Juan Pablo I: La paz y su elogio de la «madre prudencia»
Al cumplirse un nuevo aniversario de la repentina muerte de Albino Luciani, quien en 1978 ejerciera el papado solo por 34 días, la postuladora de su causa de canonización, reflexiona sobre los fundamentos de su breve pero sólida contribución a la paz en el mundo.
Stefania Falasca
Juan Pablo I abandonó este mundo repentinamente, el 28 de septiembre de hace 47 años, mientras tenía entre sus manos una virtud, la primera de las virtudes cardinales: la prudencia. Se trata de la virtud principal de quien gobierna, la Auriga virtutum, es decir, la conductora de todas las virtudes, como la define Platón. El papa Albino Luciani la llama la «Madre prudencia», tal como estaba escrito en las hojas que sostenía entre los dedos cuando, al día siguiente, fue hallado por dos de las hermanas del apartamento que entraron primeras en su habitación. Ellas testimonian que lo encontraron así, «como quien se duerme leyendo», precisamente con esas hojas sobre el pecho, que eran las de un antiguo escrito suyo sobre la primera virtud cardinal. Era una especie de breve tratado titulado Reflexiones sobre la prudencia cristiana, publicado en el «Boletín de la diócesis de Vittorio Veneto» en 1964.
Juan Pablo I había vuelto a incluir este tema en el orden del día de la Audiencia General que pronunciaría el miércoles siguiente, después de las reflexiones ya realizadas sobre las virtudes teologales, porque ese era su programa. Quería trazar el camino con las «Siete lámparas» de la vida cristiana: las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, precedidas por la humildad, y las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Son las virtudes que, en el Diario del alma, Juan XXIII llamaba «Las siete lámparas de la santificación», tal y como Luciani había dicho el 13 de septiembre de 1978 durante la Audiencia General sobre la fe.
Este programa de catequesis en las audiencias generales se evidencia en las notas autógrafas del “Cuaderno de notas del pontificado”, conservado en el Archivo Privado Albino Luciani (APAL) de la Fundación Vaticana Juan Pablo I, transcrito y publicado por la Fundación en el volumen (Il Magistero. Testi e documenti del Pontificato, LEV – San Paolo, 2022), que contiene el corpus completo de los textos y documentos de Juan Pablo I durante su pontificado. En él se ve, además, la sinopsis de las intervenciones escritas y pronunciadas y las transcripciones de las notas autógrafas que constituyen su génesis, extraídas de la agenda y del cuaderno de notas personales. Son apuntes en los que la reflexión sobre esta virtud remite a los numerosos escritos anteriores, cuya exposición, en la Lectio doctoralis Elogio de la prudencia, le valió en 1975 el Doctorado honoris causa por la Universidad Federal de Santa María en Brasil.
Y precisamente sobre esta virtud indispensable para quienes gobiernan, Luciani teje incluso un diálogo ficticio con san Bernardo de Claraval. Es una original solución de registro a dos voces, que utiliza el recurso literario de la atemporalidad para dirigirse a los contemporáneos, tal como lo hiciese en su famosa colección de cartas imaginarias Ilustrísimos Señores.
En su detallado análisis, la prudencia, «no trabaja sola; hay todo un grupo de buenas y valientes hijas que la ayudan: la docilidad, la sagacidad, la metódica, la previsión, la circunspección, la precaución, la constancia», escribe. «Es una especie de ciencia. La ciencia de las cosas a las que aspirar y de las que huir, decía Cicerón». Y, con los clásicos, Luciani afirma que ésta es ars vivendi, es decir, «ciencia práctica, por la que el prudente debe ser capaz de aplicar y adaptar los principios a las circunstancias, a la vida». Y, al ser una virtud, «solo sirve a causas nobles y solo se sirve de medios lícitos». Pero, sobre todo, es también «una especie de motor», afirma, recurriendo a Tomás de Aquino: «Esta afirmación parecerá paradójica, pero es de Santo Tomás: Prudentia est motor. La prudencia es, en efecto, una virtud y toda virtud impulsa a la acción. Esto pone el punto final a los héroes del quieta non movere, a los llamados ‘santones de la prudencia’, a los que dicen sistemáticamente: ‘¡No me pillen!’, ‘¡No quiero molestias!’, confundiendo la prudencia con el conformismo, con la huida, eludiendo toda responsabilidad y toda lucha. No, esto no es prudencia, sino inercia, pereza, somnolencia, pasividad, todas ellas parientes de esa cosa fea que se llama cobardía. La prudencia excluye el celo ciego y la audacia loca, pero quiere la acción franca, decidida, audaz, cuando es necesaria», sostiene en su reflexión.
Y es precisamente recurriendo a este «motor de la prudencia» que Juan Pablo I se dirige al Presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, el 21 de septiembre de 1978: «Hemos tomado nota con atención de los puntos de convergencia alcanzados durante la reunión, tal y como usted nos ha indicado en detalle, que se refieren tanto al plan de paz global para Medio Oriente como al futuro tratado de paz entre Egipto e Israel», escribe en inglés, firmando al pie de página al término de las Conversaciones de Paz para Medio Oriente, celebradas en Camp David del 15 al 17 de septiembre de 1978. La carta, procedente de las notas confidenciales del Departamento de Estado estadounidense, concluye el proceso de apoyo del Papa a las conversaciones, un proceso que constituye el hilo conductor de su constante compromiso con la paz a lo largo de sus 34 días de pontificado. El 17 de septiembre, el Presidente Carter había escrito a Juan Pablo I para informarle de los resultados obtenidos, declarando haber recibido «gran inspiración de sus oraciones por la cumbre de Camp David y por la paz en Medio Oriente», como documenta la nota secreta de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos de América a su embajada en Roma del 18 de septiembre de 1978.
En cuanto a la búsqueda de la paz, Juan Pablo I había expresado claramente su voluntad en el programa de su pontificado, pronunciado en la bendición Urbi et orbi desde la Capilla Sixtina el 27 de agosto. También lo había recalcado en la última de sus seis afirmaciones programáticas, los llamados «Queremos», que siguen siendo tan actuales: «Queremos, por último, favorecer todas las iniciativas buenas y loables que puedan proteger y aumentar la paz en este mundo convulso: llamando a la colaboración a todos los justos, los buenos, los honestos, los rectos de corazón, para que puedan contener, dentro de las naciones, la violencia ciega que solo destruye y siembra ruinas y lutos, y, en la vida internacional, puedan conducir a los hombres al entendimiento mutuo, a la comunión de esfuerzos que favorezcan el progreso social, erradiquen el hambre del cuerpo y la ignorancia del espíritu, y promuevan el progreso de los pueblos menos favorecidos, pero ricos en energías y voluntad». Y es sobre este último «Queremos» que el Comité Científico de la Fundación Vaticana Juan Pablo I celebrará su próximo congreso en la Pontificia Universidad Gregoriana, programado para dos días en 2026.
FUENTE: VATICANNEWS