Gertrude Detzel, maestra de obispos y catequista clandestina en el gulag, hacia los altares

La Sierva de Dios Gertrude Detzel organizó las comunidades católicas clandestinas de Kazajistán durante la Unión Soviética

 

En 2021, empezó oficialmente la causa de beatificación de Gertrude Detzel, una mujer que ayudó a muchos a mantener la fe viva durante décadas de persecución comunista en la Unión Soviética. Este 21 de octubre de 2025 llegó al Vaticano una delegación de Kazajistán con dos cajas selladas con más de 13 kilos de documentos, testimonios y relatos de milagros de esta Sierva de Dios. Así empieza la fase romana de su proceso.

El obispo auxiliar de Karagandá, Yevgeny Zinkovskiy, dijo: «Fue conmovedor ver cómo nuestra historia, tan lejana desde Kazajistán, fue recibida con los brazos abiertos. La Iglesia universal ahora ha dado la bienvenida a Gertrude». Recogió su declaración Alexey Gotovskiy, de EWTN-Aciprensa.

Deportada a Kazajistán por Stalin

Gertrude Detzel nació en 1903 una familia católica de etnia ruso-alemana en el Cáucaso ruso. Era la tercera de 17 hermanos. El régimen de Stalin la deportó (como a otros millones de personas) a Kazajistán, a campos de trabajo, básicamente a recoger algodón. Al principio la deportaron por ser de etnia alemana. Pero después la volvieron a detener y castigar por ser una católica evangelizadora que compartía su fe.

Los testigos explican que tenía un don para la predicación. «Incluso en prisión, no podía dejar de hablar de Dios», dijo el obispo católico de Siberia Joseph Werth, quien también es descendiente de alemanes. Werth nació en Karagandá y conoció personalmente a Gertrude Detzel, siendo uno de sus discípulos.

En 1949, fue detenida tras una denuncia y deportada a un campo de trabajo y reeducación comunista. En el lager ella se las arreglaba para organizar encuentros de oración conjunta entre los deportados católicos y luteranos.

El día que entró el militar

Un domingo y mientras dirigía una oración, un militar entró a los barracones y todos enmudecieron menos Gertrude que siguió rezando. Cuando terminó, se acercó al comandante y le dijo: «Le pido disculpas: nosotras somos católicas, y cuando rezamos hablamos con Dios; por eso no podemos interrumpir nuestra oración».

El comandante le respondió: «Entiendo. La suya es una fe auténtica. Si hubieran escapado y hubieran dejado de rezar, habría dudado de que fuera una fe verdadera. Hay que honrar a Dios ante todo».

 

 

Tras la muerte de Stalin

En marzo de 1953 sucedió algo que aportó esperanza a millones: se murió Stalin. Multitudes que habían estado encarceladas o deportadas sin ninguna razón especial, más allá de cumplir un cupo de deportados, fueron liberados y pudieron volver a casa. En el caso de Gertrude, explica el obispo, «los guardias dijeron: ‘Déjenla que se vaya la primera, porque, si no, convertirá a todos aquí’. Esa fue la impresión que dejó: no podía evitar evangelizar”.

Tras más de una década de trabajos forzados y cuatro años en una prisión soviética por su fe, fue liberada y se estableció en Karagandá en 1956. Había allí una fuerte comunidad católica, en gran parte compuesta de deportados de distintas etnias (alemanes, polacos, lituanos, bielorrusos…)

Con su hermana Valentina, iba a escondidas a los pueblos cercanos. Iban de casa en casa, bautizaban a los niños y a los adultos, les daban oraciones copiadas a mano en secreto, a las parejas casadas. Si las hermanas hubieran sido descubiertas, esto habría supuesto otros 20 años de trabajos forzados para ambas. 

Ya en los campos, y también después, consoló a muchos dirigiendo la oración en funerales, que el Estado soviético intentaba despojar de toda fe.

La niña que quería ser sacerdote

Explica el obispo Werth que de niña «Gertrude estaba triste por haber nacido niña y no poder ser sacerdote». Pero ella mantuvo la fe fuerte en los campos de trabajo y también en Karagandá, e hizo el trabajo de muchos pastores.

Fue catequista y líder laica. Durante años, al no haber apenas sacerdotes, era ella quien bautizaba a los bebés o conversos. Dirigía las oraciones, porque los sacerdotes (siempre clandestinos) estaban ausentes durante años. En cada reunión se arriesgaba a ser detenida ella y sus compañeros. «Yo mismo aprendí la fe gracias a ella», explica el obispo Werth, que hoy tiene 73 años y fue ordenado sacerdote en 1984, con 32 años.

Los sacerdotes le confiaban la Eucaristía para que la llevara a fieles a quienes no podían acceder. Adelio Dell’Oro, italiano obispo de Karagandá, misionero en Kazajistán desde 1997, explica: «Ella no intentó reemplazar a los sacerdotes, pero cuando faltaban, hacía lo que hacía falta».

«Si de las comunidades católicas de Karaganda han salido doce sacerdotes y muchas monjas, esto es en gran parte mérito suyo. Casi todas estas personas o sus padres crecieron con la escuela de Gertrude», señaló Werth en una ocasión anterior.

La fidelidad empieza en lo pequeño

«Nos enseñó que la santidad empieza con la fidelidad en las cosas pequeñas, y de ahí fluye todo lo demás», recuerda el obispo Werth.

Se cree que Gertrude, antes de su deportación, ya hizo votos privados de entrega a Dios. Se sabe que después se unió a la Tercera Orden Franciscana (laicos de espiritualidad franciscana) bajo la dirección del obispo y Siervo de Dios, Alexander Chira, obispo clandestino que también sufrió el exilio en Karagandá, beatificado en 2001.

 

Los fieles velan los restos de la Sierva de Dios Gertrude Detzel a su muerte en 1971 en Karagandádiócesis karagandá

 

Finalmente murió en 1971. Años después, al exhumar los restos de Gertrude, encontraron un anillo y una corona de flores, signos de una consagración oculta y de una vida entregada por completo a Dios como virgen consagrada.

Conservar la memoria de la persecución

En 2019, cuando los obispos de Asia Central visitaron al Papa Francisco en su visita ad limina, el Papa les animó a preservar la memoria de quienes mantuvieron viva la fe «en silencio y sufrimiento». Así, la causa de Gertrude se abrió en Sarátov (Rusia) en enero de 2020, bajo la dirección del obispo Clemens Pickel, y se trasladó a Karagandá en agosto de 2021, 50 años después de su muerte en 1971. Era una carrera contrarreloj para recopilar testimonios de personas que la conocieron, todas ancianas. Se registraron unas 25 declaraciones. También localizaron la documentación sobre Gertrude en los archivos estatales kazajos, con muchos datos sobre su paso por el gulag.

El 22 de diciembre de 1989, el Tribunal Supremo de la República Socialista Soviética de Kazajistán la rehabilitó oficialmente, reconociendo que no había cometido ningún delito. Poco después, la URSS se hundió y Kazajistán se independizó en 1990.

Su causa está ahora en Roma bajo la postulación del Padre Zdzislaw Kijas, franciscano conventual que ha trabajado antes en causas como la del cardenal polaco Stefan Wyszyński y la familia Ulma, asesinada por unos nazis.

 

Fuente: religionenlibertad.com