BEATIFICACIÓN DE 5 SIERVOS DE DIOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 23 de marzo de 2003

 

1. «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en él tiene vida eterna» (Aleluya; cf. Jn 3, 16). Estas palabras de la liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos invitan a contemplar, con los ojos de la fe, el gran misterio que celebraremos en Pascua. Es el don pleno y definitivo del amor de Dios realizado en la muerte y en la resurrección de Jesús.

El misterio de la redención, en el que todos los fieles están llamados a participar, fue vivido de modo singular por los nuevos beatos, a quienes tengo la alegría de elevar hoy a la gloria de los altares:  Pedro Bonhomme, presbítero, fundador de la congregación de las Religiosas de Nuestra Señora del Calvario; María Dolores Rodríguez Sopeña, virgen, fundadora del Instituto Catequista Dolores Sopeña; María Caridad Brader, virgen, fundadora de la congregación de las Religiosas Franciscanas de María Inmaculada; Juana María Condesa Lluch, virgen, fundadora de la congregación de las Esclavas de María Inmaculada; y Ladislao Batthyány-Strattmann, laico, padre de familia.

2. «La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (Sal 18, 10). Esto se aplica naturalmente al padre Pedro Bonhomme, que encontró en la escucha de la palabra de Dios, sobre todo de las bienaventuranzas y de los relatos de la pasión del Señor, la orientación para vivir en intimidad con Cristo y para imitarlo, guiado por María. La meditación de la Escritura fue la fuente incomparable de su actividad pastoral, en particular de su atención a los pobres, a los enfermos, a los sordomudos y a las personas discapacitadas, para las que fundó el instituto de las «Religiosas de Nuestra Señora del Calvario». Siguiendo el ejemplo del nuevo beato, podemos afirmar:  «Mi modelo será Jesucristo. Cada uno trata de parecerse a aquel a quien ama». Que el padre Bonhomme nos impulse a familiarizarnos con la Escritura, para amar al Salvador y ser sus testigos incansables con la palabra y con la vida.

3. «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud» (Ex 20, 1). La gran revelación del Sinaí nos muestra a Dios que rescata y libera de toda esclavitud, llevando después a plenitud ese designio en el misterio redentor de su Hijo unigénito, Jesucristo. ¿Cómo no hacer llegar ese sublime mensaje, sobre todo, a los que no lo sienten en su corazón por ignorancia del Evangelio?

Dolores Rodríguez Sopeña palpó esta necesidad y quiso responder al reto de hacer presente la redención de Cristo en el mundo del trabajo. Por eso, ella se propuso como meta «hacer de todos los hombres una sola familia en Cristo Jesús» (Constituciones de 1907).

Este espíritu se cristalizó en las tres entidades fundadas por la nueva beata:  el Movimiento de laicos Sopeña, el Instituto de Damas Catequistas, llamadas hoy Catequistas Sopeña, y la Obra social y cultural Sopeña. A través de ellas, en España y Latinoamérica, se continúa una espiritualidad que fomenta la construcción de un mundo más justo, anunciando el mensaje salvador de Jesucristo.

4. «Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso  dedicado al Señor»  (Ex 20, 9-10). La lectura del Éxodo que hemos escuchado nos recuerda el deber de trabajar, para colaborar con nuestro esfuerzo en la obra del Creador y hacer así un mundo mejor y más humano. Sin embargo, en el siglo XIX la incorporación de la mujer al trabajo asalariado fuera del hogar incrementó los riesgos para su vida de fe y su dignidad humana. De ello se percató la beata Juana Condesa Lluch, movida por su exquisita sensibilidad religiosa. Ella tuvo una juventud profundamente cristiana:  asistía a misa diariamente en la iglesia del Patriarca; afianzaba su fe con la oración asidua. Así se preparó para entregarse totalmente al amor de Dios, fundando la congregación de las Esclavas de María Inmaculada que, fiel a su carisma, sigue comprometida en la promoción de la mujer trabajadora.

5. «Nosotros predicamos a Cristo crucificado (…), fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1, 23-24) En la segunda lectura de hoy, san Pablo relata cómo anunciaba a Jesucristo, incluso ante quienes esperaban más bien portentos o sabiduría humana. El cristiano debe anunciar siempre a su Señor, sin detenerse ante las dificultades, por grandes que estas sean.

A lo largo de la historia, innumerables hombres y mujeres han anunciado el reino de Dios en todo el mundo. Entre estos se encuentra la madre Caridad Brader, fundadora de las Misioneras Franciscanas de María Inmaculada.

De la intensa vida contemplativa en el convento de María Hilf, en Suiza, su patria, partió un día la nueva beata para dedicarse completamente a la misión ad gentes, primero en Ecuador y después en Colombia. Con ilimitada confianza en la divina Providencia fundó escuelas y asilos, sobre todo en barrios pobres, y difundió en ellos una profunda devoción eucarística.

A punto de morir, decía a sus hermanas:  «No abandonéis las buenas obras de la Congregación, las limosnas y mucha caridad con los pobres, mucha caridad entre las hermanas, adhesión a los obispos y sacerdotes». ¡Hermosa lección de una vida misionera al servicio de Dios y de los hombres!

6. «Lo débil de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres» (1 Co 1, 25). Estas palabras del apóstol san Pablo reflejan la devoción y el estilo de vida del beato Ladislao Batthyány-Strattmann, que fue padre de familia y médico. Utilizó la rica herencia de sus nobles antepasados para curar gratuitamente a los pobres y construir dos hospitales. Su mayor interés no eran los bienes materiales; en su vida no buscó el éxito y la carrera. Eso fue lo que enseñó y vivió en su familia, convirtiéndose así en el mejor testigo de la fe para sus hijos. Sacando su fuerza espiritual de la Eucaristía, mostró a cuantos la divina Providencia ponía en su camino la fuente de su vida y de su misión.

El beato Ladislao Batthyány-Strattmann  jamás  antepuso  las  riquezas  de la tierra al verdadero bien, que está en los cielos. Que su ejemplo de vida familiar y de generosa solidaridad cristiana anime a todos a seguir fielmente el Evangelio.

7. La santidad de los nuevos beatos nos estimula a tender también nosotros a la perfección evangélica, poniendo en práctica todas las palabras de Jesús. Se trata, ciertamente, de un itinerario ascético arduo, pero posible para todos.

La Virgen María, Reina de todos los santos, nos sostenga con su intercesión materna.

Que estos nuevos beatos sean nuestros guías seguros hacia la santidad. Amén.

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