San Jerónimo
Selección de textos sobre la Caridad
Es ley del cristiano
682 Esta es, pues, la señal del cumplimiento de la ley divina, el amor al prójimo: La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros (Jn 13, 35). No dice el resucitar a muertos, ni cualquier otra prueba evidente, sino esta, que os améis unos a otros (SANTO TOMAS, Sobre la caridad, 1. c., p. 218).
683 El bienaventurado San Juan Evangelista, al final de sus días, cuando moraba en Efeso y apenas podía ir a la iglesia, sino en brazos de sus discípulos, y no podía decir muchas palabras seguidas en voz alta, no solía hacer otra exhortación que esta: Hijitos, amaos unos a otros. Finalmente, sus discípulos y los hermanos que le escuchaban, aburridos de oírle siempre lo mismo, le preguntaron: Maestro, ¿por que siempre nos dices esto? Y les respondió con una frase digna de Juan: Porque este es el precepto del Señor y-su solo cumplimiento es mas que suficiente (SAN JERÓNIMO, Coment. sobre la Epístola a los Calatas, 3, 6).
684 La practica de la caridad es lo que nos caracteriza delante de los demás: <>. Porque ellos están mas bien dispuestos a matarse. En cuanto al nombre de hermanos con que nosotros nos llamamos, ellos se forman una idea falsa, ya que entre ellos los nombres de parentesco son únicamente expresiones mentirosas de afecto. Por derecho de la naturaleza, nuestra madre común, también nosotros somos vuestros hermanos…, pero, ¡con cuanta mayor razón son considerados y llamados hermanos los que reconocen a Dios como a único Padre, los que beben del mismo Espíritu de santidad, y los que, salidos del mismo seno de la ignorancia, han quedado maravillados ante la misma luz de la verdad! (TERTULIANO, Apologético, 39).
685 Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no engaña nunca es la caridad fraterna […]. La caridad fraterna es también la medida del estado de nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración (B. BAUR, En la intimidad con Dios, p. 246).
Fuente: Catholic.net