San Cirilo de Jerusalen Obispo y Doctor de la Iglesia
Nació en Jerusalén hacia el año 314
La Iglesia lo ha honrado siempre como al príncipe de los catequistas
Conmemoracion: 18 de Marzo
Este 18 de Marzo recordamos a San Cirilo de Jerusalén, Obispo y Doctor de la Iglesia. Una de las figuras más representativas de un período de apasionadas batallas teológicas. Piadoso y lleno de amor a sus adversarios, a quienes siempre quiso atraer al amor de Cristo. Más que teólogo, es un catequista, excelente expositor y un divulgador de la conciencia dogmática de la Iglesia en la época de las catequesis catecumenales. La Iglesia lo ha honrado siempre como al príncipe de los catequistas.
Nació en Jerusalén hacia el año 314. Sus padres eran cristianos y le dieron una excelente educación. Una vez que terminó sus estudios, entró en el seminario. A los 30 años de edad es ordenado sacerdote, más tarde le consagraron obispo de Jerusalén. Ocupó el tiempo en instruir al pueblo, atraer a los descarriados y socorrer a los pobres. De sus 30 años de episcopado, pasó 16 años en el destierro.
Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalén llena de vicios, desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica. La herejía de Arrio que negaba la divinidad de Jesucristo se había extendido mucho. Durante sus 36 años de obispo de Jerusalén, Cirilo luchó fuertemente contra ella con el fin de acabar con este error teológico.
San Cirilo de Jerusalén se ha hecho célebre y ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por unos importantes escritos suyos: «Catequesis». Son 18 sermones sencillos y profundos, pronunciados en Jerusalén, el año 347 o 348 y que servían para la formación de los seglares. En ellos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo frase por frase e instruye a los recién bautizados acerca de las verdades de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía. Las predicaba sin descanso y lo hacia en los tres principales santuarios de Jerusalén, es decir, en los mismos lugares de la redención, en los que, según la expresión del predicador, no sólo se escucha, sino que “se ve y se toca”.
A los 72 años murió en Jerusalén en el año 386. En 1882 el Papa León XIII lo declaró Doctor de la Iglesia y en ese año fue instituida su fiesta.Hoy pidamos a nuestro Señor que por intercesión de San Cirilo de Jerusalén nos ilumine en nuestro camino de fe para saber diferenciar el error que presenta muchas formas, de la verdad que presenta una sola cara.
Compartamos algunos pasajes de las “Catequesis” de San Cirilo de Jerusalén.
[…]No construyáis este edificio nuestro con heno, pajas y rastrojos […] Haced la obra con oro, plata y piedras preciosas […] Afirmemos nuestra mente, pongamos en tensión nuestra alma, preparemos el corazón: nos va en ello la vida, pues esperamos las realidades eternas […] poderoso es Dios como para proteger al sincero y hacer fiel al hipócrita y al simulador. Pues Dios puede hacer fiel al infiel con tal de mostrarle el corazón […] (Procatequesis, 17. San Cirilo de Jerusalén)
[…]Limpia tu copa […] para que quepa en ella una gracia más abundante; pues el perdón de los pecados se da a todos por igual pero la comunión del Espíritu Santo se concede según la medida de la fe de cada uno […] Si poco trabajas, recibirás poco; pero si haces mucho, mucha será tu paga […] (Catequesis, I, 5. Invitación al Bautismo. San Cirilo de Jerusalén)
[…] Grave mal es […] el pecado. Pero no es irremediable: es grave para quien permanece en él. Pero es fácil de sanar a aquel que lo rechaza en la conversión. Imagínate que alguien tiene fuego en sus manos. Sin duda se abrasará mientras retenga el carbón, pero si lo arroja fuera de sí, suprime la causa de su quemadura […] (Catequesis, II, 1. Invitación a la Conversión. San Cirilo de Jerusalén)
[…] La fe tiene tanta energía como para no sólo salvar a quien cree, sino para que se salven unos por la fe de otros. Pues no tenía fe aquel paralítico de la ciudad de Cafarnaún, pero sí tenían fe quienes lo transportaban o introdujeron a través del tejado. […] No creas que temo que él me acuse, pues el mismo Evangelio dice: «Viendo Jesús», no la fe de él, sino «la fe de ellos, dice al paralítico: Levántate.[…] Los que lo llevaban (al paralítico) eran quienes creían y la curación sobrevino al que estaba paralítico […] (Catequesis, V, 8. La Fe. San Cirilo de Jerusalén)
[…] En primer lugar, su venida tiene lugar en la mansedumbre y con suavidad, y se le percibe con esa suavidad y con fragancia […] Viene con los sentimientos de un auténtico protector. Viene a salvar, sanar, enseñar, advertir, fortalecer, consolar y a iluminar la mente: en primer lugar, la de aquel que le acoge y, después, sus obras y las de los demás. Y del mismo modo que quien estaba en tinieblas anteriormente, al mirar luego al sol, de repente recibe la luz en su ojo corporal y distingue lo que antes no veía con claridad, así es aquel que ha sido considerado digno del don del Espíritu Santo: se ilumina su ánimo y, colocándose más allá de lo humano, ve ahora lo que ignoraba. Postrado su cuerpo en tierra, su alma contempla los cielos como en un espejo […] (Catequesis, XVI, 1-3. El Espíritu Santo (I) San Cirilo de Jerusalén)
[…]Hagan de su mano izquierda como un trono en el que se apoya la mano derecha que va a recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan pedacitos de hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro, sino que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con pedacitos de Hostia Consagrada […] (Catequesis, XIII, 1-3 San Cirilo de Jerusalén)
Episodio en la vida de San Cirilo de Jerusalén, Obispo y Doctor de la Iglesia.
Nuestra reconciliación con Dios
«Una Semana Santa había mucha gente esperando para confesarse, y entre ellos vio al demonio. Le preguntó el Obispo qué hacía allí, y el demonio respondió que hacía un acto de penitencia. -¿Tú, penitencia?, le replicó el santo. Yo te lo diré, repuso el demonio: ¿No es un acto de penitencia satisfacer y restituir lo que se quitó? Pues yo quité a todos estos la vergüenza para que pecasen, y ahora vengo a restituírsela para que no se confiesen».
Miedo, vergüenza, falta de sinceridad…, son peligros a evitar en la confesión. Si somos conscientes de que es Jesucristo mismo quien perdona los pecados por medio del sacerdote, superaremos mejor esas actitudes que a ciertos cristianos les retraen al confesarse.