Una voz de Pax 📢

Reflexión del Evangelio Dominical

Lucas 19,1-10

Una higuera que da fruto, podría ser el título de este pasaje evangélico, teniendo en cuenta los malos precedentes que en el texto neotestamentario, carga esta especie arbórea.
Pero, más allá de la ironía, lo cierto es que Dios sabe sacar cosas buenas de lo aparentemente malo.
No sin tener en cuenta, por supuesto, la disposición del hombre, que en esta historia se llama Zaqueo a quien Jesús parece conocer pues lo llama por su nombre.
Y claro está: ¿a quién no conoce Jesús?.
Seguramente, en cuanto se exaltó el corazón de Zaqueo para conocer al Señor, se “exaltó” también el corazón de Dios, para salvarlo.
En el caso de Zaqueo, esta exaltación, le permitió superar el ridículo, dejar en evidencia su estatura y subirse al árbol y en el caso de Jesús, el amor  lo movió a la auto invitación para ser hospedado por el publicano.
La iniciativa fue de Zaqueo y Jesús entró en su casa. Lo que confirma la antigua frase acuñada por San Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Es particularmente llamativo que este hombre considerado por todos como un traidor por su oficio (Jefe de los publicanos) sólo haya necesitado querer conocer a Jesús para que reciba de Él toda su atención.
Pero Zaqueo no sólo se humilla y no escatima en deshonras para con él mismo.
La alegría de ver a Jesús y conocerlo lo mueve a tomar una decisión aparentemente desmedida:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Pero, por lo mismo, se revela la insatisfacción que sufría este hombre que lo tenía todo y sin embargo era un necesitado más.
Como los muchos que Jesús encontró y tocó en el camino. Zaqueo estaba perdido y fue encontrado por Jesús.
Tal vez hoy, ya no sea necesario subirnos a lo más alto de un árbol,  para ser vistos por los ojos de Dios, que nos busca, y oir de su boca, que nos llama por nuestro propio nombre.
Más bien hemos de deshacernos  del peso de nuestras riquezas, seguridades y orgullos, que no nos llenan ni nos satisfacen  y que por el contrario, nos impiden alzarnos para poder ser encontrados y salvados por el Señor.
Una Voz de Pax