Conmemoracion: 04 de Octubre

Hoy celebramos la fiesta de uno de los predicadores más famosos del siglo XIX. Nació en Sallent, España, en 1807.

En el bautismo le pusieron por nombre Antonio, pero después él se añadió el nombre de María, diciendo: «Es que María Santísima es mi Madre, mi Maestra y mi todo, después de Jesús».

De joven trabajó en el telar que tenía su padre y llegó a ser un técnico en esa industria, por lo cual su familia esperaba que sería después un gran industrial.

Pero en un sermón oyó hablar de la eternidad y esto le impresionó profundamente. Por las noches se despertaba repitiendo las palabras que había escuchado al predicador: «Siempre, siempre, siempre. Siempre feliz si me porto bien y me salvo. Siempre desdichado, si me dedico a pecar y me condeno». Además el predicador había aconsejado repetirse de vez en cuando la pregunta que se hacían los santos: «¿De qué me sirve esto para la eternidad?». Estos pensamientos lo movieron a dejar los negocios materiales y a dedicarse seriamente a conseguir su propia salvación y la de los demás.

Al principio se propuso irse de monje cartujo, pero un director espiritual que conocía su inmensa capacidad de trabajo y su fogoso activismo le dijo que esa no era su vocación. Después se fue a Roma a pedir ser enviado como misionero a lejanas tierras, pero allá lo convencieron de que debía más bien ser misionero en su propia patria. Luego dispuso hacerse jesuita y entró al noviciado de esa comunidad pero un fortísimo dolor en una pierna lo obligó a irse de allí y volver a España. Más tarde el Superior general de los jesuitas le escribirá: «Dios lo trajo a nuestra comunidad, pero no para que se quedara en ella, sino para que aprendiera a ganar almas para el cielo».

En su juventud siente dos intervenciones de la Santísima Virgen que lo mueven a amarla mucho más y a propagar por todas partes su devoción. La primera fue en una ocasión en la que le llegaron terribilísimas tentaciones contra la pureza. Cuando el peligro de consentir era mayor, vio en sueños que Nuestra Señora le ofrecía una corona de triunfador y le decía: «Esta corona será par ti si rechazas la tentación». Con esto se sintió lleno de valor y logró salir victorioso de aquel peligro. En adelante la Stma. Virgen le concedió una pureza admirable, durante toda su vida.

La segunda intervención de la Virgen en su favor sucedió en el mar, cuando estando él dándose un baño llegó una inmensa ola y lo arrastró hacia el océano profundo. Él, siniéndose perdido, rezó con toda la fe a la madre de Dios, y sin saber cómo, se halló otra vez en la orilla, sano y salvo. Toda la vida recordó estos hechos admirables y no se cansaba nunca de recomendar a sus oyentes la devoción a la Madre Celestial.

Ingresó al seminario de Vich (España) y allí recibió la ordenación sacerdotal. Fue luego nombrado como vicepárroco y pronto empezó el pueblo a conocer cuál era la cualidad principal que Dios le había dado: era un predicador impresionante, de una eficacia arrolladora. De todas partes lo llamaban a predicar misiones populares. Predicaba hasta diez sermones en un día. Viajaba siempre a pie y sin dinero.

Como equipaje solamente llevaba su libro de oraciones, una muda de ropa para cambiarse y un paquete de medallas y estampas para regalar a las gentes.

Cuando terminaba de predicar la misión en un pueblo, se iba en procesión, cantando y rezando con toda la gente de ese pueblo, hasta el límite con el pueblo siguiente donde lo estaban esperando los habitantes de allá para empezar su predicación entre ellos.

La gente al verlo pasar decía: «Allá va el santo, ahí viene el santo».

En el confesionario era extraordinariamente amable y sumamente comprensivo con los pecadores, pero en la predicación hablaba fuerte contra los vicios y las malas costumbres. Durante 15 años predicó incansablemente por el norte de España, y difícilmente otro predicador del siglo pasado logró obtener triunfos tan grandes como los del padre Claret al predicar. Las conversiones se obraban por montones. Cuando predicaba tenía que conseguir un buen número de sacerdotes para confesar a los pecadores que se convertían al escucharlo. En su vida predicó más de 10,000 sermones.

Lo que hizo San Juan Bosco en Italia en ese tiempo a favor de las buenas lecturas, lo hizo San Antonio Claret en España. Él se dio cuenta de que una buena lectura puede hacer mayor bien que un sermón y se propuso emplear todo el dinero que conseguía en difundir buenos libros. Mandaba imprimir y regalaba hojas religiosas, por centenares de miles. Ayudó a fundar la Librería religiosa de Barcelona y fue el que más difundió los libros de esa librería. Él mismo redactó más de 200 libros y folletos sencillos para el pueblo, que tuvieron centenares de ediciones. Los regalaba donde quiera que llegaba. No cobraba nada por las misiones que predicaba, pero en todas partes reglaba medallas, rosarios, hojas y libros religiosos. Vivía en la más absoluta pobreza, pero regalaba libros como si fuera un millonario. Dios le ayudaba.

La ciudad de La Habana llevaba 14 años sin arzobispo porque eran tiempos de persecuciones contra la Iglesia Católica. Al fin a la reina de España le pareció que el sacerdote mejor preparado para ese cargo era el Padre Claret. Le escribió la reina al Sumo Pontífice y este lo nombró como Arzobispo de La Habana. El se negaba a aceptar el cargo porque le parecía que no era digno, pero sus amigos sacerdotes le dijeron que en conciencia tenía que aceptarlo porque esa era la voluntad de Dios.

Y desde 1489 por siete años fue un maravilloso arzobispo en Cuba. Visitó dos veces todas las numerosas parroquias predicando misiones en cada una. Allí el pueblo no leía casi, pero él los adoctrinaba por medio de la devoción a la Virgen Santísima y con sus sencillas clases de catecismo donde quiera que llegaba. El pueblo lo quería y estimaba.

En Cuba administró el sacramento de la confirmación a 300,000 cristianos y arregló 30,000 matrimonios. Logró formar con los sacerdotes una verdadera familia de hermanos donde todos se sentían bien atendidos y estimados en la casa del Arzobispo. Todo lo llevaba a las buenas, sin amarguras ni asperezas, con gran amabilidad.

Pero aunque era el más bondadoso de los obispos (del cual dijo el Papa de ese tiempo, Pío Nono: «Monseñor Claret es un verdadero modelo de obispo»), sin embargo la masonería le juró la guerra y pagó a sicarios para que lo mataran. Varias veces nuestro santo se libró como por milagro de peligrosos atentados. Pero un día al salir de predicar un sermón, un sicario lo esperó en la calle y con una navaja de afeitar le hizo una herida en el cuello. Providencialmente el obispo llevaba un pañuelo tapándose la boca para evitar el aire frío y con este logró que no lo degollaran. Quedó gravemente herido y sin voz. La herida cicatrizó pero la voz no lograba recuperarla. Entonces le pidió con toda la fe a la Stma. Virgen que le devolviera su voz y logró tan gran favor.

En 1857 fue llamado a España como capellán de la reina Isabel. Aprovechó este alto cargo para conseguir que fueran elegidos obispos los sacerdotes más santos. Vivía en el palacio real pero dormía fuera y seguía siendo tan estricto y fervoroso como cuando era un sencillo misionero.

En 1849 al darse cuenta de que para mantener viva la fe del pueblo se necesitan sacerdotes entusiastas que vayan por campos y ciudades predicando y propagando buenas lecturas, se reunió con cinco compañeros y fundó la Comunidad de Misioneros del Corazón de María, que hoy se llaman Claretianos. Actualmente son 3,000 en 385 casas en el mundo. Fundó también las Hermanas Claretianas que son 650 en 69 casas. Estas comunidades han hecho inmenso bien con su apostolado en muchos países.

San Antonio Claret le pidió a Dios un favor muy especial: que la sagrada Hostia que recibía cada día se conservara intacta en su cuerpo hasta la próxima comunión. Y lo obtuvo. Quería tener más presencialmente a Cristo en su corazón.

En 1869 una revolución desterró a la reina y por lo tanto quedó también desterrado su capellán, Monseñor Claret. Él aprovechó este destierro para asistir al Concilio Vaticano en Roma en 1870 (un concilio es la reunión de obispos de todo el mundo, con el Sumo Pontífice). En el Concilio pronunció un gran discurso que fue muy aplaudido y muy bien comentado y elogiado.

En Francia fue recibido por los monjes cistercienses del monasterio de Fuente Fría, y allí, después de haber escrito por orden del superior de su comunidad, su autobiografía se sintió enfermo y después de dos meses de enfermedad expiró el 24 de octubre de 1879. Tenía apenas 63 años pero estaba desgastado de tanto predicar, escribir, viajar y sufrir por la salvación de las almas.

Después de muerto ha hecho muchos milagros y por medio de sus religiosos, de sus escritos y de sus buenos ejemplos sigue haciendo inmenso bien.

Queridísimo San Antonio María Claret: pídele al Espíritu Santo que nos vuelva tan entusiastas como tu, por extender el Reinado de nuestro Dios.

Jesús te ama