Evangelio Dominical
Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-23
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Palabra del Señor
Pax a vosotros
La escueta narración de la primera aparición de Cristo resucitado a sus discípulos, me mueve a imaginar y reflexionar sobre el estado de ánimo de cada apóstol. A penas tres días de la muerte del Señor, y a demás de la tristeza, seguramente habrían también sentimientos de culpa porque no de frustración y de duda. De culpa, por el abandono al maestro, por la traición, la cobardía y el olvido. De frustración por haber creído de una manera totalmente distinta a los designios de Dios. De duda porque tal vez todo haya sido un error. Un amasijo de sentimientos contradictorios y que no les permitían ver más allá. Una complejidad de percepciones que se resumían en la única y vulgar sensación del miedo. Miedo a los judíos, pues aparentemente ellos habían ganado. No sólo por haber ejecutado al «rey de los judíos» sino que además con aquella ejecución se desmoronaba su esperanza en el mesías. Incluso al ver al resucitado, ¿habría miedo ante un posible reproche del Señor?. Pero es aquí que Dios nos muestra la maravilla de la fe que profesamos. Pues a la culpa, Dios responde con perdón. Al abandono, con presencia. A la traición, con fidelidad. A la cobardía, con parresía (valentía). A la frustración, con la realización. Al error, con la verdad. Y así, un infinito etcétera.
Es decir, si algo no tenían los apóstoles cuando al tercer día de la crucifixión caía la noche, era, la paz del corazón. Y ante eso Jesús responde: «Paz a vosotros». A ello le sigue la alegría y el envío.
En un segundo momento no deja de ser significativo, que Jesús le regale a la Iglesia el don del perdón sacramental, cuando a penas tres días antes, él ha operado la remisión de nuestros pecados por su sacrificio en la cruz. El punto central en la comprensión que la Iglesia tiene del sacramento de la penitencia se encuentra en la experiencia de la misericordia infinita de Dios y en la comprobación de la debilidad humana. La salvación del hombre es ante todo operación divina pero con la imprescindible cooperación de la voluntad humana. Es gracia pero que desciende sobre el corazón dispuesto. Todo el género humano ha sido reconciliado por Cristo y se adueña de este don a través del bautismo. Sin embargo la fragilidad del hombre le hace necesitado de una ayuda permanente durante su peregrinar en esta vida. Por ello cuando peca tiene la oportunidad de volver a Dios por la confesión de sus pecados ante el sacerdote, sucesor de los apóstoles a quienes Jesús delegó el sacramento de la reconciliación.
Una Voz de Pax