Una voz de Pax 📢

Reflexión del Evangelio Dominical

Juan 8,1-11

 

 

Una antigua frase dice que lo que Jesús escribió, se lo llevó el viento, aludiendo al pasaje evangélico que se ha leído el día de ayer. Probablemente no haya sido muy importante pues de lo contrario el evangelista hubiera consignado el contenido de ese escrito. Sin embargo el gesto podría decirnos mucho.

En breve, Jesús será puesto a prueba para dejar en claro si en efecto respeta la ley o la transgrede.

Pero él no cae en la trampa porque su mensaje no está escrito en tierra ni mucho menos en piedra.

Su doctrina y su mensaje son él mismo, es decir, el don de la misericordia del Padre.

Los conocedores de la ley, los escribas y fariseos, creían que la única solución era recurrir a lo que estaba escrito, pero no contaban con que la ley de Dios, interpela ante todo, a la propia conciencia.

Por ello, casi con cierta hironía, el texto nos narra como se ven obligados a retroceder, en primer lugar, en su intención de lapidar a la mujer, los que precisamente por su edad, son los más sabios y los que conocen mejor lo que es correcto: los más viejos.

La ley viene de Dios y no hay nada que venga de parte de Dios que sea malo, pero el mundo judío del tiempo de Jesús, hizo abuso de ella desfigurando con ello, el rostro verdadero de Dios.Un rostro que vuelve a ser lo que es con la presencia del Dios hecho hombre, el Enmanuel: el Dios con nosotros.

Jesús vuelve a escribir en el suelo y ante la insistencia responde con la palabra afilada directa al corazón, como decíamos antes, de la conciencia. Y quedando solo, con la mujer acusada de adulterio, tampoco la condena y la conmina a no pecar más. Una acción que el Señor hace continuamente  con cada uno de nosotros.

Por tanto, si Jesús, no nos condena ni lapida, hemos de actuar de igual modo con nuestro prójimo. Jesús no dejó nada escrito pero está escribiendo siempre en nuestra alma lo que quiere para nosotros.

Hemos de descubrir constantemente y leer en nuestro interior lo que el Señor ha escrito, para hacer siempre, su santa voluntad.

por Mario Aquino Colmenares