San León Magno, papa y doctor de la Iglesia
Homilía: Los ejercicios cuaresmales.
El Señor ha dicho: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13). Así pues, no está permitido a ningún cristiano odiar a quienquiera que sea, porque nadie se salva de ninguna otra manera sino por el perdón de los pecados… Que el pueblo de Dios sea santo, y que sea bueno: Santo para alejarse de lo que está prohibido, bueno para cumplir lo que está mandado. Ciertamente es una gran cosa tener una fe recta y una doctrina santa; es muy digno de alabanza reprimir la glotonería, tener una dulzura y una castidad irreprochables, pero todas estas virtudes, sin la caridad, no son nada…
Amados míos, todos los tiempos son buenos para realizar esta caridad, pero la cuaresma nos invita a ello de manera especial. Los que desean acoger la Pascua del Señor con santidad de espíritu y de cuerpo, ante todo deben esforzarse para adquirir ese don que contiene lo esencial de todas las virtudes y que “cubre la multitud de los pecados” (1P 4,8). Es por eso que, en el momento de celebrar el misterio que sobrepasa a todos los demás, el misterio por el cual la sangre de Jesucristo ha borrado todas nuestras faltas, preparamos en primer lugar los sacrificios de la misericordia. Eso que la bondad de Dios nos ha concedido, concedámoslo a los que han pecado contra nosotros. Que sean olvidadas las injusticias, que las faltas no se castiguen, y que todos los que nos han ofendido no teman ya ser pagados con la misma moneda…
Cada uno debe saber bien que él mismo es un pecador, y que para recibir el perdón, debe alegrarse de haber encontrado alguien a quien
perdonar. Así, cuando según el mandamiento del Señor, diremos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12), podremos estar seguros de obtener la misericordia de Dios.
Sermón:
Sermón 4º para la Cuaresma, 1-2.
«Ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación» (2Co 6,2).
«¡Este es el día de la salvación!» Ciertamente que no hay estación que no esté llena de los dones divinos; la gracia de Dios nos procura en todo tiempo el acceso a su misericordia. Sin embargo, es ahora que todos los corazones deben ser estimulados con más ardor a su crecimiento espiritual y animados a una confianza mayor, porque el día en que fuimos rescatados nos invita a todas las obras espirituales para su regreso. Así, con el cuerpo y el alma purificados, celebraremos el misterio que sobrepasa a todos los demás: el sacramento de la Pascua del Señor.
Tales misterios exigirían un esfuerzo espiritual constante…, para permanecer constantemente bajo la mirada de Dios, tal como debería encontrarnos la fiesta de Pascua. Pero esta fuerza espiritual se encuentra sólo en un reducido número de personas; a nosotros, en medio de las actividades de esta vida, a causa de la debilidad de la carne, el celo se afloja… El Señor, para devolver la pureza a nuestras almas ha previsto el remedio del entrenamiento durante cuarenta días en los cuales, las faltas cometidas en otro tiempo puedan ser rescatadas al precio de las buenas obras y hechas desaparecer por los santos ayunos… Procuremos con solicitud obedecer el mandamiento de san Pablo: «Purificaos de toda suciedad tanto de la carne como del espíritu» (2C 7,1).
Ahora bien, que nuestra forma de vivir esté en consonancia con nuestra abstinencia. El auténtico ayuno no supone tan sólo abstenerse de alimentos; no aprovecha nada quitar los alimentos al cuerpo si el corazón no se vuelve contra la injusticia, si la lengua no se abstiene de la calumnia… Este es el tiempo de la suavidad, de la paciencia, de la paz…; que hoy, el alma fuerte se acostumbre a perdonar las injusticias, a no tener en cuenta las afrentas, a olvidar las injurias… Pero que la penitencia espiritual no sea hecha con tristeza sino santa. Que nadie pueda oír el murmullo plañidero porque nunca faltará la consolación de las alegrías santas a los que viven como se ha dicho.
Fuente: deiverbum.org