Jacques Philippe desvela el inefable secreto del «caminito» de Santa Teresita del Niño Jesús

Cuando se cumplen cien años de su canonización, Santa Teresa de Lisieux (Santa Teresita del Niño Jesús) sigue transmitiendo algo de una actualidad abrumadora: que la santidad es para todos.

Jacques Philippe, miembro de la Comunidad de las Bienaventuranzas y uno de los predicadores espirituales de mayor renombre en todo el mundo, es un gran estudioso del mensaje de la joven carmelita, fallecida en 1897 a los 24 años de edad. 

Ha escrito, entre otros títulos, El camino de la confianza y del amor (San Pablo), donde muestra el valor de algunas intuiciones de la religiosa para los momentos de prueba en la vida del cristiano.

Jacques Philippe, que impartirá este domingo 19 de octubre un seminario en la sede central de Hakuna en Madrid, aborda ese secreto de Santa Teresita en un artículo que publica el número de octubre del mensual italiano de apologética Il Timone:

El secreto del «caminito» de Teresita

Este año hemos celebrado el centenario de la canonización de Santa Teresa de Lisieux. En 2023, con ocasión del 150º aniversario de su nacimiento, el Papa Francisco escribió una exhortación apostólica titulada C’est la confiance [Es la confianza], que es una bellísima síntesis de la espiritualidad y el mensaje de esta joven religiosa, proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II, en 1997. 

Estos hechos son para nosotros una invitación a volver a interesarnos en el mensaje de la pequeña Teresa, que sigue siendo de una riqueza y actualidad inagotables. Estamos en el Año Jubilar cuyo tema es la esperanza. Por eso, resulta oportuno hablar precisamente de la esperanza en esta santa. El «caminito» de Teresa se funda en la certeza de que «la esperanza no defrauda», según las palabras de San Pablo en la Carta a los Romanos, tomadas como título de la Bula de convocatoria del Jubileo. 

Hablaré aquí de dos aspectos de la esperanza en la vida de Teresa: 

• la esperanza por la salvación de los pecadores y 
• la esperanza de llegar a ser santa.

Esperanza por la salvación de los pecadores

Una hermosa experiencia del hecho de que «la esperanza no defrauda» fue la que Teresa vivió rezando por un gran pecador. 

En agosto de 1887, un año antes de ingresar al Carmelo, Teresa escuchó hablar de un criminal llamado Enrique Pranzini, que había asesinado a una mujer, a su hija y a su sirvienta, para robarles. Condenado a la guillotina, permanecía completamente impenitente y se negaba a ver a un sacerdote. Teresa no podía soportar que ese desdichado fuera al infierno. Movilizó por él todas las fuerzas de su oración, implicó a su hermana Céline y ofreció misas por su conversión. 

Así lo recuerda el Papa Francisco en su carta:

• «Al ofrecer la Misa por él y rezar con total confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús». Cuánta emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…!». Esta experiencia tan intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día»».

Un detalle estremecedor: a aquel hombre, al que todos los periódicos llamaban monstruo, Teresa lo llamó en su autobiografía «mi primer hijo».

Esperanza de santidad

 

Si Teresa fue proclamada Doctora de la Iglesia, lo fue principalmente por su descubrimiento del «caminito», que deseaba enseñar a las almas: un camino de santidad accesible a todos, sin importar sus límites o fragilidades. 

La dinámica fundamental de ese «caminito» es una dinámica de esperanza. 

Ella misma lo expresa así: 

• «Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos -que no tengo ninguno-, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo él, contentándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa» (Manuscrito A, 32 Iº). 

Teresa siempre quiso ser santa y estaba convencida de que Dios la llamaba a eso. Es la vocación de todo cristiano. Aspiraba a la santidad porque es la plenitud del amor y el medio más seguro de servir a las almas y a la Iglesia. Pero, tras entrar en el Carmelo, este deseo fue duramente puesto a prueba: pronto ella comprendió que estaba más allá de sus posibilidades. 

Escribió: 

• «Siempre he constatado, al compararme con los santos, que hay entre ellos y yo la misma diferencia existente entre una montaña cuya cima se pierde en los cielos y el grano de arena oscuro hollado por los pies de los caminantes» (Manuscrito C, 2v). 

Teresa podría haberse desanimado, pero no lo hizo, porque sabía que ese deseo venía de Dios, que es justo y fiel y no pide lo imposible: «Puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad». Quiso entonces encontrar «un caminito muy recto», «muy corto», «un caminito del todo nuevo», para alcanzar ese fin. Buscó un ascensor para subir hasta Jesús, porque -decía- «soy demasiado pequeña para subir por la escalera de la perfección».

Encontró la respuesta en la Escritura, en un pasaje de los Proverbios donde Dios invita a los pequeños a acercarse: «El que sea incauto, que venga aquí». Y luego en Isaías: «Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré a ustedes» (Is 66, 12-13). Teresa comprendió, al leer este texto, que eran los mismos brazos de Jesús los que la elevarían a la santidad. 

Por eso no necesitaba hacerse grande, sino «permanecer pequeña, y serlo cada vez más». ¿En qué consiste esta pequeñez? No es pereza ni infantilismo, sino una actitud de humildad que nos hace aceptar nuestra pobreza y depender totalmente de Dios y de su gracia, unida a una confianza absoluta, como la de los niños que nunca dudan del amor de su padre.

El «caminito»

En una carta a su hermana y madrina María (Carta 197), Teresa resume las actitudes esenciales del «caminito». María envidiaba los ardientes deseos espirituales de Teresa y se sentía inferior. Teresa la anima diciendo: «Lo que agrada a Dios es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia… Esta es mi solo tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no ha de ser tuyo?». 

Este texto muestra claramente que lo que da fuerza a Teresa, lo que le permite recorrer el «caminito», es ante todo la esperanza. Esperanza que se expresa de modo bellísimo cuando añade: «¡Oh!, así que alejémonos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, amemos el no sentir nada, entonces seremos pobres de espíritu y Jesús vendrá a buscarnos, por más lejos que estemos nos transformará en llamas de amor».

Teresa se nutrió mucho de San Juan de la Cruz, y una de sus frases favoritas era: «Dios acepta tanto la esperanza de un alma que no cesa de volverse hacia Él, sin apartar nunca sus ojos hacia otro objeto, que puede decirse de ella que obtiene tanto como espera» (Máxima 46). 

De Dios obtenemos tanto como esperamos: he aquí el fundamento del «caminito».

La locura de esperar

A pesar de su deseo, Teresa no pudo hacer por Jesús grandes locuras, penitencias u obras extraordinarias; su pequeñez se lo impedía. Pero dirá: «Mi locura es esperar…» (Manuscrito B, 5v). ¡Y eso está al alcance de todos! 

Pidamos a Teresa que nos comunique esa loca esperanza, por nosotros y por los demás. Lejos de ser una espera pasiva, esta esperanza, fundada únicamente en la misericordia de Dios, nos dará siempre el valor necesario para comprometernos plenamente en un camino de conversión y servicio a los hermanos. 

Una de las expresiones más concretas e importantes de esta loca esperanza es el abandono. Está expresada al final del Manuscrito B con palabras que pueden alentar a cualquiera, especialmente a quienes sufren por sus limitaciones: 

• «¡Oh, Jesús! ¿Por qué no puedo decirles a todas las almas lo inefable que es tu condescendencia? Siento que si de alguna manera encontraras un alma más débil, más pequeña que la mía, querrías colmarla de favores aún mayores, si se abandonara a sí misma, con total confianza a tu infinita misericordia».

 

FUENTE: RELIGIONENLIBERTAD