Una voz de Pax 📢

Reflexión del Evangelio Dominical

San Mateo 11,2-11

 

Alguna vez le pregunté a un amigo de confesión judía, qué características debía tener el Mesías para ser considerado como tal. ¿Porqué Jesús no había dado «la talla»?. Me respondió que la venida del Mesías supondría la instauración de un reino de paz y como este no había llegado, tampoco lo había hecho el mesías. No quise iniciar un debate, pero quedó claro que mi amigo, pensaba en un reino temporal y terreno.
Sabemos sin embargo, que todo lo mundano y  puramente terreno, es caduco. El reino de Dios, en cambio, es algo que no es de este mundo. De todos modos para los cristianos el reino de Dios, el reino de paz ya se vive, aún en semilla claro está, pero se halla presente y lo hacemos visible cuando nos reunimos en su nombre, cuando celebramos la Eucaristía, cuando oramos y participamos en los sacramentos.

Y no sólo eso. Todo el texto veterotestamentario anuncia la venida del Mesías en la persona de Cristo. Su llegada y la totalidad de su vida terrena confirman lo anunciado en el Antiguo Testamento. Él es su cumplimiento. Pero como testimonia Juan evangelista, los suyos no lo conocieron.El Evangelio de ayer, me hace pensar en nuestras navidades y lo que cada una de ellas han significado y significan para nuestra vida de fe. Efectivamente el Adviento nos coloca en una situación de espera y va desnudando de alguna manera el Jesús al cual esperamos. Este Cristo que viene ¿es el que anuncian las Escrituras? o es uno hecho a la medida de nuestras exigencias, expectativas y necesidades.

Pero, el Señor, ya vino y era el que debía de venir. No hay que esperar a otro: «… los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio.»

La Navidad nos trae al redentor, aquel que colma todas nuestras esperanzas, el que cura nuestras cegueras, lepras y sorderas. El instaura un reino de paz, ahí donde dos o tres se reunen en su nombre, ahí donde la fe humilde invoca la presencia del Espíritu Santo. Oigamos los silencios de María, soñemos santamente como sueña José y mirémonos en los ojos del Niño Dios y hagámonos, como él nos sugiere, el más pequeño en el reino de los cielos, porque no hay que esperar a otro.

 

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