Ver al Salvador

Evangelio del día domingo 02/02/2025

Lucas 2, 22-40

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:

“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”.

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada, y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor

 

Puros en la presencia del Señor

 

 

El Evangelio de este domingo está enmarcado dentro de la costumbre judía de los días de purificación que debe cumplir toda mujer que acaba de dar a luz. En Levítico 12, 1-4 se estipula que la mujer permanece impura por siete días luego del parto. Al octavo día, el niño varon recien nacido, sera circuncidado y el tiempo de purificación se extenderá por 33 días más haciendo un total de 40 días de purificacion.

Para el rito de purificación se exigía a demás un cordero y una tórtola. El primero para el holocausto y la segunda para la expiación. Si la familia no estuviera en condiciones de ofrecer el cordero, podían ofrecer dos tórtolas para ambos ritos. La lectura nos habla de un par de tórtolas o dos pichones, con lo que se describe a la familia de Nazaret como una familia pobre.

La narración está transida de una tonalidad de gran luminosidad y alegría. Por un lado Jesús, recién nacido, es consagrado a Dios y su presencia en el templo es motivo de elogio y esperanza. Simeón un hombre de Dios, eterno buscador del Mesías, ve atendido sus ruegos y no escatima en alabanzas para con el niño Jesús,  ante el estupor de María y José. Tal vez podríamos identificarnos con Simeón, en cuanto buscadores de la verdad porque es esa una de las características que conforman el ser del cristiano. Cuando encontramos a Dios el resultado inmediato es la paz y la confianza en Él. 

Y al igual que Simeón, hemos de buscar a Dios toda la vida, porque ese es el reto del cristiano en medio de un mundo que lo niega  y que ha trastocado el bien, la belleza y la verdad.

Una nota que no debe pasar desapercibida, es la fe y la humildad de Simeón y Ana, quienes son capaces de postrarse ante la fragilidad de un recién nacido a quién por inspiración divina consideran como el Salvador, un hecho que nos recuerda la visita de los Reyes Magos. Y una actitud que nos habla de una búsqueda sincera y creyente. Pero así como Dios es siempre el de la iniciativa no desdeña por eso el esfuerzo humano, más aún lo solicita. Por eso el texto es claro en señalar que Simeón coincide con el lugar donde está el Mesías por inspiración del Espíritu Santo, porque estaba lleno de él,  porque es alguien que ha cultivado su fe a lo largo de toda su vida. Por eso, recibe el premio de Dios y es por ello también que nosotros hemos de pedirlo e invocarlo siempre, para guie nuestros pasos y nuestras decisiones. Para que no haya nada que nos haga cesar en nuestra búsqueda de Dios, para que las pruebas de la vida o el aparente silencio de Dios no apague nuestra fe.

Que Jesús haya sido señalado como signo de contradicción debe inspirarnos para seguir adelante con la convicción de que esto,  casi siempre será contracorriente.

Una petición que podríamos hacer,  al rezar el cuarto misterio gozoso de nuestro Rosario, es: Señor concédeme un corazón puro para que siempre pueda estar en tu presencia. Para poder ver a mi Salvador.

Una Voz de Pax