San Gregorio Nacianceno

 

–Isaías 58,9-14: Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas. El profeta recoge algunas formas de proceder que manifiestan una auténtica penitencia, fuente de luz y de alegría para quienes la practican.

Con las obras de caridad hacia los demás hombres, nuestros hermanos, el cristiano sale, por la abnegación, de su egoísmo, y ésta es la mejor conversión, la penitencia que agrada a Dios. No son sólo obras de caridad las materiales, como la limosna, la ayuda en la enfermedad y la ancianidad, sino todas las que derivan del amor, como la disponibilidad, el servicio y la entrega. Dice San Gregorio Nacianceno:

«No consintamos, hermanos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido… No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza…

«Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios que hace llover sobre justos y pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves y el agua a los que viven en ella, y a todos da con abundancia los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad» (Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 23-25).

–El mismo Señor que nos invita a la conversión de nuestras obras nos promete, a cambio, ser nuestro Pastor. Con el Salmo 85 nos sentimos pobres y desamparados; por eso acudimos a Dios. Él nos enseña el camino del bien obrar, del que nos ha hablado el profeta Isaías en la lectura anterior; caminando por él, alcanzaremos la meta final de la Patria eterna:

«Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Inclina tu oído, Señor, es-cúchame, que soy un pobre desamparado, protege mi vida, que soy un fiel tuyo, salva a tu siervo, que confía en Ti. Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que Ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia Ti. Porque Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica.»

–Lucas 5,27-32: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. En el evangelio de este día Jesús invita explícitamente a la conversión al publicano Leví. El Señor nos llama constantemente, pero de modo especial en estos días de Cuaresma, a la con-versión, a un progreso mayor en nuestra vida espiritual. Ante Dios todos somos pecadores y todos necesitamos convertirnos.

Artículo de Manuel Garrido Bonaño

Fuente: deiverbum.org