Evangelio del día domingo 19/01/2025
San Juan 2, 1-11
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra del Señor
Lo Mejor para el Final
El evangelio de este domingo nos cuenta el inicio de la vida taumatúrgica del Señor. Pese a no querer adelantar su hora, no desoye las súplicas de su madre.
Ella sólo pronuncia dos frases: no tienen vino y haced lo que Él os diga. Está última frase, de resonancia profunda, no se limita a describir las disposiciones que Jesús habría de ordenar para acceder a la petición materna.
Más bien, parecería el eco veterotestamentario en el que se nos narra como los egipcios ante un tiempo de hambruna recurren al faraón y este los envía donde José para que solucione su problema:
«Id a José; haced lo que él os diga» (Gen 41,55). Una frase con fuertes connotaciones de súplica y providencia. Podríamos entonces reformular la frase por: Haced lo que Dios os diga.
Las bodas de Caná son la tercera Epifanía del Señor, aquella en la que se manifiesta como verdadero Dios ante sus propios discípulos: «…así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.» La narración, rica en imágenes y simbología describe un acontecimiento que podríamos considerar como bastante común en la vida de cualquier sociedad: un matrimonio.
Sin embargo son los acontecimientos que se van dando al interior de este, lo que lo hace especial e instructivo. Cuando Jesús, asiste a la boda con sus discípulos y su madre, también manifiesta su humanidad al hacerse uno más en un evento, que por naturaleza, se tiñe de cierta mundanidad. Sin embargo Jesús, el Dios con nosotros, interviene y se nos muestra para transfigurar cada acción y hacernos descubrir en ellas la acción de Dios. La sacralidad escondida de los hechos y las cosas.
Cuando Jesús accede a la petición de María, deja al descubierto un mundo nuevo, a saber, el reino de Dios: las tinajas de la purificación de los judíos ahora serán recipientes del vino nuevo del Señor, un hecho que pre figura y hace referencia a nuestra misa actual en la que el vino se convierte en la sangre del Señor. En otras palabras, Jesús ha venido a traernos la purificación definitiva: La salvación.
En el dominio sobre las leyes de la naturaleza, Jesús manifiesta su divinidad. Al convertir el agua en vino y vino nuevo, el mejor de todos, tanto así que merece el reconocimiento del mayordomo, Jesús nos dice que Él, hace nuevas todas las cosas. Si, los judíos se purificaban con sólo agua, la llegada del reino del Señor, nos convierte en nuevas criaturas, por el baño del bautismo, prefigurado en estas tinajas llenas de agua, para ser luego vino.
Quizás en la obediencia casi cándida de los sirvientes, testigos privilegiados del milagro, podamos atisbar cuál es la forma de colocar nuestra confianza en la fuerza transformadora del Señor. Una fuerza que nos lleve a hacer lo que dice Dios, porque Él siempre guarda lo mejor para el final.
Una voz de Pax