Una voz de Pax 📢
Reflexión del Evangelio Dominical
Juan 14,23-29
El que me ama guardará mi palabra. La vida del cristiano a diferencia de otras «opciones» de vida no se rige por principios o meros valores humanos se mueve en la dinámica de los mandamientos.
Pero sólo somos capaces de cumplirlos si en verdad amamos. Es decir no nos está diciendo simplemente que cumpliendo demostramos verdadero amor sino que sólo amando es que seremos capaces de cumplirlos, de otro modo es imposible porque lo que nos mueve no sólo es una doctrina sino una persona real a quien conocemos y amamos.
La persona de Cristo vivo y resucitado. Presente realmente en medio de nosotros.
Está claro que por nuestros propios medios y convicciónes por más sinceras que sean no podemos lograr semejante identificación con el ideal cristiano por eso necesitamos la luz del Espíritu Santo, el único que nos puede abrir el entendimiento a lo humanamente incomprensible.
Y esta es precisamente la gran promesa de Jesús: la venida del defensor que enseñará y recordará sus palabras. El Espíritu Santo es fuente de conocimiento pero también de fortaleza y de paz.
Este discurso de despedida anuncia la vuelta del Hijo a la derecha del Padre, pero asegura también su nueva presencia con el Espíritu Santo. Por ello los conmina a no acobardarse ni entristecerse y les hace un último regalo: la paz. Aquella que sólo Dios y nadie más que él, puede dar.
Porque, en efecto, podemos mal entender el significado de esa palabra. Hoy se habla de bienestar, de tranquilidad y la pregunta que hemos de hacer es qué o quién nos la da. Pues estas condiciones se vinculan más con estados de ánimo o emocionales, que con la paz de conciencia por ejemplo, o con la paz de la auténtica confianza en Dios y en su providencia. Esta última es la que da Jesús. Muy distinta a la que el mundo nos ofrece.
El cristiano debe buscar un conocimiento cada vez más profundo de Jesús. Este es un signo irrefutable del amor que decimos tenerle pues sólo se ama a quien se conoce y en la medida que más le conocemos le amamos más. Que nuestro corazón no tiemble ni se acobarde, por el contrario, confiemos en las palabras del Señor que nos regala su paz, para que se haga un perenne Pentecostés en nuestras vidas y en cada uno de nuestros corazones.
por Mario Aquino Colmenares