Una voz de Pax

Reflexión del Evangelio Dominical

Mateo 3,13-17

 

 

Con el bautismo del Señor se cierra el tiempo de Navidad. Lo narrado en el evangelio de ayer, consigna lo que podríamos considerar como una segunda epifanía. Como sabemos epifanía viene del griego επιφάνεια que significa manifestación. En la primera y que hemos celebrado el día 6 de enero, Jesús recién nacido, se manifiesta como  Dios para toda la humanidad. Esta, se halla representada en los Reyes Magos venidos de mundos totalmente desconocidos y que marcan la diferencia con el pueblo de Israel, y por lo mismo señalan que el mensaje de salvación es para el mundo entero.

En el bautismo del Señor, cuando Jesús se allana aún más y se coloca como un pecador en la fila para recibir el bautismo otorgado por Juan, el Espíritu Santo en forma de paloma se posa sobre el redentor a la vez que los cielos proclaman:

«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». Aquí, la epifanía, la manifestación de Jesús como verdadero Dios es ante los judíos, ante su propio pueblo.

No podemos olvidar que somos Hijos en el Hijo. Hijos adoptivos. Convertidos en tales por el bautismo ya no de Juan sino de Dios mismo. Por ello, podemos hacer nuestra, aquella proclama de los cielos porque el Señor también se complace en nostros, sus hijos amados. Tal investidura lejos de quedar en el recuerdo de algo que pasó y que nos contaron pues ni uso de razón teníamos en aquel instante, debería amonestarnos a lo largo de la vida para comprobar si efectivamente lo que hacemos de ella (de nuestra vida) complace al Señor. El Señor en su bautismo se manifestó a su pueblo. Y nosotros somos pueblo de Dios. La fidelidad al amor que Dios nos ha tenido dirá si seguimos siendo parte de su pueblo o si nos hemos hecho habitantes de una tierra extranjera. ¡Ven Espíritu Santo!, ¡ven Señor Jesús! y que los cielos proclamen que somos parte de tu pueblo elegido, que te agradan nuestras obras, que te complaces en nosotros.

 

Una Voz de Pax