Obispo de Milán en el siglo cuarto, hombre de Estado y hombre de la Iglesia
Nació en Tréveris en el seno de una familia romana cristiana, hacia el año 339
Apóstol de la caridad, reformador litúrgico y comentador de las Escrituras
Conmemoracion: 07 de Diciembre
Hoy recordamos a un santo de grandeza extraordinaria, Obispo de Milán en el siglo cuarto, hombre de Estado y hombre de la Iglesia… Hombre santo y forjador de santos y de santas… Apóstol de la caridad, reformador litúrgico y comentador de las Escrituras… Uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia de Occidente: San Ambrosio.
Nació en Tréveris en el seno de una familia romana cristiana, hacia el año 339. Su padre, un cristiano ejemplar, desempeñaba cargos muy altos en la administración pública, como Prefecto de las Galias. San Ambrosio tuvo dos hermanos, Marcela quien ofrece su virginidad a Cristo, y Sátiro, otro santo.
Al morir su padre volvió a Roma con su familia donde estudió derecho y retórica. Como San Ambrosio estaba tan bien preparado, se le envió desde Roma a Milán como gobernador de las provincias del Norte de Italia. Tenía 30 años. Desempeña su cargo de gobernador con prudencia, acierto, honestidad.
En el año 374 murió el obispo arriano de Milán, que ocupaba la sede ilegítimamente. San Ambrosio, como responsable del orden público, debió mediar en el conflicto entre católicos y arrianos. Todos le escuchan admirados, cuando se alza de repente la voz de un niño: ¡Ambrosio Obispo, Ambrosio Obispo!… Se forma un tumulto, porque la asamblea toma el incidente como voz de Dios, y todos corean: -¡Ambrosio Obispo, Ambrosio Obispo!… Los obispos electores consienten. Pero no el interesado, que arguye: -No puedo aceptar. No soy sacerdote, y ni tan siquiera estoy bautizado. ¡No puedo ser obispo!… Pero de nada le vale. Todos reconocen en el hecho la voluntad de Dios, y San Ambrosio, en el espacio de pocos días, recibió el Bautismo—pues aún era catecúmeno—la Confirmación y la consagración episcopal. Más tarde, con el presbítero Simpliciano, completó su formación doctrinal.
Como Obispo de Milán, la ciudad más importante del Imperio después de Roma, es un hombre de negocios públicos, de política, de gobierno. Será consejero y amigo de emperadores, y hasta su formador cuando los toma bajo su tutela espiritual si son muy jóvenes. Pero no se aliará con ninguno cuando se lo reclame su conciencia. Su labor al frente de la diócesis de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos principales: la herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los paganos del norte de Italia, y la intromisión del poder temporal en materia religiosa.
El caso más famoso de libertad evangélica y de valentía fue con el Emperador Teodosio, cristiano católico y amigo personal de San Ambrosio. Por una revuelta en Tesalónica, el emperador decreta una matanza general. Mueren muchos al filo de la espada, y el Obispo de Milán se niega a admitir al emperador en la Iglesia. -Dices que David también pecó. Entonces, ya que has seguido a David pecador, sigue también a David penitente. Además, ¿públicamente has pecado? Haz pública penitencia. El emperador se somete. Pasa todo el tiempo señalado a la puerta de la iglesia sin poder entrar. Llega la fiesta de Navidad, y San Ambrosio lo admite de nuevo a los Sacramentos y la da el abrazo de la paz. El emperador, que se presenta sin ninguna insignia de su cargo y dignidad, reconoce: -Sólo Ambrosio me ha hecho conocer lo que es un Obispo.
El estudio sistemático de la Biblia y la meditación de la Palabra de Dios, fueron la fuente de su incansable actividad como pastor y predicador. Esto no impidió que nos dejase una abundante producción literaria: obras de carácter exegético, ascético, moral, y dogmático, y otras —cartas, himnos, discursos…—, que en gran parte responden a necesidades pastorales.
Sus obras exegéticas son colecciones de sermones predicados y, posteriormente, revisados. Una de ellas: el Hexamerón, consta de seis libros de homilías sobre episodios del Antiguo Testamento. No comentó libros enteros (a excepción del evangelio de San Lucas), pues prefería la exégesis de pasajes que permitieran extraer consecuencias morales.
Algunas de sus obras dogmáticas están motivadas por los problemas que el arrianismo, el tratado “Sobre el Espíritu Santo”, en tres libros, y en fin “El misterio de la Encarnación del Señor” son refutaciones de la herejía al mismo tiempo que exposiciones dogmáticas. El libro “de los Misterios” y el otro “de los Sacramentos” son lecciones de catecismo sobre el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia, dedicados a los recién bautizados.
Como Obras morales y ascéticas tenemos los tres libros “Sobre los deberes de los ministros”, dirigidos a sus clérigos; éstos constituyen el primer tratado sistemático de ética cristiana, en el que sigue la pauta de la obra de Cicerón. Por otra parte, tiene varios escritos dedicados a ensalzar la virginidad y el estado de las vírgenes y viudas consagradas a Dios.
Habría que añadir aún a esta lista varios sermones de circunstancias y un gran número de cartas: entre las que él mismo publicó sobreviven unas 90. Además, San Ambrosio compuso muchos himnos, aunque no todos los que se le atribuyen, que se comenzaron a utilizar entonces en la liturgia; para algunos de estos himnos, él mismo había compuesto la música.
Adoptó y generalizó el canto alternado de dos coros, la “Salmodia antifónica”.
En el año 387 a raíz de sus sermones se cristianizó y se bautizó San Agustín, quien más tarde fue obispo y gran teólogo de la Iglesia Occidental.
San Ambrosio pasó sus últimos años de vida rezando tranquilo y alegre, esperando su muerte, que ocurrió el viernes santo del año 397. Su memoria se celebra en Roma sólo desde el siglo XI, el 7 de diciembre, fecha en la que fue ordenado obispo. Sus restos descansan en la catedral de Milán.
Hoy pidamos a nuestro Señor que nos ayude a seguir las enseñanzas de San Ambrosio y que nuestras obras nos acerquen más a Ti “nuestro divino pan, nuestra luz, nuestra libertad, el perdón nuestros pecados.”
Compartamos algunos escritos de San Ambrosio sobre la Eucaristía:
[…]Jesucristo es mi comida, Jesucristo es mi bebida. La carne de un Dios es mi comida, la sangre de un Dios es mi bebida.
En otro tiempo bajó del cielo el pan que llamó el Profeta pan de Ángeles: mas aquel no era el verdadero pan, sólo era sombra del que había de venir. El Pan Eterno me tenía reservado este verdadero pan que viene del cielo, y este es el pan de vida. Aquel, que come la vida, no podrá morir, porque ¿cómo había de morir el que tiene por alimento la misma vida? […] (San Ambrosio, in Psalm. 118, sent. 69, Tric. T. 4, p. 326.)
[…] Si el pan de la Eucaristía es el pan cotidiano, ¿por qué le recibís una vez al año solamente? Recibidle todos los días para conseguir todos los días el fruto. Vivid de modo que merezcáis comulgar todos los días, a la verdad, el que no es digno de recibirle todos los días, tampoco merece recibirle una vez al año […] El que se siente herido, busca el remedio para sanar. Todos estamos heridos, pues hemos pecado. Ahora bien, este venerable y celestial sacramento es el remedio de todas nuestras heridas […] (San Ambrosio, lib. 5, c. 4.)
[…] Antes de consagrar, no es más que pan; pero pronunciadas las palabras de Jesucristo, es el cuerpo de Jesucristo. Oíd lo que el mismo dice: Tomadle y comedle todos, porque este es mi cuerpo. Antes de las palabras de Jesucristo sólo hay en el cáliz vino y agua mezclados; pero después de lo que han obrado las palabras de Jesucristo, se convierte en su sangre, la cual redimió su pueblo […] (San Ambrosio, ibid., c. 5, sent, 108)
[…] Con carne y con maná que nos figuran el precioso cuerpo de Jesucristo, se alimentó el pueblo de Israel: Jesucristo es para nosotros verdadera comida y verdadero maná, no ya en figura, sino en verdad; por su verdadera humanidad es realmente carne, y un pan que vive por su divinidad; de suerte, que cuando comemos el cuerpo de Jesucristo, participamos de su divinidad y de su humanidad […] (San Ambrosio, sent. 26, Tric. T. 4, p. 318.)
[…]Acercaos al alimento del cuerpo del Señor a aquella bebida que de tal suerte embriaga a los fieles, que los llena de contento con la remisión de sus culpas, y los libra de los cuidados del mundo, del miedo de la muerte y de las inquietudes de esta vida. Esta santa embriaguez no hace titubear al cuerpo, antes bien, le confirma, no turba el espíritu, sino que le consagra y santifica […] (San Ambrosio, in Psalm. 118, sent. 65, Tric. T. 4, p. 326.)
» Bebe ante todo el Antiguo Testamento para que puedas beber también el Nuevo Testamento; sin el primero no podrás beber el segundo; bebe el primero para apagar tu sed y el segundo para saciarla»
(San Ambrosio In Ps. 1,33)