Conmemoracion: 17 de Octubre
Hoy recordamos a un Obispo, Mártir y al más célebre Padre Apostólico de la Iglesia: San Ignacio de Antioquia, quien solía autodefinirse, Ignacio el Teóforo («Portador de Dios»). Fue un pastor de almas, enamorado de Cristo y preocupado tan sólo de custodiar el rebaño que le había sido confiado. El primero en calificar a la Iglesia de Cristo con el nombre de católica y el primero en usar la palabra «Eucaristía» para referirse al Santísimo Sacramento. Algunos escritores antiguos afirman que Ignacio fue aquel niño que Jesús colocó en medio de los apóstoles para decirles: «Quien no se haga como un niño no puede entrar en el reino de los cielos» (Mc. 9,36).
Nació en Antioquia, ciudad famosa en Asia Menor, en Siria, al norte de Jerusalén entre los años 30 y 35 AD. Fue el tercer obispo de Antioquia, después de San Pedro y San Evodio. Por 40 años estuvo como obispo ejemplar de esta ciudad que, después de Roma, era la ciudad más importante para los cristianos, porque tenía el mayor número de creyentes.
Obispo de esta gran iglesia de Oriente, sufrió la primera persecución de Dominiciano contra los judíos y cristianos, pero luego fue condenado a muerte en tiempos de Trajano. Escribe siete cartas durante su viaje a Roma, a dónde es llevado preso para ser echado a las fieras en el Coliseo. Estas cartas van dirigidas a las iglesias de Éfeso, Magnesia, Tralia, Roma, Filadelfia, Esmirna y a Policarpo, obispo de esta última ciudad.
Sus cartas nos dan a conocer las condiciones internas de las primitivas comunidades cristianas, nos permiten penetrar en el corazón del obispo mártir y aspirar su profundo entusiasmo religioso. Su lenguaje es fogoso y profundamente original, sin cuidar el estilo acostumbrado. Su alma se manifiesta llena de celo y ardor. Su estilo es rápido, lleno de fogosidad, propio de un hombre que es llevado al martirio por amor a Cristo y que desea comunicar de alguna manera sus elevados sentimientos a sus lectores.
Los escritos de San Ignacio de Antioquía son de suma importancia porque demuestran la catolicidad de la doctrina desde tiempos apostólicos. Muchos de los temas que tratan están determinados por la polémica contra las herejías más difundidas, especialmente el docetismo, que negaba la realidad de la encarnación del Verbo. San Ignacio afirma con energía la verdadera divinidad y la verdadera humanidad del Hijo de Dios.
Otro punto importante es la doctrina sobre la Iglesia. San Ignacio considera que el ser de la Iglesia está profundamente anclado en la Trinidad y, a la vez, expone la doctrina de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Su unidad se hace visible en la estructura jerárquica, sin la cual no hay Iglesia y sin la que tampoco es posible celebrar la Eucaristía. La Jerarquía aparece constituida por obispos, presbíteros y diáconos. Toda la comunidad debe obedecer al obispo, que representa a Dios, el obispo invisible. Al obispo deben someterse el presbiterio y los diáconos. Es notable su preocupación por la unidad de las iglesias en torno a sus pastores.
Según Ireneo y Orígenes, San Ignacio fue arrojado a las fieras en lugar de los «gladiadores para los juegos públicos» en el Coliseo de Roma hacia el año 110. Los restos del mártir, fueron llevados a Antioquia donde para ser venerados, al principio de un modo que no llamara la atención «en un cementerio fuera de la puerta de Dafnis».
Hoy demos gracias a nuestro Señor por San Ignacio de Antioquia, ejemplo de amor a Jesucristo y por su intercesión logremos vivir nuestra vocación con toda pureza y sobriedad en carne y en espíritu.
Compartamos algo de las Enseñanzas de San Ignacio de Antioquia:
[…]Que nadie se extravíe; si alguno no está al interior del santuario, se priva del «pan de Dios» . Pues si la oración de dos tiene tal fuerza, cuánto más la del obispo con la de toda la Iglesia. 3. Aquél que no viene a la reunión común, ése ya es orgulloso y se juzga a sí mismo, pues está escrito: «Dios resiste a los orgullosos». Pongamos, pues, esmero en no resistir al obispo, para estar sometidos a Dios. […] (Carta a los Efesios. V, 1)
[…]Nada de todo eso os está oculto, si vosotros, por Jesucristo, tenéis a la perfección la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: «el principio es la fe, y el fin la caridad». Las dos reunidas, son Dios, y todo lo demás que conduce a la santidad no hace más que seguirlas […] (Carta a los Efesios. XIV, 1)
[…] Poned empeño en reuniros más frecuentemente para celebrar la Eucaristía de Dios y glorificarle. Porque cuando frecuentemente os reunís en común, queda destruido el poder de Satanás, y por la concordia de vuestra fe queda aniquilado su poder destructor. Nada hay más precioso que la paz, por la cual se desbarata la guerra de las potestades celestes y terrestres. Nada de todo esto se os oculta a vosotros si poseéis de manera perfecta la fe en Cristo y la caridad, que son principio y término de la vida. La fe es el principio, la caridad es el término. Las dos, trabadas en unidad, son Dios, y todas las virtudes morales se siguen de ellas. Nadie que proclama la fe peca, y nadie que posee la caridad odia […](Carta a los Efesios, XIII-XIV).
[…]Por tanto, os conviene correr a una con la voluntad del obispo, lo que ciertamente hacéis. Vuestro presbiterio, digno de fama y digno de Dios, está en armonía con el obispo como las cuerdas con la cítara. Por esto, Jesucristo entona un canto por medio de vuestra concordia y de vuestra armoniosa caridad. Cada uno de vosotros sea un coro para que, afinados en la concordia, a una con la melodía de Dios, cantéis al unísono al Padre por medio de Jesucristo para que os escuche y reconozca, por vuestras buenas obras, que sois miembros de su Hijo. Así pues, es bueno que vosotros permanezcáis en la unidad inmaculada para que siempre participéis de Dios […] (Carta a los Efesios, XIII-XIV).
[…] Si amas a los entendidos, esto no es nada que haya que agradecérsete. Más bien somete a los más impertinentes por medio de la mansedumbre. No todas las heridas son sanadas por el mismo ungüento. Suaviza los dolores agudos con fomentos. Sé prudente como la serpiente en todas las cosas e inocente siempre como la paloma. Por esto estás hecho de carne y espíritu, para que puedas desempeñar bien las cosas que aparecen ante tus ojos; y en cuanto a las cosas invisibles, ruega que te sean reveladas, para que no carezcas de nada, sino que puedas abundar en todo don espiritual […] (Los rasgos del buen Pastor. Carta a Policarpo, 1-ó)
“No quieran a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el corazón.»
(San Ignacio de Antioquia)