Este 3 de Septiembre recordamos al primer Papa monje, cuarto y último de los cuatro originales Doctores de la Iglesia Latina: San Gregorio Magno. Considerado uno de los grandes maestros de la espiritualidad clásica occidental, sus obras serían el primer alimento espiritual de la Edad Media.
San Gregorio Magno – nació en Roma, alrededor del año 540, en el seno de una familia patricia. Después de la muerte de su padre edificó siete monasterios, el último de los cuales fue en su propia casa en Roma, que se llamó Monasterio Benedictino de San Andrés. El mismo tomó el hábito monástico en el 575, a la edad de 35 años.
En el 579 es enviado como nuncio a Constantinopla. De vuelta continúa como consejero del Sumo Pontífice y adquiere gran notabilidad por su desempeño. Tras la muerte de Pelagio II, Gregorio asciende a su lugar. Durante su papado de trece años, la sede de Roma vuelve a adquirir preponderancia sobre la Iglesia de Constantinopla, se adquiere la reafirmación de la unidad de la Iglesia y del Primado del Romano Pontífice.
San Gregorio Magno fue un contemplativo pero también un hombre de acción. Su celo apostólico tuvo una amplia proyección en la labor de evangelización realizada durante su pontificado, que tuvo como fruto la conversión de los longobardos con la colaboración de Teodolinda, y de los anglosajones con el envío de monjes benedictinos, capitaneados por Agustín de Cantorbery.
Es el escritor más fecundo de los papas medievales, además de varios libros de carácter exegético, histórico y moral (Comentario al libro de Job, conocido con el nombre de Moralia, y la Regla pastoral), se conservan cuarenta Homilías sobre los Evangelios. Se manifiesta en todas ellas como un predicador popular habilísimo. Habla al pueblo de forma sencilla y paternal. Expone los pasajes escogidos con claridad y los aplica a los casos prácticos de la vida.
Renovó el culto y la liturgia con el famoso Sacramentario. La reforma más famosa fue la del canto, llamado por ello “gregoriano”.
Publicó el Antifonario y formó una gran Schola Cantorum. Aunó los diversos cantos dispersos, en una sola liturgia, absorbiendo los diversos ritos, excepto el ambrosiano y el mozárabe. Fomentó las buenas obras, la piedad, el culto de las reliquias, las devociones populares. En señal de humildad le gustaba que le llamaran “ siervo de los siervos de Dios», definición que a partir de ese momento quisieron designarse los Pontífices romanos.
San Gregorio Magno fue, por su formación y su genio, el último de los grandes espíritus romanos de la antigüedad, su sabiduría pastoral, más que la originalidad del pensamiento, es siempre una fuente de inspiración actual. Murió a los sesenta y tres años, mereciendo el título de grande (Magno), que le atribuyó Bonifacio VIII. Su cuerpo es venerado en la Capilla Clementina de la Basílica de s. Pedro en Vaticano.
Hoy en la fiesta del papa San Gregorio, te pedimos Señor que aprendamos a conocer tu verdad y a vivirla con amor.
Compartamos algo de la espiritualidad de San Gregorio Magno.
[…] La palabra de Dios crece junto con el que la lee. […] (Carta de San Gregorio Magno al médico del emperador Teodoro)
[…] El que entre por mí se salvará, disfrutará de libertad para entrar y salir, y encontrará pastos abundantes. Entrará, en efecto, al abrirse a la fe, saldrá al pasar de la fe a la visión y la contemplación, encontrará pastos en el banquete eterno. […] (De las Homilías de San Gregorio Magno – Homilía 14, 3-6: PL 76, 1129-1130)
[…] Por tanto, hermanos, despertemos nuestro espíritu, enardezcamos nuestra fe, inflamemos nuestro deseo de las cosas celestiales; amar así es ponernos ya en camino. Que ninguna adversidad nos prive del gozo de esta fiesta interior, porque al que tiene la firme decisión de llegar a término ningún obstáculo del camino puede frenarlo en su propósito. No nos dejemos seducir por la prosperidad, ya que sería un caminante insensato el que, contemplando la amenidad del paisaje, se olvidara del término de su camino. […] (De las Homilías de San Gregorio Magno – Homilía 14, 3-6: PL 76, 1129-1130)
[…] Hay, pues, que enseñar a los enfermos que, si verdaderamente creen que su patria es el Cielo, es necesario que en la patria de aquí abajo, como en lugar extraño, padezcan algunos trabajos. Se nos enseña que en la construcción del templo del Señor (el templo de Jerusalén), las piedras que se labraban se colocaban fuera, para que no se oyera ruido de martillazos. Así ahora nosotros sufrimos con los azotes, para ser luego colocados en el templo del Señor sin golpes de corrección. Quienes eviten los golpes ahora, tendrán luego que quitar todo lo que haya de superfluo, para poder ser acoplados en el edificio de la concordia y la caridad […] Los bienes de la enfermedad. (Regla pastoral, 33, 12)
[…] Cuán saludable para el alma es la molestia del cuerpo, ya que los sufrimientos son como una llamada insistente al alma para que se conozca a sí misma. El aviso de la enfermedad, en efecto, reforma al alma, que por lo común vive con descuido en el tiempo de salud. De este modo el espíritu, que por el olvido de sí era llevado al engreimiento, por el tormento que sufre en la carne, se acuerda de la condición a que está sujeto […] Los bienes de la enfermedad. (Regla pastoral, 33, 12)
[…] Miguel significa ¿quién como Dios?; Gabriel, la fortaleza de Dios; y Rafael, la medicina de Dios. Cuantas veces se realiza algo que exige un poder maravilloso, es enviado San Miguel, para que por la obra y por el nombre se muestre que nadie puede hacer lo que hace Dios. De este modo, aquél que se erigió, soberbio, e intentó ser semejante a Dios, aprenderá—derrotado por San Miguel—que nadie debe alzarse altaneramente con la pretensión de asemejarse a Dios. […] Los santos ángeles (Homilías sobre los Evangelios 34, 7-10)