan Maragall, poeta de alma rebelde y de espíritu inquieto, en su “Elogio de la vida”, expresa esta responsabilidad evangélica que todos y todas tenemos, con una belleza sobria y así acertadamente.
Ama tu oficio,
tu vocación,
tu estrella,
aquello por lo que sirves,
lo que realmente,
eres uno entre los hombres,
esforzado en tu quehacer
como si de cada detalle que piensas,
de cada palabra que dices,
de cada pieza que pones,
de cada martillazo que das,
dependiera la salvación de la humanidad.
Porque depende, créeme.
Si olvidándote de ti mismo
haces todo lo que puedes en tu trabajo,
haces más que un emperador que rige
automáticamente sus estados;
haces más que lo que inventa teorías universales
sólo para satisfacer su vanidad,
haces más que el político, que el agitador,
que lo que gobierna.
Puedes desdeñar todo esto
y el abono del mundo.
El mundo se abonaría bien solo,
sólo que cada uno
haz su deber con amor,
en su casa.
Queridos hermanos y hermanas en la fe que brota de la COMUNIDAD DE JESUS.
Estamos llegando a finales del año litúrgico y las lecturas de estos días nos ponen en la tesitura de una tensión escatológica que nos reenvía ya hacia el Adviento que se está acercando. En este sentido, podemos citar lo que nos decía la primera carta a los tesalonicenses: «La gente pensará que todo está en paz y bien asegurado, cuando de repente vendrá la devastación, como los dolores a la mujer que debe tener un hijo, y nadie se escapará».
Pero esa tensión escatológica también tiene su eco en la historia. También nosotros, hace unos meses, pensábamos que todo estaba en paz y bien asegurado, mientras que de repente y sin que se escape nadie nos está azotando una pandemia que ha paralizado el mundo. Como uno de los administradores de los que nos habla el evangelio, también nosotros tenemos miedo.
Tenemos miedo de enfermar gravemente, de morir dejando a medio hacer nuestros proyectos. Además, la crisis sanitaria ha venido también acompañada de una grave crisis económica: empresas y tiendas cerradas que luchan por sobrevivir hasta que lleguen tiempos mejores. Trabajadores sin trabajo. Millones de personas confinadas, algunas de ellas sufriendo en silencio dentro de los hogares la violencia de género y los abusos. El número de los suicidios ha aumentado.
La crisis nos ha cogido bien preparados a nivel técnico y científico: el desarrollo de la vacuna que en circunstancias normales se hubiera hecho en años, podremos hacerlo en unos meses. Sin embargo, no estábamos demasiado bien equipados moralmente para afrontar unos hechos tan graves como los que nos ha tocado vivir. Ya las últimas crisis económicas y sociales que habíamos vivido nos habían avisado de este hecho.
Como cristianos no podemos interpretar todos estos eventos desde puntos de vista demasiado simples o parciales. Es lógico que nos preguntemos también: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué ha permitido todo esto? ¿Acaso ha sido un castigo divino? Tenemos todo el derecho a hacernos estas preguntas. Pero también debemos saber que Dios no es como aquel dueño del evangelio que se fue fuera del país y dejó solos a sus trabajadores. Dios está siempre presente entre nosotros y nunca nos abandona.
Es más, si volvemos a las lecturas de hoy ya las de estas últimas semanas del tiempo litúrgico, vemos que Dios nos propone vivir según aquellas virtudes que nos permiten superar los obstáculos de la vida con los ojos siempre puestos en el Señor . Podríamos destacar tres de estas virtudes: la esperanza, la perseverancia y la solidaridad.
La esperanza es la virtud esencial del cristiano. Confiamos en Dios y en su amor hacia nosotros. Sabemos que nuestra peregrinación, por muy dura que sea, tiene un término feliz. La última palabra nunca la tienen el mal o la muerte, sino la felicidad y la vida. Dios siempre nos da una segunda oportunidad. La esperanza nos dice que el momento más oscuro de la noche es justo antes del amanecer.
La perseverancia nos lleva a no desfallecer, a resistir. No se trata de un mero estoicismo sino que la perseverancia es fruto de nuestra esperanza. En un mundo donde la inmediatez es tan importante nos olvidamos a veces que es necesario perseverar pacientemente para salir vencedores. No es tampoco una perseverancia pasiva, de esperar simplemente a que vengan tiempos mejores. Es necesario que vaya acompañada también de la acción prudente pero decidida.
La solidaridad nos la pone de manifiesto el evangelio que hemos leído hoy: todos nosotros debemos administrar los dones y bienes que hemos recibido y ponerlos al servicio de los demás. Nadie se salva solo: nos necesitamos unos a otros. Lo hemos visto especialmente estos días con tantos trabajadores y voluntarios: médicos, sanitarios, policías, Cáritas, Cruz Roja y un largo etcétera.
Precisamente hoy, conmemoramos la jornada mundial de los pobres, instituida por el Papa Francisco. Sólo a través de la solidaridad conseguiremos hacer un mundo más feliz y justo. Los pobres ya no sólo son «los demás» también nosotros lo somos. Nuestras debilidades y necesidades se han puesto de manifiesto ahora más que nunca.
Hermanos y hermanas, sepamos administrar bien en este mundo los dones que Dios nos ha dado para que podamos llegar un día a su presencia y oír su voz que nos dice: «Muy bien, administrador bueno y prudente. Entra a celebrarlo con tu Señor».
Quintín, Santo
Mártir, 31 de octubre
Mártir
Martirologio Romano: Cerca de la ciudad de Vermand, en la Galia Bélgica, san Quintín, mártir, del orden senatorial, que padeció por Cristo en tiempo del emperador Maximiano.
Breve Biografía
Fue Quintín hijo de un senador romano muy apreciado de la gente.
Se hizo amigo del Papa San Marcelino, quién lo bautizó.09:19
El más grande deseo de Quintín era hacer que muchas personas conocieran y amaran a Jesucristo, y poder derramar su sangre por defender la religión.
Cuando el Papa San Cayo organizó una expedición de misioneros para ir a evangelizar a Francia, Quintín fue escogido para formar parte de ese grupo de evangelizadores.
Dirigido por el jefe de la misión, San Luciano, fue enviado Quintín a la ciudad de Amiens, la cual ya había sido evangelizada en otro tiempo por San Fermín, por lo cual hubo un nutrido grupo de cristianos que le ayudaron allí a extender la religión. Quintín y sus compañeros se dedicaron con tan grande entusiasmo a predicar, que muy pronto ya en Amiens hubo una de las iglesias locales más fervorosas del país.
Nuestro santo había recibido de Dios el don de sanación, y así al imponer las manos lograba la curación de ciegos, mudos, paralíticos y demás enfermos. Había recibido también de Nuestro Señor un poder especial para alejar los malos espíritus, y eran muchas las personas que se veían libres de los ataques del diablo al recibir la bendición de San Quintín. Esto atraía más y más fieles a la religión verdadera. Los templos paganos se quedaban vacíos, los sacerdotes de los ídolos ya no tenían oficio, mientras que los templos de los seguidores de Jesucristo se llenaban cada vez más y más.
Los sacerdotes paganos se quejaron ante el gobernador Riciovaro, diciéndole que la religión de los dioses de Roma se iba a quedar sin seguidores si Quintín seguía predicado y haciendo prodigios. Riciovaro, que conocía a la noble familia de nuestro santo, lo llamó y le echó en cara que un hijo de tan famoso senador romano se dedicara a propagar la religión de un crucificado. Quintín le dijo que ese crucificado ya había resucitado y que ahora era el rey y Señor de cielos y tierra, y que por lo tanto para él era un honor mucho más grande ser seguidor de Jesucristo que ser hijo de un senador romano.
El gobernador hizo azotar muy cruelmente a Quintín y encerrarlo en un oscuro calabozo, amarrado con fuertes cadenas. Pero por la noche se le soltaron las cadenas y sin saber cómo, el santo se encontró libre, en la calle. Al día siguiente estaba de nuevo predicando a la gente.
Entonces el gobernador lo mandó poner preso otra vez y después de atormentarlo con terribles torturas, mandó que le cortaran la cabeza, y voló al cielo a recibir el premio que Cristo ha prometido para quienes se declaran a favor de Él en la tierra.
A mediados del siglo XVI las coronas francesas y españolas se enfrentaron en San Quintín, localidad francesa situada en la región de Picardía. La victoria la obtuvieron los españoles, pero fue tanto el sufrimiento de ambos bandos durante la “Batalla de San Quintín” que esta experiencia dio lugar a la conocida frase “Se armó la de San Quintín”. La cual se usa actualmente para describir una gran trifulca o polémica.
¿Se puede vivir hoy el Reino de Dios?
Fueron sólo doce los que cambiaron la historia de la humanidad ¿Cómo es posible que los cristianos no podamos cambiar el mundo de hoy?
En el mundo tecnológico e individualista de hoy, ¿es posible meter la nariz en el Reino de Dios? Parecería que era más fácil en aquel mundo de aquella Galilea que caminó Jesús.
A Jesús no le importaba lo que el pagano de su tiempo pensaba de ÉL, si le importaba saber lo que pensaban los que le seguían. Sus palabras sembraban admiración en los que lo seguían y también odios en los que no creían. ¿No ocurre lo mismo en el día de hoy?
No será, que igual que en aquellos tiempos, hay demasiados licenciados que solamente creen viable su saber y lo que se puede tocar o paladear?
Ya que hablamos de cantidad, bueno será recordar que fueron doce los que cambiaron la historia de la humanidad. Hoy en el mundo son casi dos mil millones los cristianos, ¿cómo es posible que no se pueda cambiar el mundo de hoy? ¿No será que hemos complicado el vivir el Reino de Dios?
En aquellos tiempos la vivencia era lo que desparramó la fe. Aquellos doce vivían lo que creían, los que veían lo que vivían, creían también y esto explicaría en donde está la diferencia. Un puñado de personas en pocos decenios fue capaz de transformar el mundo conocido.
Recordemos que los cristianos de hoy seguimos alimentándonos de la alegría de aquellos cristianos que morían cantando mientras un león se les zampaba una pierna. Hoy no hay leones como aquellos, pero sigue habiendo cristianos que mueren cantando en países del medio oriente, en África ayudando a enfrentar el Ébola. Son los leones de hoy, son diferentes, pero sigue habiendo leones.
No podemos pretender que todos tengan esta sublime entrega por lo que creen, pero para estar en el Reino de Dios hay muchos caminos. Cada uno de nosotros puede descubrir en qué nivel estás, ¿en qué peldaño de tu fe estás? Todos pueden ser testigos de lo que creen.
Si un cristiano, vive en cristiano, su luz ilumina a todos, incluso a aquellos que no conocen la gramática para hablar con Dios.
Ayudando, participando, estando, es un hablarles de Dios, sin decir una sola palabra. Viviendo haciendo el bien es una manera de llenar el alma. No hay nada que pese tanto como un cuerpo con el alma vacía.
¿Qué les decía Jesús cuando les explicaba que el Reino de Dios, ya había llegado? El Reino de Dios es todo aquello que tú hagas por el otro. Por eso les decía que ya había llegado el Reino. Todos podían ser parte del Reino.
¡Cómo cambiaría el mundo si solamente una parte de los casi dos mil millones de creyentes, estuvieran dispuestos a estar en el Reino de Dios!
Hay que imitar al Papa Francisco en su humildad y sencillez y volver a las fuentes del nacimiento del cristianismo: hay que meter la nariz en el Reino de Dios, hay que querer estar. ¿Cómo? Mirando a tu alrededor. No es necesario irse lejos. Tu barrio también te necesita.
Es muy buen negocio prestar atención a lo que necesita ayuda:
Las últimas investigaciones en la Universidad de Harvard están demostrando que la mejor y única manera de obtener la felicidad, es buscar la felicidad de los otros, en lugar de la propia.
Los románticos se equivocaron en casi todo. Fue un error su instinto por buscar en la soledad la inspiración de todas las cosas importantes, en lugar de buscar la innovación resultante del contacto con los otros.
(Eduardo Punset autor de “Viaje al amor”)
Y sigue lo bueno de esta actitud: Para estar alegre no hay nada mejor que ayudar a otros, nos dice Javier Iriondo ex pelotero vasco que desde las cenizas de su existencia, renació a la vida.
¿Tu vida está llena de tristeza? Sigue el consejo de Iriondo.
Su actitud encaja a la perfección con aquellas palabras del Pobre de Asís:
es dando que uno recibe.
Seguro que encontrarás algún dolor que aliviar, alguna situación que podrás contribuir a moderarla, un consejo que dar, un apoyo que ofrecer, una presencia que reconfortará. El Reino de Dios es tan amplio y abrazante que todos tienen cabida. Cada uno debe encontrar el cómo, con quién, cuándo y dónde.
Y si quieres hacerlo más sencillo y no quieres mirar alrededor tuyo, limítate a decirle al Señor, que simplemente te atreverás a decirle “si” y el mismo Dios pondrá delante de tu nariz el donde y con quién.
Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas, pedir lo que quieras y te ayudará para que puedas. (San Agustín)
Y cuando esto suceda y siempre sucede, piensa que si Dios te lo pone por delante, es que puedes y que donde tú no llegues, Dios siempre termina arreglándolo a su manera, que para eso es Dios.
Y no me vengas a salir con alguno de los tantos “peros” frecuentes que usan múltiples creyentes: pero yo no sirvo, pero yo nunca lo hice, pero yo no sé, pero yo no tengo tiempo, pero yo no podré. El mundo está lleno de cristianos del” pero”
Las virtudes de cualquier persona suelen nacer de su misma esencia. Es evidente que el transcurrir del tiempo y la asimilación de experiencias sea lo que marquen aún más la manera de ser.
Es lo que podríamos llamar el acercamiento a la madurez. La construcción máxima de nuestra manera de ser, acaba siendo la evolución de la esencia a través de nuevas experiencias. Es la suma de un conocimiento interior junto a un aprendizaje exterior que se acaba interiorizándose en nosotros.
Por lo tanto, parece evidente que es muy importante conocer qué es aquello del exterior que merece cobrar protagonismo en nuestra vida porque reflexionándolo acaba enriqueciendo la esencia.
Y ahí residen seguramente las decisiones más cruciales de cada uno de nosotros, porque habremos optado en incorporarlas a nuestra manera de ser.
Si uno acaba optando por la desconfianza, la maledicencia y el negativismo, uno acaba alejándose de todo el potencial de bien que hay en cada uno. En cambio si uno es capaz de convivir con sus experiencias positivas acaba convirtiéndose en un sabio. (Joan Galobart)
Cuando uno se acerca a su madurez espiritual es cuando desde la esencia de cada uno está maduro para entrar y entender el Reino de Dios.
La madurez es el arte de vivir en paz con lo que es imposible cambiar.
Cuando envejecemos la belleza se convierte en cualidad interior. (Ralph W. Emerson)
Para el profano, la tercera edad es el invierno. Para el sabio, es la estación de la cosecha, que la reparte desde la palabra y desde actitudes de vida.
Es cuando la comprensión ocupa el primer lugar de su ser.
No es un viejo. Podrá tener años encima de sus huesos, pero es un viejo joven.
A esta altura de la reflexión, que mi hermano en la fe y amigo Miguel me sugirió que la hiciera, quizás más de uno pensará, ¿este que escribe siempre fue así? No, Salvador no era así, no pensaba así. ¿Qué pasó entonces?
Hay un refrán que dice: “No hay mal que por bien no venga”
¡Qué sabios que son los refranes, cuánta sabiduría hay en ellos!
A la mitad de mi vida un cáncer casi me saca de este mundo. Aquellos meses, quizás un año de vida que el médico me dio, se han convertido en más de 40 años de poderlo contar.
Mentiría si dijera que viví de cerca la muerte. No, nunca la tuve cerca. Sabía que podía recibir su visita, pero nunca sentí su cercanía.
Cada mañana afeitaba mi escuálida cara y empezó a rebotar en mí rostro una frase que muchas veces había oído, pero nunca la había escuchado, nunca le había prestado atención:” busca el Reino de Dios; lo demás se te dará por añadidura”
Un día decidí que no me quería morir sin saber si la frase era cierta. Tomé mi agenda de trabajo y la partí con una línea. La parte de arriba sería lo prioritario en mi vida, es decir el Reino de Dios. La parte de abajo mi trabajo cotidiano para seguir comiendo en este mundo.
¿Y qué pasó? Pasó que las dos partes se llenaron por igual. Ni siquiera me tenía que preocupar en buscar. Solamente tenía que decir si a lo que se iba presentando. ¡La de cosas que viví! ¡Qué gran aventura es tener a Dios de socio! Eso sí, hay que atreverse. No siempre eran cómodas. No siempre era fáciles ensamblarlas.
¡La de situaciones diversas que uno llega a vivir! Gracias a ellas uno siempre termina creciendo en el creer.
Creo que si actuamos haciendo el bien, podremos estar en la lista de espera si el Cielo existe. Y si no existe, habremos tenido nuestro propio Cielo aquí en la Tierra. (Felipe Cubillos)
El centro de mi vida es Cristo
Santo Evangelio según san Marcos 12, 28b-34. Domingo XXXI del Tiempo Ordinario
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, hoy he descubierto una cosa. «Escucha», me dices.
A veces me concentro más en los dos mandamientos esenciales y me olvido del «Escucha». Es que es tan importante la escucha… Si no escucho no sabré cómo quieres que viva.
Si no escucho tu voz vale poco hacer las mejores obras de caridad. Necesito tu luz. Quiero escuchar tu voz. A eso vengo hoy, a escucharte en el silencio de mi corazón.
Háblame, Jesús, que tu palabra es la fuente que refresca mi vida. Habla, Señor, que tu siervo escucha.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34
En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.
El escriba replicó: “Muy bien, Maestro.
Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Jesús, viendo que había hablado sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
El Señor es “único”…y no hay otro… Me doy cuenta al leer estas breves líneas que no siempre he vivido teniéndote al centro de mi vida. Eso sí, siempre has sido la prioridad. Los domingos, lo primero que hago es ir a misa. Antes de ir al trabajo paso a la Iglesia y hago un poco de oración. En fin. Siempre te he puesto en el primer lugar de mi agenda.
Pero ¿qué pasa cuando las cosas no van bien y los planes no funcionan? Pues el primer puesto te lo gana otro. Mis preocupaciones me llenan la cabeza y me olvido de ti. Tengo buenos propósitos pero cuando alguien me hace enfadar me olvido de ellos. Y así mi vida es un ir y venir. Entonces te dejo de lado. Paso de largo por la parroquia y al llegar a casa estoy tan cansado que no puedo pensar en otra cosa más que meterme directo en la cama o ver un poco la televisión o perder algunas horas en internet.
Creo que he encontrado la solución. Tú serás el centro de mi vida. Todo lo que haga estará impregnado de tu amor. Hasta el detalle más pequeño. Si trabajo, lo haré para alegrarte y mientras cocine la cena o haga cualquier cosa lo haré por ti. Incluso, si me enfado lo pondré en tus manos e intentaré que salga una sonrisa. Los imprevistos los tomaré con buen humor. Si Tú estás conmigo ¿cómo voy estar triste o malhumorado o inquieto? Sí Tú estás conmigo nada podré temer.
Te amo, Jesús. Y en ti a cada persona que me encuentro. Sé que mi amor es pequeño, pero «Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero». Hoy comienzo.
«Jesús dice: ‘el amor más grande es este: amar a Dios con toda la vida, con todo el corazón, con toda la fuerza, y al prójimo como a uno mismo’. Porque es el único mandamiento que está a la altura de la gratuidad de la salvación de Dios. Y después añade Jesús: ‘en este mandamiento están todos los otros, porque ese llama -hace todo el bien- a todos los otros’. Pero la fuente es el amor; el horizonte es el amor. Si tú has cerrado la puerta y has echado la llave del amor, no estarás a la altura de la gratuidad de la salvación que has recibido».
(S.S. Papa Francisco, homilía del 15 de octubre de 2015, Santa Marta)
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy, antes de iniciar mis actividades cotidianas, rezaré un Padre nuestro pidiendo luz y fuerza al Espíritu Santo.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
«La COP26 deberá afirmar la centralidad del multilateralismo y la acción»
Más de 30.000 delegados se reunirán desde mañana hasta el 12 de noviembre en Glasgow, Escocia.
El 26 de octubre, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, hizo sonar una nueva alarma, pidiendo medidas concretas para proteger el planeta: «Vamos camino de la catástrofe climática», dijo, comentando el Informe GAP de emisiones de 2021. La era de las medias tintas y las falsas promesas debe terminar y el momento de cerrar la brecha de liderazgo debe comenzar en Glasgow». Y ayer el Papa Francisco, en un videomensaje a la BBC, de cara a la conferencia que se celebrará en la ciudad escocesa, pidió «decisiones radicales» para sacar a la humanidad de las muchas crisis transversales e interconectadas que está atravesando. En este contexto, entrevistamos al cardenal Pietro Parolin quien encabezará la delegación de la Santa Sede en Glasgow:
– Eminencia, se abre la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático Cop26. ¿Cuál es el objetivo de la presencia de la Santa Sede?
La COP26 es la primera Conferencia de la Convención Marco de la ONU sobre el cambio climático que se desarrolla después de la difusión del Covid-19, y además es la Conferencia que debe establecer las modalidades concretas para lograr los compromisos previstos por el Acuerdo de París de 2015. Como es sabido, el itinerario para una implementación eficaz, todavía bajo la sombra de la pandemia, es bastante complejo e incierto.09:55
Es verdad que se comenzó un proceso de transición hacia un modelo de desarrollo libre de tecnologías y comportamientos que inciden en las emisiones de gases de efecto invernadero; la cuestión principal es cuán rápido será dicho proceso y si será capaz de respetar los tiempos planteados por la ciencia. El deseo de la Santa Sede es que la COP26 pueda realmente reafirmar la centralidad del multilateralismo y de la acción, incluso a través de los así llamados actores no estatales. Vista la lentitud del progreso, la importancia de la Conferencia de Glasgow es significativa, en cuanto a través de ella se podrá medir y estimular la voluntad colectiva y el nivel de ambición de cada estado.
– La edición precedente celebrada en Madrid se cerró invitando a “esfuerzos más ambiciosos”. Usted dijo: “es un reto para la civilización”. ¿Qué se prevé ahora?
Vivimos en un momento significativo de nuestra historia. Las respuestas al Covid-19 y al cambio climático pueden dar curso a este deseo expresado por el Papa Francisco en la Laudato si’: «Mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades».
Se trata, por tanto, de un reto para la civilización en favor del bien común y de un cambio de perspectiva que debe poner la dignidad humana en el centro de cada acción. Fenómenos globales y transversales como la pandemia y el cambio climático ponen cada vez más de relieve ese cambio de rumbo pedido por el Papa Francisco, que se basa en ser conscientes de que debemos trabajar todos juntos para consolidar la alianza entre el ser humano y el medio ambiente, con una particular atención a las poblaciones más vulnerables.
-En la encíclica Laudato si’ Francisco sostiene una ecología integral en la cual el cuidado de la creación, la atención a los pobres, el compromiso en la sociedad y la construcción de la paz resultan inseparables. ¿Cuáles son las urgencias?
En la actualidad resulta profundamente evidente cómo la degradación ambiental y la degradación social están fuertemente interrelacionadas. Este también es uno de los conceptos clave de la ecología integral: «paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo».
Por este motivo, es importante que de la COP26 emerja una clara respuesta colectiva, no sólo para favorecer las actividades de mitigación y de adaptación al cambio climático por parte de todos los países, sino también para ayudar a los más vulnerables a afrontar los daños y las pérdidas que derivan de dicho fenómeno, que lamentablemente ya son una realidad en numerosos contextos.
– Es constante el llamamiento del Papa a adoptar comportamientos y acciones formados en base a la interdependencia y la corresponsabilidad, en un mundo en el que “todo está conectado” y en el que los objetivos para reducir la contaminación y para la ecosostenibilidad fijados en el Acuerdo del 2015 en París todavía parecen lejanos. ¿Qué caminos hay que recorrer?
Durante el encuentro con los líderes religiosos y los científicos que se celebró el pasado 4 de octubre para enviar un Llamamiento conjunto a la COP26, el Santo Padre ha resaltado la importancia de adoptar una mirada abierta a la interdependencia y al compartir. «No se puede actuar solos, es fundamental el compromiso de cada uno por el cuidado de los demás y del ambiente, el compromiso que lleve a un cambio de rumbo que es muy urgente y que se debe alimentar también de nuestra fe y espiritualidad […]. Este compromiso se debe solicitar continuamente al motor del amor», que ha de reavivarse día a día.
Es un reto que se pone ante la necesidad de contrastar esa “cultura del descarte” que prevalece en nuestra sociedad y que se nutre de lo que el Llamamiento conjunto denomina “las semillas de conflicto: avidez, indiferencia, ignorancia, miedo, injusticia, inseguridad y violencia”. El itinerario —dirigido tanto a conseguir los objetivos de la ecosostenibilidad como a luchar contra la degradación socioambiental— debe surgir de esta conciencia de pasar de una “cultura del descarte” a una “cultura del cuidado”. Sólo de este modo podrá ser realmente eficaz lo que se escribió en el Acuerdo de París.
– El Santo Padre, mirando a lo que ha definido como “transición ecológica” que estamos viviendo, ha hablado de “giro obligatorio”, guiados por la esperanza de que “siempre podemos cambiar de rumbo”. ¿Qué se espera concretamente de esta Conferencia de las Naciones Unidas?
Los datos más recientes que provienen de varios Organismos científicos internacionales no son nada alentadores sobre el camino que está haciendo la comunidad internacional para conseguir los objetivos del Acuerdo de París. Esto manifiesta las dificultades de este cambio de rumbo, pero contextualmente evidencia cada vez más la urgencia del mismo. Tenemos los medios y los recursos para dicho cambio; lo que todavía parece faltar es una clara voluntad política.
Este cambio de dirección se debe hacer involucrando a todos; ninguno puede quedarse atrás ni menos aún puede evitar involucrarse con conciencia ante este gran reto. Los jóvenes son los primeros que se dan cuenta. Como dice el Llamamiento que han firmado los líderes religiosos: «hemos heredado un jardín, no debemos dejar un desierto a nuestros hijos». La COP26 representa un momento importante para reafirmar de forma concreta los modos en que estos deseos se pueden realizar.
Lo más importante
Meditación al Evangelio 31 de octubre de 2021
Quizás para nuestro tiempo parezca una pregunta superflua la que hace el escriba a Jesús. Estamos tan preocupados por tantas cosas que hemos echado en saco roto los mandamientos de Dios, nos suenan anacrónicos y poco nos interesan para alcanzar la verdadera felicidad que ansiamos pero que ponemos en cosas y valores externos y, a los ojos de Dios, menos importantes. Esta pregunta nace de una exigencia sentida en el judaísmo de entonces. Según la tradición sinagogal se habían multiplicado los mandamientos (hasta 365 prohibiciones y 248 prescripciones), tanto que quedaban fuera del alcance del pueblo pobre y sencillo. Aunque había discusiones y desacuerdos, se insistía sobre todo en las prescripciones rituales y leyes como el sábado, la pureza legal y los diezmos. Jesús nunca estuvo de acuerdo con estas costumbres que deformaban la imagen del Dios de la Alianza, del Dios del Amor y que violentaban la libertad humana.
Cuando el libro del Deuteronomio ordena al pueblo de Israel los mandamientos para encontrar la felicidad, le pide que ya no llame dioses a las obras de sus manos y que coloque en el centro de su corazón al Señor, como único Dios. Quizás se nos ha quedado esa idea de “imágenes” frente a la gran cantidad de dioses que tenían los pueblos en torno al pueblo escogido. Pero no pretende hablar sólo de “las imágenes”, como lo hacen ver los profetas. Si revisamos un poco la historia nos encontramos que Israel había puesto su confianza más en el poder de los países amigos, en su ejército y su riqueza y en sus propias fuerzas que en el Señor. Había injusticias y desigualdades como lo denuncian los profetas. No se refiere pues solamente a otros “dioses”, sino que hay “cosas” que están ocupando el lugar de Dios. Actualmente muchos de los pueblos se definen a sí mismos como religiosos y no idólatras, pero en su diario actuar confían más en su poder, en su dinero y en miles de pequeñeces que llenan su corazón.
El hombre moderno se ha aficionado a tantas comodidades, a tantas dependencias, a las que ha convertido en verdaderos dioses, con sus ritos, con sus defensores y sus sacerdotes. Baste mirar los nuevos espectáculos, los deportes, los negocios, el poder o la política. No podemos negar que ocupan verdaderamente el corazón de la persona y que se olvidan del hermano como prójimo. También encontramos las ambiciones y anhelos personales y de grupo que se adueñan del corazón y tiranizan toda la vida.
El evangelio de este día quiere que retomemos el fin esencial del hombre: amar a Dios y amar al prójimo. Alguien me comentaba que más que “amar a Dios”, deberíamos decir, “dejarse amar por Dios”, permitirse experimentar el amor de Dios.
Y es verdad porque quien se sabe amado por Dios, quien se siente en sus manos, buscará espontáneamente responder con el mismo amor. Y también procurará manifestar en la práctica este amor dándolo a sus hermanos que son así mismo amados de Dios. No es tanto un mandamiento como una experiencia.
Si cada día que nace, cada instante que vivimos, cada belleza y aún cada fracaso, lo pudiéramos vivir como una manifestación del amor de Dios, entonces nuestro corazón encontraría la verdadera paz y podría ponerse a disposición para servir a los hermanos. Pero si el corazón se llena de ambiciones, de búsqueda de placeres, de deseos de poder y de riquezas, nunca encontrará la paz y verá en cada hermano un opositor para cumplir sus propósitos y se defenderá de él como de un enemigo o lo utilizará como peldaño para alcanzar su propósito.10:32
Jesús sintetiza los mandamientos y los une dándoles la misma importancia y haciéndolos inseparables de una manera original, haciendo prevalecer el amor y la justicia a la tradición ritual, y abriendo una alternativa al pueblo que al mismo tiempo le devuelve dignidad, libertad y lo encamina hacia su verdadera felicidad.
Se acerca el tiempo final del año litúrgico y las lecturas de este domingo buscan ayudarnos a descubrir lo esencial para la vida de la persona. Es un tiempo de revisión de los valores de nuestra vida. Igual que aquel escriba acerquémonos con confianza a Jesús y preguntémosle cuál es el mandamiento principal. No tengamos miedo, en oración escuchemos su respuesta y después confrontemos nuestra vida con lo que nos ha dicho. ¿Qué dice Jesús hoy para nosotros? Su respuesta no ha cambiado, hoy su respuesta es la misma: amar a Dios está intrínsecamente unido al amor al prójimo. Hoy ese mandamiento es el que puede darnos vida y dar sentido a nuestra vida. Cuando ponemos en el corazón ídolos que lo ocupan creyendo que tendremos libertad, felicidad y placer, nuestra vida se limita, se estropea y pierde su sentido
Nosotros igual que el escriba estamos invitados a escuchar y a vivir en plenitud este mandamiento. Revisemos qué idolatrías se han escurrido hasta dentro de nuestro corazón y han hecho a un lado a Dios ¿Qué puesto ocupa Dios en mi vida, en mi mente y en mi corazón? Pero también estemos muy atentos a nuestro amor al prójimo, nuestro compromiso con la justicia y con la verdad, con la fraternidad ¿Cómo amo a mi prójimo? ¿Qué muestras concretas doy de este amor hacia mis hermanos?
Padre Bueno, que en Jesús nos has manifestado todo tu amor, concédenos vivir siempre en tu presencia amando a todos nuestros hermanos. Amén.
Papa: Un cristiano debe ser una «traducción original» del Evangelio
VINCENZO PINTO/AFP/East News
Sus palabras durante el rezo del Ángelus
Convertirse en una «traducción» del Evangelio, «original», cada uno a su manera, y no una «repetición»: esta es la invitación del Papa Francisco al Ángelus del 31 de octubre de 2021 en la Plaza de San Pedro.
En presencia de una muchedumbre muy densa apretujada bajo su ventana del Palacio Apostólico, el Papa subrayó que la Palabra de Dios no puede ser recibida como «ninguna noticia: hay que repetirla, integrarla». Debe «resonar, resonar en nosotros», ser «meditado», agregó, citando una expresión de la tradición monástica.
«El Señor no busca tanto a los comentaristas dotados del Evangelio, como a los corazones dóciles, que, aceptando su Palabra, se dejan cambiar desde dentro», explicó el Papa. Esta Palabra, dijo, «debe llegar a todas las áreas de la vida: involucrar todo el corazón, todo el alma, toda la inteligencia, toda la fuerza».
El pontífice animó entonces a «familiarizarse con el Evangelio, tenerlo siempre a mano, leerlo y releerlo, apasionarse por él». No basta con leer el Evangelio, insistió, hay que «entenderlo», que «se convierta en una voz de nuestra conciencia». En resumen, “cada uno de nosotros puede convertirse en una ‘traducción’ viva, diferente, pero original… ¡no una repetición! Una traducción original de la única Palabra de amor que Dios nos da ”, dijo el Papa.
En conclusión, el Papa Francisco invitó a repetir el primero de los mandamientos, como el escriba del Evangelio: “Amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi inteligencia, con todas mis fuerzas … y amar al prójimo como a mí mismo. Dejó a la multitud con esta pregunta: «¿Este mandamiento realmente guía mi vida»? Y para aconsejar un examen de conciencia, por la tarde, para «ver si hoy hemos amado al Señor y si hemos hecho un poco de bien a los que hemos conocido».